La maravilla que es la mujer

Pasa 250 veces por minuto, casi 15,000 veces cada hora. Pasa luego de años de esfuerzo y preparación, o por “accidente”. Ocurre en cada nivel socio-económico en cada país y pueblo del mundo. Pero no importa con qué frecuencia ocurra, no importa el lugar común de este evento, siempre nos quedamos absortos y exclamamos: ¡Milagro!.

Y Di-s le habló a Moshé, diciéndole: “Cuando una mujer conciba y dé a luz…” (Vaikrá 12:1-2).

Ese ser humano debe dar a luz y debe crear otro. Si hay algún área en que una criatura emula a su Creador, si hay un acto por el cual expresamos la chispa de Divinidad en nuestro interior es el del milagro del nacimiento.

Es en este acto, el mayor de nuestros logros espirituales, que también se revelan la mayoría de las limitaciones de nuestra individualidad. Alimentarnos, dormir, pensar, producir una obra de arte o construir una casa virtualmente todo lo que hacemos, podemos hacerlo solos. Pero dar a luz es algo que sólo lo podemos hacer junto con otra persona. Para dar a luz, debemos dejar de ser una entidad nosotros mismos y volvernos una parte, un componente de una comunidad de dos.

Porque si sólo somos lo que somos, somos categóricamente “no tan Divinos”. Como seres hacia nosotros mismos, somos cosas finitas y ensimismadas, fabricantes en lugar de creadores. Para crear, debemos ponernos por encima de nuestra individualidad; para hacer real nuestro ser divino, debemos trascender los límites de nuestro ser.

Es la mujer, tanto más que el hombre que “da a luz”. Es la mujer la que está más comprometida con la paternidad, y quién más agudamente siente la falta de ella cuando se la niegan. 

Porque es la mujer la que en mayor medida entrega su ser para crear vida. Ella es el elemento pasivo y receptivo en el proceso de procreación. Durante nueve meses, su cuerpo deja de ser sólo suyo, a la vez que carga y nutre otra vida. así que es la mujer, tanto más que el hombre que “siembra y da a luz” y para quien la maternidad es un estado de ser, no sólo un “logro” o una “experiencia”.

Sin embargo todos podemos volvernos una “madre”. Lo que viene naturalmente de la creación puede aprenderse y asimilarse por todos, y no sólo dando a luz, sino en cada uno de las tareas de la vida. Todos nosotros tenemos el poder para reconocer que hay algo más allá de nuestra existencia confinada a la estrecha identidad individual.

Todos tenemos el poder de volvernos mucho de lo que somos y hacer más que lo que podemos, siendo receptivos a la Divinidad que hay en nuestro ser y que permea nuestra existencia.

* Yanki Tauber

Parasha en sintesis: Mishpatim

Los Diez Mandamientos y las leyes civiles y personales a las cuales se refiere esta Parashá, así como todas las 613 mitzvot, fueron dadas por Di-s en el Monte Sinaí y tienen carácter de permanencia y eternidad propias de las Leyes Divinas. 

Después de dar la Torá al pueblo judío, Di-s le dijo a Moshé que ascendiera de nuevo al Monte Sinaí por 40 días, con el fin de enseñarle los detalles de las leyes de la Torá. Parashat Mishpatim es principalmente la selección de las leyes que Di-s le enseñó a Moshé mientras estuvo en el Monte Sinaí. 

Antes de explicar las leyes, Di-s decretó que el pueblo judío estaba obligado a establecer un sistema de tribunales con el fin de tratar todos los casos de derecho penal, civil y ritual. Di-s le explicó las leyes relativas a los sirvientes, obligaciones maritales, el asesinato, el honor a los padres, el secuestro y la indemnización por lesiones.

El mandamiento de prestar dinero se aplica incluso si el prestatario posee bienes que se pueden vender. Así que a diferencia del mandamiento de dar caridad, está destinado a beneficiar no sólo a los pobres sin también a los ricos. Si somos reacios a prestar dinero a alguien que no es pobre debemos considerar la posibilidad de que en una vida anterior los papeles pueden haber sido invertidos: es posible que hayamos sido el beneficiario de un préstamo o algún otro tipo de ayuda de la persona que no está solicitando el préstamo actualmente. Esta es nuestra oportunidad de devolver su buena acción. 

Una de las leyes era de no mezclar la leche y la carne – no se debe comer un animal joven cocinado en leche de su madre. Ya que se considera un acto de crueldad consumada. La Torá también nos prohíbe cocinar cualquier animal en cualquier otra leche de animal, comer una mezcla de este tipo, o incluso obtener cualquier otro beneficio de ella. 

Las precauciones que la Torá toma para alejarnos de causar sufrimiento a un animal demuestran cuánto cuidado debemos tener para evitar causar sufrimiento a un ser humano. 

Las leyes contenidas en la Torá, indicativas del modo de vida judío, no tienen la pretensión de ser originales, pero si tienen una particularidad que no poseen otras leyes: derivan de una autoridad sobrehumana, del Creador del universo y de todo lo que hay en Él, conocedor a plenitud de la naturaleza humana. 

En el Judaísmo, el bien y el mal no son determinados por el hombre, sino por Di-s. Está claramente establecido lo que se debe hacer (248 mitzvot de “hacer”) y lo que no se debe hacer (365 mitzvot de “no hacer”); esa determinación no queda a juicio de los humanos. No es el hombre quien define según su opinión el bien o el mal, éste está definido previamente; lo que la persona puede hacer  es elegir entre ambos, una vez que los conoce. 

La observancia o no de las leyes o preceptos no determina la condición del judío, quien lo es por esencia y no deja de serlo: eso no depende de su elección.

Las leyes en el judaísmo no sólo cumplen con las necesidades sociales de organización y orden, sino que tienden a perfeccionar al hombre en su crecimiento y desarrollo. No sólo procuran la protección de la persona frente a los demás, sino que también frente a sí mismo; fijan un sistema de justicia, pero a la vez forjan la base moral y ética del individuo. No permiten que el hombre sea esclavo de sí mismo, de sus limitaciones. 

Las leyes judías, a diferencia de las elaboradas por los humanos, tiene el carácter de ser inflables; además, no están sujetas a consideraciones subjetivas ni intelectuales, a épocas, modas o lugares determinados. Sólo se puede asegurar una moral apropiada si está basada en la Torá. 

La evidencia histórica del nazismo y otros episodios de la historia judía demuestran que no son los hombres los calificados para determinar el bien y el mal, porque pueden llegar a la justificación de las acciones más abominables. 

La acción, la mitzvá en el judaísmo, tiene un lugar central. El pueblo Judío es el pueblo que en el Sinaí dijo: “Naasé Ve´Nishmá”, “Haremos y luego entenderemos” (estudiaremos). La acción produce sus efectos, aún cuando no la comprendemos racionalmente, ni sean inmediatamente visibles sus resultados. Está dirigida no sólo al perfeccionamiento individual, sino al mejoramiento y elevación de este mundo en general.

No es suficiente “sentirse judío”, no basta la intención. Sentirse judío sin actuar en consecuencia es como sentirse una persona decente, pero sin actuar decentemente. 

Los preceptos, tanto los de “hacer” como los de “no hacer”, se dividen en tres grandes categorías:

  • Edut (testimonios), preceptos que rememoran eventos pasados, por ejemplo, el Shabat, que es testimonio de la Creación del Mundo y de la salida de Egipto; Pésaj, Sucot, etc. 
  • Mishpatim o leyes, los que tienden a mantener el mundo civilizado y son propios de la naturaleza humana, por ejemplo, no matar, no robar. 
  • Juquim o decretos, aquellos ordenados por Di-s sin que tengan explicación desde el punto de vista lógico o racional, por ejemplo, Kashrut (leyes dietéticas) o Shatnez (prohibición de mezclar lino y lana en la vestimenta).

Los diferentes tipos de preceptos deben ser cumplidos por igual, no porque nos parezcan más o menos lógicos, sino porque nos son ordenados por Di-s para nuestro bien, aún cuando a veces no tengamos la capacidad de entenderlos. 

Para realizar una acción no es necesario que previamente la comprendamos a la perfección. Hacerlo sería ponerse en la situación de la persona que, hasta tanto no entienda a cabalidad todos los complicados mecanismos de digestión y descomposición de los alimentos, decide no comer. Si lo hiciera así, se debilitaría y le sería imposible entender el mecanismo. Si en cambio come, el mismo acto de comer le ayuda a la comprensión de la totalidad. La acción tiene una dimensión insustituible, lo mismo sucede con el ejercicio de la Torá y las mitzvot. 

La revelación de la Torá en el Monte Sinaí configura el puente de unión entre Di-s y el hombre y permite que la persona, mediante su acción, puede convertirse en socio de Di-s en la Creación. 

Haremos y entenderemos

Al decir “haremos” antes de “estudiaremos”, los judíos declararon que estaban preparados para cumplir en forma incondicional la voluntad de Di-s, aceptando sus mandamientos aún antes de saber cuáles eran. Es por este comportamiento que Di-s continúa dándonos la Torá, aún hoy – al revelar su voluntad en la medida en que estudiamos Su Torá y cumplimos sus preceptos. 

Pudiera parecer irracional para el pensamiento convencional comprometerse con un contrato, antes de conocer sus términos. Está conexión sería posible en la medida en que Él estuviera presente en la naturaleza, sin que ello significara el compromiso de que hiciéramos su voluntad, pero la única manera de conectarse con Di-s, tal como Él es, más allá de la Creación y la racionalidad, es elevándonos sobre los límites de la racionalidad. Por lo tanto, en nuestros días, tal como aconteció en la entrega de la Torá, nos unimos a Di-s dedicándonos a la Torá en forma incondicional

La Rebetzen

En el año 1950, después de la desaparición física de  Rabí Iosef Itzjak Schneerson, el liderazgo del movimiento de Jabad-Lubavitch mundial pasó a manos de su ilustre yerno, Rabí Menajem Mendel Schneerson, marido de su hija menor, la Rebetzn Jaia Mushka. 

Es bien conocido el hecho que a pesar de la negativa inexorable inicial del Rebe de aceptar la responsabilidad del puesto, fue su esposa, la Rebetzn Jaia Mushka que, a pesar del gran sacrificio personal que esto traería consigo, influyó en él para aceptar el puesto con todas sus adversidades públicas y privadas. 

Ella fue firme: “Es absolutamente inconcebible que los treinta años de total auto- sacrificio y logros de mi padre fueran, Di-s no lo permita, en vano…”

Erudita y mujer sabia, la Rebetzn Jaia Mushka ocupó el venerado y exaltado lugar de un modo absolutamente humilde y modesto. Toda su vida cumplió el ideal del Salmista: “Todo el honor de la hija de un rey está dentro”. Al llamar a la oficina del Rebe a “770” (Central Mundial de Jabad Lubavitch) o llamando por teléfono a una muchacha de la escuela secundaria enferma al internado para saber cómo se sentía, siempre se refería a sí misma simplemente como: “La Señora Schneerson, de Presidente Street”.

Afectuosa y atenta a todos, la Rebetzn vio su papel como totalmente consagrado al trabajo de su marido. Incluso cuando transmitía los consejos de su esposo a aquellos que buscaban su guía a través de ella, repetía sus palabras con precisión, asegurándose que se entendió exactamente cómo el Rebe pensó.

Jaia quiere decir vida; Mushka, es una especia aromática.

Acerca de la importancia de colocar el nombre a una niña en honor de la Rebetzn, el Rebe dijo una vez: “Se puede demostrar que ‘sus hijos están vivos’ tomando una lección de su conducta, y conduciéndose en su espíritu, en su actitud de mesirut nefesh (auto-sacrificio)”.

“Más aún, al nombrar a una niña en su honor, y entrenándola para seguir su ejemplo. Después de todo, éste es el aspecto más básico de ‘sus hijos están vivos, y también ella está viva’…”

La Rebetzn no tuvo hijos propios, pero cuando un niño que la visitaba en su casa le preguntó: “¿Dónde están sus hijos?” ella contestó: “¡Los Jasidim son mis hijos!”.

Miles de mujeres y niñas alrededor del mundo llevan orgullosamente su nombre.

El proposito de los mandamientos

Los Diez Mandamientos son, en varios sentidos, los destacados de toda la Torá. Pero el Midrash trae una declaración sorprendente: Se dice que la primera palabra de los Diez Mandamientos está en lenguaje Egipcio, ¿Qué significa?.

Los Diez Mandamientos son la síntesis de toda la Torá. Todo el Pueblo Judío los escuchó de Di-s. El primer mandamiento “Yo soy Di-s, tu Di-s, quién te sacó de la tierra de Egipto”, es la declaración básica de nuestra relación especial con el Infinito. La primera palabra, “Anoji”, significa “Yo soy”. Di-s está hablando de Sí mismo, y comunicándose con nosotros.

El Midrash es intrigante. Dice que esta primera palabra es Egipcia, porque Di-s quería hablarnos en el idioma que habíamos aprendido cuando estábamos en Egipto. Esto nos dice algo sobre la naturaleza de la Torá y de ser Judío. Di-s no quiere relacionarse con nosotros sólo en el nivel sagrado y espiritual de nuestras vidas, representado por el hebreo, la lengua Sagrada. Él quiere también llegar a la dimensión terrenal, “Egipcia”.

No debemos caer en la convicción  de que no tenemos este nivel más bajo. Sino, debemos tratar de controlarlo, luego elevarlo y por último, transformarlo en algo Sagrado.

Di-s nos ayuda en esto: Hay enseñanzas judías para cada aspecto de la vida, incluyendo lo más básico. Las Mitzvot nos conectan con Di-s en cada nivel de nuestro ser. Por esta razón, la primera palabra de los Diez Mandamientos, “Anoji”, es en Egipcio: Llega a la persona “Egipcia” dentro de nosotros y la transforma en Judío.

Punto de Encuentro

Los Sabios nos dicen que cada alma Judía estuvo presente en la entrega de la Torá. Fue un momento de encuentro de todo el Pueblo Judío.

El reconocimiento a Di-s que fue experimentado en Sinai, se mantiene en el corazón de cada judío, y en la chispa de su identidad Judía.

Durante esos cuarenta días y noches en el Monte Sinai, se le fue revelada toda la Torá a Moisés. Los Sabios nos dicen que “Cada nueva idea que podría haber sido sugerida por un estudiante en una discusión con su maestro, se la fue dicha a Moisés en Sinai”.

Sinai fue, por lo tanto, el punto de encuentro de Di-s, todo el Pueblo Judío y la Torá.

Por: Tali Lowenthal

Pescado con carne


Todos sabemos que la Torá nos detalla que animales son puros y cuales nos están prohibidos consumir. Por otro lado, la Torá también nos prohíbe la ingesta de ciertos alimentos, aun cuando son kasher cada uno individualmente, pero al mezclados se tornan prohibidos, como ser carne con leche.

Si bien, a pesar de provenir de animales, tanto los huevos como los pescados (puros) son Parve (neutro). No obstante nuestros Sabios nos prohibieron la ingesta de carne junto con pescado por razones de salud. Esto no significa que debamos esperar entre ellos un lapso de tiempo determinado, al igual que lo hacemos entre la carne y la leche.

Tan solo es necesario beber una bebida con el objetivo de enjuagar la boca. Existe incluso una opinión que dice que lo mismo se aplica a los productos lácteos con pescado.

Las comunidades jasídicas acostumbran observar esta opinión y no comen pescado con leche. Con otros productos lácteos como manteca, crema de leche y quesos, hay opiniones que permiten y otras que no. Por lo que conviene que cada uno actúe según sus costumbres. El yogurt a estos efectos es considerado como leche líquida.

Cuando se trata de carne con leche, si salpicó una gota de leche sobre carne o viceversa, la ley nos indica que si la comida tiene 60 veces más que la gota, todo estará permitido. No obstante, cuando si por accidente una gota de leche o carne cayó sobre una comida de pescado o viceversa, hay opiniones que dicen que la salud tiene prioridad a las leyes de la Torá, por eso incluso que haya 60 o más veces comida frente a la gota, todo quedaría prohibido.

Pero hay opiniones que lo permiten siempre que haya 60 veces o más comida frente a la gota. A pesar de la importancia de la salud frente a este tema (carne o leche con pescado), esto no afecta de modo que debamos cuidar una separación entre las vajillas como lo hacemos con carne y leche. Por ello, basta con limpiar a fondo el utensilio antes de usarlo con pescado, sea este de carne o de leche

¿Los judíos cruzan los dedos?

¿Está mal que un judío diga “tengo los dedos cruzados” para tener buena suerte?

Cruzar los dedos es una práctica cristiana. Se originó en la Inglaterra medieval, cuando los cristianos creían que el símbolo de la cruz tenía el poder de alejar el mal y traer buena fortuna. Si te encontrabas con una bruja y no tenías una cruz a la mano, la forma más fácil de formar una era doblando un dedo sobre el otro.

En estos días, la mayoría de los que cruzan los dedos no lo asocian con ninguna creencia religiosa. Pero de todos modos no es una práctica judía. Y no creo que haya una versión judía de cruzar los dedos.

Podría intentar convertirlos en una estrella de David, pero es más probable que traiga artritis en lugar de buena suerte. Además, no creemos que la buena suerte venga de las señales y los gestos. Oramos a Di‐s, hacemos buenas obras y tenemos fe en el futuro.

El lenguaje que usamos da forma a nuestra manera de pensar. Entonces, en lugar de decir “Cruzo los dedos para conseguir el trabajo”, decimos “Si Di‐s lo quiere, conseguiré el trabajo”. Si no está destinado a ser así, ninguna contorsión de los dedos puede cambiar eso. Y si es la voluntad de Di‐s, ninguna “bruja” puede interponerse.

La envidia es ignorancia

El décimo de los Diez Mandamientos de la Torá dice: “No codiciarás la casa del tu vecino; no codiciarás a la esposa de tu vecino, ni a su sirviente, ni a su sirvienta, ni a su buey, ni a su burro, ni a nada que le pertenezca a tu vecino” (Éxodo 20:14)

La estructura de este versículo parece extraña. Al principio, la Biblia especifica seis cosas que no debemos codiciar “No codiciarás la casa del tu vecino; no codiciarás a la esposa de tu vecino, ni a su sirviente, ni a su sirvienta, ni a su buey, ni a su burro”. Pero luego, al concluir el versículo, la Biblia establece: “Ni nada que le pertenezca a tu vecino” ¿Por qué la redundancia? ¿Por qué no establecer “No codiciarás nada que le pertenezca a tu vecino”, que incluye todo?

Y si la Torá no quiere fiarse de las generalizaciones y quiere especificar los detalles, ¿por qué no especifica algunas cosas y luego se vuelca a la generalización, “Y todo lo que le pertenezca a tu vecino?”

En hebreo, la palabra para “nada” y “todo” es la misma. “Kol”. Por lo tanto, el versículo también puede ser traducido como “No codiciarás la casa del tu vecino; no codiciarás a la esposa de tu vecino, ni a su sirviente, ni a su sirvienta, ni a su buey, ni a su burro, ni todo que le pertenezca a tu vecino”. Al concluir el versículo con estas palabras, la Torá no nos está ordenando “no codiciar”, sino, nos está ayudando a alcanzar este estado difícil de conciencia.

¿Cómo puedes demandarle a alguien que no esté celoso? Cuando voy a tu casa y observo tu estilo de vida, ¿Cómo no puedo ponerme celoso? La respuesta es: “No codicies todo lo que le pertenezca a tu vecino”.

Lo que la Torá está insinuando es que de hecho es fácil codiciar la casa y la esposa de tu vecino, sus sirvientes, su buey y su burro; pero lo que debes preguntarte es: ¿estoy celoso de “todo lo que le pertenece a mi vecino”? ¿Estás preparado para asumir su vida? ¿De ser él? No puedes ver a la vida como miríadas de eventos incoherentes y experiencias. No puedes arrancar un aspecto de la vida del otro y decir: “Hubiera deseado su matrimonio, su casa, su carrera, su dinero…”.

La vida es una experiencia holística e integrada. Cada vida, con sus bendiciones y desafíos, con sus obstáculos y oportunidades constituyen una sola historia, una historia que comienza con el nacimiento y finaliza con la muerte.

Cada experiencia en la vida de uno representa un capítulo de nuestra historia individual y no tenemos el lujo de arrancar un capítulo de la historia de otro sin tomar la historia completa.

Cuando aíslas uno o pocos aspectos de la vida de otro, es natural sentirse celoso. Pero cuando te das cuenta de “todo lo que le pertenece a tu vecino”, tu percepción se altera. ¿Realmente quieres adquirir todo lo que le sucede en la vida? Así que la próxima vez que sientas celos por la vida de otro, pregúntate si realmente quieres ser el otro.

Ralph Waldo Emerson estaba en lo cierto cuando observó que “La envidia es ignorancia”

¿Por qué los humanos le dan tanta importancia al Nuevo Año de los Árboles?

1. La Torá nos dice que el “Hombre es comparado al árbol del campo”. Hay muchas enseñanzas que podemos aprender de nuestras contrapartes vegetativas. Aquí hay tres ejemplos:

a) Siguen creciendo…

Un árbol nunca para de crecer. No importa cuán alto sea el árbol, cada año crece un poco más. Adicionalmente, el árbol nunca está satisfecho con las frutas producidas la estación pasada, cada año continúa ofreciéndole al mundo nueva producción fresca.

Nosotros también, siempre debemos continuar creciendo en nuestro conocimiento de la Torá, servicio a Di-s y relación con nuestro compañero. Y las Mitzvot que producimos ayer, la caridad que hemos dado y los Tefilín que hemos donado, no nos exime de hacer lo mismo hoy.

b) …pero siempre recuerda tu fundación.

Un árbol no puede sobrevivir, y obviamente tampoco producir adecuadamente, si no tiene raíces fuertes.

Similarmente nuestra fruta, es decir, nuestra Torá y buenas acciones, deben estar conectados a una fuerte fundación de fé en Di-s y compromiso en cumplir con Su voluntad. Uno que sólo hace Mitzvot cuando tiene ganas es comparado a un árbol sin raíces que puede caerse con cualquier viento.


c) El cuidado de la planta

¿Alguna vez haz intentado hacer crecer un árbol? Si lo haz hecho, entonces sabes muy bien todo el cuidado que es necesario. Incluso cualquier daño que es provocado en las hojas, pueden causar una malformación en el árbol. Sin embargo, una vez que el árbol ya está crecido, éste ya se puede defenderse por sí mismo y soportar incluso grandes rasguños .

Lo mismo sucede con la educación. La mente y corazón de un niño pequeño son muy delicados. Es muy importante asegurarse de que reciban el apropiado cuidado judío, y no exponerlos a “rasguños”. Nunca digas que la educación judía de tus hijos puede esperar hasta que maduren, porque sino será demasiado tarde.

2. Tu Bishvat es el día en el que celebramos nuestra relación especial con nuestra Tierra Santa. En este día le agradecemos a Di-s por la tierra y su abundante producción.

Por: Rabino Naftali Silberberg

Tu Bishvat


El día 15 del mes de Shvat, más conocido como Tu Bishvat, es uno de los cuatro días en el año que la Mishná (Rosh Hashaná 1:1) ha llamado “Rosh Hashaná”, es decir: comienzo de año.

Cada uno de estos días representa el comienzo del año respecto de un tema específico. ¿Qué es Tu BiShvat? Al comenzar el Tratado de Rosh Hashaná, la Mishná nos enseña que el 1 de Nisán es el Rosh Hashaná respecto de los reyes y las fiestas, el 1 de Elul es el Rosh Hashaná respecto del diezmo de los animales, el 1 de Tishrei es el Rosh Hashaná respecto de la cuenta de los años, y el 15 de Shvat es el Rosh Hashaná de los árboles.

El Talmud (Rosh Hashaná 14a) nos explica que el día quince de Shvat fue designado como el límite entre un año y otro respecto de los frutos de los árboles, porque generalmente hasta esta fecha ya han caído la mayoría de las lluvias del año y al llenarse los árboles de savia, comienzan a crecer los nuevos frutos en los árboles.

Además, el Talmud Ierushalmi (Rosh Hashaná 1:2) nos dice que los frutos que crecerán después del 15 de Shvat son considerados producto del nuevo año, pues hasta este día los frutos crecieron gracias a las lluvias del año anterior, pero a partir de esta fecha crecerán por efecto de las lluvias de este año.

Leyes y Costumbres de Tu Bishvat

A pesar de ser llamado Rosh Hashaná, en Tu Bishvat no está prohibida la realización de trabajos, y tampoco existe en él la obligación de comer una comida festiva. Además no hay rezos especiales para esta fecha. Sin embargo, por cuanto que Tu Bishvat es llamado “Rosh Hashaná”, rigen en él algunas leyes relacionadas con las leyes de los días de fiesta: en él está prohibido ayunar y también está prohibido decir los tajanunim (pedidos de perdón) en los rezos de shajarit y minjá.

En Tu Bishvat se acostumbra comer frutos de los árboles (si es posible, que crecieron en la Tierra de Israel), y especialmente los frutos que fueron recordados en el versículo de la Torá que alaba a la tierra de Israel: “Tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granadas, tierra de olivos y de miel (de dátiles)” (Devarim 8:8)

El hombre y el árbol

En Tu B´Shvat celebramos el año nuevo de los árboles (15 de Shvat). Conozcamos algunas costumbres de este día y la estrecha relación entre los árboles y el hombre…

Los componentes principales del árbol son: las raíces, que lo anclan al suelo y le suministran agua y otros nutrientes; el tronco, las ramas y las hojas que componen su cuerpo, y la fruta, que contiene las semillas a través de las que el árbol se reproduce.

La vida espiritual del hombre incluye también las raíces, cuerpo, y fruto. Las raíces representan la fe, nuestra fuente de disciplina y perseverancia. El tronco, las ramas y las hojas son el cuerpo de nuestra vida espiritual – nuestros logros intelectuales, emocionales y prácticos.

El fruto es nuestro poder de procreación espiritual – el poder de influir en los demás, para sembrar una semilla en un ser humano y ver germinar, crecer y dar fruto.

Raíces y cuerpo

La raíz es la menos glamorosa de las partes de los árboles y la más crucial. Enterrada, prácticamente invisible, no posee ni la majestuosidad del cuerpo del árbol, el colorido de sus hojas, ni el sabor de su fruto.

Pero sin raíces, un árbol no puede sobrevivir.

Por otra parte, las raíces deben seguir el ritmo del cuerpo: si el tronco y las hojas de un árbol crecen y se propagan sin un aumento proporcional de sus raíces, el árbol se derrumbará por su propio peso. Una profusión de raíces hace un árbol sano, más fuerte, incluso si tiene un magro tronco y algunas ramas, hojas y frutos. Y si las raíces son sólidas, el árbol rejuvenecerá si se daña el cuerpo o su rama.

La fe es la menos glamorosa de nuestras facultades espirituales. Caracterizada por una simple convicción y compromiso con la de una fuente, que carece de la sofisticación de la inteligencia, el color vivo de las emociones. Y la fe está enterrada, su verdadero punto está oculto.

Sin embargo, nuestra fe, el compromiso supra-racional con Di-s, es la base de todo nuestro árbol. De ella se deriva el tronco de nuestra comprensión, de la cual se ramifican nuestros sentimientos, motivaciones y acciones.

Y mientras que el cuerpo del árbol también proporciona algo de su alimento espiritual, la mayor parte de nuestro sustento espiritual deriva de sus raíces, de nuestra fe y compromiso con nuestro Creador.

Un alma puede crecer con un tronco majestuoso, numerosas ramas, hojas hermosas y exuberantes frutas. Pero estos deben ser igualados, de hecho, superados por sus raíces. Por encima de la superficie, puede haber mucha sabiduría, profundidad de sentimiento, abundante experiencia, copiosos logros y muchos discípulos, pero si estos no están conectados a tierra y vivificados por una fe y un compromiso aún mayor, es un árbol sin fundamento, un árbol condenado a colapsar bajo su propio peso.

Por otro lado, una vida puede ser bendecida con conocimiento escaso, escaso sentimiento y experiencia, escaso logro y poco fruto. Pero si sus raíces son extensas y profundas, es un árbol sano: un árbol con la capacidad para recuperarse de los reveses de la vida, con el potencial de crecer con el tiempo y convertirse en uno, más hermoso y fructífero.

Frutos y semillas

El árbol desea reproducirse, difundir sus semillas para que echen raíces en lugares diversos. Pero su alcance se limita a la medida de sus propias ramas. Por eso, busca otros mensajeros más móviles para transportar sus semillas. Produce frutos, en los que sus semillas están envueltas por sabrosas y coloridas fibras y jugos de dulce aroma. Las semillas no despiertan interés en los animales y hombres, pero con su atractivo embalaje, logran después de consumirse el fruto externo, que se depositen sus semillas en diversos lugares. Cuando nos comunicamos con los demás, contamos con muchos dispositivos para hacer nuestro mensaje atractivo. Pero debemos tener en cuenta que esto es sólo el envase.

La semilla en sí es esencialmente insípida – la única manera de impactar a otros es mediante la transmisión de nuestra propia fe en lo que estamos diciendo, y nuestro propio compromiso de lo que estamos exponiendo.

Si la semilla está ahí, nuestro mensaje va a echar raíces en sus mentes y corazones. Pero si no hay semilla, no habrá descendencia a nuestro esfuerzo, por más sabrosa que sea nuestra fruta.

(Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch)