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ESCENCIA 038_Maquetación 1  13/06/2022  9:27  Página 56







                                       odas las mañanas, voy a pie a la sinagoga Nagyfu-
                                       varos de Budapest, donde sirvo como rabino.
                                          Y todos los domingos, los veo. Un grupo de cris-
                                tianos camino a la iglesia, que no está lejos de nuestra si-
                                nagoga. Siempre sonrío y les doy los buenos días.
                                   A lo largo de los años, he llegado a conocer a muchos de
                                ellos, desde los jóvenes bien vestidos que siempre caminan
                                rápido, hasta los ancianos que tienen problemas para cami-
                                nar.
                                   Había un señor muy mayor que siempre pedía ayuda a
                                la gente para cruzar la calle.
                                   Un domingo, de camino a la sinagoga, me encontré con
                                ese anciano. Yo era el único alrededor. Cuando me vio, me
                                hizo señas para que me acercara.
                                   Entendí que quería que lo ayudara a cruzar, así que me
                                apresuré a darle la mano y cruzamos juntos.
                                   Cuando llegamos al otro lado, le deseé un buen día, pero
                                me miró sorprendido. Miró mi barba, mi sombrero negro y
                                mi atuendo jasídico, y me di cuenta de que no me había re-
                                conocido desde la distancia; ahora se estaba dando cuenta
                                de que un rabino jasídico le había tomado la mano.
                                   Agarró nuevamente mi mano y comenzó a murmurar
                                emocionado. ¡Escuché y me sorprendió oír un revoltijo de
                                frases de la Torá, bendiciones y oraciones judías! “Bendito
                                eres Tú, Di-s... quien nos ha mantenido vivos y sostenido
                                hasta este momento! ¡Quién hizo milagros para nuestros pa-
                                dres en aquellos días, en este tiempo! ¡Maestro del Universo,
                                que gobernó antes de que se creara nada!
                                   Se quedó así durante largos minutos, tomándome de la
                                mano y recitando fragmentos de oraciones y versículos de
                                memoria, todo con un acento húngaro al estilo antiguo.
                                   No sabía qué decir.
                                   Eventualmente, le pregunté: “¿Eres judío?”
                                   “Yo solía serlo”, respondió. “Pero todo eso se quedó ahí,
                                en Auschwitz. Hoy soy católico”.
                                   “¡Si solías ser judío, entonces siempre serás judío!” Prác-
                                ticamente le grité en los oídos.
                                   Continuó mirándome mientras las lágrimas brotaban de
                                sus ojos.
                                   “Recuerdo la hermosa sinagoga a la que iba cada Shabat
                                con mi padre, mi abuelo y todos mis hermanos... Había una
                                claraboya en el techo y los rayos del sol iluminaban la sina-
                                goga. Nunca lo olvidaré.
                                   “Mi querido judío, soy el rabino de la sinagoga que re-
                                cuerdas de tu juventud, ¡y ahora estoy en camino! ¿Por qué


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