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ientras era estudiante en la Ieshivá de
Lubavitch en Montreal, alquilaba una
Mhabitación a una familia que vivía en el
vecindario. Y la mujer de la casa estaba embara-
zada. Tenía antecedentes de dificultades en el parto
y en este caso particular le dijeron que había una
complicación muy grave.
Según me contó el marido, el médico hizo un
examen exhaustivo y dijo que la situación es crítica
y que es muy dudoso que el bebé sobreviva al
parto. Basado en su experiencia, sugirió un aborto.
De lo contrario, la vida de la madre estaría en
peligro y el bebé podría no sobrevivir de todos
modos”.
Este médico era el más famoso y competente
que la familia pudo encontrar, porque habían pre-
visto problemas debido al historial médico de la es-
posa y este experto les estaba diciendo que el
embarazo debía ser interrumpido.
Antes de firmar el formulario que les permitía
abortar al niño, el marido dijo: “Tienen que darme
un tiempo para pensarlo”. Y llamó al Rebe.
Después de escuchar todos los detalles, el Rebe
respondió: “No firmes nada. No permitas que el
médico aborte al niño. Dile que insistes en que
haga todo lo posible para salvar al bebé y a la
madre”.
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