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Dos años más tarde, nos mudamos a Israel y en 1967
viajé al Rebe para mi primera audiencia privada.
Mi cita era cerca del amanecer. Me sentía deprimido
en ese momento, así que recité los Salmos con el corazón
roto mientras esperaba en el vestíbulo frente a la oficina
del Rebe.
Pero, tan pronto como me hicieron pasar, me recibió
con una mirada en su rostro que era tan radiante; era
como si yo fuera un hijo único que había estado esperando
ver.
Esto inmediatamente me levantó el ánimo y me sentí
como un hombre nuevo.
Entre otras cosas, compartí con el Rebe que los eventos
de la guerra reciente de Israel habían tenido un impacto
en mi estado de ánimo e incluso habían afectado mi tra-
bajo.
El Rebe me aconsejó que “tratara de no quedar atra-
pado en una pelea” con mi inclinación al mal. En cambio,
debía tratar de distraerme de esos pensamientos negativos
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