El secreto de Elul

El amor. La más poderosa de todas las emociones humanas. Todos lo anhelamos. No podemos vivir sin él. Y aun así es tan abrumador, tan abarcador, que no hay forma de medirlo, de demostrarlo, de definirlo o siquiera de describirlo.

Cuando hablamos del intelecto, este está representado por la mente. Y cuando hablamos de las emociones, y específicamente del amor, ellas están representadas por el corazón. Pero ¿por qué?

El símbolo del corazón es probablemente uno de los símbolos más conocidos. Atravesando continentes, culturas, religiones, idiomas, ese corazoncito rojo significa “amor”. Se lo usa para firmar cartas, para simbolizar la palabra “amor” y hasta ha inundado el mercado en forma de tarjetas, remeras, collares, globos y prácticamente cualquier cosa.

¿Cómo es que la imagen del corazón, tal como la conocemos comúnmente, constituye el símbolo de esta apasionada experiencia de amor?

El mes en que nos encontramos, el mes de Elul, es la clave para desentrañar el más íntimo y más potente significado del corazón. Como es sabido, las letras hebreas que forman la palabra “Elul” -alef, lamed, vav y lamed- son una sigla de la frase (tomada del Cantar de los Cantares) aní le-dodí ve-dodí li, que significa “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí”.

Esta frase tan bella y tan romántica es aquello que representa nuestra relación con el Creador, la cual suele compararse a la relación de marido y mujer, de novio y novia, en nuestra vida individual.

El Zohar explica que al comienzo de Elul estamos ajor el ajor, que significa “espalda con espalda”, y que para fines de Elul estamos panim el panim, “cara a cara”. Pero ¿cómo es posible que estemos espalda con espalda? ¿Acaso eso no daría a entender que Dios también nos dio Su espalda a nosotros? ¿Cómo podemos decir algo así, siendo este el mes en el que -tal como nos enseña el maestro jasídico Rabí Schneur Zalman de Liadi- “el Rey está en el campo”? ¿Acaso no es este el mes en el que Dios está más accesible que nunca, esperándonos a que vayamos a Su encuentro, en que está para nosotros en el “campo” de nuestra vida cotidiana?

El hecho de que se nos describe como “espalda con espalda” y luego “cara a cara” es una lección increíble. A menudo, cuando nos sentimos enojados, dolidos, abandonados, cualquiera sea la raíz de nuestro dolor, damos la espalda. Y cuando damos la espalda, no tenemos idea de cómo está el otro. Y muchas veces nos resulta más fácil creer que el otro también nos dio la espalda, porque si así es, entonces incluso si nos damos otra vez vuelta, no va a servir de nada, así que ¿para qué molestarnos? ¿Para qué vamos a dar el primer paso si al final lo único que vamos a ver va a ser la espalda del otro?

No obstante, esta racionalización es la causa de muchas discusiones no resueltas, de sentimientos heridos, y de relaciones rotas. ¿Se acuerdan de la clásica escena, actuada eternamente en las películas, de la pareja que se separa y cada uno va caminando en otra dirección…? A cierta altura, él se da vuelta, y quiere llamarla, pedirle que le dé otra oportunidad, pedirle perdón. Él está a punto de hablar, pero entonces se da cuenta de que ella le da la espalda. Ella se está alejando de él. Y él se dice a sí mismo que ya es demasiado tarde, que a ella no le importa de él. Y entonces él vuelve a darle la espalda. Al cabo de unos segundos, ella se da vuelta para mirarlo. Ella no quiere que esto termine. Ella quiere decir algo, pero no logra juntar el coraje; no tiene la fuerza necesaria. ¿Y por qué, por qué va a hacerlo cuando él le está dando la espalda? Ella lo mira con ansia, pero ya no importa; ella ve cómo él continúa alejándose de ella y entonces está segura de que a él no le importa en lo más mínimo de ella. Y nosotros, los espectadores, sentados al borde del asiento, todavía tenemos la esperanza de que quizás los dos se den vuelta al mismo tiempo y finalmente se den cuenta de que al otro sí le importa, que a pesar de que aparentemente están espalda con espalda, la verdad es que quieren estar cara a cara. A veces, el final del cuento de hadas sí sucede; otras veces, ellos simplemente continúan caminando en direcciones opuestas, saliéndose cada uno de la vida del otro.

El mes de Elul es el que nos enseña la necesidad de estar dispuestos a darnos vuelta. El Rey está en el campo; nuestro Creador se encuentra allí y más allá de cómo nos sintamos, Él nunca nos dio la espalda. Lo único que tenemos que hacer es darnos vuelta nosotros, y darnos cuenta de que Él está allí, esperándonos. La sensación de “espalda con espalda” que sentimos al comienzo del mes se basa en nuestras percepciones erróneas, nuestros temores, nuestras suposiciones. Recién cuando nos damos vuelta nos damos cuenta de la verdad, de la esencia interna y entonces nos ponemos “cara a cara”, que no significa solamente que finalmente podemos mirarnos el uno al otro, sino que además podemos mirar el uno dentro del otro, pues la raíz de la palabra hebrea que significa “rostro”, o sea, panim, es la misma que la de pnimiut, que significa “interioridad”.

Por eso, ahora la cuestión es cómo se nos enseña esta lección, no sólo en el mes de Elul, sino a través del nombre mismo de “Elul”. Los nombres en hebreo no son meramente formas de referirse a algo, sino que representan su alma misma. La Jasidut nos enseña que cada padre recibe el don de la inspiración Divina cuando le pone nombre a su hijo. El nombre es lo que representa los aspectos más profundos de esa persona. La Kabalá y la Jasidut nos enseñan que a fin de descubrir el sentido esencial de una palabra hebrea, necesitamos analizar las letras que la componen, su valor numérico, su forma y su significado.

Tal como dijimos más arriba, la palabra “Elul” está compuesta de una alef, que va seguida de una lamed, luego una vav y la última letra, otra lamed. La primera letra de “Elul” es también la primera letra del alfabeto hebreo. La letra alef equivale numéricamente a la cifra uno, que representa la idea de la total unidad de Dios. א

Ahora debemos responder cómo es que todo esto se relaciona con el corazón. Aquí es donde nuestras lameds vuelven a definirse. A esta altura es importante pensar nuevamente en el símbolo del corazón y cuestionar su origen. Y no deberá sorprendernos que el significado de dicho símbolo también se encuentre en la palabra misma que significa “corazón”.

En hebreo, la palabra “corazón” es lev, que se escribe lamed-bet. En el año 1291, Rabí Abraham Abulafia redactó un manuscrito intitulado Imrei Shefer, en el que define el significado del corazón.

Rabí Abulafia enseña que la palabra lev, lamed-bet, tiene que entenderse como dos lameds. Esto se debe a que la letra bet es la segunda letra del alfabeto, y equivale numéricamente a la cifra dos. Él explica que la palabra tiene que leerse y entenderse como “dos lameds”.

Pero no basta con tener dos lameds. Tal como explica Rabí Itzjak Guinsburg, a fin de que la suya sea una relación, las dos lameds necesitan estar conectadas. Necesitan estar cara a cara. Cuando damos vuelta la segunda lamed para que se enfrente a la primera, estamos formando la imagen del Corazón Judío (tal como se lo puede apreciar en la ilustración al comienzo de este artículo). Si bien el corazón, tal como estamos acostumbrados a verlo, es bastante claro en esta forma, no obstante vemos que también se revela una parte completamente nueva del corazón.

Esto se debe a que la letra lamed es la más alta de todas las letras del alfabeto hebreo. Y esto es porque la lamed representa el concepto de quebrar las fronteras, de ir más allá de tu potencial, de entrar en el súper consciente a partir del consciente. ל

La lamed también significa dos cosas simultáneamente. Significa tanto “aprender” como “enseñar”, lo cual nos demuestra que ambos conceptos están entrelazados y que ambos son esenciales. En toda relación, yo tengo que estar dispuesto a aprender del otro, de convertirme en un receptor. Pero la otra persona también tiene que ser capaz de aprender de mí, lo cual me convierte a mí en el maestro, en el dador.

Además, la imagen de la lamed puede quebrarse en otras tres letras. La parte superior de la letra es como una iud, que es la más pequeña de las letras hebreas, y la letra que representa la cabeza. La cabeza contiene la mente, el intelecto y también el rostro. י

La letra que sigue en “Elul” es la vav. En hebreo, la vav ו sirve de conjunción, como “y”. También significa “gancho” y su forma verdaderamente recuerda un gancho. Por lo tanto, en este caso, la vav es el gancho que conecta a la iud, la mente, con la letra inferior, la jaf, כ que representa el cuerpo. En términos físicos, la vav simboliza el cuello, que es el que transporta la corriente de sangre del cerebro al corazón.

Esto nos enseña que el corazón, y que el amor que él representa, puede prosperar y alcanzar su apogeo únicamente cuando existe una totalidad en la conexión. El corazón judío, el verdadero amor, representa una conexión mente a mente, cara a cara, ojo a ojo, alma con alma. La vav, que es la conexión entre la cabeza y el corazón, siempre tiene que mantenerse sana, con una corriente clara. Si algo la corta, entonces la relación no puede continuar. Como todos sabemos, una de las formas más rápidas de matar a una persona es produciéndole un corte en el cuello. El cuello es nuestra línea de vida. Él asegura que nuestra cabeza, nuestro intelecto, domine a nuestras emociones y que haya un sano intercambio entre la mente y el corazón.

Al corazón con el que todos estamos familiarizados, o sea, al símbolo que representa el amor en el mundo entero, le falta la iud y la vav, o sea que le falta la mente y el cuello. Este símbolo tan popular representa solamente la conexión física entre los cuerpos.

Es por eso que el mes de Elul, que empieza espalda con espalda, al final culmina cara a cara. Al comienzo del mes, somos inconscientes de la realidad de que “Yo soy para mi amado y mi amado es para mí”. Pero al trabajar sobre nosotros mismos durante todo este mes, al estar dispuestos a darnos vuelta y hacer cambios, finalmente nos damos cuenta de que nuestro Creador nunca nos dio la espalda. Él siempre continuó dándonos la cara, y esperando que nosotros nos diéramos vuelta. Y una vez que lo hacemos, somos como las dos lameds que están enfrentadas, que conforman el corazón judío y que son la esencia del mes de Elul.

Por lo tanto, Elul puede entenderse como una alef, que representa a Dios, seguida de una lamed, vav, lamed -una lamed que está conectada (vav) con la otra lamed.

Y el corazón judío, esta idea de amor como una totalidad de conexión, no es meramente la tarea a llevar a cabo en el mes de Elul, sino todo el propósito de la Creación. Este corazón judío es un símbolo de por qué fuimos creados y qué es lo que debemos lograr. Porque la Torá es el plano de la creación y el manual de cómo debemos conectarnos con la divinidad. Y no es un libro que tenga un comienzo, un medio y un final, sino que es más bien un rollo, pues se nos enseña que “el final está encajado con el principio, y el principio, con el final”.

Entonces ¿qué es lo que encontramos cuando el final del rollo de la Torá se arrolla con el comienzo? ¿Cómo empieza y cómo termina la Torá? La última palabra de la Torá es Israel, que termina con la letra lamed; y la primera palabra es bereshit, que significa “en el comienzo”, y que empieza con una bet. Cuando unimos la primera y la última letra de la Torá, obtenemos la palabra lev, que es “corazón” en hebreo.

Dios quiera que seamos bendecidos con la capacidad de aprovechar los poderes del mes de Elul, reconociendo y revelando nuestra capacidad de aprender y de enseñar, y de esa forma ponernos cara a cara con nosotros mismos, con nuestros seres queridos y con nuestro Creador, tal como nos enseña el corazón judío.

El Corazón Judío, tanto el diseño como las joyas, están bajo patente y copyright de Rabí Itzjak Guinsburg.

Por Sara Esther Crispe

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