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uando tenía nueve o diez años recibí mi pri-
mera instrucción seria en filosofía jasídica,
Caunque en aquel entonces no la reconocía
como tal.
En aquellos días, pasaba muchas tardes de do-
mingo con mis amigos en el cine viendo dibujos
animados. De los cientos de dibujos animados que
debo haber visto, uno sobresale en mi memoria.
El protagonista era un pajarillo veloz y astuto lla-
mado Correcaminos, y el villano era un coyote voraz
y extremadamente tonto.
La caricatura mostraba varios intentos fallidos
del coyote por devorar al Correcaminos. En una es-
cena, el Correcaminos corrió hasta el borde de un
precipicio y se escondió detrás de una roca. Sin em-
bargo, el coyote estaba tan absorto en la persecución
que no se dio cuenta del precipicio y se lanzó direc-
tamente al vacío.
Mantuvo su paso en el aire, ajeno a su imposible
situación y desafiando la ley de la gravedad, hasta
que finalmente se dio cuenta de que el Correcami-
nos no estaba a la vista.
Frenó de golpe y se giró para mirar atrás. Vio al
Correcaminos observándolo desde el borde del acan-
tilado, y comenzó a comprender que estaba en serios
problemas.
Miró lentamente hacia abajo y solo entonces,
cuando tuvo claro que estaba parado en el aire, cayó.
Aunque esta caricatura fue producida sin duda
con un objetivo más noble que el entretenimiento
infantil, contiene una profunda percepción que
pude apreciar solo después de estudiar jasidut du-
rante varios años.
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