Las apariencias engañan

Hace muchos años, en la Tierra de Israel, vivía un estudioso muy conocido cuyo nombre era Rabí Broka.

Una mañana temprano dejó su pueblo para viajar al mercado en la ciudad de Beit Lept. El mercado ofrecía un panorama múltiple, distintos tipos de mercancía para la venta, y judíos y no-judíos por igual corrían de negocio en negocio.

Al Rabino Broka le fascinó la escena. Admiraba los contrastes en los estilos de vestimenta entre judíos y gentiles. Una diferencia obvia era que todos los hombres judíos vestían tzizit. También, en ese momento era costumbre de los judíos usar zapatos de colores, en lugar de zapatos negros.

Las diferencias externas eran fáciles de discernir, pero había una pregunta más profunda. ¿Quién de estos judíos tendría un lugar especial en el Mundo Venir?, se preguntó. En ese momento, tuvo el mérito de que se le presentara Eliahu Hanaví- el Profeta. Aprovechó la oportunidad para hacerle la pregunta: «¿Quién de todos los judíos aquí hoy, merecerá un lugar especial en el Olam Habá?»

Eliahu se detuvo y echó una mirada. Entonces apuntó a un individuo: «¿Ves ese hombre que está de pie allí? Es un tzadik (justo) y merecerá un gran premio en el Mundo por Venir». 

Rabí Broka estaba sorprendido por las palabras del profeta, pues este hombre no parecía ser judío siquiera. Usaba zapatos negros gastados y no se notaba si usaba tzitzit. El Rabino no perdió tiempo, se acercó al hombre para hacerle algunas preguntas, pero para su sorpresa, éste lo ignoraba completamente. No pudiendo ocultar su curiosidad le preguntó: «Por favor, dígame ¿quién es usted, y de qué vive?” El hombre contestó: «No tengo tiempo ahora, regrese mañana». Y desapareció entre la muchedumbre.

Rabí Broka esperó hasta el día siguiente y fue de nuevo al mercado para encontrar al hombre. Éste lo acompañó a una calle lateral, más tranquila. Rabí Broka le preguntó: «¿Me dice, por favor, quién es y a qué se dedica?»

«Soy judío, y trabajo como guardia en la prisión estatal. En esta cárcel hay algunos prisioneros judíos- hombres y mujeres- y me aseguro que se alojen separadamente para mantener la modestia. Y, cuando los guardias hablan entre ellos, oigo cuando planean dañar a las prisioneras judías, y hago cualquier cosa para rescatarlas. He arriesgado mi vida varias veces». Todo lo contaba con absoluta naturalidad.

Rabí Broka se impresionó por lo que oyó, pero quería saber más. » Usted es judío, ¿por qué lleva zapatos negros, algo que es contrario a la costumbre de su pueblo? ¿Y por qué no usa el tzitzit a la vista?»

La expresión del hombre cambió, y profirió un suspiro profundo. «Mi misión es ayudar a mis hermanos judíos que han tenido el infortunio de estar en la cárcel, y debo hacer muchos sacrificios para ocultar mi identidad ante los otros guardias. Ellos me consideran como uno más, y hablan abiertamente en mi presencia. De esta forma, en cuanto oigo discutir acerca de algún plan perverso contra la comunidad, corro rápidamente a los Rabinos y los informo para que puedan pedirle a Di-s y evitar el daño. Por eso no pude hablarle ayer en el mercado. No puedo permitirme el lujo de ser visto conversando en público con una persona tan conocida como usted; además me apresuraba a contarles a los Rabinos acerca de un terrible plan que había descubierto».

El hombre se fue, y Rabí Broka quedó temblando. ¡Este judío simple consagra sus días a la gran mitzvá de salvar las vidas de sus prójimos judíos, arriesgando su propia existencia!

El Rabino había aprendido ese día una importante lección: Es imposible juzgar a las personas por su apariencia exterior. Sólo Hashem conoce sus corazones.

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