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no de los pocos recuerdos personales que el Rebe
compartió públicamente fue sobre una conversa-
Ución que tuvo lugar cuando era niño, en el Jeider,
(escuela tradicional judía) entre algunos de sus amigos de
la infancia y su maestro.
El tema de discusión: la teoría de la Evolución de Dar-
win.
“Uno de nosotros dijo [al maestro] que hay quiénes no
concuerdan con la Torá, que nos enseña que fue Di-s Quién
creó al hombre, como dice el versículo ‘Hagamos al hombre
a nuestra imagen, de acuerdo con nuestra semejanza’, y
luego Di-s ‘insufló en el hombre el alma de la vida’, creando
así a Adám y Java y sus descendientes... En cambio, ellos
creen que primero nació una célula, a partir de la cual se
desarrolló un pez, seguido de animales, de los cuales surgió
un mono, del cual finalmente surgió el hombre”.
Luego relató cómo el maestro, después de escuchar al
joven Menajem Mendel ofrecer una crítica sobre la teoría
de la evolución a un compañero de clase que estaba incli-
nado a aceptarla, lo llamó y le dijo: “¡Mendel! ¿Por qué de-
bates con él? ¿Por qué te perturba?
Si él prefiere ese linaje, pues que remonte sus raíces
hasta un mono... ¿Pero para qué discutes con él?”.
La ciencia, argumenta el Rebe, particularmente
la ciencia especulativa, nunca puede probar nada;
sólo puede ofrecer teorías.
Por lo tanto, ante una disputa entre lo que dicen los científicos
sobre los orígenes del mundo y lo que dice la Torá,
un judío —y todos los seres humanos— deberían aceptar
las enseñanzas de la Torá.
A pesar de la advertencia de su maestro, el Rebe no se
sentía cómodo y no sentía que pudiera ignorar los argumen-
tos de aquella gente, muchos de ellos de muy alta formación
académica, que aceptaban la teoría de la evolución.
Sabemos de al menos una instancia durante sus años
universitarios en París en que procuró la oportunidad de
tomar la palabra ante una audiencia académica, a la cual
presentó argumentos enraizados en la ciencia, tanto contra
la teoría de la evolución como contra la insistencia de los
científicos de que el mundo tenía no miles, sino miles de
millones de años de antigüedad. (Ver En el club du Faubourg
lo aplaudieron, pág. 26 ).
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