Un milagro de Lag Baomer

Un mayo de 1948, el ejército jordano rodeó Jerusalém con sus fuerzas armadas y la selló de todo contacto externo. El incipiente ejército israelí in‐ tentó romper el sitio, pero fracasó trágicamente y, después de un tiempo, los judíos de la ciudad sufrían hambre y sed.

Unos pocos cientos de soldados judíos con armas ligeras defendían el barrio judío de la “ciudad vieja” y sabían que en cualquier momento los jordanos atacarían y todos sus habitantes serían masacrados (como había ocurrido en Kfar Etzion unas semanas antes).

Milagrosamente los intentos que hcieron los árabes fracasaron.

Pero todos sabían que esto no duraría mucho. Cada día, otro judío moría a causa del incesante fuego de mortero árabe y los jordanos tenían el ejército y armamento más modernos y mejor organizados, incluida la artillería de las 6 o 7 naciones árabes que atacaban a Israel.

Ese jueves era Lag BaOmer cuando, hace casi 2.000 años, Rabi Shimón Bar Iojai reveló sus secretos místicos más profundos y lo declaró un día de regocijo antes de morir.

Querían encender una fogata y regocijarse… pero ¿cómo? Fuego en la noche atraería a la artillería enemiga y todos serían blancos fáciles. Entonces alguien tuvo una idea. En Jerusalém es costumbre encender velas de Shabat 40 minutos antes del anochecer; ¡Podrían hacer lo mismo con el fuego de Lag Baomer! Lo harían temprano cuando todavía era de día y bailarían un poco, en silencio, para no llamar la atención.

Alrededor de 30 jasidim compraron botellas de aceite, varias bolsas de trapos viejos e incluso algunas piezas de madera para el fuego y bailaron, cantando en voz baja, temiendo cada paso, desde la Sinagoga hasta el patio.

De repente ya no tenían miedo… estaban felices! Cantaron más fuerte, comenzaron a aplaudir, a bailar y saltar con la alegría de Rabi Shimon. ¡Había pasado media hora! ¡Estaba oscureciendo!

De repente, los cañones abrieron fuego y las explosiones los despertaron de su éxtasis. La destrucción estaba en todas partes. Cada hombre corría a su casa con su familia.

Los edificios caían; Las bombas estallaban con una fuerza destructiva. Cerca de cien judíos, se apresuraron al lugar más seguro que conocían: ¡la Sinagoga! ¡Allí Di‐s los salvaría!

Después de más de una hora, el bombardeo cesó. ¡Nadie resultó herido! El temido ataque jordano nunca llegó.

De repente, uno de los soldados judíos, entró corriendo agitando los brazos. “¡¿Qué hicieron? ¿Encendieron la fogata y cantaron? “¡No saben lo que sucedió! ¡Los jordanos se retiraron! Debieron estar mucho más cerca de lo que suponíamos, pero cuando escucharon el canto y vieron el fuego, se asustaron. Pensaron que festejaban la llegada de refuerzos con nuevas armas y estaban a punto de atacar! ¡Así que huyeron! ¡Uno de los árabes nos contó!”¡Dispararon todos sus cañones porque su comandante les ordenó que cubrieran el retiro…”

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