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Samuel Reshevsky
“Alcanzar la fama mundial a la edad de ocho años tiene
ventajas e inconvenientes. Tal fue mi destino en la vida. Fui un
`prodigio del ajedrez´ y mi infancia, desde que me fui de mi
Polonia natal en 1920, consistió en una serie de exhibiciones
públicas en Europa y Estados Unidos. Dondequiera que fuera,
grandes multitudes venían a verme jugar. Durante cuatro
años, estuve expuesto al público. La gente me observaba, me
pinchaba, intentaba abrazarme, me hacía preguntas. Los pro-
fesores medían mi cráneo y me sometían a análisis psicológi-
cos. Los periodistas me entrevistaban y escribían historias
extravagantes sobre mi futuro.”
De este modo reflexionó Samuel Reshevsky (antes Rzes-
zewski) (1911-1992) sobre su infancia, tras convertirse en uno
de los grandes maestros del ajedrez mundial. Su reflexión
apunta hacia varias de las características propias al fenómeno
de los niños prodigio en la era contemporánea. En primer
lugar, señala el doble rol de los niños prodigios como objetos
científicos y estrellas infantiles. Un segundo elemento con-
cierne la preocupación por el futuro del prodigio. Gran parte
del interés que los rodea tiene que ver con su capacidad por
escapar un trágico destino como celebridad infantil y continuar
desarrollando su genio de manera útil durante la edad adulta.
En esta entrada, el caso de Samuel Reshevsky nos servirá para
explorar estos elementos.
Reshevsky nació en Polonia dentro de una familia humilde
y fue criado de acuerdo con las tradiciones y la observancia
judías. Aprendió a jugar al ajedrez a los cuatro años con su
padre. Entre los seis y los siete años venció a algunos de los
mejores jugadores de ajedrez de Polonia. Perdió contra el gran
maestro Akiba Rubinstein, quien le aseguró que un día se
convertiría en un campeón mundial. En enero de 1920, a los
ocho años, sus padres decidieron iniciar una gira por Europa
y América que lo transformó en una celebridad infantil inter-
nacional. Su fama siguió a la de Raúl Capablanca, otro joven
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