¿Por qué es Eliezer, el sirviente de Abraham, anónimo?

Recuerdo haber estudiado sobre la historia de Eliezer, el sirviente de Abraham, que había sido enviado para que encontrara una esposa para Itzjak. Recientemente, fui desafiado por un amigo en encontrar cuántas veces el nombre de Eliezer estaba mencionado en esta porción de la Torá. Para mi sorpresa, ¡su nombre no es mencionado ni siquiera una vez!, ¿Por qué?

RESPUESTA:

Esa es una gran pregunta. De hecho, es una sorpresa para muchos, que la figura central de la historia no tiene nombre durante todo el episodio.

Luego de encontrarse con Rivka, y haberse dado cuenta de que ella era la indicada, le pidió permiso a su padre y hermano para que pudiera volver con él y casarse con Itzjak. Su primera declaración fue: “Soy sirviente de Abraham” (Génesis 24:34). Y durante todo su viaje, constantemente se refería como “el sirviente”.

El no haber mencionado su nombre, nos enseña que no se trataba de la persona “Eliezer”, sino de su misión. Eliezer estaba tan dedicado a Abraham que en ningún momento sus intereses personales pudieron interferir en su misión. Él era una extensión del brazo de Abraham.

Y esto era central para el éxito en su misión. Eliezer fue enfrentado con la tarea casi imposible de encontrar una “rosa entre las espinas” (Levitico Rabah 23:1). Si hubiera confiado en sus propias capacidades, no hubiese tenido éxito. Fue su constante conocimiento de que él no era nada más que el sirviente de Abraham, que lo guió a través de los desafíos y obstáculos (ver Génesis 24:12). 

Por: Eliezer Zalmanov

¿Cómo ser un padre?

Debemos saber lo que dice el primer diálogo entre un padre y su hijo que aparece en la Torá:
Y entonces, Itzjak le dijo a su padre: “¿Padre mío?”.
Y Abraham dijo: “Heme aquí, hijo mío”.
Abraham le responde a su hijo con las mismas palabras que uso para responderle a Di‐s:
…Di‐s puso a prueba a Abraham, y Él le dijo: “¡Abraham!”, y Abraham respondió: “Aquí estoy”.
Di‐s le pide a Abraham que haga algo que va en contra de cada una de las células de su cuerpo y de su alma: que endurezca su corazón, que apague la mente, que tome a su hijo y “lo eleves como sacrificio en una de las montañas que te mostraré”.
Los hombres conocen la modalidad. Tengo que hacer lo que tengo que hacer. Lo hacemos cuando vamos a la guerra y cuando vamos al trabajo y cuando disciplinamos a un hijo.

Adentro una voz grita: ¿Cómo soy capaz de hacer algo así?
Le decimos a esa voz que se calle para que podamos terminar con el trabajo.
Las horas pico en el tránsito, que te hacen estallar los nervios.
Las 7:30 de la mañana, y no quieres ir al trabajo, pero tienes que ir. Tú eres un hombre de familia con prioridades familiares.
Pero para alimentar a la familia, uno tiene que hacer sacrificios.
El papá que hay dentro de ti se apaga.
“¿Papá?”. “En este momento estoy ocupado”.
“¿Papá?” “Perdón hijo, estoy ocupado. Habla con mamá”.

Eso es lo que este mundo es capaz de hacerle a un hombre: mientras provee a su familia, la sacrifica en su propio altar.
Y aquí está Abraham, en medio de su prueba más grande. Solamente puede centrarse en una sola cosa: hacer
lo que se le mandó.
Trata de escuchar la voz de Di‐s y mientras, lo llama Itzjak, que no está seguro de que su padre está con él.
“¿Papá?”. “Aquí estoy hijo mío. Todo mi ser, para todo el tuyo ¿Qué pasa?”.
Tal vez, esa haya sido toda la prueba y con eso Abraham demostró que era digno de ser el Padre de la Nación que traería al mundo la compasión de Di‐s.
Con esas palabras, Abraham le pasó la antorcha a la siguiente generación, porque cuando Itzjak vio que su padre estaba junto a él de la misma manera que estuvo junto a Di‐s cuando le habló, estuvo dispuesto a estar junto a su padre y al Di‐s de su padre.
Esas palabras son lo único que tienes que saber para ser un verdadero papá judío. El resto ya va a venir solo.
“Aquí estoy hijo mío. Todo para ti”.

La raíz del Mesirut Nefesh

El fundador del movimiento Jasídico Jabad, Rabí Shneur Zalman de Liadi, relató una vez:


En Mezeritch era sumamente difícil ser aceptado como discípulo de nuestro maestro, Rabi DovBer (sucesor de Rabí Israel Baal Shem Tov, conocido también como el Maguid‐predicador‐ de Mezritch).
Había un grupo de Jasidim que, no habiendo aplicado para estudiar directamente de nuestro maestro, insistían en servir a sus alumnos: traerles agua para lavar sus manos al despertarse, barrer el suelo del vestíbulo del estudio, encender las estufas durante los meses invernales, etc.


Eran conocidos como “los fogoneros de las estufas”. Una noche de invierno, cuando me acostaba en un banco en el vestíbulo del estudio, oí por casualidad una conversación entre tres de los “fogoneros”.
Uno preguntó: “¿Qué hay de especial en la prueba del Akeidá? “¿Si Di‐s se me hubiera revelado a mí y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, no hubiese obedecido?”
Contestando su propia pregunta, él dijo: “Si Di‐s me dijera que sacrificara a mi único hijo, me demoraría algún tiempo, para tenerlo conmigo durante unos días más. La grandeza de Abraham consistió en que él se levantó temprano por la mañana para cumplir con la orden Divina de inmediato”

El segundo dijo: “Si Di‐s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tampoco dejaría pasar ni un momento para llevar a cabo Su orden. Pero lo haría con el corazón abatido.
La grandeza de Abraham fue que él fue a la Akeidá con el corazón lleno de alegría por la oportunidad de cumplir la Voluntad de Di‐s”

El tercero agregó: “Yo, también llevaría a cabo el mandato de Di‐s con alegría. Pero pienso que la singularidad de Abraham reside en su reacción al saber que se trataba de una prueba.

Cuando Di‐s le ordenó: “no toques al niño, y no le hagas nada” Abraham estaba alborozado ‐no porque su único hijo no moriría, sino porque estaba dándosele la oportunidad de llevar a cabo otra orden de Di‐s”.
Rabí Shneur Zalman concluyó: “¿Piensan que se trataba de una mera charla?
Cada uno de ellos estaba describiendo el grado de auto‐sacrificio (mesirut nefesh) que había alcanzado en su servicio al Omnipotente”.

Crimenes de Lesa Humanidad

Las ciudades de Sdom, Amorá, Admá y Tzevaim pecaron a tal extremo que el Todopoderoso las destruyó a todas (una quinta ciudad, más pequeña, Tzohar, se salvó por poco).

Leemos:
Hashem hizo llover sobre Sdom y Amorá azufre y fuego del cielo…. Y requisó estas ciudades y toda la llanura, y a todos los habitantes de las ciudades, y la vegetación de la tierra. Según Rashi, “estas ciudades y toda la llanura” se refiere a las 4 ciudades. ¿Por qué sólo se
quemaron dos ciudades?

El Rebe sugiere que debe haber una diferencia que ya conocemos, razón por la cual Rashi no siente la necesidad de hacer comentarios.
En el momento en que Di‐s decidió el destino de esos lugares pecaminosos, el versículo dice:
Hashem dijo: “El clamor de Sdom y Amorá se ha hecho grande, y su pecado se ha vuelto muy grave”.
¿Qué los destacó? Las 4 ciudades fueron destruidas, porque todas habían pecado tan atrozmente que no había esperanza de arrepentimiento.
Algunos sugieren que Sdom y Amorá eran las ciudades principales y, por lo tanto, tenían la mayor culpa.

Pero, según este razonamiento, Sdom era la ciudad principal, ¿por qué mencionar también a Amorá?
Después de todo, cuando Abraham le suplicó a Di‐s que perdonara a las ciudades condenadas, argumentó que debía haber algunas personas
justas en Sdom (para evitar su destrucción), aunque estaba argumentando en defensa de todas las ciudades.

Los reyes de Sdom y Amorá son retratados como culpables de pecados contra el Cielo, así como de males contra las personas.
Los reyes de Adma y Tzevaim son presenta‐ dos como que sólo odiaban o se rebelaban contra Di‐s, pero no eran crueles con los humanos.

Esta es la clave para comprender los diferentes destinos. Los habitantes de Sdom y Amorá eran culpables de volverse contra el Todopode‐
roso y también de crímenes contra sus semejantes.
Sabemos de los comentarios anteriores de Rashi que el castigo por la crueldad humana es mucho más severo que el impuesto por la rebelión contra Di‐s.
Rashi destaca cómo el pueblo que creó la Torre de Babel para desafiar a Di‐s se dispersó, mientras que en tiempos de Noaj todo fue des‐
truido: Los primeros no extendieron sus manos contra Di‐s, y los segundos sí, para hacer la guerra contra Él.
Los primeros se ahogaron, y los segundos no desaparecieron del mundo. La Generación del Di‐s luvio robaba y peleaba y, por lo tanto, fue destruida.

Cuando las personas se comportan con crueldad entre sí, se socava el núcleo mismo de la civilización.
Está en conflicto con todo el propósito de la creación de Di‐s.
Por eso Sdom y Amorá recibieron 2 castigos: ser quemados hasta los cimientos y ser derribados, reflejando los males de los que
eran culpables.
Su conducta dañina para la civilización llevó a la destrucción de la tierra por medio del fuego.
La tierra misma fue destruida, lo que significó una desaprobación radical de las relaciones interpersonales de la gente.
Las 4 ciudades cometieron pecados insoportables y fueron derribadas, sólo Sdom y
Amorá fueron quemadas, lo que hizo que fueran imposibles de reconstruir.
Ése es el destino de los lugares en los que la gente se trata con insensibilidad y venganza.
Sdom se convirtió en sinónimo de maldad, no por la forma en que su pueblo se comportaba hacia Di‐s, sino por el trato que daban a
otras personas.
La lección es clara: ningún pecado es bueno, pero los pecados contra el prójimo son los peores.
El Todopoderoso será mucho más amable con aquellos que Le faltan el respeto, siempre y cuando respeten a sus semejantes.

Basado en Likutei Sijot, vol. 35, Vaierá II.

 Receta súper fácil de hamburguesa de quinoa

 

Las hamburguesas de quinoa son ideales para comer en cualquier momento del año. Son muy sabrosas y con muchos aportes favorables para nuestro cuerpo. 

Te invitamos a probar esta fácil receta. Toda tu familia y amigos quedarán satisfechos y felices con esta comida, gracias a su sabor y poder nutritivo.

Ingredientes:

300 gramos de quinoa hervida

50 gramos de cebolla rehogada 

100 gr de zanahoria rallada 

1 huevo 

Condimento a gusto

Preparación:

Colocar en un bowl la quinoa, la cebolla, la zanahoria y el huevo.

Mezclar y procesar hasta que quede homogéneo.

Separar en 6 porciones y dar forma de hamburguesa.

Colocar en una asadera con aceite y cocinar 6 minutos de cada lado.

¡Hacela en tu casa y contanos cómo fue el resultado!

No seas justo

“Los hombres de Sodoma estaban corrompidos por la riqueza que Di-s había despilfarrado en ellos…”

El libro del Génesis (en los capítulos 13-14 y 18-19) nos cuenta sobre la perversa ciudad de Sodoma.

Primero leímos cómo Lot, sobrino de Abraham, se estableció en Sodoma a pesar del hecho de que sus habitantes eran “perversos y pecadores a Di-s”; Sodoma es arrasada por los ejércitos de Jerdolaomer, y Abraham viene al rescate de su sobrino prisionero; luego encontramos a Abraham que le suplica a Di-s que se apiade de la ciudad pecadora en mérito de los habitantes virtuosos que pudieran encontrarse, pero resulta que ni siquiera se pudo encontrar diez de esas personas; dos ángeles, enmascarados como los hombres, visitaron la ciudad, pero sólo Lot les ofrecerá hospitalidad; Él los salva de las hordas de Sodoma, y ellos, a su vez, lo rescatan a él y a sus dos hijas antes de destruir la ciudad.

¿Cuáles fueron los pecados de Sodoma? En nuestro idioma, el nombre de la ciudad es sinónimo de perversión sexual. Esto se deriva de lo que cuenta la Torá de cómo las hordas sodomitas que merodeaban la casa de Lot, le exigían que les entregue sus dos invitados “para que nosotros podamos violarlos”. Pero las fuentes judías tradicionales–el Talmud, los Midrashim y los Comentarios–tienen una visión diferente de la historia de Sodoma. Allí, el énfasis no está en sus pecados sexuales, sino en su falta de hospitalidad y en su agresión a cualquiera que se atreviera a compartir la riqueza de la ciudad con cualquier extraño.

En las palabras del Talmud: “Los hombres de Sodoma sólo estaban corrompidos a causa de la riqueza que Di-s había despilfarrado en ellos… Dijeron: “Si en nuestra tierra crece el pan, y tiene el polvo de oro, por qué debemos recibir forasteros que sólo vienen a llevarse nuestra riqueza? ¡Vamos!, hay que abolir la práctica de alojar a los viajeros en nuestra tierra…”

Inclusive hallaron una manera de ser caritativos asegurándose de que ningún extraño se beneficiara de su caridad: “Si algún pobre pasara por aquí, cada habitante le daría un dinar en el cual escribiría su nombre, pero no se le vendería nada de pan. Cuando él muriese, cada uno vendrá y tomará de vuelta su dinar”. Llegaron al extremo de decretar: “Cualquiera que dé un pedazo de pan a un pobre o a un extraño se lo quemará en la estaca”.

La historia de Sodoma aparece en la Torá en contraposición a la vida de Abraham. De hecho, Sodoma es la antítesis de Abraham que está retratado en la Torá como la personificación misma de jesed (benevolencia). Abraham da de él, materialmente (proporcionando comida y alojamiento a los forasteros) y espiritualmente (compartiendo las verdades que descubrió, rezando Sodoma); la intención del Sodomita es guardar para él lo que es suyo.

Lo que es notable sobre la gente de Sodoma es que no son ladrones (como era la generación del Diluvio). Incluso cuando niegan a un extraño sus posesiones, tienen el cuidado de hacerlo de una forma “legal”. De hecho, la base de su filosofía parece bastante benigna. En las palabras de la Ética de los Padres:

Uno que dice, “lo que es mío es mío y lo que es tuyo es tuyo”–éste es el rasgo de Sodoma.

¿Qué puede ser más justo? La gente de Sodoma tomaron esto al pie de la letra. Pero, cada persona que declara “lo que es mío, es mío y lo que es tuyo es tuyo”, todo lo que está diciendo es: “yo no tocaré lo que es tuyo, pero no esperes que te dé nada.”

Para el judío, tal justicia es la esencia misma del mal.

Yanki Tauber

El silencio lo dice todo

Sucedió hace más de 100 años atrás. El santo Vizhnitzer Rebe, Rabí Israel Haguer, salió como todas las tardes a dar un paseo, acompañado de su secretario. 

Sin embargo, en lugar de dirigirse al parque, se detuvo frente a la casa de unos de los judíos acaudalados de la ciudad, que dirigía el Banco local. El secretario desconocía la razón de la visita. Este iehudí no era un Jasid. En realidad era uno de los que se oponían al judaísmo tradicional. De todas formas, al ver al Rebe en la puerta de su mansión, lo hizo pasar, saludándolo con calidez. Hizo sentar a la inesperada visita y se ubicó a su lado esperando que el Rebe le cuente la razón de su venida. Pasaron unos minutos, y el Rebe permanecía en silencio. Pero el hombre, que era muy delicado, no se animaba a interrogarlo. Perplejo, el director del Banco permaneció sentado, miraba al Rebe. El Rebe lo miraba a él. Más silencio. ¿Qué sucedía aquí?

Luego de unos instantes, Rabí Israel se puso de pie, sin pronunciar palabra y caminó hacia la puerta. El dueño de casa lo acompañó cortésmente hasta la vereda, y así caminaron juntos hasta la casa del Rebe. Al arribar allí, el hombre dijo: “¡Vizhnitzer Rebe! Mientras estaba en mi casa no correspondía hacerlo, pero ahora que estamos en la suya le preguntó: ¿Por qué me ha visitado?”.

El rebe respondió: “Fui a cumplir una Mitzvá”

“¿Cuál?” preguntó intrigado el hombre.

“Nuestros Sabios nos indican que es una mitzvá callar cuando sabemos que no seremos escuchados. Por eso visité a la persona a la que no debía decir lo que no podría escucharme”.

“¿Qué es lo que me debía decir?” preguntó el judío. “No te lo diré- dijo el rebe- pues perderé mi mitzvá”.

“¿Cómo sabe usted que no lo escucharé? ¡Por favor, debe decírmelo!”

Después de mucha insistencia el Rebe le contó: “ayer me visitó una mujer viuda. Ela recibió la comunicación del Banco, avisándole que embargarán su casa pues no ha pagado la deuda que tiene con dicha institución. Eso significa que, junto a sus pequeños hijos, quedará en la calle. Me pidió que hablara contigo porque sabe que eres judío y quizás podría convencerte para que la ayudes”.

“Pero Rebe, yo no soy el dueño del Banco, ni soy yo quién pone las reglas. ¡Sólo lo dirijo!”.

“Así es. Por eso sabía que no sería escuchado. Buenas noches”.

El Rebe ingresó a su casa, seguido por su secretario. El banquero permaneció inmóvil, petrificado. Finalmente, caminó despacio hacia su hogar, meditabundo. El tema lo había impactado. Antes del fin de semana, él pagó la deuda de la viuda, con su propio dinero.

* Extraído del sipurei Jasidim

El regalo de Di-s

Lentamente, Shlomo Bochner caminó a tra­vés de la guardia del hospital. Detuvo su marcha en la entrada de la sala de espera y espió por la pequeña ventana de la puerta. Pudo ver a la Sra. Davis sentada en una silla naranja, sosteniendo un pequeño Libro de Rezos con sus dos manos. Sus labios se mo­vían rápidamente. La frente se mantenía alta y sus ojos se cerraban y abrían con frecuencia. Las lágrimas que corrían por sus ojos brotaban sin ser detectadas por su rostro. Shlomo suspiró. Era su responsabilidad darle la respuesta.

A su alrededor todo seguía su curso normal. Las enfermeras, vestidas con sus guardapolvos blancos, hablaban entre ellas mientras circula­ban cuarto por cuarto, para controlar la presión de los pacientes .Voces anónimas rechinaban a través del conmutador, mientras los doctores con rostros solemnes caminaban apurados a través del corredor.

Shlomo no supo cuánto tiempo estuvo allí parado, su mano derecha apoyada sobre el picaporte de la puerta, su mano izquierda formando un puño. No podía acercarse para hablarle. ¿Cómo podría aproximarse a Jana Davis para transmitirle el mensaje, que a él mismo le  pe­saba como una roca, una piedra que aplastaría todas sus ilusiones?

Shlomo aclaró su garganta y parpadeó. El sen­timiento de dolor por la imposibilidad de concebir hijos era algo familiar para él. El y su esposa habían experimentado el sufri­miento que produce un hogar vacío, antes de lograr tener su propio hijo. Éste había sido el motivo por el cual había colaborado para la creación de Bonei Olam (“Construyendo un mundo”), para proveer de sustento emocional y finan­ciero a las parejas que luchaban contra la infertilidad.

Cuando Jana y su esposo Eljanán se acercaron, Shlomo pudo percibir la seve­ridad de su situación. Los doctores, que poseían honorarios considerablemente altos, habían catalogado su caso como definitivamente perdido, sin esperanza. Shlomo se encontraba frente a una dis­yuntiva; si en tal caso las posibilidades de éxito eran muy pequeñas, ¿debería seguir con el caso o invertir aquellos fondos tan requeridos, en otra pareja que tuviera más esperanzas? Por el otro lado, ¿Cómo podía decepcionarlos así? La política de Bonei Olam no permitiría que se desperdiciara ni esfuerzo ni dinero en ayudar a parejas sin hijos. Finalmente, Shlomo pidió consejo a los Rabinos, y estos le dijeron que siguiera adelante con el caso. Shlomo normalmente consultaba sus casos con el Dr. Cornwallis, un aclamado experto en infertilidad, y esta vez, debido a las exorbitantes estadísticas que arrojaban los resultados, no dudó en consultar.

Un hombre joven con una taza de café en su mano apareció a su lado. Shlomo soltó el picaporte de la puerta y se movió a un lado para que el muchacho pudiera entrar en la sala. La Sra. Davis, aparente­mente, no se había dado cuenta todavía de su pre­sencia. Tomar un café parecía una buena idea. Tal vez la cafeína lo podría ayudaría a relajarse y ha­blar de la manera más calma posible con Jana.

Mientras Shlomo ponía las monedas en la máquina de café, la conversación entablada con el Dr. Corn­wallis volvía a su mente… “Dr.

Cornwallis, ¿recuerda la pareja Israelí, los Davis?”

“¿Davis? Ah…, sí ya recuerdo.  Desafortunadamente Rabino Bochner, no hay mucho que el mundo mé­dico pueda hacer por ellos. El costo del trata­miento es muy elevado, francamente, no sé si tendrá sentido seguir.”

“Dr. Cornwallis, ¿no merece acaso cada pareja una última chance?” Hubo un silencio. “¿Doctor?”.

“Estoy aquí”.

“No podemos defraudarlos. ¿Para cuándo planificará una

visita a Israel? Haremos lo que podemos. Di-s hará el resto.”

“Rabino Bochner”, dijo el doctor luego una larga pausa. “Hablaré con mi agente de viajes…. y con mi Rabino”.

“Por supuesto, nosotros arreglaremos el resto. Los exámenes de sangre, la estadía en el hospital…”

“Si, si”, se río el doctor. “No tengo duda de eso, sólo deseo agregar…”

“El anestesista, también estará arreglado con anterioridad”.

“No, no Rabino Bochner, no me refería con eso. Escuche. Yo me haré cargo de los gastos del vuelo y el hospedaje pero esta vez…no deseo

que me pague.”

Shlomo estaba estupefacto. Doscientos cincuenta mil dólares, eran los honorarios,  lo cual no era poca cosa. Pero el Dr. Cornwllis, inspirado por el comité de Bonei Olam, había decidido no cobrar esta vez.

Shlomo volvió a la realidad. Retiró su vaso de la máquina y regresó a la sala. Nueva­mente se paró frente a la puerta. Lenta­mente tomó un

sorbo de su vaso, mientras sus lágrimas se mezclaban con el café. Los minutos corrían y él sabía que no po­dría permanecer allí mucho tiempo más. El tratamiento no había tenido éxito. Habían lanzado su último tiro pero….el deseo de Di-s había sido diferente. Era el deber de Shlomo informarle a la Sra. Davis la dura y dolorosa realidad.

Shlomo respiró profundo y bajó el pica­porte de la puerta. La Sra. Davis lo miró con un rostro resplandeciente. Shlomo colocó sus manos

dentro de sus bolsillos. Como más tarde él mismo relata­ría: “Fue el momento más duro de toda mi vida. Aún hoy, no recuerdo qué fue lo que le dije”.

Meses más tarde…

Shlomo se encontraba sentado frente a su escritorio concentrado en alguna tarea ad­ministrativa, cuando su secretaria lo llamó. Por algún

motivo se distrajo y encendió su contestador telefónico. Apenas oyó el sonido de una voz, Shlomo se enderezó.

“Hola, soy Eljanán Davis. Cuando tenga oportunidad por favor contáctese conmigo”. Shlomo atendió el teléfono, pero fue tarde. La

persona ya había cortado. Por un momento, se quedó sentado in­merso en su pensamiento. Ya habían pa­sado varios meses, casi un año desde aquel día en el que tuvo que transmitirle la triste y sincera noticia a Jana Davis. Pero Shlomo, más tarde, se dio cuenta que Jana era real­mente una mujer notable. Su marido -Eljanán- lo confirmó contándole los detalles de los hechos.

“Cuando salimos del hospital, viajábamos en un taxi que nos llevaba de regreso a casa”, -le explicó Eljanán, “Fuimos todo el trayecto en silencio, cada uno de nosotros sumergido en sus propios pensamientos. No lograba siquiera formular una frase co­herente. Sentía que una

nube negra me en­volvía y no me dejaba pensar con claridad”.

“Logré, tambaleante, bajar del taxi. En medio de la bruma, caminé los pocos pasos que me separaban del umbral de la puerta de mi casa,giré la llave y débilmente abrí la puerta. Sorprendentemente, el cuarto estaba inundado de luz. “Quedé shockeado al ver la escena que me recibía. Mi esposa había dejado la mesa puesta en el comedor, el mejor mantel junto a la vajilla más fina, aquella que utilizaba sólo para ocasiones especiales”.

“¿Acaso no vas a colgar tu saco?”, le preguntó ella, mientras encendía las dos velas que se encontraban dentro de los candelabros de plata. Podía observar cómo las pequeñas llamas se mo­vían y bailaban de manera ascendente. “Hemos terminado un capítulo en nuestras vidas” dijo suavemente, con rostro cálido. “Hoy tuvimos que enfrentarnos a la desilusión. Pero no deseo enojarme con Di-s. Haremos una “Seudát Hodaá” (comida de agradecimiento). Deseo premiar a Di-s por haberme dado a ti y por haberte dado a mí. Nos tenemos mutuamente. No estamos enojados. Esta­mos entrando en un nuevo capítulo en nuestras vidas y no dejaremos que la amargura y la melanco­lía apaguen la alegría.

Comencemos a celebrar.” Mi esposa sirvió una cena magnífica. Cuando nos fuimos a dormir, su serenidad había provocado un efecto considerablemente positivo en mi persona. Había dormido unos pocos minutos cuando el llamado del teléfono me despertó. Miré el reloj, eran las cinco de la madrugada. Alguien llamaba desde el hospital. Me pedían que regresara inmediatamente allí”.

“Hemos vuelto a es­tudiar sus resultados”, me explicó la persona en la línea, “aún queda algo por hacer”. Shlomo conocía bien lo sucedido. Era una historia conmovedora. La historia de una mujer que había convertido el deseo de Di-s, en su deseo. Shlomo aún seguía sonriendo mientras marcaba el número telefónico que lo conectaría con los Davis. “Hola Shlomo”, la voz de Eljanán se oía jubilosa. “¡Es un varón! ¡Un hermoso bebé varón! ¡Jana y el bebé se encuentran muy bien gracias a Di-s!”

“El Brit Milá (circuncisión) será Di-s mediante, la se­mana próxima”.

Sería una celebración que Shlomo no podría per­derse…

Las tres señales del pueblo judío

“Pues ordena a sus hijos y a su casa que le sigue, que cuiden el camino de Hashem, de hacer Tzedaká (caridad) y justicia”. (Bereshit 18:19)

Abraham el Patriarca, se destacó notoriamente con la cualidad de la benevolencia. Esta cualidad no se limitó solo a su persona, sino que a través suyo se transmitió como herencia a su descendencia. Así lo dice el texto en nuestra Parshá: “Puesto que lo reconocí con un amor especial pues ordena a sus hijos y a su casa que le sigue, que cuiden el camino de Hashem de hacer Tzedaká y justicia”(1).

Vemos que Abraham dio en herencia a sus descendientes la cualidad de la benevolencia.

La benevolencia es una de las tres señales identificatorias del pueblo judío. La Guemará(2) dice: “Esta nación posee tres señales – son compasivos, recatados y benevolentes… y todo aquel que posee estas tres características es apto de ser parte de esta nación”.

SEÑALES ¿DE QUE?

El término ‘señal’ significa que las cualidades en cuestión sirven como señal de otra cosa, es decir del carácter principal y esencial del pueblo de Israel. ¿Cuál es esa característica de la cual estas son sus señales?. Es la cualidad de la anulación personal. El judío, en su esencia, siente anulación frente al Altísimo, tal cual dijo Abraham el Patriarca: “Yo soy polvo y ceniza”(3).

A partir de esta anulación surgen las características indicativas –señales- de la misma: el judío es vergonzoso, compasivo y benevolente. Esta es la secuencia(4) del funcionamiento del judío: el pudor – es una naturaleza del alma, la compasión – es un sentimiento del corazón, y la benevolencia – es la acción concreta de practicar la bondad. El pudor es la expresión abierta de la anulación interior, por eso es la primer señal. Es la que causa que el judío sea compasivo, y esta compasión, a su vez, le mueve a actuar con bondad.

LA BONDAD HUMANA

En este punto radica la singularidad del pueblo judío. Los humanos como humanos practicamos la bondad, pero esta no proviene necesariamente de la anulación personal, sino lo contrario, como consecuencia del ego.

El orgullo incluso puede a veces despertar sentimientos de compasión. Siendo que uno se concibe como importante ve al prójimo como alguien inferior que despierta compasión. Incluso uno puede disfrutar, a título personal, el sentir grandeza como consecuencia de su compasión y bondad con el sufriente.

COMPASIÓN Y PUDOR 

La bondad que se espera del judío, en su carácter de nación santa, es la que surge del sentimiento de autoanulación, como se dijo antes. Esta anulación personal es consecuencia de la conciencia de la presencia Divina, y la subordinación total al Altísimo. Cuando se deja de estar concentrado en sí mismo – por la subordinación de Hashem – entonces se  siente al otro y se compadece de él, haciéndolo con humildad total.

Generalmente esta es la secuencia. A partir del pudor se llega a la compasión y de la compasión a la conducta benevolente.

Pero también está el caso opuesto(5), cuando la compasión específicamente es la que permite que el judío logre el pudor.

El judío es consciente que el hecho mismo de que su compañero sea el pobre y él el rico es para privilegiarlo con la mitzvá de la caridad Tzedaká -. Si no fuera así, ¿por qué el Altísimo, quien alimenta y sostiene a todo, causó una situación donde él sea el rico y su semejante el pobre?

Es sólo debido a que Hashem quiso que la manutención de su compañero llegue específicamente a través suyo, por medio de la Tzedaká y la benevolencia que practicará  con él.

Pero esta conciencia genera gran vergüenza, puesto que ¡para que él sea meritorio de practicar caridad, su compañero debe sufrir pobreza y privación!. Resulta entonces que justamente como consecuencia de su compasión por su compañero pobre, se despierte en él una gran vergüenza interior y una profunda autoanulación.

(Likutei Sijot Tomo 30 Pág.61)

Notas: 1.Nuestra Parasha 18,19 2.Iebamot 79,a 3.Nuestra Parshá 18,27 4.En el orden que el Rambam cita estas tres cualidades (leyes de relaciones prohibidas Cáp.19 ley 17). 5.En el orden citado en el Talmud (de la nota 2)

La historia del monoteísmo

Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch

La esencia del Judaísmo, es la creencia en un solo Di-s. De hecho, todas los credos monoteístas tienen su origen en Abraham, el descubridor (o el re descubridor) de esta verdad.

La creencia Judía en Di-s es expresada en los dos primeros de los Diez Mandamientos. El primero, afirma la verdad de Su existencia. El segundo es un complemento negativo del primero (no idolatrar). La idolatría no es necesariamente una falta de fe en Di-s, de hecho, el Segundo Mandamiento comienza diciendo: “No tendrás otros dioses frente a Mí…”. Sino más bien, la idolatría también incluye cualquier negación a la unidad de Di-s, su absoluta singularidad, unidad y exclusividad de ser. Adjudicarle cualquier división o compartimiento al ser Divino, o creer que Di-s tiene un compañero o intermediarios en Su creación y en la subsistencia del Universo, es transgredir la prohibición de idolatría.

Los detalles de las leyes de idolatría, son descriptos por Maimónides en su Mishné Torá, en una sección del doceavo capítulo titulada Leyes Concernientes a la Idolatría y sus Costumbres. Aquí, Maimónides define qué es idolatría y examina varias formas de idolatrar y sus prácticas, las penalidad que acarrean, el status de un idólatra, etc.

En el primer capítulo de las Leyes Concernientes a la Idolatría, Maimónides cuenta la historia del reconocimiento del hombre de la verdad de Un solo Di-s. Originalmente, el hombre conocía a su Creador; pero en la “generación de Enosh (el nieto de Adam), la humanidad erró gravemente, y el conocimiento de aquellas generaciones de hombres sabios fue confundida; Enosh mismo estaba entre aquellos que habían errado. Su error yacía en lo que ellos creían que era placentero para Di-s, si ellos veneraban las fuerzas de la naturaleza que Le servían, como un rey que desea que sus ministros y sirvientes sean venerados. Pronto, comenzaron a erigir templos y altares para el Sol y las estrellas, ofreciéndoles sacrificios e himnos de alabanzas, creyendo que todo esto era el deseo de Di-s.

Sobre generaciones posteriores, Maimónides continúa diciendo: “se levantaron falsos profetas…y otros charlatanes que clamaban haber recibido comunicaciones de varios cuerpos celestiales sobre cómo deben servirse y cuáles imágenes los representan. Al pasar los años, el impresionante y venerable nombre de Di-s fue olvidado de los labios y mentes de la humanidad; ya no eran más conscientes de Él. El hombre común sólo sabía de imágenes de madera o de piedra en sus templos, a los cuales se les había instruido desde la niñez a prosternarse y a servirles; los más sabios entre ellos creían en las estrellas y constelaciones que estas imágenes representaban; pero ninguno reconocía ni conocía al Creador excepto aquellos raros individuos como Enoj, Metushelaj, Noaj, Shem y Ever. Y así era el mundo hasta que el pilar del universo, nuestro padre Abraham, nació.

Ya de pequeño, la mente de Abraham comenzó a buscar y a preguntarse: ¿Cómo orbitan los cuerpos celestiales sin una fuerza motora? ¿Quién los mueve? ¡No pueden moverse por ellos mismos! Inmerso entre los tontos idólatras de Ur Casdim, no había nadie quien le enseñara; su padre, madre y gente de la casa, y él entre ellos, eran idólatras. Pero su corazón buscó, y llegó a la conclusión que hay un Di-s…que creó a todo y que en toda la existencia, no hay nadie más que Él. Llegó a la conclusión que todo el mundo estaba errado…

“A la edad de cuarenta, Abraham reconoció a su Creador…Comenzó a debatir con la gente de Ur Casdim…Destruyó ídolos, y comenzó a enseñarle a la gente que sólo es apropiado servirle a un Di-s… Continuó haciendo llamar la atención del mundo, enseñando que solo existe un Di-s en todo el Universo, y que a Él solo hay que servirle. Portó el mensaje de ciudad en ciudad, de reino a reino…Muchos se unieron para hacerle preguntas sobre el tema, y él les explicaba de acuerdo a su entendimiento hasta que les terminaba mostrando el camino de la verdad. Cientos y luego cientos de miles se unieron a él…y él implantó este gran principio en sus corazones y escribió varios libros sobre esto. Luego del fallecimiento de Abraham, Itzjak, y luego Iaakov siguieron con su trabajo, hasta los descendientes de Iaakov, y aquellos que se les unieron, formaron una nación que conocían a Di-s.

“Sin embargo, cuando la gente de Israel moró en Egipto por muchos años, volvieron a aprender del comportamiento de los egipcios y a idolatrar ídolos con ellos…solo un poco más, y el gran principio implantado por Abraham hubiese sido olvidado, y los descendientes de Iaakov hubieran vuelto al error de la humanidad y a sus formas de vidas corruptas. Pero por el amor de Di-s hacia nosotros, y Su cumplimiento de la promesa que le hizo a Abraham… Di-s eligió a Israel como Suyo, coronándolos con las Mitzvot (preceptos), e instruyéndoles el camino en el cual deben servirLo, y las leyes concernientes a la idolatría y aquellos que las transgreden”

La Historia como Ley

Así Maimónides concluye el primer capítulo de las Leyes Concernientes a la Idolatría. En los siguientes once capítulos, el procede a enumerar las leyes particulares de la “idolatría y aquellos que idolatran”.

El Mishne Torá es una obra puramente Halájica, o legal. Hay raras ocasiones en las que Maimónides cuenta algún hecho histórico o alguna inspiración filosófica, y siempre se revela que en estos casos, si los estudiamos más minuciosamente, terminan siendo un punto de instrucción legal. Lo mismo es cierto con el primer capítulo que hemos resumido anteriormente: cada detalle de esta historia es una Halajá (ley judía), un componente crucial de la prohibición de la Torá sobre la idolatría.

El primer punto de Maimónides es que la idolatría no es un pecado religioso sino también un error racional. La generación de Enosh “erró gravemente y la sabiduría de la generación de hombres sabios fue confundida”, la humanidad fue engañada por falsos profetas y charlatanes. Abraham llegó a la conclusión de la verdad sobre la unidad de Di-s, no por revelación Divina ni por poderes sobrenaturales, sino que por el proceso de que “su mente comenzó a buscar y a indagar…hasta que comprendió la verdad y entendió el camino correcto por su sentido común”. Consiguió adherentes a su fe no por obrar maravillas ni profesar el nombre de Di-s, sino por medio de explicarle a cada uno de acuerdo a su entendimiento, hasta que les terminó mostrando el camino de la verdad. Maimónides no menciona todas las revelaciones de Di-s a Abraham, tampoco menciona a todos los profetas y milagros que acompañaron en el desarrollo de la nación que conocía a Di-s en sus primeros años. Ya que, aunque ellos no hubiesen estado, el hombre podía haber reconocido la unidad de Di-s de todas maneras, y se hubiera esperado de ellos que así hicieran. La idolatría es irracional; el hombre, usando nada más que su capacidad para razonar, puede discernir entre su falacia y descubrir la verdad.

Por el otro lado, cerca del final del relato histórico, Maimónides remarca el punto opuesto: sin la intervención Divina, la fe fundada por Abraham no hubiera sobrevivido.

El razonamiento humano no es suficiente. Puede exponer falacias, descubrir la verdad, transformar una vida, convencer a miles, y fundar una nación. Pero es sólo tan fuerte como el ser humano que lo realiza. Puede ser distorsionado por los tormentos de la vida: rompe a la persona, y habrás invalidado sus ideas. El exilio y las dificultades que han experimentado los Israelitas en Egipto, casi destruyó una nación que creía en Di-s. Si Di-s no se hubiera revelado a nosotros en el Sinai, el gran principio implantado por Abraham, hubiera desaparecido.

Mente y Más

En el primer capítulo de las Leyes Concernientes a la Idolatría, Maimónides nos está instruyendo cómo se observa el precepto de “No tendrás otros dioses frente a Mí”.

No es suficiente decir: “Di-s se nos reveló a nosotros en el Sinai y nos dijo que no hay otras deidades o fuerzas que son compañeras de Su ser y Su régimen sobre el universo. Así que yo sé que es así. Si Él lo hubiese dicho, me hubiera bastado: la lógica de la verdad es irrelevante”. No, dice Maimónides. El Segundo Mandamiento obliga al judío a que su mente, no solo sus convicciones, debe negar la posibilidad de otros dioses. No debe solamente aceptar que esto es así, sino que debe comprender, racionalmente, que no puede ser de otra manera. Cada judío está obligado a desarrollar un reconocimiento de la verdad Divina adquirida por Abraham: un reconocimiento tan absoluto que pueda implementar una doctrina universal y convencer a que miles de personas transformen sus vidas.

Por el otro lado, una persona puede tomar esto para el otro extremo y decir: “La unidad de Di-s no es un tema de fe, es un hecho. La naturaleza de la realidad lo atestigua; yo puedo demostrárselo a cualquiera. Es la revelación en el Sinai lo que es irrelevante. El monoteísmo es una verdad racional, apoyada por irrefutables argumentos”.

Esto puede ser posible, dice Maimónides, pero la negación del judío de otros dioses es más que una filosofía irrefutable. Es una fe implantada en la esencia de nuestras almas, que perdura aún cuando la lógica cesa de funcionar y la razón es considerada impotente. Para creer de verdad, uno debe comprender, pero la comprensión sola, es una sombra mortal de la fe inmortal. La filosofía de la fe de Abraham, apenas sobrevivió a Egipto; la fe supra racional que conseguimos en el Sinai, en donde Di-s eligió a Israel como Suyo, coronándolos con los preceptos, e instruyéndoles la forma en la cual debemos servirLo, ha sobrevivido a cientos de Egiptos y a cada locura de la historia.