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No pasó mucho tiempo antes de que la gente comen-
zara a notar la mejora en el comportamiento del niño
huérfano rico y mimado, pero nadie sabía qué había cau-
sado el cambio.
En verdad, desde aquella conversación sincera con su
madre, lo asaltaban pensamientos inquietantes que no
le daban descanso.
Pasaron los años, y un día el niño (ahora un adoles-
cente) se fue de casa sin dejar rastro.
Deambuló hasta que se topó con la casa de un mela-
med (maestro de la Torá) en un pueblo a las afueras de
Lublin.
El maestro accedió a ayudar a este joven cristiano que
demostró un genuino anhelo de aprender.
Pasó poco tiempo y el joven pasó por una conversión
total y eligió el nombre de David.
Comenzó a avanzar en su aprendizaje y pronto se con-
virtió en un destacado erudito de la Torá con muchos se-
guidores devotos.
La gente no conocía sus antecedentes, pero su brillan-
tez y elocuencia no tenían paralelo.
Un día, dos policías irrumpieron en la sala de estudios
y arrestaron a David.
En el sótano oscuro de la iglesia, David fue acusado
de desacato a la religión cristiana y posteriormente fue
quemado en la hoguera.
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