Parashá en síntesis: Jukat

Las 613 Mitzvot de la Torá se subdividen en tres categorías, a saber: Edut (Testimonios), preceptos relacionado con eventos históricos de nuestro pueblo o con aspectos de nuestras creencias; en éstas figuran el Shabat como testimonio de la Creación del mundo y de la salida de Egipto, la celebración de fiestas como Sucot, Pesaj, Shavuot, las Mitzvot de Tzitzit y Tefilín, que demuestran la fe en Di-s. Mishpatim (Leyes), preceptos que tienden a preservar el orden civilizado de la sociedad, como “no matar”, “no robar”, “honrar a los padres”. Y jukim (Decretos), aquellas leyes divinas cuya explicación no está al alcance de la inteligencia y comprensión humana.

 

El origen Divino de estas categorías de Mitzvot es lo que determina la necesidad de su cumplimiento; el judío cumple los preceptos porque son expresiones de la voluntad divina, no porque le parezcan lógicos o razonables. Al hacerlo, se refina y eleva la espiritualidad del mundo, reafirmando su vínculo de trascendencia.

 

Aún cuando coincidan con las leyes civiles del país, los Mishpatim son de naturaleza distinta: la ley es establecida por el hombre, a diferencia de aquello que emana de las palabras “Yo soy Di-s, el único Di-s… No matarás “.



Los Testimonios (Edut) no hubiesen sido conocidos por el hombre si Di-s no los hubiera revelado, aún cuando sean racionalmente comprensibles. Los Jukim son evidencia de la existencia de Di-s como un Ser Supremo con una lógica que va más allá de lo que la mente humana puede comprender.

 

Existen diferentes ejemplos de Jukím: Kashrut, Mikve. Pero la Torá establece explícitamente cuatro de ellos como tal: Yibum, la mitzvá que hace el cuñado al casarse con la viuda de su hermano que no haya tenido hijos; Shatnez, la prohibición de usar una prenda de vestir que tenga en su tejido mezcla de lana con lino; Zair LaAzazel, el carnero que se mataba como parte del servicio de Yom Kipur y que se servía para expiar la culpa del pueblo judío; Pará Adumá, la vaca roja mencionada en el presente Parashá.

 

Se sacrificaba una vaca roja y sus cenizas se mezclaban con agua, para purificar a la persona que hubiera tenido contacto con un muerto. A la vez, quien hacía este proceso se contaminaba. Está Mitzvá (carente de lógica para nosotros) demuestra la total aceptación de la Voluntad Divina como antítesis de la idolatría. La única persona a quien se hizo comprender esta Mitzvá fue Moshé, porque no participó ni activa ni pasivamente en el pecado de idolatría del becerro de oro.



El rey Salomón, considerado el más sabio de los hombres, declaró que a pesar de sus esfuerzos y estudios, la Mitzvá de Pará Adumá estaba fuera del alcance de su comprensión.

 

Hasta el día de hoy se han quemado nueve Vacas Rojas: la primera por Elazar, hijo de Aharón, bajo la supervisión directa de Moshé; otra, en tiempos de Ezra; la tercera y cuarta bajo la guía de Shimón Hatzadik; dos más en tiempo de Yojanán, El Gran Sacerdote. Desde la destrucción del Segundo Templo fueron sacrificadas tres vacas más. La décima y última será preparada por Mashiaj.

 

Después de Matán Torá, Di-s elevó los judíos por encima del poder del “Ángel de la Muerte”. Al no estar sujetos a la muerte – como antes del pecado de Adam-, la impureza desapareció. Di-s designó a la vaca – madre del becerro – para purificar la impureza causada por su cría.

 

El “Ángel de la Muerte” no pudo ejercer su poder sobre seis justos (Tzadikim), quienes murieron al partir su alma por el llamado “Beso Divino” (mitat neshika). Ellos fueron: Abraham, Itzjak, Iaacov, Moshé, Aharón y Miriam, quien murió el 10 de Nisán del cuadragésimo año en el desierto, a la edad de 123 años. Aharón, su hermano, murió a la misma edad, el 1º de Av del año 2487.

 

La “fuente de Miriam”, de la cual los judíos tomaban agua durante su estadía en el desierto, desapareció temporalmente con su muerte, para que se dieran cuenta de que existía por su mérito. Lo mismo sucedió con las Nubes de Gloria que acompañaban a Israel por el mérito de Aharón y, tras una desaparición temporal, fueron restituidas por el mérito de Moshé.




Después de la victoria contra Sijón, el amorita, y Og, rey de Bashan, sobrevivientes de los gigantes que existieron antes de la época del diluvio, los demás pueblos por donde tenían que pasar los judíos sentían un gran temor. 

 

En Moab se designó un nuevo rey, llamado Balak, quien usó los servicios de Bilam para que, con los poderes que tenía, maldijera al Pueblo Judío. De acuerdo con la Guemará, Bilam era hijo de Laván y creyó la calumnia de que Iaacov le había robado a su padre sus posesiones. De allí, el odio que le profesaba a todos sus descendientes. 

 

En Egipto, como consejero del Faraón, fue quien propuso que los varones judíos recién nacidos fueron echados al río Nilo. Sentía además especial animadversión por Moshé,

porque se consideraba su igual en sabiduría. Bilam, a diferencia de Balak, ocultaba su odio hacia los judíos bajo su poder de profeta. 

 

Bilam imploró a Di-s que le permitiera maldecir a los judíos, pero mientras formulaba la maldición en su mente y su corazón, Di-s cambiaba su intención y le hacía pronunciar lo contrario de lo que estaba pensando; por ello, de cada bendición podemos deducir la maldición respectiva. 




Parashá en síntesis: Koraj

En esta parashá se narra la sublevación de Koraj, quien se rebela junto a 250 personas contra la autoridad de Moshé y Aharón, alegando que si todo el pueblo tenía la característica de “ser santo”, de ser “un pueblo de sacerdotes”, no había necesidad de que éste sacerdocio fuera ejercido por Aharón y el pueblo liderado por Moshé.

La protesta de Koraj provino de la envidia que sentía por no poder ejercer el mismo liderazgo que sus primos hermanos Moshé y Aharón, quienes fueron designados para tal fin por Di-s por su nivel espiritual y por su capacidad de no distorsionar la Torá.

Moshé fue la más humilde de las personas y Aharón era conocido por sus esfuerzos en pro de la paz; sin embargo, eso no frenó a Koraj y a sus seguidores de acusarlos de arrogantes. Explican nuestros Sabios que cuando una persona ve defectos o falladas en otra es porque generalmente está proyectando las propias. La envidia y el deseo de poder fueron los móviles de esta acusación. 

Koraj y su séquito fueron castigados, la tierra se abrió y se los tragó vivos, confirmándose así la autoridad dada por Di-s a Moshé. 

Todos los judíos se equiparan en la acción, pero existen diferencias entre ellos desde el punto de vista espiritual. El Alter Rebe explica que los judíos son parte de un todo, cada uno tiene su misión y beneficia, del mismo modo que cuando sucede con los diferentes miembros del cuerpo: no se puede pensar que solo esté formado por cabezas, o por manos, etc.

Si bien el Pueblo Judío es “un pueblo de sacerdotes” que debe impregnar lo mundano con la santidad en todos los actos de la vida diaria (forma de vestir, comer y comportarse), también existen en su seno los “sacerdotes”, que por su grandeza espiritual están totalmente consagrados al servicio Divino. 

Así como el episodio de los espías indica la importancia de la acción en el mundo físico para elevarlo espiritualmente, del mismo modo lo sucedido con Koraj enfatiza el componente espiritual, que también está imbuido de elementos mundanos en el servicio del Sacerdocio (comer de los sacrificios, usar vestimentas especiales). 

En el Judaísmo, la necesidad de entrelazar la elevación espiritual con el mundo de la acción mediante el cumplimiento de los preceptos tiene una importancia capital. 

La actitud de Moshé al tomar la iniciativa de buscar hacer las paces con los revoltosos, nos instruye sobre la importancia del Shalom (paz) en el Judaísmo. Aún en su posición de líder, Moshé no deja que el orgullo lo venza y va en busca de la paz. 

Muchas peleas se prolongan por orgullo. Algunos no piden perdón aun cuando están claramente errados en su posición, otros no lo hacen porque creen tener la razón. Sin embargo, debe tomarse en cuenta que ningún esfuerzo por lograr la paz es inútil. Cuando hay una pelea, el énfasis debe ponerse en la paz y no en quién tiene o no la razón.

Esta Parashá demuestra la influencia que ejerce la mujer sobre su esposo. La mujer de Koraj lo instigó para que liderase la rebelión; en cambio, la esposa de On Ben Pele aconsejó a su esposo para que se separase de la conspiración y así lo salvó de la muerte, con la que fueron castigados los demás. 

En la parashá de Bereshit, la Torá define a la mujer como ezer kenegdó (“una ayuda en su contra”), lo cual parece una expresión contradictoria. Explican nuestros Sabios que, con frecuencia, el hombre no es capaz de juzgarse objetivamente y a veces no ve sus defectos; no obstante, su esposa si es capaz de verlo como realmente es. Si el esposo es observante de leyes de DI-s y ayuda a su prójimo, ella debe ayudarlo y estimularlo. Si por el contrario es irrespetuoso y abusivo, debe oponerse a esa conducta, señalarle sus errores y ayudarlo a mejorar. 

Bien sea como “ayudante” o como “opositora”, es innegable la importancia de la mujer en el Judaísmo en todas las épocas.

Los pilares para la construcción de un hogar sano

Hay que hacer todo lo posible por asegurar la paz en casa. Hay tres elementos clave en la construcción de una vida de hogar pacífica: la relación entre los miembros de la familia, la atmósfera del hogar mismo, y el modo en que el hogar funciona.

El tono de las relaciones dentro de la familia lo dan los padres: cómo se aman y respetan, cómo realizan juntos las actividades diarias, cómo se comunican. 

Marido y mujer deben hacer de su relación su más alta prioridad. Deben pasar tiempo juntos, tener charlas significativas y disfrutar cada uno de la compañía del otro. Sí, deben compartir las responsabilidades hogareñas y financieras, pero también deben compartirse a, sí mismos, es decir, los temas personales y filosóficos que son importantes para ellos.

Todo el mundo reconoce la tragedia del derrumbe de la familia y sus efectos devastadores sobre hijos y padres por igual. Ahora estamos presenciando una vuelta a creencias más tradicionales. Se están haciendo mayores esfuerzos por lograr matrimonios duraderos; las parejas están decidiendo tener más hijos y pasar más tiempo con ellos.

Pero el deseo de pasar tiempo juntos no basta. Aun cuando los padres aman genuinamente a sus hijos, pueden tener problemas de comunicación. Los motivos pueden ser obvios: cuando las discusiones más importantes de una familia tratan del tamaño del televisor que comprarán, por ejemplo, la familia se desintegrará naturalmente. Esto es producto tanto de nuestra sociedad materialista como de nuestro egoísmo natural.

Cuando cada miembro de una familia se preocupa principalmente por sí mismo, la familia está destinada a sufrir. Cuando el padre se queda hasta tarde en la oficina, cuando la madre está absorta en su carrera o en su trabajo comunitario, cuando los hijos se preocupan sobre todo por fiestas o proyectos escolares, no pueden mantener relaciones profundas dentro de la familia. Pueden dormir bajo el mismo techo y comer en la misma mesa, pero estarán a mundos de distancia.

Cuando una familia comparte principios y valores, en cambio, crecen juntos. El hogar se vuelve un fundamento del sentimiento compartido de finalidad de la familia, a la vez que da la plataforma de lanzamiento para que cada miembro procure sus propios objetivos

En esos hogares, las familias se quedan hasta tarde en la noche hablando sinceramente de lo que los ocupa. Los niños juegan y leen libros. Los jóvenes debaten cuestiones importantes entre ellos y con sus padres. Los niños sienten la libertad de hablar de sus miedos y presiones. Toda la familia se reúne para pasar veladas de canciones, juegos y recuerdos. El hogar cobra vida, se vuelve una fuente de energía y esperanza, de urgencia y amor y de tradición. No es el silencio de un hogar lo que lo hace pacífico; es la vida que hay dentro.

Un empresario joven trabajaba mucho y tenía mucho éxito, pero parecía muy triste. Su padre lo notó y fue a hablar con él; el joven se sorprendió cuando, en lugar de preguntarle por su trabajo, su padre le preguntó cuánto tiempo estaba pasando con su familia.

«Con todas las exigencias de este trabajo, tengo muy poco tiempo para eso», respondió.

«Eso era lo que mi padre solía decir», dijo su padre. «Todos los días yo esperaba junto a la ventana que él volviera a casa, y todos los días me dormía antes de que llegara. Por el bien de tus hijos, y por el bien de los hijos de ellos, no importa cuánto trabajo tengas, trata de llegar a casa todas las noches a tiempo para darles un beso. No puedes imaginarte cuánto estarás haciendo por ellos… y por ti mismo. «

El segundo elemento de un hogar sano es su atmósfera. Una casa debe ser cálida e invitante tanto para la familia como para los visitantes. Piensen en lo desplazados que nos sentimos cuando estamos de viaje, separados de todas las cosas que conocemos y las personas que amamos. Nuestro hogar debe ser un sitio donde cada invitado se sienta en paz.

Un verdadero hogar es más que una simple casa; un verdadero hogar es una casa hermosa, un jardín. La dinámica de una familia sana es, por supuesto, el ingrediente clave de una casa hermosa, pero el ambiente físico también es importante: el espíritu y el aspecto de la casa. Esto no significa que debamos tener una casa grande y costosamente amueblada, sino que debe reflejar el espíritu de la familia. Un museo puede tener hermosos muebles, pero nadie querría vivir ahí.

Un hogar hermoso también debe estar libre de las influencias que pueden contaminar su plenitud y su gracia espiritual. Por ejemplo: hoy todos reconocemos los efectos dañinos que en la televisión sobre niños impresionables, y, en realidad, sobre jóvenes y adultos. No debemos permitir que la televisión gobierne el hogar. Aunque pueda ser muy difícil de aceptar por algunos, sería mejor no tener televisor, antes que tratar de ver sólo programas positivos.

La máxima belleza de un hogar, por supuesto, es su calidez emocional y espiritual. Hay muchos modos de embellecer una pisa espiritualmente, de invitar a Di-s a nuestro hogar. Pon una alcancía de caridad en cada cuarto. Habla con tu familia sobre Di-s y nuestras responsabilidades como personas de buen corazón. Invita gente a tu casa, y permite que sea usada como lugar de estudio y plegaria, o para reuniones de caridad o asambleas comunitarias.

Esas son las cosas que hacen la casa realmente hermosa; y cuestan mucho menos que los muebles caros o un aparato de televisión. Piensen en cómo reaccionarán los niños a esa atmósfera. Crecerán y recordarán su hogar como un sitio de calidez y bondad, donde la gente se reunía con gusto para hablar de cosas que les importaban. Con toda probabilidad, estos niños se volverán adultos que crearán la misma clase de hogar.

Por último, el modo en que es administrado un hogar es muy importante. Esto incluye todos los aspectos «triviales» del mantenimiento de la casa: horarios y tareas, limpieza y compras, etcétera. Un hogar sano debe ser dirigido suavemente, y no por impulsos de intereses independientes.

Todos deben compartir estas responsabilidades: no por deber sino por amor, porque un hogar sano es una búsqueda de unidad, y todos los miembros de la familia son socios iguales en su éxito.

Extraído de «Hacia una vida plena de sentido» por Simon Jacobson, basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch. Editorial Kehot.

https://kehot.com.ar/tienda/libros/ensenanzas-de-los-rebes-de-jabad/hacia-una-vida-plena-de-sentido-1608



No podremos entrar a Eretz Caanán

En el desierto, el pueblo de Israel disfrutó una utopía espiritual. Apartados de un mundo pagano y material, estaban libres para servir a Di-s y procurar la sabiduría Divina revelada a ellos en Sinaí. ¿Por qué abandonar todo esto, argumentaron los espías, por una vida de agricultura, comercio y política? ¿Por qué ingresar a una tierra que consumiría la vida espiritual de sus habitantes, llenando sus días con esfuerzo material?

En la Sección Semanal de Shlaj (Números 13-15) leemos acerca del incidente de los espías que regresaron de su misión a la Tierra Prometida con argumentos que pretendían disuadir al pueblo judío de la idea de entrar a la tierra que Di-s les había asignado como herencia eterna.

«Es una tierra que consume a sus habitantes», advirtieron; mejor haríamos quedándonos aquí, acampando en el desierto, en lugar de intentar domesticar un ambiente tan hostil.

Otro argumento contra el ingreso a la Tierra de Israel, repetido por aquellos seducidos por el consejo de los espías, fue que «nuestros pequeños serán para botín» por el enemigo. A lo que Di-s contestó:

«Y vuestros pequeños, de quienes dijisteis que ‘serán para botín’, a ellos llevaré Yo, y ellos conocerán la tierra que vosotros habéis despreciado».

Fisifobia

La enseñanza jasídica explica la reluctancia de los espías a entrar a la tierra.

En el desierto, el pueblo de Israel disfrutó una utopía espiritual. Todas sus necesidades materiales les fueron provistas sin esfuerzo ni involucración de su parte: el maná cayó del cielo, el «manantial de Miriam» les dio agua; milagrosamente, sus ropas no se estropearon e incluso crecieron con sus cuerpos

Apartados de un mundo pagano y material, estaban libres para servir a Di-s y procurar la sabiduría Divina revelada a ellos en Sinaí.

¿Por qué abandonar todo esto, argumentaron los espías, por una vida de agricultura, comercio y política? ¿Por qué ingresar a una tierra que consumiría la vida espiritual de sus habitantes, llenando sus días con esfuerzo material, sus pensamientos con preocupación financiera, y su psiquis con las depravaciones del «mundo civilizado» con el que inevitablemente entrarían en contacto como estado nacional?

Derroche Santo

Es allí donde se esconde el significado más profundo de su lamento: «nuestros pequeños serán para botín».

Al describir la generosidad de Iosef hacia su familia durante los años de hambruna en Egipto, la Torá nos cuenta que: “losef alimentó… a toda la familia de su padre, pan según sus pequeños”5

La naturaleza de un niño pequeño, explican nuestros Sabios, es que desparrama su alimento; apenas un pequeño porcentaje de lo que se sirve sobre su plato entra realmente en su boca.

Cuando se alimenta a un adulto hambriento, se sabe que cada miga de su dádiva sirve a un fin caritativo. Alimentar niños implica un grado mayor de generosidad: uno debe estar dispuesto a que la mayor parte de su regalo sea derrochado en aras del excepcional bocado que efectivamente se aplicará al destino pretendido.

Lo mismo es cierto de la caridad espiritual. Es mucho más gratificante ser maestro de una clase de eruditos que aprecian el valor de lo que se les está enseñando, que buscar al espiritualmente inmaduro – que menosprecia el mensaje que se desea compartir con él- con la esperanza de que siquiera una sola palabra logre hacer impacto en su corazón y produzca el más minúsculo efecto sobre este.

Es más gratificante recluirse en una habitación y abocarse al estudio y la plegaria con el conocimiento de que el potencial Divino de cada momento y caloría está siendo cristalizado, que tratar con el mundo material, un emprendimiento caracterizado por falsos comienzos, fines enclenques y resultados ambiguos.

«Nuestros pequeños serán para botín», afirmaron los espías, si entramos a la tierra. Aquí, cada uno de nuestros momentos y recursos está aplicado a su uso más óptimo. Aquí, no hay privación ni superávit en nuestras vidas; ni deficiencia ni desperdicio. Allí, nos conduciremos con las dilapidadoras vidas de niños pequeños – arrojando nuestro grano a la tierra para que se descomponga, de modo que quizás una centésima parte de éste germine y produzca fruto, invirtiendo el grueso de nuestro tiempo y energía en el plano de lo material para obtener su magro y esporádico rendimiento espiritual

Pero es el pequeño niño que hay en nuestro interior lo que Di-s desea. Es por él que creó un mundo, no para una nación de eruditos ermitaños recluidos en un desierto sin rumbo.

Sí, dijo Di-s, Yo os he puesto en una utopía espiritual, pero sólo como preludio para el verdadero negocio de la vida.

Una única victoria moral entre el derroche y la ambigüedad de lo material. Me es más preciada que los logros incesantes, invisibles, sin esfuerzo, de vuestro paraíso alimentado por el maná.

Basado en Likutei Sijot, Vol. XIII, 195-196



¿Cómo saber si mi marido me engaña?

Querida Sara,

Con todas las historias que aparecen en las noticias sobre esposos «coquetones», estoy comenzando a preocuparme por el mío. ¿Qué puedo hacer para asegurarme que no me engaña? Si todos estos otros hombres engañan a sus bellas y exitosas mujeres, ¿Qué chance tenemos el resto de nosotros?

Sheila.

Querida Sheila,

Lamento escuchar que te sentís insegura y preocupada con tu relación. Para principiantes, esto es lo primero que debe cambiar, como ser tener dudas, miedos y preguntas que puedan destruir las mejores de las relaciones.

Claramente, no te conozco, tampoco tu situación, pero encuentro interesante que mencionás sólo las razones exteriores a tu matrimonio que son las que de hecho te preocupan. Por lo menos de tu mensaje, parece ser que no hay nada que haya sucedido dentro de tu relación que haya que preocuparse.

Si este es el caso, entonces sos el perfecto ejemplo de por qué debemos preservar nuestra vida personal, y asegurarnos de protegerla, no sólo de otras personas sino de otras influencias.

En términos de la infidelidad que mencionás, no importa cuánto pensamos que sabemos sobre los casos que salen en los medios; no sabemos de verdad qué es lo que sucede dentro de las casas. Pero en general, cuando un hombre engaña, especialmente cuando un hombre exitoso en una posición de poder engaña, es un indicador de un tema, o irónicamente una inseguridad que debe trabajarse. Es por eso, que cuando estas historias salen a la luz, siguen con los reportes de terapeutas que atienden a estos hombres, y los ayudan a lidiar con sus «problemas».

Pero sin analizar sus situaciones, discutamos la tuya. Y es que el centro de cualquier relación sana, es saber comunicar y poder confiar uno en el otro. Si tenés una razón para dudar de tu marido, debés hablarle y compartir tus preocupaciones. Si actúa de manera que te preocupa, debés comunicárselo y discutir las formas de cambiarlo. Sin embargo, si este no es el caso, entonces es esencial que confíes en él.

Nuestras vidas son construidas sobre la confianza. Confiamos que cuando entramos al auto, vamos a llegar a salvo a nuestro destino. Confiamos que cuando comemos algo no nos vamos a ahogar, o cuando vamos a dormir, nos vamos a levantar. Aún así, la confianza debe venir junto con la gratitud y con la conciencia. Es por eso, que el judaísmo nos enseña que debemos tener Emuná (fe) y Bitajón (seguridad); y junto con eso, tenemos bendiciones para pedir seguridad y agradecer cuando todo va bien.

Es por eso, que cuando manejamos, recitamos una plegaria, y tenemos bendiciones para antes y después de comer, y cuando nos levantamos, lo primero que sale de nuestra boca es una frase de agradecimiento a nuestro Creador por devolvernos el alma.

Entonces, ¿Cómo se aplica esto a tu matrimonio?

Te casás con el hombre que amás, con el compromiso de ser sinceros uno con el otro. Debemos confiar que así será. Simultáneamente, debés asegurarte que te comunicás con él y que se comparten el amor, las preocupaciones y los sentimientos. 

Aquí es donde viene la gratitud. De la misma manera en la que confiamos, y aún así bendecimos antes y después, ocurre lo mismo con tu matrimonio. Reconocé las cosas maravillosas que hace tu marido por ti. Agradecele por estar allí, por ayudarte, por hacerte feliz… incluso antes de que haga algo específico. Reconocele su trabajo y su deseo de involucrarse en varios aspectos de tu vida. Vas a encontrar que cuánto más das y compartís, más recibirás a cambio. Y cuando más amor , afecto y reconocimiento recibas, más te ayudará a fortalecer tu relación y a disipar tus temores.

El Judaísmo enseña que en el matrimonio hay tres socios: el marido, la mujer, y Su Creador. Cuando ambos son conscientes que hay un tercer socio que hizo que sus almas se unan y que es parte de su matrimonio, entonces tenés algo más grande y potente que sostiene al matrimonio. Un concepto muy bello es que la palabra Hebrea para marido es «Ish», y la palabra hebrea para mujer es «Ishá». Tienen dos letras en común, la Alef y la Shin, que juntan forman la palabra «Esh», que significa «fuego». Las dos letras diferentes que tienen son la Yud y la Hei, que ambas juntan, forman el nombre de Di-s. Esto demuestra que el hombre y la mujer juntos, solos, pueden crear fuego. El fuego puede comenzar como una pasión, pero puede crecer e irse de control y consumirse, o enfriarse y apagarse. Pero cuando ambas partes reconocen que hay un tercer socio en su matrimonio, entonces el fuego puede existir, iluminar, calentar y brillar.

Sí, hay matrimonios que lamentablemente fallan, y en donde el hombre y/o la mujer engañan. Pero no tenés razón para creer que el tuyo es uno de estos casos. Así que, en vez de leer las noticias y preocuparte porque quizá lo mismo pueda estar sucediéndote, aprendé de estas historias la importancia de trabajar todos los días en tu relación para fortalecerla y darle todo lo que tenés. Y junto con el trabajo, asegurate que tenés confianza y gratitud, para que el fuego continúe ardiendo fuertemente.

¡Te deseo todo lo mejor en tu matrimonio!

Sara.

Respondida por Sara Esther Crispe

El día menos esperado llegó

Recuerdo haber escuchado la noticia, el domingo por la mañana (horario en Israel), y correr hacia el aeropuerto. Había llegado al cementerio horas después del funeral.

Nosotros (mi señora, mi hija de 20 meses y yo) habíamos traído nuestra ropa en una mochila, ya que teníamos pensado regresar a Tel Aviv esa misma noche. Nos quedamos siete días, de los cuales la mayoría de ellos los pasé en la oficina en 770, Eastern Parkway trabajando en un número de «Week in Review», un resumen semanal de las enseñanzas del Rebe que editaba en ese momento. Recuerdo haber observando con asombro lo que estaba sucediendo, y lo que no, en la comunidad de Jabad-Lubavitch.

Casi todo lo imaginable estaba sucediendo, a excepción de lo previsible y natural que todo el mundo esperaba que ocurriera. Había conmoción e incredulidad, dolor y agonía. Habían desacuerdos y muchas respuestas sin responder.

Pero no había desesperación, ni tampoco parálisis. Cada uno de los emisarios del Rebe, discípulos y seguidores se preguntaban a sí mismos: «¿Qué debería estar haciendo?» y lo hacían.

Recuerdo haber pensado: El Rebe, quien ha redefinido prácticamente cada aspecto de la vida, también ha redefinido la muerte.

Así era el camino del Rebe. Él podía, por ejemplo, considerar el concepto de «trabajo». Con pasos seguros, aprovechando la sabiduría de la Torá y la verdad de la experiencia cotidiana, demostraría que el trabajo es igual a la creatividad, la creatividad es igual a la sociedad humana con el Creador, y la asociación humana con el Creador es la razón de ser de la vida humana .

Esta verdad, por supuesto, se dijo hace miles de años por el Versículo: «El hombre ha nacido para ir a trabajar». Pero esa declaración, que siempre nos ha atascado como un melancólico hecho de la vida, se convirtió, en manos del Rebe, en la clave para la comprensión de lo que nos hace funcionar y lograr satisfacciones en nuestros labores diarios.

 

Él hizo lo mismo con «matrimonio», «amor», «lluvia», etc. El solía tomar un fenómeno natural, una curiosidad cultural, una actividad diaria, y cuando terminaba de analizarlo y aplicarlo, era algo diferente. No, era la misma cosa que siempre fue, pero en la claridad de su visión, su esencia era expuesta, revelando cuán escasa y superficial era nuestro concepto previo.

En una de sus charlas, el Rebe citó el dicho Talmúdico que «El sueño es la sexagésima parte de la muerte». Bueno, dijo el Rebe, si el sueño es una forma de muerte, entonces la muerte es una forma de sueño. El sueño no es una terminación o incluso una interrupción de la vida, es un momento de Fomento, el cual el cuerpo y el alma recuperan sus energías para levantarse fresco y renovado el próximo día. Así es la muerte. La muerte, dijo el Rebe, es un «descenso en aras de subir».

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? La preguntas sin responder siguen sin respuesta. Pero sabemos lo que debemos hacer, y lo estamos haciendo. Puedes verlo por ti mismo, si resides en el planeta tierra, probablemente te encuentres a poca distancia de un Centro de Jabad Lubavitch.

El Rebe nos ha entrenado bien.

Por: Yanki Tauber



Parashá en síntesis – Shlaj

En esta Parashá se narra el episodio de los espías que fueron enviados por Moshé para que conocieran la tierra de Canaán (Israel) a la cual estaban próximos a entrar. Se designaron doce espías, uno por cada tribu, que salieron el 29 de Siván de 2449 y regresaron 40 días después, el 9 de Av (Tishá Be Av).Diez de los doce espías rindieron un reporte negativo del país, diciendo que era una tierra de ciudades fortificadas, de personas gigantes, que sería inconquistable y que la tierra devoraría a sus habitantes, lo cual causó desánimo entre los judíos. 

 

Sólo Caleb ben Yefune y Yehoshua Ben Nun dieron una versión positiva, diciendo que era una tierra de la que manaba leche y miel.

 

El desconsuelo hizo que el pueblo llorase amargamente la noche del 9 de Av. Al ver su actitud de desconfianza y poca fe, Di-s decretó que por haberse lamentado sin razón, haría de ese día una ocasión de verdadero duelo. 

 

Como se sabe, la destrucción del Primer y Segundo Templo ocurrieron en esa fecha, además de muchos otros acontecimientos trágicos para el Pueblo Judío. 

 

El error de los espías no residió en la falta de fe en Di-s, como se suele explicar. Su temor – según enseña el Jasidut – estaba fundamentado en que el ingreso a la tierra provocaría la decadencia espiritual del pueblo, que tendría que luchar por la sobrevivencia y ocuparse de satisfacer todas las necesidades que en el desierto eran cubiertas por Di-s.

 

Los espías, personas de alto nivel espiritual, especialmente designados por Moshé, pensaron que la tierra devoraría a sus habitantes en el sentido de que las preocupaciones para el logro de su manutención ocuparían todas sus energías, en detrimento del estudio de la Torá y el desarrollo de la espiritualidad, que era más fácil de conseguir estando en el desierto, aislados, recibiendo maná del cielo, agua de la “fuente de Miriam” y teniendo vestimentas que no se desgastaban. 

 

Los milagros que sostenían a los judíos en el desierto no representaban el máximo nivel de la experiencia espiritual; solo fueron una preparación para el verdadero objetivo: toma posesión de la tierra de Israel y hacerla una Tierra Santa, pero ocupándose de las cosas comunes del mundo impregnándola con luz espiritual, produciendo el verdadero milagro que ocurre cuando lo infinito forma una unidad con lo finito. 

 

El objetivo de cada una de las mitzvot (preceptos) es traer la Divinidad a este mundo, en cada uno de los aspectos de la vida ordinaria. “Conocer a Di-s en todos nuestros caminos”, entender que no existe nada que quede fuera de su dominio.

 

La falta de comprensión por parte de los espías y de la mayoría del pueblo de que todos los actos del hombre – aun los mundanos – están relacionados con la Divinidad, hizo que esta generación no entrara a Eretz Israel, sólo sus hijos – que fueron educados adecuadamente – merecieron entrar a la tierra y habitarla cumpliendo los preceptos de la Torá. 

 

En esta Parashá se instruye sobre el precepto de Jalá, que nos demuestra que las mitzvot en el judaísmo están relacionadas con el mundo físico, pues nada hay más material que el pan, producto de la tierra y símbolo del sustento del hombre. Al separar la jalá (masa) mediante la respectiva bendición se está reconociendo que todo sustento deriva de Di-s, la Fuente de Vida y ello transforma lo mundano y físico en algo profundamente espiritual.

 

Otro de los significados de la jalá se puede aprender del proceso de preparación de la masa. Cuando el trigo crece, cada espiga es reconocible; luego, aun en el proceso de desgranado y molienda de la harina, los gránulos son distinguibles. Solo cuando se agrega el agua se forma la masa y los granos individuales hacen una unidad homogénea. Entonces se puede separar la masa, que se entrega al Sacerdote (actualmente, ese pedazo se quema).

 

El simbolismo de este proceso consiste en la importancia de la unidad del Pueblo Judío: cada judío no es una unidad separada independiente de los demás judíos del mundo, sino que debe estar preparado para dar de sí mismo, para compartir con los demás. 

 

El agente unificador es la Torá, que según nuestros sabios es comparada con el agua, pues unifica a los judíos de todas las clases y los amasa en un todo. 

 

Cumplir la mitzva de jalá es privilegio de la mujer judía. Con ello demuestra a su familia lo que significa dar ánimo y ser sensible a las necesidades de los demás; a través de su observancia, se revela la Presencia de Di-s en su casa y recibe la bendición para todos los miembros de su familia. 

 

Cada ingrediente de la jalá tiene enorme importancia y está relacionado con nuestra vida. En la medida que se comprenda, ayudará a centrarse en la esencia y el contenido de esta bendición que se hace en honor al Shabat. 

  • El recipiente representa el hogar. Cada ingrediente añadido debe traer una bendición única. 
  • La harina representa la materia prima de Hashem – el sustento (tamizar lo bueno de lo malo)
  • El azúcar representa la dulzura  y las cosas buenas. 
  • La sal representa la crítica, por lo cual hay que ocultarla entre la harina. 
  • La levadura representa protección. Se reza para que Di-s nos proteja. 
  • El agua equivale a la Torá y la vida.
  • El aceite representa abundancia y bendición. Es nuestra esencia; al verterla, imagine la unción de  cada miembro de su familia y rece por ellos con su nombre completo. 
  • Los huevos representan la fertilidad y el ciclo de vida.

Al amasar se integran todos los elementos vitales. La mitzva de Hafrashat Jalá, que consiste en la elevación, separación y quema de un pedacito de masa de harina, es una de las tres mitzvot confiadas por Di-s a la mujer y en su acepción más amplia incluye toda la comida. 

 

Ser judío es una experiencia holística en la cual mantener el kashrut es una parte integral. Acta todo el cuerpo, mente, corazón y psique de la persona. Una ventaja de la dieta kasher es que refina y purifica a los integrantes del pueblo. 

 

Las otras dos mitzvot encomendadas por Di-s a la mujer, por la confianza que esta le merece son: el encendido de velas de Shabat para iluminar el hogar y le mundo tanto en lo físico como en lo espiritual, y la mitzvá de pureza familiar o Taharat Hamishpajá base para asegurar la continuidad del Judaísmo.

 

Las apariencias engañan

Hace muchos años, en la Tierra de Israel, vivía un estudioso muy conocido cuyo nombre era Rabí Broka.

Una mañana temprano dejó su pueblo para viajar al mercado en la ciudad de Beit Lept. El mercado ofrecía un panorama múltiple, distintos tipos de mercancía para la venta, y judíos y no-judíos por igual corrían de negocio en negocio.

Al Rabino Broka le fascinó la escena. Admiraba los contrastes en los estilos de vestimenta entre judíos y gentiles. Una diferencia obvia era que todos los hombres judíos vestían tzizit. También, en ese momento era costumbre de los judíos usar zapatos de colores, en lugar de zapatos negros.

Las diferencias externas eran fáciles de discernir, pero había una pregunta más profunda. ¿Quién de estos judíos tendría un lugar especial en el Mundo Venir?, se preguntó. En ese momento, tuvo el mérito de que se le presentara Eliahu Hanaví- el Profeta. Aprovechó la oportunidad para hacerle la pregunta: «¿Quién de todos los judíos aquí hoy, merecerá un lugar especial en el Olam Habá?»

Eliahu se detuvo y echó una mirada. Entonces apuntó a un individuo: «¿Ves ese hombre que está de pie allí? Es un tzadik (justo) y merecerá un gran premio en el Mundo por Venir». 

Rabí Broka estaba sorprendido por las palabras del profeta, pues este hombre no parecía ser judío siquiera. Usaba zapatos negros gastados y no se notaba si usaba tzitzit. El Rabino no perdió tiempo, se acercó al hombre para hacerle algunas preguntas, pero para su sorpresa, éste lo ignoraba completamente. No pudiendo ocultar su curiosidad le preguntó: «Por favor, dígame ¿quién es usted, y de qué vive?” El hombre contestó: «No tengo tiempo ahora, regrese mañana». Y desapareció entre la muchedumbre.

Rabí Broka esperó hasta el día siguiente y fue de nuevo al mercado para encontrar al hombre. Éste lo acompañó a una calle lateral, más tranquila. Rabí Broka le preguntó: «¿Me dice, por favor, quién es y a qué se dedica?»

«Soy judío, y trabajo como guardia en la prisión estatal. En esta cárcel hay algunos prisioneros judíos- hombres y mujeres- y me aseguro que se alojen separadamente para mantener la modestia. Y, cuando los guardias hablan entre ellos, oigo cuando planean dañar a las prisioneras judías, y hago cualquier cosa para rescatarlas. He arriesgado mi vida varias veces». Todo lo contaba con absoluta naturalidad.

Rabí Broka se impresionó por lo que oyó, pero quería saber más. » Usted es judío, ¿por qué lleva zapatos negros, algo que es contrario a la costumbre de su pueblo? ¿Y por qué no usa el tzitzit a la vista?»

La expresión del hombre cambió, y profirió un suspiro profundo. «Mi misión es ayudar a mis hermanos judíos que han tenido el infortunio de estar en la cárcel, y debo hacer muchos sacrificios para ocultar mi identidad ante los otros guardias. Ellos me consideran como uno más, y hablan abiertamente en mi presencia. De esta forma, en cuanto oigo discutir acerca de algún plan perverso contra la comunidad, corro rápidamente a los Rabinos y los informo para que puedan pedirle a Di-s y evitar el daño. Por eso no pude hablarle ayer en el mercado. No puedo permitirme el lujo de ser visto conversando en público con una persona tan conocida como usted; además me apresuraba a contarles a los Rabinos acerca de un terrible plan que había descubierto».

El hombre se fue, y Rabí Broka quedó temblando. ¡Este judío simple consagra sus días a la gran mitzvá de salvar las vidas de sus prójimos judíos, arriesgando su propia existencia!

El Rabino había aprendido ese día una importante lección: Es imposible juzgar a las personas por su apariencia exterior. Sólo Hashem conoce sus corazones.

Parashá en síntesis: Behaalotjá

Esta parte se inicia con el precepto encomendado a Aharón:  encender las luces de los siete brazos del candelabro ubicado en el Santuario. 

El término utilizado para “encender” es Behaalotjá, que en forma literal significa “cuando hagas subir”, cuando eleves. Aharón tenía que encender las llamadas hasta tanto estas se pudieran mantener encendidas por sí solas. 

Las luces de la Menorá del Santuario son el símbolo del alma judía. “La Luz de Di-s es el alma del hombre”. La misión de Aharón era elevar espiritualmente a los judíos, no sólo encendiendo la llama del Judaísmo, sino engendrando en ellos el amor a Di-s, de modo que pudiera mantenerse por sí solo sin necesidad de depender de una inspiración externa. 

Aharón personificó la paz y el amor al prójimo. Tuvo el mérito de acercar a los judíos a la Torá, en vez de simplificar la Torá para bajarla al nivel en que ellos estaban. Elevó el nivel espiritual de las personas para que vivieran según lo establecido en la Torá. 

Simplificar el cumplimiento de los Preceptos atenta directamente contra la esencia y la existencia del Judaísmo, produciendo un ritual sin significantes y un vacío espiritual.

Aún cuando la instrucción del encendido fue dada a Aharón, es aplicable a todos los judíos en el ámbito espiritual, porque cada uno es miembro del “pueblo de sacerdotes” y le corresponde iluminar su camino y el de los demás con la Luz de la Torá. 

La función de la mujer judía es de gran relevancia, pues se le concedió el privilegio del encendido de las velas de Shabat y de las festividades; ella es el soporte espiritual del hogar y, por tanto, posee las fuerzas necesarias para promover la paz y la armonía, alumbrando tanto a los suyos como al mundo exterior. 

Aharón cumplió con entusiasmo la mitzvá del encendido de la Menorá. Lo hizo personalmente con gran precisión durante toda su vida, aun cuando estaba autorizado para delegar esta función en sus hijos; ello nos demuestra la importancia de la disciplina y la constancia en el Judaísmo. 

Los viajes que tuvieron que hacer los judíos durante su travesía por el desierto eran guiados por la Voluntad Divina, mediante las “Nubes de Gloria” que indicaban su estadía en determinado lugar o el avance hacia otro. A veces llegaban a lugares desagradables como Mará, o a otros con mayores recursos de agua y árboles.

Nunca, durante los 40 años, supieron la duración de su estadía en determinado lugar, demostrando así su aceptación y el deseo de seguir a Di-s, independientemente del lugar en donde se encontraban. 

La salida de un lugar a otro era anunciada por tres señales: la “nube de Gloria” apostada sobre el Tabernáculo se transformaba en una columna recta. Moshé proclamaba “Kuma Hashem” (“levantate”), conminando a la Nube a partir y, finalmente, los Cohanim tocaban las dos trompetas de plata con el sonido correspondiente a la partida. 

Por iniciativa del erev rav (Aquellos que salieron con los judíos de Egipto), los Bnei Israel empezaron a pedir carne, además del maná, que era lo único que recibían. Moshé se lo comunicó a Di-s y Éste, a pesar de su enojo con el pueblo por haber sucumbido al deseo de  comer carne, hizo aparecer las codornices (slav) en abundancia, para que comieran de ellas hasta que se saciaran y les repugnara, y se dieran cuenta de que aún las cosas más hermosas y deseables se convertían en lo contrario, si se tenían en exceso. 

Cuidá tu alma

¿Quién es un hombre sano? ¿El que hace ejercicios corporales? ¿El que cuida su alimentación sana y se preocupa por su higiene?…

Esos son organismos que funcionan bien, tienen un cuerpo sano, pero no es igual a ser un hombre sano.

Es muy importante tener un cuerpo sano, alimentarse bien, descansar, realizar actividades físicas, tomar sol. Esta es nuestra responsabilidad. Pero el hombre también vive otra realidad, con sus sentimientos, sensaciones, nostalgia, amor, esperanza y su fe.

Estas dos cosas: cuerpo y alma se interrelacionan. Un hombre no puede tener un cuerpo sano, si tiene un alma enferma y no puede tener un alma sana, si tiene un cuerpo que no lo cuida. El hombre está compuesto por un cuerpo vital, es lo que se ve a simple vista ó por medio de estudios médicos y por lo que no se puede ver, lo oculto que es “el alma”.

Así como hay enfermedades físicas, hay medicamentos que las curan. Existen enfermedades del alma que debilitan alguna parte del cuerpo y para evitar su enfermedad debemos diariamente tener un momento de meditación, dejando de lado lo material, para así poder valorar nuestra vida, a nuestros seres queridos, agradeciéndole a Di-s por todo lo que nos está dando, es parte de la medicación para nuestra alma.

El estado de salud del cuerpo depende del constante flujo de sangre que se irradia a todo el cuerpo, por medio del permanente e incesante trabajo del corazón. Cuando esta circulación es correcta, el hombre se encuentra en perfecto estado de salud, ya que sus órganos están unidos entre sí y reciben su vitalidad del corazón.

Tenemos que cuidar nuestro cuerpo, pero buena salud es un cuerpo sano y un alma sana.

Hoy en día la medicina ha descubierto el efecto que tiene el espíritu de una persona para la cura de su enfermedad. Un hombre con espíritu saludable y optimista tiene un sistema inmunitario mayor.

Una debilidad en el espíritu puede provocar un mal en el cuerpo. Así como ciertos alimentos nutren al cuerpo, el alma necesita nutrición espiritual. Esta nutrición incluye un conocimiento de la propia misión en la vida y un reconocimiento a Di-s, que nos ha dado la capacidad de cumplir con esa misión. Un alma saludable se conecta con Di-s mediante el estudio, el rezo, y los actos de benevolencia; Es muy importante transmitir a una persona enferma confianza y esperanza en su recuperación.

Los médicos que tratamos de curar a un enfermo, sólo somos el medio entre Di-s y el enfermo, es por eso que cada vez que estoy intentando salvar una vida, me encomiendo a ÉL, y es muy importante que la persona enferma también confíe en Di-s, pues es la mejor medicina para luchar contra la desmoralización que acompaña la enfermedad. Di-s dio al médico una gran responsabilidad, el médico tiene que poseer la humildad de reconocer que el poder de curar viene de Di-s.

Un médico debe ser sensible, no ser arrogante, pues él es sólo el medio, como está escrito “Di-s es el que sana”. Si bien Di-s nos ha dado a los médicos la responsabilidad de curar el cuerpo, el hombre debe procurar cuidar de su alma.

Debemos aprender a escuchar a nuestro cuerpo, reconocer sus síntomas, cuidarlo, pues éste pertenece a Di-s y nosotros somos su portador a lo largo de la vida…Como dice el Código de Ley Judía: “Uno no tiene el derecho de lastimar su cuerpo, pues no es propiedad suya, sino de Di-s”.

Dr.Abraham Obrelan

Especialista en Cardiología (Basado en las Enseñanzas del Rebe de Lubavitch)