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En su visita a París, fue la primera vez que vi al Rebe,
y el sentimiento de emoción que se apoderó de mí fue in-
descriptible, a pesar de que aún no era el Rebe.
Se vestía al estilo europeo, con una chaqueta corta y
un sombrero de color claro, pero de inmediato se hizo evi-
dente que se trataba de un hombre que sobresalía por en-
cima del resto.
Una de las cosas que me impresionó fue ver lo precioso
que era el tiempo para el Rebe.
Recuerdo el día que fue a saludar a su madre: Habiendo
estado separados por más de 20 años, durante los cuales
ambos habían sufrido tanto, su emoción era evidente.
Sin embargo, estuvo completamente inmerso en un
texto de la Torá hasta el momento en que le informaron
que era hora de ir al aeropuerto.
Era una vívida ilustración del adagio jasídico: “La
mente gobierna el corazón”.
Durante su estadía en París, los jasidim locales solici-
taron que el Rebe dirigiera un Farbrenguen, a lo que ac-
cedió a hacer.
En un momento de una reunión que duró toda la
noche, preguntó los nombres de cada uno de los partici-
pantes y ofreció una larga explicación del significado mís-
tico interno de cada uno.
Era la primera vez que cualquiera de nosotros presen-
ciaba la grandeza del Rebe como erudito de la Torá, y es-
tábamos fuera de nosotros por el asombro. Todavía me
duele que no tuve la previsión de tomar notas en ese mo-
mento.
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