Donde los caminos se cruzan

L a polaridad inherente a la etnología siempre me pareció extraña. Por un lado, está el investigador, un occidental solitario, que debe
abandonar su medio natural para conocer cara a cara la forma de vida nativa. Por otro lado, está el nativo, cuya vida lo tiene todo, pero no es consciente de ello. El investigador carece de la vida étnica, mientras que el nativo carece de auto‐ conciencia cognitiva. Siempre me sorprendió que ambas cualidades no puedan coexistir en la misma persona o en la misma tribu.
En un seminario etnológico en París, deliberé sobre esta paradoja.

Todos sonrieron, pero nadie pudo deducir como podría ser de otra manera. Pero más tarde, en Roma, pude encontrar la llave de semejante coexistencia. La primera página de la Mishná que leí en Roma me dio la clara impresión, y que nunca más fue cambiada, de que existe un ejemplo perfecto de conciencia auto‐etnológica escrita por gente que vivía su existencia como un pueblo, creía en ello, y al mismo tiempo era capaz de entenderlo y analizarlo. Estos mismos “investigadores” que conscientemente analizaban las leyes
metafísicas, económicas y todas las menudencias de la vida judía en el Talmud, eran al mismo tiempo los héroes populares como Rabi Akiva, y Rabi Shimón Bar Iojai. ¡Imagínense por otro lado al famoso antropólogo Levy Strauss como un indio piel roja!

Más tarde, cuando ya estuve profundamente inmerso en el estudio del Talmud, descubrí que la forma en que fue escrito y es estudiado respondía a una necesidad básica que albergaba dentro de mí desde mi infancia. Mis padres acostumbraban a decirme que no debía mover mis manos mientras hablaba, y tampoco debía hablar como cantando.

Cuando pregunté por qué, me respondieron que eso me hacía parecer judío. Fue en Israel que presencié por primera vez el estudio del Talmud con los movimientos “prohibidos” de las manos y ese canto. Entonces comprendí cuán ancestral era ese movimiento que se encontraba dentro de mí.
El judaísmo es una pregunta que no puede ser ni respondida ni evitada. La existencia de cada individuo judío es la respuesta, más comúnmente sin que siquiera él sea consciente de su significado.

Usualmente, antes de que esta pregunta sea formulada, la respuesta ya está allí, tan fuertemente predeterminada por la educación, el ambiente, y otras circunstancias que, según creo, ni siquiera la mente más independiente entre nosotros pueda postularla incondicionalmente. Y cuando la expresamos con palabras, las cosas se ponen peor. La mayoría de nosotros trata de presentar los resultados de impulsos e influencias desconocidas como si se trataran de una elección consciente…

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