Las riquezas del Cuerpo

Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch

En la Parshá de esta semana, leemos cómo, poco después que Abraham y Sara llegaron a la Tierra de Canaan, se vieron forzados a ir a Egipto por el hambre que acechaba en la tierra. Cuando se estaban acercando a Egipto, Abraham le dijo a Sara:

“Ten cuidado, ahora yo sé que tú eres una mujer de bella apariencia. Cuando los egipcios te vean, dirán: ‘Ésta es tu esposa’, me matarán, y a ti te dejarán viva…
Por favor, dí que eres mi hermana, para que me hagan un bien a mí, y mi alma vivirá por tu causa”

Los temores de Abraham fueron bien fundados. Sara es llevada al palacio del Faraón. Abraham recibe muchos regalos, como “hermano” de aquella mujer tan bella. Milagrosamente, Di-s previene al Faraón de tocarla. Sara es liberada y llevada de vuelta a su marido, y ambos vuelven a la Tierra Santa llenos de riquezas obtenidas por sus (des)venturas.

El Midrash ve este episodio como un precedente del futuro viaje a Egipto de los hijos de Abraham y Sara. En ese entonces, también, nuestra captura en Egipto finaliza con nuestra liberación y éxodo de la tierra con “grandes riquezas”. Esta gran riqueza, explican los maestros Jasídicos, se refiere no solo a todo el oro y plata que se llevaron consigo los Israelitas de Egipto, sino también viene a hacer una referencia a las “chispas de Divinidad”, que redimieron los Hijos de Israel y elevaron, en el curso de sus 210 años de esclavitud allí.

Esta aventura, también es revivida en la vida de cada individuo.

De acuerdo al Zohar, “Abraham” representa el alma, y “Sara”, el cuerpo. En la narración Bíblica, tanto Abraham como Sara bajaron a Egipto, pero Sara experimentó un “descenso” aún mayor cuando fue encarcelada en el palacio del Faraón y amenazada por sus ministros. Al final, sin embargo, la sentencia de Sara terminó siendo una fuente de riqueza para ella, y en su mérito, su marido también fue enriquecido.

Lo mismo sucede en la vida de cada individuo. Tanto el alma como el cuerpo descienden al mundo material, pero el cuerpo es el que está más expuesto y comprometido a la decadencia mundana, mientras que el alma permanece en cierta forma, un poco más ajena al mismo. Sin embargo, al final, es el cuerpo quien, a través de sus acciones físicas, redime y eleva la “riqueza de Egipto”. Ya que solo el cuerpo puede realizar una Mitzvá (precepto), una acción Divina. Sólo un ser físico tiene acceso a las chispas de Divinidad que han sido esparcidas en todo el mundo físico, pudiendo elevar y enriquecer a su alma en el proceso.

Un relato de dos amores

En las enseñanzas de la Kabalá, Sarai y Hagar nos sirven como metáfora de dos modelos de vida.

Sarai, la princesa, representa una vida que vive para sí misma, mientras Hagar, la sirvienta, se inviste en una vida que vive por las recompensas y beneficios que vienen con ella. Sarai vive para vivir, Hagar vive para ganar. Esto no es ni bueno ni malo; son simplemente dos aspectos integrales diferentes de la condición humana.

Examinemos estas dos dimensiones mientras se muestran en el amor y las relaciones humanas.

Hay una persona que dice: “Te  quiero porque te preciso”, o “te quiero porque eres hermoso”. En otras palabras, te aprecio por las recompensas (la “Hagar”) que gano por tí.

“Ser amado por lo que uno es realmente, es la gran excepción” Goethe dijo. La mayoría de la gente ama a aquellos de quienes recibe algo. Amo la parte tuya que me da plenitud y beneficios. Amo a mí versión tuya, no a tí.

Una historia:

Uno de los grandes espiritualistas del siglo XX, Rabí Israel Lipkin, conocido como Rabí Israel Salanter, una vez observó a una persona comiendo un pedazo de pollo con gran fervor. “¿Cuál es la gran alegría sobre esto”? le preguntó el Rabí.

“Amo este pollo”, respondió la persona.

“Dudo grandiosamente que ames al pollo” le dijo el Rabí. “Este pollo fue faenado, desplumando, cortado y cocinado para ti. ¿Es así como tratas a quienes amas?.

“No amas al pollo; te amas a vos mismo, a tus gustos, tu estómago. Admiras al pollo por posibilitar servir tu esófago tan eficientemente”.

Amor recíproco

Tu amor hacia otra persona no es tan diferente al amor hacia tu pollo o tu torta de queso. Amas a tu cónyuge por lo que recibes de él. Tu cónyuge te garantiza compañerismo y te da “condimento”, cualidad y sabor a tu existencia diaria. Disfrutas las cualidades físicas y emocionales de tu cónyuge; aprecias las miradas de tus compañeros, sus comidas, inteligencia y bondad.

Tienes que ser un tonto para no apreciar a este ser humano que está dispuesto a dar todo e incluso a amar a un Shleimazel  como tú.

Esta forma recíproca de amor no está mal para nada. Hace, de hecho, que el mundo se mueva. Puedes seguir casado y vivir para siempre con este “Hagar” modelo de relaciones. Si todos los matrimonios requerirían una afección egoísta y altruista, sería el fin de la raza humana tal como la conocemos. Somos criaturas auto orientadas y debemos sentir que nuestras relaciones están basadas en la dinámica de dar y recibir.

Debemos reconocer, sin embargo, que aunque este amor es profundamente beneficioso, es también condicional y puede ser temporario.

¿Qué pasa cuando algunas de las cualidades de tu querido cónyuge cambia, o cuando no tienen más relación contigo, o cuando encuentras a alguien que parece que tuviera cualidades superiores?

A veces estas huellas terminan con un romance. “¿Por qué voy a estar para tí cuando tú no estás más para mí?” Ésta es una buena pregunta, una que ha causado y continúa causando la muerte de muchos matrimonios.

Además, incluso que el amor recíproco pueda ser poderoso y fructífero, no captura la majestad completa que el espíritu humano soporta. El amor recíproco satisface al ego humano básico, su necesidad y auto-preservación y auto gratificación. Pero falla en satisfacer al alma de la persona que fue creada en imagen de Di-s.

Amor incondicional

La Torá y la Cábala, por lo tanto, nos muestran otra forma de amor, o el modelo “Sarai” de amor, uno que no es recíproco, pero es incondicional o esencial. En él, no te amo por un “ya que…”, una cualidad individual o muchas cualidades que admiro en ti. Te amo por que eres “tú”, no el “tú” que me beneficia, pero tu misma existencia, tu mismo ser. Y nace del reconocimiento de que compartimos un lazo esencial.

No es el amor porque eres hermoso, si no, eres hermoso porque te amo. No es que te amo porque te preciso, sino te preciso porque te amo.

Esto no significa que uno no deba admirar o apreciar las finas cualidades de su cónyuge. Significa que tu amor no es limitado o definido por cualidades de amor particulares. Digamos, por ejemplo, que eres bendecido con un hermoso chico talentoso. Obvio que aprecias estas cualidades en tu hijo y se lo mencionas. Pero, el amor hacia tu hijo no depende en algo o está limitado a estas características. Puedes tener otros hijos que no tienen estos dones, pero los amas de igual manera. ¿Por qué? Porque sientes que eres esencialmente y eternamente uno con ellos.

De hecho, uno observa que el amor de los padres hacia los hijos, quienes, por su estado mental o físico no pueden recibir afecto recíprocamente, es más fuerte que el amor hacia otros chicos que pueden devolver recíprocamente a sus padres, ¿Por qué?

La Cábala lo explica en una forma muy profunda. No es que los padres aman a un hijo más que a otro. Amas a cada chico con la misma pasión infinita. Sin embargo, con chicos que manifiestan cualidades que generan aprecio, la relación esencial de los padres, es de alguna forma eclipsada con el amor que nace por el aprecio de esas cualidades. 

Con un chico que no tiene una habilidad para devolver de ninguna forma, que le falta manifestación y cualidades que hace que “valga la pena” amarlos, lo que emerge es el amor eterno e incondicional que proviene de una conexión esencial que hay con el padre y el hijo. No voy a recibir nada a cambio, pero te amo de todas formas, así como me amo a mí mismo, porque tú y yo somos intrínsecamente uno.

¿Puede un matrimonio llegar a este espacio puro? Sí. ¿Puede comenzar con este tipo de amor? Generalmente no. (Si sí, te podrías haber casado con todos y cualquiera). Al principio de una relación, uno debe enfocarse en los beneficios mutuos envueltos, mientras el romance, por supuesto, asiste en el drama de la fusión de dos extraños.

Sin embargo, si trabajamos en nosotros mismos y permitimos que nuestras almas emerjan en la relación, podemos emprender un largo viaje, alcanzando un espacio de amor altruista puro en donde llegamos a reconocer nuestro lazo compartido esencial e inmutable que nunca será cortado. Con el tiempo, llega un punto en donde cada parte siente a la del otro, en donde cada parte no puede ver su vida sin su compañero al lado.

Una vez una enfermera compartió la siguiente historia:

Era una mañana muy atareada, a las 8.30 de la mañana aproximadamente, cuando un hombre mayor, de unos 80 años, llegó a remover unas suturas de su pulgar. Dijo que estaba muy apurado porque tenía una cita a las 9 de la mañana. Tomé sus datos y le dije que esperara en el asiento, sabiendo que tendría que esperar como una hora hasta que alguien lo pudiera ver. Mientras me hacía cargo de su herida, comenzamos a hablar. Le pregunté si tenía una cita con el doctor esta mañana, ya que dijo estar muy apurado. El hombre me respondió que no, que precisaba ir al hogar de ancianos a desayunar con su esposa. Luego le pregunté sobre su salud. Me dijo que ella estaba ahí desde hacía un tiempo, ya que era víctima de la enfermedad de Alzheimer.

Mientras hablábamos, y terminé de cubrir su herida, le pregunté si ella se preocuparía si él llegaba tarde. Me respondió que ella ya no lo reconoce, y que hace cinco años ya que no lo reconoce. Estaba sorprendida por lo que le pregunté, “¿Y aún así sigue yendo todas las mañanas, aunque no sepa quién es?”

Él sonrió mientras me golpeaba suavemente la mano y dijo: “Ella no sabe quién soy, pero yo sí sé quién es”

Tuve que contener mis lágrimas mientras él se iba, y pensé: “Éste es el tipo de amor que yo quiero en mi vida”

El verdadero amor no es ni físico, ni romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que es, ha sido, y será…Y mis amigos, dijeron todo.

Tú y Di-s

Estos dos modelos de vinculación -El modelo Hagar y el modelo Sarai- existen también en nuestro “casamiento” entre nuestras almas y Di-s

Una relación con Di-s de modelo Hagar significa que lo sirves a Él como una “ama de casa“, por las recompensas (el “Hagar”) que recibes. Tu foco primordial en vivir una vida moral y espiritual es lo que puedes conseguir de Di-s a cambio. “Si yo soy una buena persona, Di-s me va a recompensar; si soy una persona vil, Di-s va a estar enojado conmigo, y eso no es bueno”.

Muchas comunidades religiosas basan los fundamentos de toda su educación en la ética de la recompensa y el castigo. “Si sirves al Señor y sigues sus instrucciones, creas una entrada al paraíso”, se les enseña a los niños, “Si no terminarás en la barbacoa eterna”

En un nivel más sofisticado, puedes anhelar una lealtad y devoción a Di-s por tus beneficios mentales, emocionales y espirituales. La fé trae optimismo, esperanza, serenidad, un sentido del propósito, etc. Puede liberarte del temor, inseguridad y ansiedad. Así que te adentras a un matrimonio con Di-s como una “ama de casa” buena y leal: El pago es grande y los beneficios valen la pena.

¿Es esto malo? ¡Para nada! Para muchos de nosotros, la única forma de estar motivados e inspirarnos a vivir una vida moral y plena es enfocándonos en nuestra ganancia, en cómo estimular la cualidad de nuestros días y lo profundo de nuestras vidas.

Llévate tu ego

Una historia personal:

Una vez fui invitado a presentar una charla en una cena de alto nivel sobre cómo vivir una vida espiritual.

Totalmente desinteresado en asistir a la cena o de discutir este tema, consideré rechazar la invitación. La única razón por la cual quería aceptar la invitación era porque una persona de mucha influencia iría a la cena y yo quería impresionarlo.

Así que llamé a mi consejero, y le pregunté si debería rechazar la invitación, siendo que “mi charla espiritual” estaría contaminada en un motivo absolutamente egoísta. Aceptando la invitación, razoné, favorecería a mi ego, pero engañaría a mi alma y a mi autenticidad. Sería un estafador Neoyorquino más. Gran cosa.

Mi consejero me recomendó ir y hablar. “Si tu ego te obliga a robar bancos, debes decir que no. Pero si tu ego, por el momento, te está obligando a dar charlas sobre temas espirituales y a inspirar personas para que incrementen en actos de bondad y solidaridad, que así sea; llévate tu ego en tu paseo de la vida”.

Seguí su consejo, no de mala gana, me apresuro a añadir. Por supuesto, has adivinado. Este tipo famoso nunca llegó, así que supongo que se transformó en una situación de ganar.

La verdad de un pobre hombre

Lo mismo es con la mayoría de las relaciones en nuestra vida. Pocos de nosotros somos capaces de una relación consistente altruista con los hombres o con Di-s. La búsqueda de la auto gratificación es esencial para la condición humana, e ignorarla puede significar el fin de una vida plena y fructífera.

Un hombre rico una vez fue a lo de Rabí Shneur Zalman de Liadi y se lamentó que la caridad que él estaba distribuyendo a los pobres estaba coloreada por motivos ocultos; no lo hacía con total veracidad.

A lo que el Rebe le respondió: “Sí, puede ser cierto; pero el hombre pobre usa de tu plata para alimentar a su familia con veracidad”.

Sin embargo, a pesar de la productividad de esta forma de relación con las verdades morales de la existencia, basadas en el beneficio de uno, hay que ser conscientes que son por un tiempo limitado. Debemos ser sensibles a la verdad que es condicional, externa y por lo tanto temporaria. Es un amor definido por el ego, y por lo tanto, limitado por el ego; no captura el amor majestuoso que el alma humana es capaz de alcanzar.

No preguntes…

La Cábala  por lo tanto nos trae otro tipo de relación más profunda con Di-s, conocida como el modelo “Sarai”. “No preguntes lo que Di-s puede hacer por tí; sino lo que tú puedes hacer por Él”. En este nivel, eliges adentrarte a una relación con Di-s no por lo que Él puede hacer por  tí, sino por lo que tú puedes hacer por él. El “Sarai” en nosotros representa esta dimensión del alma que reconoce su conexión inherente y esencial con Di-s. Con ésta parte del alma yo no sirvo a Di-s porque lo preciso, sino porque Él me precisa a mí, o mejor dicho, porque somos uno.

Aún así, ¿Cuántas personas pueden vivir constantemente en éste nivel? Muy pocas. Si aplazáramos nuestro matrimonio con Di-s hasta que podamos desarrollar este idealismo, no podríamos tener siquiera un “hijo” en nuestras vidas, nunca podríamos producir aunque sea un buen acto.

Así que Sarai le dice a Abraham, el hombre en la Biblia que es el paradigma del amor: “Mira, Di-s me ha refrenado de poder tener un hijo;  por favor, asóciate con el ama, quizá pueda de ella construir”.

En un nivel metafórico, lo que Sarai está diciendo es que si Abraham insiste en construir una relación sólo con el más perfecto, ser humano ideal, nunca traerían niños al mundo. Si esperas hasta que estés espiritualmente perfecto y puro para comenzar con la labor de cambiar al mundo, nunca podrás tener frutos, ni producir nada ni llenar al mundo de Di-s con bondad. A veces hay que llamar al ego, a tu egocéntrica personalidad, para poder cosechar grandes logros. Deja que tu ego genere acciones, siempre y cuando sean positivas y productivas.

Así que Sarai, la esposa de Abram, tomó a Hagar la egipcia, su sirvienta -luego de diez años que Abram haya vivido en la Tierra de Cnaan -y se la dio a su esposo Abram como esposa“.

Sarai misma reconoce que el camino al idealismo debe cada tanto ser liderado por el ego.

No siempre pueden tus relaciones operar por el paradigma de “Sarai-esposa”, a veces, por el bien de los niños, debe ser operado por el paradigma “Hagar-sirvienta”

El desafío

Pero, está el potencial de la caída.

Él se asoció con Hagar, y ella concibió. Cuando se dio cuenta que estaba embarazada, ella (Sarai) miró a su sirvienta con desprecio

Todo lo anterior es lindo y estupendo siempre y cuando te acuerdes de que hay otro modelo más elevado de amor; que te presente un paradigma de vida defectuoso aunque no incorrecto. Siempre debes mantener el conocimiento que aunque a veces participemos de una relación estilo “Hagar”, hay algo mucho mayor y más profundo para esforzarse.

El problema empieza cuando tu ego comienza a presagiar la verdad, cuando comienzas a creer que has alcanzado la cumbre del amor. Luego, cuando tu ego se debilite, o cuando sientas que tu propio interés no sirve, puedes llegar a tirar toda la relación por la borda. Se convierte todo acerca de tí: es a mi manera o no hay manera.

Vemos esta tendencia que sucede generalmente en el área de educación. Algunos padres desarrollan la siguiente actitud: Siempre que mi hijo me denajes“, el placer y deleite que espero de él, lo amo con todo mi corazón. Pero en el momento que el comportamiento de mi hijo no cumple con mis expectativas, cuando falla en darme la tranquilidad y alegría que quiero de él, me enojo y me frustro. Esto es porque inicialmente no lo amo por quién es, sino por lo que hace por mí. Así que cuando me da dolores de cabeza en vez de alegría y serenidad, mi corazón se llena de sentimientos negativos hacia él.

Esto es cuando sabes que tus relaciones estilo “Hagar” han traspasado los límites. Las relaciones basadas en intereses propios son críticas, indispensables y por lo tanto profundamente valuables. Pero esto es cierto siempre y cuando reconozcamos su inferioridad en comparación con la relación estilo “Sarai”, en donde aspiramos a un crecimiento más profundo y a nuestra elevación. Luego, vivir una buena vida por motivos ulteriores, probablemente te eleve a un espacio de profundo idealismo, en donde aprendes a amar puramente. Una relación auto motivada, si funciona consistentemente, te llevará a una relación egoísta.

Pero cuando tus relaciones auto motivadas se convierten en el destino final, cuando pierdes el foco de los horizontes extendidos lejos de tu visión actual, cuando sientes que tu cónyuge ya no te sirve de la manera que antes te servía, tu amor puede declinar y finalmente desaparecer.

El escándalo

Así que Sarai le dijo a Abraham, “¡El escándalo contra mí, es por tu culpa! Fui yo la que te di a mi sirvienta, y cuando vio que concibió, perdí mi estima en sus ojos. ¡Que Di-s nos juzgue entre tú y yo!

Estas son palabras fuertes. Su significado, sin embargo, es claro. Algo fue profundamente distorsionado. Si nuestras relaciones con el otro y con nuestros futuros hijos se ven consumadas completamente en una relación al estilo “Hagar”, van a devorar nuestros fundamentos. Y sólo Di-s puede juzgar la sutil diferencia entre una relación basada en la verdad y una relación basada en intereses propios.

Abraham le respondió a Sarai, `Tu sirvienta está en tus manos; haz lo que creas que sea correcto hacer´. Sarai la hizo sufrir, y ella se escapó“.

En este punto en nuestras vidas, nuestra mayor conciencia, o el Sarai dentro de nosotros, debe recordarnos las limitaciones de nuestros egos. “Sarai” debe recordarle a “Hagar” que ella funciona mejor cuando está subyugada a la autoridad de Sarai. Libre, reinando desinhibidamente con su ego; es demasiado vulnerable y sería como dar permiso a un niño para salir de la casa cuando quisiera. Para que el ego sea productivo, debe ser controlado.

Pero nuestros egos, no siempre están dispuestos a escuchar. Más que enfrentar su desinhibida vulnerabilidad, se escapan de la escena. Se esconden de la verdad.

Di-s se encuentra con el ego

Un ángel de Di-s se encontró con ella en un manantial en el desierto…y él dijo, “Hagar, ¡sirvienta de Sarai! ¿De dónde vienes, y a dónde vas?”.

“Ella dijo, `Estoy escapando de mi ama, Sarai´. “El ángel de Di-s le dijo a ella, `vuelve a lo de tu ama y subyúgate a ella´”. “Y el ángel de Di-s le dijo: `voy a incrementar tu descendencia y no se contará para abundancia´”.

Hagar puede precisar ayuda, pero Di-s igual la ama. Di-s no desprecia al ego humano. Di-s no cree que debemos aplastar nuestras ambiciones individuales y evitar cualquier vestigio del “Yo”. Siempre y cuando nuestro sentido de individualidad reconozca sus limitaciones, el ego es capaz de conseguir grandes cosas en la vida. “Vuelve a tu ama y subyúgate a ella“. Continúa con tu vida, tu amor, tus relaciones, tu matrimonio. Pero siempre debes tener el coraje de mirar hacia arriba y ver que el amor es infinito.

Luego, el ángel dice, vas a tener muchos hijos. Vas a producir acciones y descendencia que van a convertir a este mundo en un lugar más brillante.

Extraído y adaptado de algemeiner.com

La verdadera Cabalá

En estos últimos años, muchos famosos han adoptado la Cábala como forma de vida.

Lamentablemente, a través de ellos, muchas personas han oído por primera vez el nombre de algo tan sagrado y especial como es la Cábala. Es por eso vimos de extrema necesidad aclarar y difundir el verdadero significado y sentido de esta excelsa y sublime parte de nuestra sagrada y eterna Torá.

¿QUÉ ES LA CÁBALA?

La Cábala es una antigua fuente de sabiduría judía que explica las leyes eternas del modo en que mueve la energía espiritual a través del Cosmos. Durante muchos siglos, gran cantidad de hombres santos han pasado sus vidas inmersos en el estudio de estas enseñanzas místicas.

Para comprender la Cábal , habría que dedicar toda una vida al estudio y la Plegaria. 

Hasta hace poco, las profundas y complejas enseñanzas de la Cábal eran inaccesibles para la mayoría. La mayor contribución del jasidismo- que nace a partir del siglo XVIII en Europa- es la de haber adoptado un enfoque comportamental de la Cábala , puesto que enseña cómo aplicar sus profundas enseñanzas espirituales en la vida cotidiana.

La Cábala no es sólo conocimiento. Debe ir acompañada por el estilo de vida altamente disciplinado de un judío religioso, viviendo la vida de la Torá. Es una vida que imbuye a lo cotidiano de una intensa espiritualidad.

Al tiempo que la Cábala explora las alturas vertiginosas de los mundos superiores, los reinos angélicos y las fuerzas que modelan el Cosmos, también nos orienta sobre la dinámica de la vida aquí abajo. El mundo físico es una imagen finita de los reinos infinitos.

¿QUIÉN ES UN CABALISTA?

Este término es una invención surgida en círculos académicos que contemplan la tradición mística desde el exterior y es utilizado para describir a alguien que afirma haber estudiado algo de Cábala a partir de un trabajo secundario y pretende ser profesor.

El término correcto para designar a aquel que consagra su vida a la Cabala es mekubal, que significa: “el que ha recibido”.

Existen pocos mekubalim (el plural de mekubal) públicos en el mundo. Hay que dejar claro que la Cábala no es un movimiento, sino un magisterio espiritual.

Desgraciadamente, en el actual “mercado” espiritual, se pueden encontrar cabalistas autoproclamados que ni siquiera están familiarizados con las leyes básicas y la tradición judías, y que es posible que ni siquiera hayan practicado las Mitzvot (Preceptos) religiosas tradicionales y no pueden leer siquiera hebreo o arameo, las lenguas en las cuales ha sido escrita la Cábala.

Los Rebes, o maestros Jasídicos, son también mekubalim. Por ello, es una experiencia impresionante acercarse a un Rebe o a un mekubal. El Rebe puede ver a través de tu alma. Para él no hay secretos.

(Contenidos adaptados de “ La Cabalá Práctica ” de Rabí Laibl Wolf)

En sincronía

Ionatan, un hombre joven en sus incipientes 30, novio de una amiga mía, dejó la cómoda casa de su madre.

Desde su piso 17, Ionatan no sabía que esa semana correspondió a la lectura de la porción semanal (parshá) de la Torá llamada Lej Lejá (Vete de ti), la cual narra cómo a Abraham, nuestro patriarca, Di-s le ordena que deje su tierra, su parentela y su casa paterna y vaya a la tierra que Él le señalará. Ionatan no estaba desconectado de su “saberse judío”, todavía no lo ejercía plenamente, pero estaba en camino…

Aquella pequeña sincronía daba testimonio tangible de su conexión a su ser esencial, a su alma judía, a su neshamá; pero Ionatán seguía un poco “distraído”.

Pasaron algunas semanas, a instancias de su novia, aceptó ir a ver a un rabino. Iría solo, con su mirada un poco velada. Pero iría, a develar, a revelar…

Comenzaba a estudiar Torá. Una mañana se encontró, testigo del amanecer desde su balcón de rascacielo…¡Tenía los tefilín puestos!

Poco después comenzó a guardar monedas, las quería para su pushka (alcancía), cumplía con enorme devoción la Mitzvá de Tzedaká.

Lentamente Ionatan buscaba el “código fuente”, escuchaba qué mensaje tenía la creación para él; quería comunicarse con un corazón que albergara la unión con lo Divino.

Un día, casi un año después, exactamente el viernes 26 de setiembre de 2003, llegó de la oficina, cansado, desanimado: “todos los días la misma sensación”-decía, “ya no me siento contento allí”…“no crezco ni profesionalmente ni como persona”… “tampoco mi judaísmo…”, “no me queda tiempo para estudiar”…

¡Ionatan estaba haciendo su balance de fin de año! Era Erev Rosh Hashaná… Llegó al Templo para la última de las plegarias, con sus propias palabras y a corazón abierto, se entregó a Di-s.

Al lunes siguiente del nuevo año Ionatan no se presentó a trabajar; pidió sus vacaciones por adelantado; quería un “tiempo para él”, como le dijo a su novia, para reencontrarse, para detener la vorágine del mundo y ver dónde estaba parado, cuáles eran sus prioridades, qué le hacía falta, qué estaba de más, para reconocer sus “deudas” con los otros y consigo mismo.

Faltaban dos días para Iom Kipur y Ionatan estaba haciendo Teshuvá.

El primer Shabat de 5764 hizo Kiddush y cuando terminó de agradecer por el fruto de la vid, sabía que no debía temer, que nada le ha de faltar…Había decidido cambiar el rumbo de su vida.

Esta semana volvemos a leer Lej Lejá, Ionatan vuelve a emprender un nuevo camino, más vital, con una salud espiritual renovada. Ahora sabe que está viviendo Lej Lejá, ahora trata de estar más alerta, más en sincronía con la vida judía, con las Mitzvot, con la Torá, que enriquecen su día a día.

Busquemos esta sincronía, esta sintonía, hallemos nuestra huella judía ancestral marcada en nuestra cotidianeidad.

Shula Banchik

El sacrificio de Itzjak, todo por nada

¿Si Di-s se me hubiera revelado y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, lo obedecería?

El fundador del movimiento Jasídico Jabad, Rabi Schneur Zalman de Liadi, relató una vez:

En Mezeritch, era sumamente difícil ser aceptado como un discípulo de nuestro maestro, Rabi DovBer. Había un grupo de Jasidim que, no habiendo merecido aprender directamente de nuestro maestro, querían servir a sus alumnos: traerles agua para lavar sus manos al despertarse, barrer el suelo del vestíbulo del estudio, encender las estufas durante los meses invernales, etc. Eran conocidos como “los fogoneros de las estufas.”

Una noche invernal, cuando me acostaba en un banco en el vestíbulo del estudio, oí por casualidad una conversación entre tres de los “fogoneros”. “¿Qué hay de especial en la prueba del Akeida?, uno preguntó. “¿Si Di-s se me hubiera revelado a mí y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, no obedecería?”

Contestando su propia pregunta, él dijo: “Si Di-s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tardaría algún tiempo, para tenerlo conmigo durante unos días más. La grandeza de Abraham consistió en que él se levantó temprano por la mañana para cumplir la orden Divina inmediatamente.” 

El segundo dijo: “Si Di-s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tampoco dejaría pasar ni un momento para llevar a cabo Su orden. Pero lo haría con un corazón pesado. La grandeza de Abraham fue que él fue a la Akeida con el corazón lleno de alegría por la oportunidad de cumplir la Voluntad de Di-s.” 

El tercero agregó: “Yo, también llevaría a cabo el mandato de Di-s con alegría. Pero pienso que la singularidad de Abraham reside en su reacción al saber que se trataba de una prueba. Cuando Di-s le ordenó, “no toques al niño, y no le hagas nada” Abraham estaba alborozado –no porque su único hijo no moriría, sino porque estaba dándosele la oportunidad de llevar a cabo otra orden de Di-s 

Rabi Schneur Zalman concluyó: “¿Piensan que esto se trataba de una mera charla?.Cada uno de ellos estaba describiendo el grado de autosacrificio que había logrado en su servicio al Omnipotente.” 

Esta pregunta ( que es la que la separa la Akeida de los otros innumerables casos de martirio humano y autosacrificio) es tratada por casi todos los comentarios y expositores de la Torá.

Pues la “Akedat Itzjak” ha venido a representar el punto máximo en la devoción del judío a Di-s. Todas las mañanas, comenzamos nuestras oraciones leyendo la historia de la Torá de la Akeida y decimos: “¡Amo del Universo! Así como Abraham nuestro padre suprimió su compasión por su único hijo para hacer Tu mandato con un corazón pleno, de la misma forma que pueda Tu compasión suprimir Tu ira contra nosotros, y pueda Tu misericordia prevalecer encima de Tus atributos de justicia estricta.”

Y en Rosh Hashaná, cuando el mundo tiembla en el juicio ante Di-s, evocamos la Akedat Itzjak haciendo sonar el cuerno de un carnero (recordativo del carnero que reemplazó a Itzjak como ofrenda) como para decir: Si no tenemos otro mérito, recuerda cómo el primer judío incluyó a las generaciones subsiguientes de judíos en un convenio de autosacrificio a Ti.

Obviamente, la prueba suprema de fe de una persona es sacrificar su propia existencia por su causa. ¿Pero por qué es tan único el sacrificio de Abraham? ¿Millones de judíos no han dado sus vidas en lugar de renunciar a su Pacto con el Omnipotente?

Se podría explicar que la buena disposición para sacrificar a su hijo es una demostración mucho mayor de fe que entregar la propia vida. Pero en esto, también, Abraham no fue único. A través de las generaciones, los judíos han animado a sus hijos a marchar a la muerte en lugar de violar su fe. Típica es la historia de “Jana y sus siete hijos” quién, viendo a sus siete niños torturados hasta la muerte en lugar de inclinarse ante un ídolo griego, proclamó: “¡Hijos míos! Vayan a Abraham su padre y díganle: Tu sólo ofreciste un hijo en el altar, y yo he entregado siete…” 

Además, mientras que Abraham estuvo preparado para sacrificar a su hijo, en las miles de Akeidot a lo largo de la historia, los judíos dejaron sus vidas y las vidas de familias enteras. Y, a diferencia de Abraham, Di-s no les había hablado directamente y había pedido su sacrificio; sus hechos estaban basados en sus propias convicciones y en la fuerza de su compromiso a un invisible, y a menudo, huidizo Di-s. Y muchos dieron sus vidas en lugar de violar un principio relativamente menor de su fe, incluso en casos en que la Torá no le exige al judío que lo haga.

No obstante, cuando el Abravanel (vivió fines de siglo XV)escribe en su comentario al Génesis, que la Akedat Itzjak “está por siempre en nuestros labios, en nuestras oraciones… Pues en ella reside la fuerza de Israel y su mérito queda ante su Padre Celestial…” ¿Por qué? ¿Qué hay sobre los miles que hicieron el máximo sacrificio reiterando nuestra lealtad a Di-s?

La misma pregunta puede hacerse con respecto al propio Abraham. La Akeida fue la décima y última “prueba” en la vida de Abraham. En su primera prueba de fe, Abraham fue lanzado a un horno ardiente por su negativa de reconocer al ídolo de su nativo Ur Casdim, el emperador Nimrod, y continuó con su compromiso de enseñar la verdad al mundo, de un Di-s no- corpóreo y omnipotente. Todo esto antes de que Di-s se le revelara y lo escogiera a él y a sus descendientes para servir como una “una luz hacia las naciones” y ser los proveedores de Su palabra a la humanidad.

Este temprano acto de autosacrificio parece, en un cierto aspecto, ser aún mayor que el último. Un hombre solo viene a reconocer la verdad y se consagra a su diseminación- a la magnitud que incluso sacrificará su propia vida con este fin. Todos esto sin una orden o señal de Arriba.

Y sin embargo, Akedat Itzjak es considerada la prueba más importante de la fe de Abraham. 

El Talmud pregunta: ¿Por qué Di-s, al ordenarle a Abraham la Akeida, le dice: “Por favor, toma a tu hijo”? La Respuesta del Talmud: “Di-s Le dijo a Abraham: ” Yo te He examinado con muchas pruebas y has sobrellevado todas. Ahora, te pido, por favor, resiste esta prueba para Mí, para que ellos no digan que las anteriores no poseían sustancia ”” (Talmud, Sanhedrin 89b).

De nuevo nos preguntamos: Concediendo que la Akeida fue la prueba más exigente de todas, ¿por qué las otras carecen “de sustancia” sin ella?

Los Maestros Jasídicos explican la importancia de la Akeida con una metáfora:

Había una vez un desierto indomado. Ningún sendero penetraba su maleza espesa, no había un mapa trazando su terreno prohibitivo. Pero un día vino un hombre que logró lo imposible: abrió un camino a través de esta tierra inexpugnable.

Muchos siguieron sus pasos. Continuaba siendo un viaje difícil, pero tenían sus mapas para consultar. Durante años, hubo algunos que hicieron el viaje bajo condiciones de prueba más difíciles que las que había desafiado al primer pionero: mientras que él había hecho su trabajo en pleno día, ellos lo hicieron de  noche; mientras que él tenía sólo su determinación como compañía, ellos hicieron el viaje bajo cargas pesadas. Pero todos estaban en deuda con él. De hecho, podría decirse que todos sus logros son extensiones de su propio gran hecho.

Abraham fue el pionero del autosacrificio. Antes de Abraham, el ego era el territorio inviolable. El hombre podría iluminar las prioridades del ego, incluso podía ensancharlo y sublimarlo, pero no podía reemplazarlo. De hecho, ¿cómo podría? Como una criatura de libre albedrío, cada acto del hombre proviene de su interior: cada hecho tiene un motivo (consciente o no), y cada motivo tiene una razón- una razón de por qué es beneficiosa para su propia existencia. ¿Cómo podía motivarse para aniquilar su propio ego? El instinto de conservar y reforzar el propio ego es la fuente y objetivo de cada paso y deseo de la criatura -el hombre no podría trascender más que alzándose, tirando del pelo de su propia cabeza.

Abraham hizo lo imposible. Sacrificó su ego por causa de algo que va más allá del alcance de la más trascendente de las identidades. Si él no lo hubiera hecho, ningún otro acto de autosacrificio– anterior o subsiguiente, propio o de sus descendientes- podría presumirse de ser nada más que un producto del ego. Pero cuando Abraham ató a Itzjak en el altar, la voz celestial proclamó: “Ahora Yo sé que eres temeroso de Di-s. Ahora sé que el mandato de Di-s reemplaza tus más básicos instintos. Ahora sé que todos tus actos, incluso aquellos que podrían explicarse como auto-motivados, son, en esencia, manejados por el deseo de servir a tu Creador. Ahora sé que tu vida entera fue de verdad”.

Cuando hablamos de la Akeida, también hablamos de aquellos que siguieron el camino de este gran hecho. De los miles y miles que murieron por el credo de Abraham, de los millones que vivieron por su causa. Sus sacrificios, grandes y pequeños, 

cataclismos y cotidianos, pueden, en la superficie parecer consecuencia de sus creencias y aspiraciones personales: loable y extraordinario, pero sólo la realización de la identidad de una alma individual. Pero la Akeida les reveló ser mucho más que eso.

Pues Abraham dejó a sus descendientes la esencia del judaísmo: que en el centro de su esencia reside el compromiso de uno con el Creador. Y que, finalmente, cada elección y el acto personal es una expresión de esa “chispa de Divinidad” que hay dentro de él.

El dueño de casa

Un Jasid una vez fue a lo de Rabí DovBer, el “Maguid” de Mezritch. “Rebe”, le dijo, “hay algo que no comprendo. Cuando el Altísimo nos ordena hacer algo o nos prohíbe hacer cierto acto, lo entiendo. No importa qué tan difícil es, no importa cuán fuerte mi corazón quiere hacer lo contrario, puedo hacer lo que Di-s desea o evitar hacer algo en contra de Su voluntad. Después de todo, el hombre tiene libre elección y por voluntad propia puede decidir qué acciones hacer, sin importar qué. Lo mismo ocurre con el habla. Aunque sea más difícil de controlar, acepto que está dentro de mi poder decidir qué palabras abandonarán mi boca, y cuáles no.

“Pero lo que no logro entender, son esos preceptos que tratan sobre temas del corazón; por ejemplo, cuando la Torá nos prohíbe pensar en algo destructivo y errado. ¿Qué puede hacer uno si estos pensamientos entran en su mente? ¿Puede acaso controlarlos?”

En vez de responder a la pregunta del Jasid, Rabí DovBer lo mandó a la ciudad de Zhitomir. “Ve a visitar a mi discípulo, Rabí Zeev”, le dijo. “Sólo él puede contestarte tu pregunta”.

El viaje fue hecho en medio del cruel invierno. Durante semanas el Jasid atravesó los caminos cubiertos de nieve de la Rusia Blanca.

La medianoche había ya pasado cuando el viajero llegó a la puerta de Rabí Zeev. Para su grata sorpresa, las ventanas de la sala de estudio del erudito reflejaban una luz. De hecho, la ventana de Rabí Zeev era la única iluminada del pueblo. Entre la oscuridad, el visitante podía ver a Rabí Zeev inclinado sobre sus libros.

Tocó la puerta, pero no recibió respuesta. Aguardó unos momentos, e intentó una vez más, con más fuerza. Aún así, seguía siendo ignorado. El frío comenzó a penetrar sus huesos. Mientras la noche transcurría, el visitante, quien no tenía a quién acudir, continuaba golpeando con fuerza la puerta de Rabí Zeev, mientras que el Rabino, que se encontraba a solo unos pasos, continuaba estudiando junto a la chimenea, aparentemente abstraído de las llamadas que resonaban en la oscura noche.

Finalmente, Rabí Zev se levantó de su asiento, abrió la puerta, y recibió con mucha calidez a su visitante. Lo sentó junto al fuego, le preparó una taza de té caliente, y le preguntó sobre la salud de su Rebe. Luego, dirigió a su visita (que seguía mudo de frío e incredulidad) a la mejor habitación de la casa para que sus cansados huesos reposaran.

La cálida bienvenida no disminuyó al día siguiente ni al siguiente. Rabí Zeev atendía a todas las necesidades de sus visitas de forma ejemplar. El visitante, también, era un huésped modelo, considerado y respetuoso. Si había cualquier disconformidad sobre su “bienvenida” nocturna, él se la guardó para sus adentros.

Luego de disfrutar de una increíble hospitalidad, el invitado se recuperó completamente de su viaje y le pudo plantear a su anfitrión el propósito de su visita. 

“He venido”, le dijo una noche “para formularle una pregunta. De hecho, nuestro Rebe fue quien me mandó, diciendo que sólo usted puede responderme una inquietud”.

El huésped procedió a exponer su problema, tal cual se lo había expresado antes al Magid. Cuando concluyó, Rabí Zrev dijo: “Dime, mi amigo. ¿Es un hombre menos dueño de su propio ser que de su casa?.

“Ya ves, te he dado mi respuesta la misma noche que llegaste. En mi casa, yo soy el jefe. Al que quiero admitir, lo hago pasar, al que no quiero, no lo hago”

Por Yanki Tauber

¿A qué partido político apoya la Torá?

En una carta escrita en el año 1937 por Rabi Iosef Itzjak Schneersohn, sexto Rebe de Jabad y suegro del actual Rebe de Lubavitch, el Rebe comparte la siguiente anécdota:

En el año 1913, en Rusia se festejaba los 300 años de la permanencia de la familia Romanov en el reinado. Yo viajaba en un tren a Petersbusgo. Estaba en un vagón de segunda clase, y junto a mí se ubicaron miembros del gobierno y del clero. Los pasajeros debatían sobre el sistema monárquico. En el medio del debate, surgió la pregunta: “¿Qué opina la Torá sobre este régimen?”. Inmediatamente se desató una encendida discusión sobre ello. 

Algunos de los pasajeros opinaban que nuestra sagrada Torá está a favor de la monarquía. Otros opinaron lo contrario: la Torá está a favor del socialismo. Incluso hubo alguien que sostenía que la Torá armoniza con el pensamiento comunista.

Yo no tomé parte en la discusión.

Luego ingresaron al vagón algunos judíos, buenos amigos míos, que se introdujeron también en el debate. Ellos me pidieron que diera mi opinión al respecto. Entonces les expliqué: “Todos ustedes- aunque con diferentes ideas sobre nuestra Torá y religión- tienen razón.

Cada fracción política- monarquía, socialismo o comunismo- tiene su parte positiva y su parte negativa, de acuerdo a la regla filosófica conocida que dicta que no hay mal sin bien y bien sin mal. Es decir, no existe bien que no contenga algo de mal y no existe mal que no tenga dentro de él algo de bien. Sólo que esta ley es así exclusivamente con respecto a los elementos que las personas han instituido.

Pero la sagrada Torá que fue entregada por el Creador, bendito sea Su nombre, se compone únicamente de lo bueno que hay en cada cosa. Debido a ello todos encuentran en la Torá las mejores cosas de su partido. 

Igrot Kodesh, Admur HaRaiatz, tomo 4, pag 200.

¡No más quejas!

Un señor compró un perro. No veía el momento de mostrárselo a su vecino. Después de un par de semanas, finalmente el vecino retornó de su viaje y vino a saludarlo.

El hombre llama al perro, señala el diario que está sobre el sofá, y ordena: “¡tómalo y quédate allí!”

Inmediatamente, el perro se trepa al sillón y se sienta, moviendo furiosamente la cola. De pronto, su expresión alegre desaparece. Comienza a ladrar, su cara se torna ácida. Mira a su dueño y le dice: “¿Crees que hacer esto es fácil, mover mi cola todo el tiempo? ¡Oi! ¡Moverla tanto me provoca dolor! ¿Y crees que es fácil comer esa inmundicia a la que llamas comida balanceada para perros’? Olvídalo, es muy salada y me provoca gases. Pero, ¿a ti qué te importa? ¡Deberías probarlo tú mismo!”

El vecino está totalmente anonadado. Sorprendido dice: “No puedo creerlo”

“Lo sé” dice el dueño. Todavía no lo he terminado de entrenar. Creyó que dije: “quéjate”…

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A veces estamos atrapados en círculos, dando vuelta día tras día quejándonos constantemente sobre las cosas. Conozco gente que se viene lamentando de las mismas cosas por los últimos 30 años. “¿Por qué hace tanto calor? ¿Por qué los vecinos hacen tanto ruido? ¿Por qué mi cónyuge es tan testarudo/a? ¿Por qué mi jefe es tan desagradable? ¿Por qué mi madre es tan demandante?” Y la lista sigue.

Algunos se acostumbran tanto a ello que las quejas pasan a ser parte de su vocabulario. Si tratas de ofrecerles una solución te dicen: “No funcionará” “Ya lo he probado antes” “No entiendes el problema” etc. Dan la impresión de que si dejan de quejarse no tendrán otro tema para hablar.

Una queja es un mensaje que nos envía el cerebro, avisando que algo no está bien. El propósito no es que demos vuelta quejándonos durante los próximos veinte años, sino el provocar que actuemos.

Para esto, les sugiero estos cuatro poderosos puntos con los que debemos enfrentar los problemas, y de esta forma no necesitaremos quejarnos:

1) ARRÉGLALO: Si no te gusta lo que tienes, arréglalo.

2) PIDE QUE ALGUIEN LO ARREGLE: Si no puedes corregirlo solo, habla con alguien que pueda hacerlo. No tiene sentido dar vueltas y quejarse a la gente que nada puede hacer.

3) ALÉJATE DE ELLO: Si no puedes arreglarlo por ti mismo, y no logras encontrar a alguien que te ayude a hacerlo, ve a un lugar donde el problema no exista.

4) ACÉPTALO: Si no puedes hacer nada de lo anterior… entonces, ¡acéptalo!. Aprendiendo a aceptar las cosas como son en lugar de que sean como quisiéramos, quitarás una gran carga de tus hombros.

Adoptando una de estas cuatro opciones seremos un ejemplo vivo para nuestros familiares y amigos. La energía que antes se usaba para quejarse y hablar de cosas negativas, podrá ser ahora redirigida hacia emprendimientos útiles. Y sentirás que tienes más espacio libre para sentimientos de paz y alegría.

Adaptado de un artículo de Rabí Iaakov Lieder

Una nación de estrellas luminosas

La primera nieve del invierno, siempre es placentera. Pero no cuando sucede en medio de la primavera.

Ajeno a la terrible tormenta que acechó a la ciudad durante la noche, me levanté aquella mañana y me dirigí hacia una calle repleta de árboles tirados y cables rotos. Los semáforos no funcionaban, y las calles estaban resbalosas por el hielo, pero la mayor sorpresa llegó cuando descubrí que no había electricidad en nuestra sinagoga. 

Sin luz, apenas podíamos llevar a cabo los servicios matutinos. Un número de gente que venía a rezar todas las mañanas llegó; muchos se fueron a rezar a sus casas, pero la gran mayoría se quedó. Encendimos velas, nos pusimos los Tefilín, y comenzamos a rezar. Mi mirada recorría la sala, y poco a poco, se me fue levantando el espíritu. Estaba encantado con aquella escena, la sinagoga a oscuras, y todas las cabezas al lado de las llamas de las velas leyendo en la penumbra; se parecía mucho a un Shtetl (pueblito).

Un calor me envolvió mientras observaba la sala, porque en la oscuridad, podía sentir el corazón del judío. Estaba oscuro, frío y helado, en la sinagoga no había ni calefacción, ni luz, y a pesar de todo, nada evitaba que los judíos vinieran a rezarle a Di-s. Era de mañana, y a pesar de los obstáculos, estos judíos piadosos estaban en la sinagoga. Me dí cuenta que el judío, es, como Di-s le prometió a Abraham, como las estrellas en el cielo.

Agujereando a la Oscuridad

Las estrellas son fuentes de luz constante. Incluso cuando el velo de la oscuridad está esparcido por el cielo, las estrellas siguen brillando. Podemos apreciar una estrella cuando su luz agujerea aquel velo de oscuridad y reconforta al cielo nocturno con su luz brillante. Las estrellas brillan todo el día, pero no llaman nuestra atención. Cuando el mundo está bañado por la gran luz del Sol, las pequeñas estrellas son prácticamente invisibles. Es solo de noche, cuando desciende la oscuridad, que las pequeñas estrellas demuestran su fuerza. Puede ser muy pequeña, de hecho, las estrellas sólo aparentan ser pequeñas dado a la distancia en la que se encuentran en relación a la tierra, pero de hecho son gigantes, pero su poder de iluminar prevalece durante la noche.

La humanidad también es comparada con las estrellas. Están las almas fuertes, que, a pesar de los desafíos, pueden sobrellevar su oscuridad personal. En una mañana normal, en donde las calles están secas y la luz está encendida, muchos judíos van a la sinagoga. Cuando hay tormentas y las calles mojadas y frías hacen que nos resguardemos en nuestros hogares, la gran fuerza de aquellos que sobrellevan los desafíos, llaman nuestra atención. Es ahí, cuando estas estrellas brillantes evaporan la penumbra y nos imparten inspiración y fuerza.

La promesa de Di-s

Esto es de hecho, lo que Di-s quiso decir cuando le dijo a Abraham: “Mira al cielo y cuenta las estrellas…ve si puedes contarlas”. Y Él le dijo a Abraham: “tan (numerosos) serán tus hijos”. La ciencia aún no ha descubierto, y menos aún contado ni identificado, cada estrella. Esto es porque ellas operan en las lejanas distancias de galaxias oscuras que el ojo humano no puede apreciar. Aún así, a pesar de la oscuridad, una estrella ocasional aparece a la distancia. Es por esta razón que la estrella nos reconforta tanto. Somos arrastrados hacia ella, porque su luz parpadeante y brillante nos está llamando; nos hacen recordar que cada desafío puede superarse, cada distancia puede ser atravesada y cada oscuridad, puede ser iluminada.

Obstáculos como oportunidades

Más allá que un impedimento para iluminar, las estrellas ven a la oscuridad como una oportunidad para brillar. Como aquellos judíos que fueron a rezar a la sinagoga oscura, agachándose cerca de la llama. Estos judíos son mis estrellas; no se rinden con los desafíos, no se agobian por la oscuridad, ni temen a la noche. Estos son estrellas, que nunca dejan que un obstáculo interfiera en su camino. Estas son estrellas que nos inspiran en la noche. Estas son estrellas, que cuya luz hace que no tengamos razón para temerle a la oscuridad.

No fueron las velas las que me iluminaron aquella fría mañana, sino que eran las cabezas que estaban encima de las velas. En esas cabezas, vi a las estrellas que Di-s se refería cuando le habló a Abraham.

Por Lazer Gurkow

El agua y el dinero

Los nadadores conocen la sensación. al moverse a través del agua, pierden los confines de su cuerpo y se unen con la serena
enormidad de su ambiente. Ellos coambian en su autonomía por una unión armoniosa del hombre y el mundo. En el océano no hay individualismos, sólo la suma colectiva de sus partes.

En un nivel cósmico, esto es lo que la tierra experimentó en conjunto en el Gran Diluvio, cuando Di-s lo sumergió en una piscina de
proporciones sin precedentes. Durante un año, la tierra estuvo sumergida dentro de las grandes aguas; cuando surgió finalmente,
era un mundo transformado. La codicia del pre-diluvio, el egoísmo y la arrogancia fueron reemplazados por la humildad y el compromiso.
Un mundo egoísta se convirtió en conocedor de su subordinación a su Creador.

Di-s juró no volver a inundar Su mundo de nuevo. Desde allí en delante, Su método sería más sutil.
En estos días, dicen los maestros Jasídicos, cuando empezamos a ser llevados por el materialismo
y olvidamos que somos parte de un todo mayor, Di-s usa el dinero.

En esas ocasiones, podemos encontrarnos de repente ahogándonos en un diluvio de preocupaciones financieras. Cuando las grandes
aguas de las preocupaciones materiales nos agobian, despertamos a la realidad de que no es el “yo” quien dirige el albergue, que el ego
no es una entidad auto-suficiente; que somos todos absolutamente dependientes de nuestra Fuente para el sustento.
Una vez que esa lección es sabida, la vorágine se calma, el diluvio se repliega, y el omnipotente se alegra de mimarnos con todo lo que
nuestros corazones puedan desear.

*por Velvel gurkow