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Y yo quise decirte que no,
que no me asustan.
Pero como tú, tampoco acepto este dolor.
Y entonces, este viernes,
el Dueño de todas las almas
llamó a la tuya —
santa, luminosa, pura.
Y tu ausencia ahora duele tanto.
Nos quedamos aquí,
abrazando preguntas sin respuestas,
pensando en el propósito de las almas que van,
en las que aún estamos aquí.
Viernes por la tarde…
las lágrimas corren sin freno.
Te quise tanto, Shifra.
Admiré cada cosa que hacías.
Y me alegra haber tenido tiempo de decírtelo.
Te escribí más de una vez:
que no hace falta ningún drama
para que sepas cuánto te amamos,
y cuánto orgullo sentimos por ti.
Te voy a extrañar.
Mucho.
En las dudas de la misión,
en los silencios,
en esos momentos
en que solo alguien como tú podía entender.
O cuando alguien de los tuyos
llegue a nuestro Beit Jabad
y me traiga saludos tuyos
que ya no vendrán.
Tú nunca fuiste de las que descansan.
Aquí hiciste tanto,
tocaste tantas vidas,
dejaste huellas de bondad
que siguen latiendo.
Y sé que allá arriba tampoco descansarás.
Delante del Trono,
delante del Rebe, nuestro guía,
rogarás por nosotros, ¿verdad?
Porque tú sabes bien cuánto pesa este exilio,
y cuánto nos cuesta aceptar el dolor.
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