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Yanir abrió un mapa, vio un país grande, lo señaló y anun-
                          ció que quería ir allí. Cuando sus padres vieron que era
                          China, estuvieron de acuerdo.
                            Yanir aterrizó en China sin conocimiento del país y sin
                          nadie que le mostrara los alrededores. “Caminé directa-
                          mente a las calles. Me di la libertad de perderme en el pla-
                          neta diferente que era China y de buscarme a mí mismo”.
                            Este deambular lo llevó a algunos de los lugares más re-
                          motos de China: monasterios, templos budistas, aldeas dis-
                          tantes. Pensó que finalmente había encontrado el significado
                          que buscaba. Aceptó el budismo, se vistió de monje, estudió
                          meditación y ofreció incienso.
                            Su tiempo en los monasterios también revivió su amor in-
                          fantil por la música.
                            Pero después de un tiempo, comenzó a sentir que, a pesar
                          de la sensación de paz y el significado espiritual que le daba,
                          esto no era así. “El budismo te enseña a separarte de la vida
                          cotidiana y yo quería integrar la espiritualidad en mi vida
                          diaria”.

                          Instrumentos exóticos en India y estudio
                          del Corán en Chipre
                            Yanir comenzó a deambular de nuevo, cruzó la frontera de
                          China a Nepal y viajó a Laos y Tailandia. Al final, decidió que
                          a pesar de los deseos de sus padres, que tenía que ir a la India.
                            Vivió durante un tiempo en Varanasi, en el norte de la
                          India, el lugar más sagrado del mundo para los hindúes, y
                          allí se conectó profundamente con el hinduismo.
                            Aquí, también, la música lo ayudó a conectarse. Aprendió
                          a tocar el sitar y era tan bueno que los sacerdotes hindúes le
                          pidieron que lo tocara durante las ceremonias religiosas ce-
                          lebradas en el río Ganges.
                            Después de un período, Yanir decidió regresar a casa
                          como sacerdote hindú. Pero esto solo duró un par de sema-
                          nas, ya que se dio cuenta de que el hinduismo también im-
                          plica desconectarse del mundo y la incapacidad de llevar
                          una vida normal, especialmente en lo que respecta a tener
                          una familia.
                            “Pero no me rendí. Estaba convencido de que debía haber
                          una religión con la que pudiera vivir en el mundo real. Otro
                          período de búsqueda me llevó a una tribu de indios que vi-
                          vían en el sur de Argentina. Sentí una fuerte conexión con
                          ellos, con su creencia en un simple y conexión con la natu-
                          raleza.


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