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Pasó un tiempo y dos sacerdotes desaparecieron de
una iglesia en Varsovia.
Después de unos meses, llegó una carta de Tierra
Santa. En la carta, relataron las largas conversaciones
que habían tenido con David y admitieron que, como re-
sultado, se habían convertido al judaísmo.
El segundo episodio fue aún más vergonzoso para la
iglesia que el primero.
Los líderes de la iglesia se reunieron y decidieron que
la causa de todo este problema era la mala educación
que la viuda Zimorsky le dio a su hijo.
A la luz de esto, determinaron que sus vinos ya no po-
dían llevar el símbolo del cristianismo en sus etiquetas.
Pasaron los años, concluyó Reb Iejezkel Shraga, y la
bodega fue comprada por un judío temeroso de Di-s,
miembro de mi congregación.
Al principio, también se sorprendió cuando vio las eti-
quetas de las botellas y quiso modificarlas.
Pero cuando escuchó esta historia, decidió conservar-
las para inmortalizar la santificación del nombre de Di-s
por David, el hijo de la viuda Zimorsky.
Vuelvan a mirar de cerca la etiqueta y verán que no es
una cruz propiamente dicha, solo es similar, ya que la igle-
sia prohibió a la mujer usar el símbolo de su religión. •

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