Algunos datos sobre el maná: parecía una pequeña semilla, redonda, blanca. Descendía por la noche, intercalada entre dos capas de rocío. Sabía a su comida favorita. No producía pérdida, encapsulando las necesidades nutritivas de su comedor tan precisamente que después de que el cuerpo absorbía lo que necesitaba, no restaba nada. (Esta última provocó que alguno de los Israelitas se sintiera un poco de náuseas por su “pan del cielo”).
Poco después que el maná empezó a bajar, recibimos la Torá en el Monte Sinai. Durante las siguientes cuatro décadas atravesamos el desierto comiendo el maná y aprendiendo Torá. Eso es básicamente todo lo que hicimos (cuando no estábamos metiéndonos en problemas). El Midrash ve una conexión directa entre nuestra dieta y nuestra ocupación, declarando que “La Torá sólo podría entregarse a los consumidores de maná”.
Después de cuarenta años de maná y Torá, cruzamos el Río Jordán a la Tierra Prometida. El estudio de Torá seguía siendo una ocupación de jornada completa sólo para la tribu de Levi (y para individuos selectos de otras tribus). Todos los demás empezaron a ganarse la vida trabajando. El maná dejó de caer, y nos cambiamos al “pan de la tierra”- el pan oscuro, voluminoso, cuadrado-el tipo de pan cuyos nutrientes y vitaminas se hallan dentro de un relleno descartable. El tipo del que se digiere en lugar de ser absorbido.
La vida es principalmente desperdicio.
Pasamos trabajando todo el día por el dinero, una hora yendo de compras, otra hora cocinando, unos minutos comiendo. ¿Y dónde va la comida? La mayoría de ella pasa derecho a través de nuestros cuerpos al sistema de la cloaca de la ciudad.
¡Nos dan 24 horas por día, la mayoría aplastante de ese tiempo la pasamos durmiendo, conmutando, buscando estacionamiento, aguardando en la línea, revisando el correo electrónico, escuchando discursos, dando excusas, charlando, haciendo un depósito, haciendo un retiro… Y entonces, en esos cinco minutos que realmente estamos haciendo algo, ¡la mitad del tiempo nos sale todo mal!
De hecho, estamos tan acostumbrados a tratar con desperdicios que cuando se nos da algo que es 100% puro oro, empezamos a buscar alguna escoria para librarnos de él. Buscamos faltas en el alma de un ser amado, agendas ocultas en las amistades más bonitas, el “otro lado” en la más virtuosa de las causas. Incluso la bondad es juzgada por ser demasiado buena para ser verdad.
Esto es por qué, dice el Lubavitcher Rebe: “La Torá sólo podía darse a los consumidores de maná”. Una nación de consumidores de pan se habría embarcado inmediatamente en un proceso de “digestión”. “Ama a tu compañero como a ti mismo”- hubieran dicho- es un material limpio, nutritivo; pero ¿”Cuidar el Shabat”? No es práctico hoy en día. Habrían separado las partes modernas de las partes “primitivas”, las partes de sentirse bien de las -no-me siento cómodo-con esta parte, los “hechos históricos” del “el folklore,” lo “científicamente corroborado” de las partes esotéricas, los “rituales” de las “restricciones”, etc. etc.
Nuestras necesidades mundanas son de consumidores de pan. Necesitamos saber para discernir, para abrazar lo bueno y rechazar lo malo, para hacer opciones morales. Pero también necesitamos saber cuándo salir de nuestro modo de digestión. Para reconocer cuándo, en un momento raro de gracia, Di-s nos dio un regalo de pura bondad y perfección. El abrirnos a Su Torá, y permitir que su totalidad nos nutra, cual el maná lo hacía.
Por Yanki Tauber