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El Rebe, en Paris, con su madre, la rabanit Jana Schneerson
Después lo ayudamos a rescatar a niños judíos que es-
tuvieron enclaustrados en monasterios y con familias cris-
tianas durante la guerra.
Posteriormente me encargó dirigir una de las institu-
ciones que él fundó, un hogar para niñas de entre 3 y 19
años, en las afueras de París; fue nombrado Beit Rivka.
Un año después de que terminara la guerra me casé y
con mi esposa continuamos dirigiendo la institución.
En 1947, cuando el Rebe llegó a París para encontrarse
con su madre y escoltarla de regreso a Estados Unidos
(ella acababa de huir de la Rusia soviética junto con un
gran contingente de jasidim), tuvimos el gran honor de re-
cibirlo de visita.
Las niñas de nuestra escuela acababan de soportar
todos los horrores de la guerra; algunas quedaron devas-
tadas después de perder a sus padres y otros miembros de
la familia.
El Rebe les habló durante mucho tiempo, en francés, a
cada niña en su nivel. Con tremenda sensibilidad las
animó y logró insuflar alegría y luz en el lugar.
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