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Sinagoga
de la ciudad
de Antakya.
“No soy muy religioso”, dijo Azur Cenudioglu, quien
afirma que su familia vive en Antakya desde la antigüe-
dad, le dijo al rabino Ashkenazi de Turquía, Mendy Chi-
trik, durante el verano. “Pero hago mi parte. Rezo por la
mañana y digo las oraciones de la tarde y hacemos lo que
podemos”.
Daoud es el hijo del antiguo cantor y carnicero kasher
de la ciudad. Dijo que su padre viajaba a menudo a Alepo
(hoy solo dos horas en automóvil) en los días en que era
un importante centro de erudición judía. Fue el hogar de
al menos 6.000 judíos, junto con muchas sinagogas y es-
cuelas religiosas.
Viajó a aprender el oficio de matarife, así como el he-
breo, para servir a la comunidad de Antakya. En ese mo-
mento, Antakya no era parte de Turquía, sino del
Mandato francés que incluía Siria y el Líbano.
“Había 450 judíos aquí”, recordó Daoud sobre su ju-
ventud en Antakya. “Durante las vacaciones no podía-
mos encontrar lugares para sentarnos en la sinagoga”.
“En ese entonces había Shabat, días festivos, Iom
Kipur, Rosh HaShaná, todo se observaba correctamente”,
dijo Selim. “Purim con lectura de Meguilá, lo observaban
todo”.
Por ahora, es el negocio más que la nostalgia lo que
une a la comunidad con la ciudad. •
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