Volvamos a ver nuevamente la luz

Hace unos años atrás, un médico del sur de Francia se contactó conmigo. Su nieta había contraído una enfermedad que desconcertaba a los médicos allí…

Me llamó luego de haber leído diferentes artículos míos acerca de los desórdenes en el sistema nervioso autónomo. Los síntomas de su nieta parecían coincidir con aquellos que yo describía, y él deseaba saber si yo podía ayudar.

Por supuesto que acepté, y durante meses colaboré con los pediatras franceses a través del teléfono o el fax, prescribiendo una serie de terapias. A lo largo de esas semanas, la niña tuvo una significativa y milagrosa recuperación. Los abuelos manifestaron su agradecimiento sincero y me pidieron que cuando visitara Francia se los hiciera saber.

En el verano de 1996, fui invitada a disertar en un importante congreso científico internacional, que se llevaba a cabo en Niza, Francia. Avisé al médico que había ayudado años atrás. Al llegar al hotel, recibí un mensaje para que lo contactara. Lo llamé, y quedamos en encontrarnos a cenar juntos una noche.

El día de la cita, nos encontramos y viajamos en su auto hacia su casa, que se hallaba en la hermosa campiña del sur de Francia. Fue sorprendente saber que su casa era más antigua que los Estados Unidos de Norteamérica. Durante el viaje, me contó que su mujer tenía cáncer de mama y no estaba pasando por un buen momento, pero que de todas formas insistía en conocerme.

Cuando nos encontramos, pude ver que a pesar de la severa enfermedad, seguía siendo una bellísima mujer con un noble porte.

Fue una de las veladas más hermosas de mi vida. Después de la cena, nos sentamos en el salón del siglo XVII, tomamos licor y charlamos. Nuestra conversación seguramente pareció extraña a la joven pareja que nos atendió durante la comida, pues pasaba del inglés al francés y también al español.

Luego de un rato, la mujer me dijo: “Mi esposo me contó que usted es judía, ¿no?” ”Si” dije, “soy judía”. Me pidieron que les contara acerca del Judaísmo, especialmente de las festividades. Hice lo mejor que pude para explicarles lo que me solicitaron, y me sorprendió lo poco que conocían de nuestras tradiciones. Ella parecía muy interesada en Janucá. Cuando terminé de contestar preguntas, sorpresivamente, ella me miró a los ojos y dijo: “Tengo algo que deseo darte”

Desapareció por un instante, para retornar después con un paquete envuelto en tela. Se sentó, siguió mirándome fijo, y comenzó a hablar despacio.

“Cuando era una pequeña niña de 8 años, durante la Segunda Guerra Mundial, las autoridades vinieron a nuestro pueblo para llevarse a todos los judíos. Mi mejor amiga, Jeanette, era judía. Una mañana fui a buscarla para jugar, y vi que su familia era forzada a subir a un camión mientras los apuntaban con fusiles. Corrí a contarle a mi madre lo que sucedía y le pregunté a dónde llevaban a Jeanette. ‘No te preocupes’ -me dijo- ‘Jeanette regresará pronto’. Volví a la casa de mi amiga, pero sólo encontré a otros habitantes del pueblo, que se llevaban todas las cosas de valor, dejando de lado los objetos judíos, que tiraban a la calle. Cuando me acerqué, vi un objeto de su casa tirado en la basura. Lo levanté y reconocí en él, algo que mi amiga y su familia encendían en la época coincidente con Navidad. En mi mente de niña, pensé: ‘Llevaré esto a casa y lo guardaré hasta que retorne Jeanette’

Pero ni ella ni su familia volvieron.

Hizo una pausa, tomó un poco de licor y prosiguió: “Desde ese momento lo he guardado. Lo escondí de mis padres y no le conté a nadie acerca de su existencia. De hecho, durante estos cincuenta años, el único que conocía mi secreto ha sido mi esposo. Cuando supe lo que en verdad le había sucedido a los judíos, y cómo muchas de las personas que conocía habían colaborado con los nazis, no podía siquiera mirar este paquete. De todas formas, lo guardé, esperando algo, aunque no estaba segura qué. Ahora lo sé. Estaba esperándote a ti, una mujer judía que ayudó a curar a mi nieta, y es a ti que te lo confío”.

Sus temblorosas manos colocaron el paquete en mi regazo. Lo desenvolví lentamente. Dentro de él había una Menorá (candelabro de Janucá), pero distinta a todas las que había visto hasta ahora. Estaba hecha de sólido bronce, tenía ocho vasitos que contenían el aceite y las mechas y un noveno vasito centrado por encima de los demás. Tenía un aro arriba, y la mujer mencionó que recordaba que la familia de Jeanette la colgaba en el hall de la casa.

Me parecía antiguo; luego varias personas me aseguraron que probablemente tenía más de 100 años. Cuando la sostuve y pensé en lo que representaba, comencé a llorar. Todo lo que fui capaz de decir fue: “Merci” Cuando me iba, sus últimas palabras fueron: “Que veamos nuevamente la luz”.

Me enteré que la mujer falleció apenas un mes después de nuestro encuentro.

Este Januca, la Menorá verá nuevamente la luz. Y cuando mi familia y yo la encendamos, pronunciaremos una plegaria especial en honor a aquellos cuya memoria ella representa.



El Rabino de Nelson Mandela

En septiembre de 2007 estaba en Monte Carlo para la boda de un amigo.

El Shabat por la mañana oramos en la sinagoga local y luego caminamos hasta el cercano Hotel de Paris. Al entrar al vestíbulo, me sorprendió la fuerte presencia de seguridad. Pronto supe que el legendario ex presidente sudafricano Nelson Mandela estaba alojado en el hotel. Me enteré que estaba reunido en una de las señoriales salas del piso del vestíbulo que yo estaba atravesando.

Instintivamente quise conocer al icónico hombre de Estado. La pequeña posibilidad de acceder a reunirme Mandela no me impidió preguntar al guardia de seguridad en la puerta si podía pasar para bendecir al ex presidente. Justo en ese momento, un segundo miembro del equipo de seguridad se acercó y me preguntó qué quería. El primer guardia explicó que yo era un rabino que quería bendecir a Madiba en el santo día de Shabat. Estuvieron de acuerdo en dejarme ir a saludarlo.

Mientras me acercaba al ex presidente, éste levantó la vista y sonrió. Yo estaba vestido con el atuendo completo de Jabad para Shabat, levita negra, sombrero de fieltro negro, y mi Talit (manto para el rezo) blanco y negro cubría mis hombros.

Después de haber sido presentados, Mandela me invitó a sentarme a su lado. Me pidió que lo bendiga y mencionó que estaba emocionado porque lo había bendecido en el día de reposo. El Presidente Mandela también me dijo lo mucho que apreciaba cuando “su rabino” Rabi Cyril Harris, lo bendijo en su país.

Mirando a través del gran hombre, que había sufrido durante décadas, luchó por la libertad, y logró unir una nación fragmentada, me sentí obligado a hacer una pregunta. ¿Alguna vez había comparado su historia a la de Iosef, el personaje bíblico?

Sin pausa, Mandela respondió que sentía una fuerte afinidad con Iosef. Este había sido encarcelado de por vida, sin embargo, encontró la fuerza en su perspectiva positiva y finalmente surgió para dirigir una nación. Con los ojos brillantes, Mandela se rió en voz alta: “¡Pero pasé muchos años más en la cárcel de lo que Iosef lo hizo!”

Entonces le pregunté: “¿Es en honor a la túnica de colores de Iosef que usted viste siempre camisas coloridas, su marca registrada Madiba?”

“No”, respondió: “Visto estas camisas para representar a mi pueblo y su lucha y para representar las hermosas y diversas culturas y tradiciones de África” Tiernamente tocó el continente africano bordado en la camisa negra de seda hecha a medida.

Charlamos con facilidad. Comentó sobre cómo yo estaba vestido y dijo: “Al verte vestido así me recordó esa visita del sábado a la sinagoga unos pocos días después de ser elegido presidente”. En el primer Shabat después de ganar las elecciones, allá por mayo de 1994, visitó la sinagoga más grande de Sudáfrica, en Ciudad del Cabo. “Su rabino” Rabbi Harris le había invitado a asistir a los servicios de la mañana.

Mandela recordó cómo se había dirigido a la multitud reunida y haciendo un llamamiento a la comunidad judía local para implorar a sus familiares que habían emigrado a regresar a su casa para ayudar a reconstruir una nueva Sudáfrica democrática”. También aseguró a la comunidad judía local a no tener miedo

de un Gobierno de unidad nacional y prometió que “juntos lo vamos a lograr” Luego recordó: “Cuando regresé al automóvil, mi conductor me dio un regalo de una mujer que habían asistido a la sinagoga esa mañana. Era una hermosa camisa de color negro, con un diseño colorido con peces de oro bordados en ella. Elegí usar esa camisa para la apertura del Parlamento de nuestro nuevo gobierno democrático.

“Después de vestir esa camisa, esta misma mujer (la diseñadora sudafricana Desré Buirski) continuó enviándome camisas. Nos convertimos en buenos amigos, y ella ha diseñado cientos de camisas para mí. Estas me ayudan a llevar mi mensaje en todo el mundo”.

Él sonrió y añadió: “Y todo porque fui a la sinagoga un sábado por la mañana”

Me puse de pie y le di las gracias por la generosidad de su tiempo y el honor de conocerlo. Antes de salir, el Sr. Mandela elogió el aspecto tradicional de mi vestimenta jasídica. “Estoy feliz de verte vestido de esta manera, siempre debes estar orgulloso de llevar la ropa de la fe judía como una marca de honor”, dijo.

Al estrechar su mano, me dijo, “Recuerda joven rabino, cuando vistes tu atuendo real, representas lo que simboliza la Biblia: Todos los seres humanos son hijos de Di-s, creados a imagen de Di-s, independientemente de su origen étnico, color o la fe”



Enseñar nuevos trucos a un viejo judio

La Parshá de la Torá de esta semana concluye con lo que podría llamarse : El  Brit Milá -circuncisión- más difundido del planeta…

La auto – circuncisión misma, realizada por Abraham a la edad madura de  noventa y nueve años acentuó su reputación de hombre santo y lo lanzó a una  estratosfera sin precedentes de devoción y profecía. Abraham también  recibió las bendiciones de Di-s para una numerosa, piadosa y poderosa  descendencia. ¡Todos esto por quitar una pequeña parte de su cuerpo! 

¿Hay un mohel cerca  de casa?
El mundo tiene un refrán que dice que no se puede enseñar nuevos trucos a  un perro viejo. El perro viejo ya está tan firme en sus rutinas y hábitos-  su comida, sus horas de dormir, sus ladridos de media noche y su árbol  preferido- que da lo mismo que intente enseñarle a maullar y trepar a un  árbol como enseñarle una nueva manera de darse vuelta.
Esto es especialmente verdad si las rutinas del perro viejo tuvieron éxito. 

¿Por qué y para qué debe aprender un nuevo truco?

Pero Abraham tenía una visión más amplia. Entendió que el mundo espiritual  del alma es infinitamente diferente al mundo de los perros y sus trucos. En  el mundo del alma, no hay ningún límite a lo bueno que puede hacerse, a la sabiduría que puede aprenderse o al éxito que puede lograrse.

Abraham desafiaba siempre sus hábitos y rutinas. Cuando era un hombre  joven, destrozó personalmente a los dioses falsos del mundo. Dedicó su vida  después, a expandir monoteísmo y moralidad, enseñando principalmente con el
ejemplo de su hospitalidad y bondad inagotables. Además, escribió libros  que eran como atlas del camino a las esferas más altas del misticismo.

Abraham tenía 99 años. Sin embargo, se veía a sí mismo espiritualmente como  un bebé de ocho días, sin tener otra cosa que hacer que crecer.

Todo lo que tenía que hacer era quitar una pequeña parte de su cuerpo…

Dos párabolas sobre la prosperidad

CHARCOS DE VINO
Rabi Tzvi de Portziva acostumbraba a ser el jazán (cantor) de la plegaria de Musaf de Rosh Hashaná en la sinagoga de Rabi Iosel de Torchin, el hijo de la Jozé de Lublin.
Una vez, Rabi Itzjak Meir de Gur le preguntó: «¿Podrías compartir una enseñanza que hayas oído de Rabi Iósele?»

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