Aborto: ¿Cuándo comienza la vida?

Este artículo presenta un somero análisis de la posición judía, basado en una serie de conferencias dictadas durante el Seminario Judicial Judío de Detroit.

Aclaración: cada caso es particular y debe ser consultado con un rabino ortodoxo. 

Determinación de la vida:

Antes de analizar la interrupción de la vida, debemos establecer primero cuándo ésta comienza. Cierta vez se realizó un debate público con la presencia de tres panelistas: un médico, un filósofo y un rabino. La discusión era: “¿Cuándo comienza la vida?”.

El médico se puso de pie y expuso que la ciencia médica ha demostrado inequívocamente que la vida comienza una vez que el óvulo ha sido fertilizado. El filósofo, extremadamente pragmático, propuso que la vida no puede ser considerada como tal hasta tanto el niño no fuera una entidad viable por sí misma, es decir, una vez retirado de la madre.

El rabino se acercó lentamente al podio y, muy confiado, dijo: “Señores, ¡la vida comienza cuando los niños han crecido y se mudan a otra casa!”

Risas aparte, la verdadera posición del judaísmo en cuanto al aborto es un enfoque que combina la opinión del médico y el filósofo: bajo circunstancias normales, es decir, cuando la fertilización tuvo lugar tal como lo fue en el curso de los últimos 5780 años, la vida comienza con la concepción.

A ello se debe que la ley judía jamás autorizará el uso de un dispositivo intrauterino como forma de contracepción. Este dispositivo impide que el óvulo, fertilizado en las Trompas de Falopio, pueda implantarse en el útero. Esto, por definición, no es contracepción sino anticoncepción.

La ciencia moderna ha posibilitado que aquellas parejas desafortunadas que durante años desearon infructuosamente tener hijos puedan recurrir a la “fertilización in vitro” (FIV). Y entonces, surge la pregunta: “Esta cosa que está en el platillo del laboratorio,¿es un organismo viviente?

La ley judía responderá: “Si”; la vida comienza con la concepción.

El procedimiento usual en FIV es que se toman varios óvulos de la madre, de manera que la mayor cantidad de ellos sean fertilizados e implantados. Si, por ejemplo, se han fertilizado diez de estos óvulos, resultaría contraproducente implantar los diez. Probablemente morirían todos. Lo más probable es que el médico implante tres o más, con la esperanza de que uno “prenda”.

Entonces, surge el problema en cuanto al correcto modo de proceder con los óvulos restantes. La ley judía dirá que no podemos matarlos, pero tampoco, tenemos la obligación de implantarlos. Entonces, deberán ser preservados por un proceso de congelamiento profundo hasta que venza su propia vida, unos tres años.

Restricciones:

Hace unos años se preguntó al ex-presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, cuál era su opinión acerca del aborto. Respondió que se oponía, salvo en casos de violación, incesto, o amenaza a la vida de la madre.

En el judaísmo no hay pregunta. Puesto que la vida se inicia con la concepción, no podemos permitir el aborto simplemente porque no nos gusta el padre. Es cierto que la situación ocurrida es desafortunada, pero no podemos tomar nuestra venganza en el feto.

En el caso de una mujer que fue sometida a amniocentesis, y se ha descubierto que el feto que lleva en su vientre sufre del Síndrome de Down, Tay Sachs, o alguna enfermedad debilitante, nos veremos nuevamente forzados a decir que la vida comienza con la concepción, y el aborto no es viable.

Si una mujer que tiene diez hijos enfrenta dificultades para manejar la situación y se encuentra con que está esperando a su hijo número once, ella del mismo modo, tiene prohibido someterse a un aborto.

El punto central detrás de estas restricciones, y detrás de toda la ética judía, es nuestra poderosa creencia y fe en Di-s. Como judíos, estamos convencidos de que Di-s tiene el control de todo. El nacimiento de cada hijo responde a la Providencia Divina y éste tiene su lugar en el mundo. Para aquellos que se quejan de cuán superpoblado y súper estresado está el mundo, respondo que estaba superpoblado cuando yo era un niño y había tres mil millones de habitantes, estaba superpoblado en mi adolescencia con cuatro mil millones, y lo está ahora con cinco mil millones, y lo seguirá estando con seis mil millones. Parecería que Di-s siempre tiene lugar para uno más.

Circunstancias permisibles:

El judaísmo se diferencia de las éticas cristianas, entre otras cosas, por el hecho de que si sólo tenemos una única posibilidad de salvar a la madre o al feto, la vida de la madre tiene prioridad. La madre es una entidad viva y viable que, con la ayuda de Di-s, tendrá otros hijos y llevará una vida productiva. El feto, por su parte, es un ente incierto. No sabemos si vivirá o morirá. Si como hemos propuesto, la vida comienza con la concepción,¿cómo podemos medir la importancia de una vida por sobre otra?

El Talmud cita dos respuestas lógicas:

1) Si una persona es perseguida por un asesino, no sólo tenemos permitido matar al perseguidor sino que estamos obligados a hacerlo. El feto que pone en peligro la vida de la madre, es considerado un perseguidor y debe ser eliminado.

2) La persona tiene prohibido mutilar su propio cuerpo. En recientes épocas de guerra se hizo hábito común entre los hombres cercenar un pequeño trozo del dedo índice para evitar así el reclutamiento. Semejante práctica, sin lugar a dudas, está prohibida.

Di-s ha prestado a cada uno de nosotros un cuerpo del que debemos cuidar. Tal como sucede con el alquiler de un automóvil, cuando la empresa espera recibirlo de vuelta en perfectas condiciones. Sin embargo, si Di-s libre, una persona tiene una pierna engangrenada, no sólo tiene permitido ver que ésta sea amputada, sino que está obligado a hacerlo para salvar su vida.

Hay una historia del primer Rebe de Lubavitch, Rabí Shneur Zalman de Liadí, que enfatiza cuán crítica es la preservación de la vida. Cierta vez, mientras estaba entregado a sus oraciones de Iom Kipur, el Rebe se quitó el Talit, salió de la Sinagoga y se dirigió al extremo del pueblo. Allí cortó leña, encendió un fuego, y cocinó una sopa con la que alimentó a una mujer que acababa de tener familia.

La preservación de la vida supera a la ley.

El Shabat, Iom Kipur, e incluso una parte del propio cuerpo, pueden ser sacrificados para salvar la vida. Nuestros Sabios nos dicen: “profaná un Shabat para salvar una vida, para que puedan preservarse muchos Shabat”. En este caso, el feto será observado como un órgano enfermo de la madre y, en consecuencia, puede ser amputado para salvar la vida de la madre.

Conclusión:

Si la óptica del judaísmo parece tan próxima a la de los que defienden el “derecho a la vida”, ¿por qué no se ve a ningún rabino estacionándose en protesta frente a las clínicas dedicadas a abortos en los Estados Unidos y otros países? ¿por qué no hay demostraciones masivas de judíos frente a los edificios gubernamentales? ¿por qué no hay marchas auspiciadas por las Ligas Ortodoxas?

En verdad, la visión del judaísmo respecto del aborto es la exacta antítesis del Movimiento “Derecho a la Vida”.

Los judíos creen en la Maternidad. Cada hijo nacido es una bendición única, una que traerá sólo la mayor de las alegrías a la madre. Los judíos no desalientan el aborto, sino que alientan a cada mujer a realizar su sueño, sea éste declarado o latente, de criar una familia.

Con mucha frecuencia, cuando ya es demasiado tarde, una mujer mayor se arrepentirá de no haber tenido aquel niño. Pero una mujer a la que se convenció para que no hiciera el aborto, jamás se arrepentirá por tener ahora aquel niño.

Habitaciones que requieren Mezuzá

Un error común es que solo la entrada principal del hogar requiere de Mezuzá. Es mejor tener aunque sea una Mezuzá en la puerta delantera que no tener ninguna.

Pero, para observar correctamente esta mitzvá, cada habitación de la casa o la oficina, debe tener Mezuzá.
Todos los cuartos que tienen más 12 m2 aprox. requieren de una Mezuzá —si tienen un marco.


La bendición no se recita, sin embargo, si el cuarto no tiene por lo menos 2 metros en cada dirección.
Un marco que requiere Mezuzá es aquel que tiene dos jambas y un dintel que conecta las jambas por arriba. Si no existen estas condiciones, se debe consultar a un rabino para determinar si esta entrada requiere una Mezuzá.
No se pone Mezuzá en cuartos de baño o cuartos de ducha.


Las puertas del garaje, cuartos de la caldera, áticos, galpones externos, o guardarropas requieren Mezuzá, siempre que cumplan con las medidas requeridas.
En la entrada de un guardarropa, el marco debe tener al menos 80 cm.

Un ático también requiere una Mezuzá a menos que se entre a través de una abertura horizontal en el piso y no por una abertura vertical en la pared.

Un balcón requiere Mezuzá. Hay distintas opiniones si la Mezuzá debe ser colocada en el lado derecho de la puerta que conduce a la casa, o en el lado derecho de la puerta que conduce al balcón.

Se debe consultar a un rabino competente.
Las Mezuzot se deben poner en negocios y depósitos sin recitar bendición.


Si se trabaja para un no judío, se está exento de poner Mezuzá en el lugar de trabajo.

Amor paternal

Una conmovedora historia, contada en primera persona por su protagonista. Y la figura del Rebe como padre de todo judío.

Antes de la Guerra, mi papá estudiaba en la Ieshivá (seminario rabínico) en Hungría. A pesar de que no tuvo una formación Jasídica, se aseguró de que yo la tuviera. Cuando era un niño, me llevó a ver al Rebe de Lubavitch, al de Satmar y al de Bobov. Quería que experimentara todo el espectro del Judaísmo, lo moderno, lo Jasídico, y lo no jasídico. De esa forma, en donde me encontrara iba a estar cómodo.

En 1973, el año de mi Bar Mitzvá, mis padres me enviaron a un campamento de verano en Israel. Cuando regresé, me enteré que mi padre iba a tener una operación. Resultó ser que tenía cáncer de colon, y desde ese momento, su salud comenzó a empeorar.

Dos años más tarde, justo antes de Purim, la condición de mi papá agravó. Fue al hospital, los doctores lo examinaron, y luego me dijeron: “Mejor que vuelvas a casa, tu padre se quedará esta noche en el hospital”. Esa noche vieron que no había mucho para hacer, solamente intentar que el final sea lo menos doloroso posible.

Por supuesto que no queríamos darnos por vencidos, por lo que fuimos a varios Rabinos para bendiciones. También intentamos con medicinas alternativas. Mi padre estaba bajando mucho de peso. Nada estaba funcionando.

Luego, un primo nos dijo: “Deben ir a ver al Rebe de Lubavitch”.

Era invierno, la primera semana del mes de Kislev. Fuimos cinco personas, mi papá y mi mamá, mi abuela, mi hermana y yo. Mi padre estaba muy enfermo…estaba demacrado, su rostro había perdido su brillo.

Entramos a la oficina del Rebe. Me paré atrás, y mi papá habló unos minutos con el Rebe. Cuando terminó, comenzamos a irnos, pero de pronto, el Rebe me dijo: “Tu quédate”.

Ya estaba ansioso por todo lo que estaba ocurriendo. Tenía solo dieciséis años en ese momento, y me puse muy nervioso.

El Rebe me dijo: “Kum…Ven para acá”, haciendo gestos para que me acercara. Se acercó a su estante y sacó de allí dos volúmenes del Talmud, tratado de Berajot, y me dijo en Idish:

“De acuerdo a las leyes de la medicina, tu papá está extremadamente enfermo ahora, está cerca del final. Di-s va a ayudar, pero tu papá va a estar deprimido, y tú también estarás triste. Vas a necesitar de fuerzas. Quiero enseñarte algo que te va a ayudar a seguir”.

Abrió la página 10a, y comenzó a enseñarme la historia de Reyes II (20:1-6), en donde el Talmud está discutiendo. El Rey Jizkiahu está enfermo, y el profeta Isaiah lo visita. El profeta le dice al rey que sus días están contados y que debía prepararse para fallecer, pero Jizkiahu se niega a aceptarlo y le dice: “No, yo tengo fe en Di-s”. A pesar que el profeta dice que es demasiado tarde, Jizkiahu comienza a orar, porque “Incluso si la punta de la espada está apuntando tu cuello, nunca debes renunciar a la esperanza”.

Yo estaba parado frente al escritorio del Rebe, y él se encontraba sentado. Pero en el medio de la historia, el Rebe me hizo gestos para que vaya del otro lado del escritorio, para que veamos juntos. Tradujo el diálogo lentamente en Idish, palabra por palabra, marcando el lugar, así como un padre le enseña a su hijo.

“Lo que quiere mostrar el Talmud a través de esta historia, es que no debemos mezclarnos en el trabajo de Di-s. Tenemos que hacer lo que debemos hacer, y Di-s hace lo que Él hace”.

Lo recuerdo señalando las palabras con su dedo, luego me miraba y volvía a señalar. Me hacía repetirlo hasta que lo entendiera. Debido a que mi padre no era muy entendido con el Talmud, el Rebe quería asegurarse de que yo lo entendiera bien para después poder explicárselo: que incluso ante la puerta de la muerte, nunca debes renunciar a la esperanza, nunca debes deprimirte, y debes aceptar la voluntad de Di-s. Llevó un tiempo, como veinticinco minutos.

Lo que me queda en mi cabeza más que cualquier otra cosa, es el amor del Rebe cuando me miraba. Nunca antes había visto este tipo de amor. Aquí estaba yo, un extraño para él, un joven que venía con su padre que necesitaba una bendición. ÉEl dio su Brajá, pero luego dio mucho más. ÉEl vio que este niño precisaba amor paternal, y se lo proveyó.

Cuando salí de la oficina del Rebe, estaba transpirando. Cuando estábamos volviendo a casa, le conté a mi papá lo que había sucedido, y comenzó a llorar. Cuando llegamos, estudiamos esa Guemará por lo menos tres o cuatro veces.

Recuerdo mi padre preguntándome varias veces: “¿Entiendes por qué el Rebe te dijo que estudiaras esto conmigo? ¿Lo entiendes?”

Dos meses y medio luego de nuestra visita al Rebe, mi papá falleció. Era lunes de noche, 18 de Shvat, y lo último que me dijo fue que le había dado muchos Najes.

No tenía parientes. Mi mamá era única hija, la familia de mi padre había fallecido en la guerra, y yo tenía sólo dieciséis años.

No se cómo agradecerle al Rebe por esto, él me sentó y me dijo los hechos de la vida. Todos los demás me hubieran dicho: “No, va a estar bien, va a estar bien”. El Rebe me miró y me dijo cómo estar preparado para ello.

Tuve momentos en que las cosas se ponían difíciles. Dejé la Ieshivá por un tiempo, y me alejé. Pero luego recordé lo que el Rebe me había enseñado. A través de esos años, probablemente había estudiado esa parte del Talmud unas treinta veces, y me puso de nuevo en marcha.

El hecho de que soy un judío religioso y he formado una hermosa familia, es por esa noche que el Rebe pasó tanto tiempo explicándome que cuando tienes un problema, y sientes que estás tocando el fondo, recuerda que nunca debes darte por vencido, porque Di-s está allí. Abre tu corazón hacia Él, y te ayudará.

Los hijos son una bendición

Incluso el mejor de los niños en el mejor de los tiempos a veces necesita un poco de disciplina. Un reciente viaje por la carretera, en donde los tiempos de la comida se habían retrasado, transformó el humor de mi hijo de cuatro años. Olvidando el llanto el cual podíamos controlar, cuando insistió en correr demasiado cerca del borde del muelle, no tuve más remedio que levantarlo y llevarlo de nuevo al coche.

Digamos que no lo había tomado tan amablemente el repentino cambio de planes.

Parcialmente ensordecidos por sus gritos y luchando en agarrarle sus brazos y piernas, todo lo que pude ver en mi caminata por el muelle fueron las miradas de un pequeño grupo de pescadores que se encontraban en mi camino hacia la disciplina.

Se veían tan cómodos y sin preocupaciones. Bronceados por el sol, con la botella de cerveza fría al lado de sus cañas de pescar. No pude dejar de reflexionar sobre la discrepancia entre mi experiencia de vacaciones y la de ellos.

Mientras luchaba para pasar por allí, todos se dieron vuelta a la misma vez para verme.

Teniendo la paciencia casi agotada, y sintiéndome un poco avergonzado por su atención, pregunté: ¿alguno tiene hijos?, y todos respondieron felices “no”.

“¿Quieren uno?”, pregunté luego, señalando al paquete que llevaba en mis brazos.

Obviamente estaba bromeando, ya que no cambiaría a mis hijos por nada. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la respuesta unánime de rechazo que recibí de los pescaderos. Claramente no tenían idea de lo que se estaban perdiendo.

Algunas personas simplemente no aprecian la bendición que traen los hijos. Muchos esperan a que las cosas se pongan serias para poder empezar a armar una familia.

Pero, ¿quién dijo que cuando estés listo para la bendición de Di-s, Él los mandará tan libremente? He tenido varias conversaciones con personas que comparten su desilusión por no haber comenzado una familia antes. Ahora se arrepienten, pero ya es tarde.

Cualquier otro placer se hace insignificante cuando se compara con el privilegio de tener hijos.

Cuando nuestro ancestro Iaakov se dio cuenta que su vida estaba llegando al final, convocó a su hijo Iosef, y a sus nietos a que se acercaran.

Y él bendijo a Iosef y dijo: “El Di-s el cual mis padres, Abraham e Itzjak caminaron, el Di-s que me sostuvo todo el tiempo de mi vida, que sea el ángel que me liberó de todo mal, el que bendiga a estos jóvenes (Génesis 48:16-17)

Parece no tener sentido. Iaakov comenzó prometiendo bendecir a Iosef, pero de la continuación de la bendición parece que ignoró completamente a su hijo y se concentró en sus nietos. Seguro que Iosef tenía una razón para quejarse. ¿En dónde estaba su bendición prometida?

Pero ningún padre preguntaría eso. Cuando Iaakov bendijo a los hijos de Iosef, él también se sintió bendecido.

Los hijos son un regalo de Di-s, y cada uno es otro regalo de nuestro amado Padre en el Cielo. Nadie puede prometer que no se van a portar mal en público, o que la decisión de tener hijos no te va a interrumpir mientras te sientas a pescar. Pueden ser caros, pero valen la pena.

Puede que no sea la forma más sencilla o confortable de vivir, pero tener el privilegio de criar a los hijos de Di-s, es la mayor bendición que uno puede aspirar.

 Por Elisha Greenbaum

Es muy judío preocuparse

“¿Comiste? ¿Qué?, ¿tan poco? Toma, voy a traerte un plato”. “¿Estás seguro de que estás bien abrigado?
Tomá otro suéter”.

La madre judía es legendaria por su insaciable necesidad de crianza. Por muy autoritaria que parezca a veces, sabemos que proviene
del amor.
Este instinto de cuidar de los demás está arraigado en nosotros desde la propia Torá.
Cuando recibimos a un huésped, estamos obligados a alimentarlo y ofrecerle refugio para pasar la noche o al menos acompañarlo
en el camino hasta que estemos seguros de que haya llegado a un lugar seguro.
Aprendemos esto de Abraham, quien escoltó a los ángeles que vinieron a visitarlo.
El efecto devastador de no ofrecer alojamiento a los huéspedes se ilustra con la mitzvá de eglá arufá, el “becerro decapitado”.

Si un extraño es encontrado muerto en el campo y nadie sabe quién lo asesinó, los ancianos de la ciudad más cercana al cadáver deben
matar un ternero y proclamar:
“Nuestras manos no derramaron esta sangre, ni nuestros ojos vieron este crimen”

En otras palabras, la gente de la ciudad tiene que testificar que no vieron pasar a este viajero y lo ignoraron y a sus necesidades.
No podemos apartar la vista de las necesidades de otra persona y asegurarnos de que todo estará bien, que ella puede cuidarse y que
Di‐s la ayudará.
Es nuestra obligación darnos cuenta, preocuparnos y actuar.

El tema de eglá arufá aparece como invitado sorpresa en la porción de la Torá de Vaigash.
Después de que Iosef reveló su verdadera identidad a sus hermanos, los envió de regreso con su padre, Iaakov, cargados de regalos. Al principio, Iaakov se negó a creer que su hijo vivía. Luego el versículo dice: “Vio los carros que Iosef envió para llevarlo, y el espíritu de
su padre Iaakov revivió”
¿Qué fue lo que hizo que el espíritu de Iaakov reviviera al ver los carros?
Citando el Midrash, Rashi explica que los carros (agalot) aludían a la eglá arufá, la última lección de Torá que Iaakov le había enseñado
a Iosef antes de su abrupta separación.
Cuando vio los carros, entendió el mensaje que Iosef le enviaba.
No te preocupes, padre. Todavía estoy vivo.
Sigo siendo tu hijo Iosef.

La Torá que me enseñaste permanece viva dentro de mí.
La lección de eglá arufá mantuvo a Iosef durante todos sus brutales años de esclavitud en Egipto.
Era un adolescente, sólo 17 años, cuando fue cruelmente separado de su padre.

El mensaje de despedida de su padre, consciente o inconscientemente, fue que no existe un judío que esté solo, desamparado,
abandonado.

Si se encuentra un cuerpo en las afueras de una ciudad, toda la ciudad, incluidos los ancianos, debe reunirse para rendir cuentas.
“Teníamos la obligación de proporcionarle comida y refugio, y acompañarlo sano y salvo
en su camino. Somos responsables no sólo de sus necesidades físicas sino también de sus necesidades espirituales”.

Esto es lo que Iosef le decía. “Aba, me entrenaste bien. No me enviaste con las manos vacías. Me alimentaste, me vestiste con prendas
espirituales que me mantuvieron abrigado y protegido durante 22 largos años. Tus palabras de despedida me dieron la fuerza y fortaleza
para soportar todas las pruebas y tribulaciones en Egipto”.

Y el espíritu de Iaakov revivió.

El judío agradecido

Quizás le sorprenda saber que la palabra “judío” no aparece en los Cinco Libros de Moshe.
La Torá se refiere a nuestro pueblo como los Hijos de Israel, porque somos hijos de Iaakov, a quien se le dio el
nombre adicional “Israel”.
Israel engendró doce hijos, que llegaron a ser las doce tribus de Israel.

El nombre “judío” proviene del nombre “Iehudá”, que significa “agradecimiento”. Iehudá fue el cuarto hijo de Iaakov y su es‐
posa Lea.
Como leemos en la parshá de esta semana: “Y ella concibió de nuevo y dio a luz un hijo, y dijo: ‘¡Esta vez agradeceré [ode] al
Señor!’ Por eso, lo llamó Iehudá.
¿Por qué todos los judíos reciben el nombre de una sola de las tribus, Iehudá? ¿Qué tiene la acción de gracias que captura la esencia de los Hijos de Israel?

A menudo miramos a nuestro alrededor y nos preguntamos por qué algunas personas que nos rodean son tan desagradecidas.
¿Por qué nuestros hijos no aprecian todo lo que hacemos por ellos? ¿Por qué nuestro cónyuge no muestra gratitud? ¿Por qué nuestros compañeros de trabajo nos dan por sentado?
Para entender por qué el sentimiento de gratitud es tan difícil de alcanzar, debemos examinar la palabra hebrea para “gratitud”, hodaa, la raíz del nombre Iehuudá.
Hodaa también significa “reconocer”, como reconocer que la opinión de otra persona es correcta.

¿Por qué estas dos ideas aparentemente distintas, agradecimiento y reconocimiento, comparten la misma palabra? ¿Qué conexión comparten?
La respuesta es que la clave para estar agradecido es reconocer la perspectiva del otro.
Para ilustrar: una madre hace mucho por su hijo, pero ¿el niño lo aprecia?
El niño puede dar por sentado el esfuerzo de la madre, pensando que ella está haciendo lo que se supone que debe hacer
como madre.
Al fin y al cabo, argumenta, ¿no es éste su trabajo?

La única manera en que el niño pueda sentirse genuinamente agradecido es si adopta su perspectiva, si apreciatodos sus sacrificios y todo el tiempo que ella le dedica con amor.
Lo mismo ocurre con el cónyuge. Podemos agradecerle por un acto de bondad.
Pero para sentirnos verdaderamente agradecidos, debemos ver el panorama desde la perspectiva de nuestro
cónyuge.

Necesitamos apreciar todo el pensamiento, sentimiento y energía que se invirtió en este acto. Sólo cuando reconocemos y apreciamos el punto de vista del otro –hodaa– podemos decir toda, “gracias”.
Ser judío es poseer la capacidad de ver más allá de lo obvio, de reconocer la perspectiva del otro.
Ser judío es experimentar el dolor de los demás, así como regocijarse en su felicidad como si fuera la nuestra.
Ser judío es reconocer y aceptar la perspectiva de esperanza y alegría incluso en medio de grandes dificultades.
Existe una disputa constante y de larga data entre la creación y el Creador.

Nuestra perspectiva es que nuestra vida, salud y éxito se deben a nuestros esfuerzos independientes, y que al
único que debemos agradecer es a nosotros.
Sin embargo, desde la perspectiva de Di‐s, el Universo entero está siendo creado en todo momento por la palabra de Di‐s.

Desde Su perspectiva, la única realidad verdadera es la vitalidad Divina dentro de cada ser creado.
El judío tiene la responsabilidad de ver el mundo desde la perspectiva de Di‐s, de cultivar un punto de vista que se
centre en lo espiritual más que en lo físico.
El iehudi posee el don del reconocimiento y, por lo tanto, puede experimentar un genuino agradecimiento.

¿A qué edad las niñas deberían comenzar a encender las velas de Shabat?

Rabi Menajem Mendel Schneersohn, el Rebe de Lubavitch, pidió firmemente que las niñas comenzaran a encender las velas de Shabat tan pronto como puedan recitar la bendición de la misma, lo cual generalmente ocurre a los tres años. A esa edad nuestra Matriarca Rivka comenzó a encender las velas.

El Rebe señaló que en Europa, antes de la guerra, era la costumbre de muchas comunidades que las jóvenes encendieran velas de Shabat. Debido a la guerra, la escasez de velas, los apagones, etc., esta costumbre se suspendió. Por lo tanto, el hecho de que las chicas jóvenes encienden las velas, es en realidad un regreso a una hermosa costumbre milenaria.

Cuanto antes se le enseñe a la niña la belleza de la luz de la Torá y de las Mitzvot, mejor. Algunos opinan que comenzar a esta edad no es necesario, o que la mujer debería comenzar a encender cuando se casa y comienza su propio hogar, sin embargo, una luz adicional nunca lastima a nadie. La necesidad de luces adicionales se siente especialmente hoy en día, ya que nos encontramos en una época en la que lamentablemente todo tipo de influencias seculares “oscuras” se impregnan a la sociedad, muchas de las cuales se infiltran en el hogar también.

Claro está que una niña de tres años no puede encender la vela por su propia cuenta. Cuando una madre con su hija encienden las velas, primero se debe asistir a la niña y luego encender las suyas. 

¿Cómo ser un padre?

Debemos saber lo que dice el primer diálogo entre un padre y su hijo que aparece en la Torá:
Y entonces, Itzjak le dijo a su padre: “¿Padre mío?”.
Y Abraham dijo: “Heme aquí, hijo mío”.
Abraham le responde a su hijo con las mismas palabras que uso para responderle a Di‐s:
…Di‐s puso a prueba a Abraham, y Él le dijo: “¡Abraham!”, y Abraham respondió: “Aquí estoy”.
Di‐s le pide a Abraham que haga algo que va en contra de cada una de las células de su cuerpo y de su alma: que endurezca su corazón, que apague la mente, que tome a su hijo y “lo eleves como sacrificio en una de las montañas que te mostraré”.
Los hombres conocen la modalidad. Tengo que hacer lo que tengo que hacer. Lo hacemos cuando vamos a la guerra y cuando vamos al trabajo y cuando disciplinamos a un hijo.

Adentro una voz grita: ¿Cómo soy capaz de hacer algo así?
Le decimos a esa voz que se calle para que podamos terminar con el trabajo.
Las horas pico en el tránsito, que te hacen estallar los nervios.
Las 7:30 de la mañana, y no quieres ir al trabajo, pero tienes que ir. Tú eres un hombre de familia con prioridades familiares.
Pero para alimentar a la familia, uno tiene que hacer sacrificios.
El papá que hay dentro de ti se apaga.
“¿Papá?”. “En este momento estoy ocupado”.
“¿Papá?” “Perdón hijo, estoy ocupado. Habla con mamá”.

Eso es lo que este mundo es capaz de hacerle a un hombre: mientras provee a su familia, la sacrifica en su propio altar.
Y aquí está Abraham, en medio de su prueba más grande. Solamente puede centrarse en una sola cosa: hacer
lo que se le mandó.
Trata de escuchar la voz de Di‐s y mientras, lo llama Itzjak, que no está seguro de que su padre está con él.
“¿Papá?”. “Aquí estoy hijo mío. Todo mi ser, para todo el tuyo ¿Qué pasa?”.
Tal vez, esa haya sido toda la prueba y con eso Abraham demostró que era digno de ser el Padre de la Nación que traería al mundo la compasión de Di‐s.
Con esas palabras, Abraham le pasó la antorcha a la siguiente generación, porque cuando Itzjak vio que su padre estaba junto a él de la misma manera que estuvo junto a Di‐s cuando le habló, estuvo dispuesto a estar junto a su padre y al Di‐s de su padre.
Esas palabras son lo único que tienes que saber para ser un verdadero papá judío. El resto ya va a venir solo.
“Aquí estoy hijo mío. Todo para ti”.

Si va hacer depende de mí

En la historia de Adám y Java, Di‐s entra en el jardín del Edén y le pregunta a Adám: “¿Has comido del árbol del que te ordené que no comieras?”
Una simple pregunta: ¿lo hiciste o no? Adám responde: “La mujer que me diste me dio del árbol y yo comí”.
Di‐s luego se acerca a Java y le pregunta: “¿Qué es eso que has hecho?” Java responde: “La serpiente me engañó y comí”.

En el momento en que Di‐s llega a la serpiente, no tiene una pierna sobre la cual pararse.
Siendo descendientes directos de Adám y Java, quizás algunos hayamos heredado esta debilidad humana: buscar a otros a quienes culpar cuando se cometen errores.

Algunos fumadores culpan al gobierno por permitir que se vendan cigarrillos, y algunas personas con sobrepeso culpan al supermercado por vender alimentos grasos.
A menudo olvidamos que cada vez que señalamos con el dedo a otra persona estamos, al mismo tiempo, señalándonos a nosotros con tres dedos.
Los niños pueden aprender esta actitud y buscar a quién culpar por sus errores.
Puedes escucharlos decir cosas como “Es culpa de mi maestra”, “Es culpa de mi hermana”, etc.
Una de las mejores maneras de enseñar a los niños a asumir sus responsabilidades es siendo ejemplos vivos.

Un buen líder, y todo padre es un “líder” en su familia, es aquel que puede ponerse de pie y decir: “Cometí un error, soy responsable y he aprendido una lección importante sobre cómo evitarlo”.

Algunas empresas tienen un libro en sus áreas de recepción titulado: Los errores que he cometido y lo que he aprendido de ellos.
Cada vez que alguien comete un error, va a ese libro y escribe cuál fue el error y qué aprendió de él.

En un entorno tan positivo, la gente no tiene miedo de reconocer sus errores porque se considera una experiencia de aprendizaje y crecimiento.

Hay algunos adultos que tienen entre cuarenta y cincuenta años que tienen dificultad para tomar decisiones.
Cuando se enfrentan a un dilema, aún vuelven con sus padres y les preguntan qué hacer.
Quizás esto se deba a que crecieron en un entorno en el que la gente tenía miedo de reconocer sus errores.
Cuando un niño ve que sus padres no tienen miedo de admitir que cometieron un error y están preparados para asumir toda la responsabilidad de sus acciones, este niño se sentirá más cómodo y confiado al tomar decisiones.

Si las cosas salen mal, aprenden de ellas y siguen adelante para convertirse en una persona mejor y más responsable.
También sería útil si pudiéramos enseñar a un niño desde una edad temprana a tomar decisiones propias, apropiadas para su edad.

A un niño de tres años, el padre puede sugerirle:
“¿Quieres desayunar del plato rojo o del plato azul?” A medida que el niño crece, las opciones se vuelven más sofisticadas, con algunas consecuencias y lecciones que se pueden aprender.
Él o ella crecerá y se convertirá en un adulto sano y funcional que tomará decisiones, aprenderá y prosperará.

Saber elegir el momento

Educar a los hijos es algo que requiere una importante inversión de nuestro tiempo.

Con respecto a eso, no tenemos elección. Pero podemos elegir cuándo usar ese tiempo.

Podemos escoger usar ese tiempo a una edad temprana, cuando podemos formar en nuestros niños carácteres positivos y actitudes que les servirán en su vida adulta. O podemos invertirlo después- para salvarlos de los problemas y travesuras en las que puedan meterse cuando son ya mayores. Definitivamente, usaremos el tiempo. Lo que depende de nosotros es cuando lo pasaremos mejor.

Una pareja me relató que su hija de nueve años vino un día a casa de la escuela bañada en lágrimas. “No regresaré a la escuela”, dijo. “Mi maestra me odia. Ella me castigó porque no hice mi tarea”.

Como padres ocupados que viven en el siglo 21 y teniendo muchas demandas en nuestro tiempo, podemos escoger empujar lejos el problema. “Comienza a hacer su tarea desde hoy en adelante”. “No te preocupes, el próximo año tendrás una maestra buena”. “Haz tu tarea, o si no…” Algunos padres dirán cualquier cosa con tal de sacar este problema del camino para poder enfocar lo que perciben que son cosas más importantes.

La pareja con la que yo estaba hablando había escogido detener todo lo que estaban haciendo y comprometerse en una discusión con su hija. Eligieron utilizar ese tiempo en este instante.

“Parecés muy disgustada” el padre le dijo a su hija. “Por favor explicame, ¿cómo te sentís?. Cuándo decís que tu maestra te odia, ¿qué significa exactamente para vos? ¿Pensás que ella te odia todo el tiempo, o sólo cuándo hiciste algo contra las reglas escolares?. Pensás que la maestra estaba disgustada con vos como persona, o estaba disgustada con lo que hiciste o no hiciste?”. La ayudaron a separar la historia del significado y la interpretación que ella le dio.

Después de una hora y media de preguntas y conversación, la niña de nueve años llegó a la propia conclusión. “Eran mis acciones a las que detestó, no a mi, y yo tengo que asumir la responsabilidad por mis acciones”. La niña había tomado una decisión firme de hacer su tarea a tiempo.

Los padres estaban muy emocionados a la mañana siguiente al encontrar una carta de disculpa de la niña dirigida a la maestra, diciendo que, de hoy en adelante, ella haría su tarea y obedecería las reglas escolares. La madre continuó, “me sentí obligada a compartir esta experiencia con la maestra de mi niña, y a agradecerle por mostrar interés por mi hija. Ella apreció mi apoyo y estímulo, y ambas sentimos que estábamos en el mismo equipo”.

Al elegir usar el tiempo ahora, tomando la iniciativa, en lugar de optar por una salida rápida, estos padres lograron implantar en su niña cinco valores importantes:

1) RESPONSABILIDAD – “Si ha de ser, depende de mí”. Insistieron en que su hija tomara la responsabilidad de su propia acción. No culpés a otros; hacete cargo de tu vida.

2) AUTOESTIMA POSITIVA – Le dieron el sentimiento a su hija de que ella es muy importante para ambos padres, ya que detuvieron todo para escucharla y dedicarse a ella.

3) DISCRIMINACIÓN DE HISTORIA/INTERPRETACION – Le enseñaron a su hija a entender la diferencia entre la historia real- lo que pasó, y la interpretación que ella había dado a lo sucedido. Muy a menudo, nuestra interpretación nos afecta más que la propia historia.

4) TRATAR UN PROBLEMA – La niña aprendió que es importante tratar con un problema cuando es pequeño, en lugar de permitir que se convierta en algo que ya está fuera del alcance de nuestras manos.

5) CONFIANZA – La niña aprendió que, cuando se comporta mal, puede confiar en sus padres y convertirlos en sus confidentes. Estaba tranquila porque sabía que no se la juzgaría, y a pesar de lo que pasó entre ella y su maestra, el amor de sus padres por ella es incondicional. Aprendió que no necesita ir a buscar ese apoyo en otra parte.

Probalo. ¡Funciona!

De Rabí Iaakov Lieder