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Rabanit Jana Z”L, madre del Rebe
repasando un capítulo de Tania que me había aprendido
de memoria.
Esa audiencia fue a principios del mes de Tishrei, y
solo unas semanas después, estaba en 770 para el servicio
de Hakafot en la noche de Shemini Atzeret, viendo al
Rebe sostener un Rollo de la Torá y bailar con éxtasis.
De pie en una de las gradas que se habían amonto-
nado alrededor de la cavernosa sinagoga, me emocioné
tanto con la escena que una lágrima rodó por mi mejilla.
Mientras me la limpiaba, por el rabillo del ojo, me pa-
reció ver al Rebe darme un gesto de ánimo con la mano.
Por supuesto, no podía estar seguro de que realmente es-
tuviera dirigido hacia mí, ya que había cientos de otros ja-
sidim a mi alrededor.
Antes de viajar a casa, regresé con el Rebe para una se-
gunda audiencia.
“En Shemini Atzeret”, comentó, “me di cuenta de que
la expresión de tu rostro no era como debería ser”.
Le expliqué que las lágrimas que había visto eran lá-
grimas de alegría. Esto pareció tranquilizarlo. Me dio un
libro Tania y me dijo que me aprendiera de memoria los
capítulos del libro que hablan de la felicidad.
Y luego me colmó de bendiciones que me ayudaron a
seguir activo durante muchos años después. •
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