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Había un compañero llamado Yankelowitz que intro-
dujo de contrabando un pequeño volumen del tratado
talmúdico Shabat. Tan pronto como se encendía la
mecha, Yankelowitz comenzaba su conferencia.
Sin embargo, solo nuestros cuer- bil luz, no lo sé. Quizás las letras
pos fueron esclavizados. Nuestros captaban su atención, o quizás se
espíritus permanecieron libres. sabía el tratado de memoria.
Nuestro barracón húmedo no tenía De cualquier manera, escuchá-
ventanas, y nuestros únicos com- bamos cada palabra que pronun-
pañeros eran insectos y roedores. ciaba. Cuando la luz se apagaba,
Por las noches no estábamos dejando una bocanada de humo
supervisados de cerca por los en la negrura aterciopelada, dis-
guardias y esto funcionó a nuestro cutíamos y repasábamos lo que
favor. habíamos aprendido.
Todas las noches nos suminis- Janucá se acercaba y, natural-
traban una pequeña cantidad de mente, nuestras mentes se diri-
aceite, que colocábamos en un gieron al tema discutido en el se-
tintero y lo usábamos para propor- gundo capítulo del Tratado Shabat:
cionar una única llama de luz. qué aceite y mechas se pueden
Tan pronto como se encendía la usar o no para encender las velas
llama, aprovechábamos al má- de Janucá.
ximo nuestro breve tiempo antes El problema era que no tenía-
de que prevaleciera la oscuridad mos mechas ni combustible para
y dábamos una clase nocturna de encender, salvo nuestra ración
Talmud. nocturna de aceite, que ya era
Había un compañero llamado bastante pequeña.
Yankelowitz que introdujo de con- Además, no podíamos usar la
trabando un pequeño volumen del misma llama tanto para una lám-
tratado talmúdico Shabat. Tan para de Janucá como para propor-
pronto como se encendía la mecha, cionar iluminación, ya que está
Yankelowitz comenzaba su confe- prohibido que uno no se beneficie
rencia. de la luz de las llamas de Janucá.
Cómo era capaz de distinguir Pero renunciar a nuestra clase
las diminutas palabras con esa dé- diaria de Talmud, que tanta satis-
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