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En mi primer año enseñando Tania en Beit Jana,
comencé a sentir una energía especial, percibía como lo
estudiado y vivenciado cada semana se impregnaba en
mí y me acompañaba en mí día a día. Pero no fue hasta el
cierre del año lectivo que pude entender la magnitud de
lo que había pasado. El último día de clases mis alumnas
compartieron en grupo su experiencia en ese año de
estudio. Todas, sin excepción, hablaron de cambios internos,
de sentirse amadas por Di-s, de reconocer un propósito,
de redescubrir la alegría en el judaísmo. También hablaron
de cambios externos, que eran obvios para todas las que
las conocían.
Como les dije, cuando estudias Tania cosas increíbles
suceden. Cuando pones el foco en el alma te abrís a conec-
tarte con vos misma pero también con las personas que te
rodean. Desaparecen las diferencias, los contextos, lo su-
perficial. Solo queda expuesto en la superficie, como en
una operación a corazón abierto, el hecho de que el pueblo
judío somos todos hermanos, hijos de un mismo Di-s. Con
una misma misión y una misma alma brillando por den-
tro.
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