Un accidente beneficioso

Es viernes por la tarde en París. 

Se acerca Shabat, así que tomo mi motocicleta y me dirijo a casa. 

Vivo en Francia, y soy el emisario de Jabad en S. Maur-des-Fossés, una pequeña ciudad al sur de París. 

Está lloviendo a cántaros, y las calles están resbaladizas. Aminoro la velocidad, ajustando mi casco. 

De pronto, noto un auto deportivo que entra en la intersección. El conductor no me ve y está acercándose a toda velocidad. 

La situación es peligrosa, y mi corazón comienza a latir muy fuerte. ¿Qué hago? Frenar en el pavimento mojado a 80 km/h es bastante arriesgado. Estoy en peligro de volcar. ¿Continúo? El choque es inevitable. 

Freno rápidamente. La motocicleta se patina y yo me caigo al suelo. Espero a que se acerque el auto. ¿Son estos mis últimos momentos? 

Silencio. Un auto frena y bloquea la calle. Me busco heridas. Gracias a Di-s, estoy bien. Intento salir de la calle. 

Una mujer corre hacia mí. “¿Está bien?”, me pregunta en francés. “¿Puedo ayudarlo?” 

“Creo que estoy bien”, respondo, quitándome el casco. Ella parece sorprendida..Quizá no esperaba ver un hombre barbudo. No hay muchos en París. 

“¿Está todo bien?” pregunta nuevamente, esta vez en Hebreo. Ahora yo me sorprendo. 

Ella se presenta como Madam Katia Dahan. “Vivo aquí cerca y justo estaba pasando por aquí”, dice. “No esperaba ver a un judío, mucho menos a un rabino”. 

“¿Y el hebreo?”, pregunto. 

“Ah, eso es por los viajes a Israel hace años”, dice. 

Katia quiere hablar, pero yo me disculpo y le explico, “Es casi Shabat, y debo llegar a casa”. 

Katia está sorprendida de escuchar que el Shabat se acerca. Su reacción me sorprende. Casi 400.000 judíos viven en ese barrio; es difícil no saber que hoy es la víspera de Shabat. 

“¿Prendes velas de Shabat?”, pregunto. 

Katia otra vez más me ve con aquella mirada extraña en sus ojos. Murmura, “No”. 

“¿Puedo invitarte a nuestra casa para Shabat?”, le ofrezco. 

“¿Cuál Shabat?”, pregunta con sorpresa 

“Esta noche”, respondo. 

Una sonrisa se asoma “No creo que pueda ir hoy de noche, pero estaré feliz de ir otro Shabat”, dice. Intercambiamos números de teléfono, y nos despedimos. 

Katia no vino aquella noche, ni el otro Shabat. Y yo no podía encontrar su número, a pesar que había intentado localizarla. 

Pasaron cuatro meses. 

Una mañana, recibí un mensaje de texto de un número desconocido. 

Momentos más tarde, mi teléfono comenzó a sonar. 

“¿Rabino? Es Katia Dahan. ¿Se acuerda de mí?” 

“¡Por supuesto! Todavía te estamos esperando para Shabat” 

“¿Cuándo puedo ir?” “Por favor, ven este Shabat” 

Aquél viernes de noche, Katia fue uno de nuestros invitados. Estuvo muy emocionada durante toda la comida. 

Muchos me preguntaron quién era ella. Les conté la historia del accidente. Dije: “Pueden decir que ella era un mensajero de Arriba que vino a ayudarme durante aquellos momentos tan tenebrosos” 

Katia nos miró con una sonrisa y dijo, “Pienso que es hora que ustedes escuchen mi versión…” 

“Tengo 45 años y vivo sola. Tengo una hermana y una madre, con quienes no hablo desde hace veinte años. 

“Es difícil estar soltera, especialmente para una mujer judía. Mis padres eran tradicionalistas; hacíamos Kidush, celebrábamos las festividades, y ayunábamos en Iom Kipur. Pero desde que vivo sola, he dejado de ser observante. 

“Cuando vives solo, es difícil hacer Kidush porque no tienes familia con quien compartir las comidas. Es difícil ir solo a la sinagoga. Ni siquiera tenía amigas judías. 

“Hace unos dos años, luego de haberme desconectado del judaísmo, quise retornar mi religión. Decidí encontrar un empleo en un ambiente judío. De esa manera, me haría de amigos nuevos, y quizá me invitaran a pasar Shabat y las festividades. 

“Encontré un empleo en una zapatería en Pilatzel. Todos los trabajadores eran judíos, y yo me hice amiga de ellos. 

“Pero había un problema…Shabat. Los viernes, solían desearse uno al otro “Un Buen Shabat”, y los lunes se preguntaban cómo había ido el Shabat. Pero nadie me prestaba atención. Cada semana, esperaba ser invitada, pero cada semana me traía más y más desilusión. 

“Ha pasado casi un año… ¿Puede ser que los judíos no te acepten más?”, me preguntaba. “¿Cómo pueden ser tan desconsiderados?” 

La voz de Katia se ahogó de emoción, “Me enojé mucho con los judíos y con el judaísmo. Decidí que no era para mí. Dejé el empleo de la zapatería y encontré otro. 

“Pero aún había un problema…Shabat. Cada viernes de noche, recordaba el Shabat de mi infancia…las velas, el Kidush….pensé, “¿Cómo puedo frenar estos recuerdos?” 

“Decidí encontrarme algo para hacer los viernes de noche. Encontré un anuncio del coro de la iglesia, buscando cantantes para los viernes por la noche” 

El silencio prevaleció en la mesa. “Me aceptaron en el coro, y ya ha pasado un año desde que comencé a cantar en la iglesia los viernes de noche. Con una triste sonrisa, agregó, “Llego a mi casa tan cansada, que no tengo tiempo de pensar en el Shabat. 

“Todo estaba tranquilo, hasta aquél viernes”, continuó Katia, “cuando vi a la motocicleta rodando por la acera. Corrí a ayudar al conductor y me impacté cuando me recordó que era la noche del Shabat ¡y que me invitaba a su casa! ¡Y ni siquiera me conocía! 

“¿Piensa que me mandaron para usted?”, concluyó Katia. “Yo creo que fue a usted a quien mandaron, para traer de vuelta a mi alma”. 

Katia ya no canta más en la iglesia. Ella pasa todas las noches de los viernes con nosotros o con alguna otra familia de Jabad. 

Así que no fue un accidente de motocicleta cualquiera después de todo.

Malas influencias

La manera en la que gastamos nuestro dinero es generalmente un barómetro bastante preciso que marca dónde se encuentran nuestras prioridades. Y esto se aplica de igual manera, ya sea que el dinero sea abundante o escaso. 

Luego del nacimiento de Itzjak, su medio hermano Ishmael se comporta de manera amenazante hacia él, y Sara ve necesario pedirle a Abraham que eche a Ishamel de la casa familiar. Junto con su madre, Hagar, ambos transitan por el desierto. Muy pronto, se quedan sin agua para beber. 

“Y el agua en la cantimplora se acabó y ella apartó al niño bajo un arbusto” (Génesis 21:15) 

Así que déjame preguntarte lo que sería una pregunta típica, o aparentemente obvia, sin decir, bastante tonta. Si la cantimplora estaba vacía, ¿por qué tirar al niño? ¡Tira la cantimplora vacía! 

Podría aparentar que cuando nuestro suministro de alimentos se acaba y estamos cortos de dinero, los primeros en sufrir son nuestros hijos. ¿La cuenta bancaria está baja? ¡Cómo podemos pensar en una educación judía! Las matrículas son tan caras. En vez de negarnos a nosotros mismos comodidades que consideramos no negociables, sacrificamos la educación judía de nuestros hijos en nombre de la economía. 

Es como la vieja historia de la madre judía que vino desde Europa Oriental para reunirse con su hijo en América y se horrorizó al ver que su hijo se había afeitado y quitado la Kipá de su cabeza. “¿Qué te ha sucedido, mi Iankele?”, le preguntó. “Mamá”, respondió, “América no es el Shtetl”. Y cuando lo vio yendo a trabajar en Shabat, otra vez, él le respondió que América era diferente. Y cuando abrió la heladera y vio todo tipo de comestibles que nunca vería en una cocina Judía, otra vez más le explicó que América no era lo mismo que como era “allá en casa”. Eventualmente, cuando ya todo había comenzado a ser demasiado, ella le preguntó: “Iankele, dile a tu anciana madre la verdad. ¿Todavía sigues circuncidado?” 

No es solamente la historia del viejo Shtetl. Está sucediendo ahora mismo. En mi propia comunidad, conocemos a muchos que han dejado estos pasos para darles mejor vida a sus hijos. Pero emigrar es caro, y con escasos recursos uno debe tomar decisiones y priorizar. Muchos han optado por excluir la educación judía. El resto es historia. Mala historia. Sin una educación judía, la gente joven comienza a preguntarse por qué no deberían hacer lo que sus contemporáneos hacen. Y el dinero ahorrado para la matrícula, es ahora dirigido a doctores, psicólogos, o Di-s libre y guarde, centros de rehabilitación por droga. 

Incluso en Israel, debemos ser pensar a la hora de elegir una comunidad. Si los otros niños de la cuadra montan sus bicicletas en Iom Kipur, ¿Por qué tu hijo no debería hacerlo? 

Los niños precisan estabilidad y un ambiente con un sistema de valores sano. No importa qué tan tentador ni seguro es el pasto del vecino “aparentemente” más verde. Antes de efectuar un movimiento, debemos considerar el sistema de seguridad espiritual que nuestros hijos precisarán para sobrevivir y lidiar como judíos. No sólo porque la botella esté vacía, debemos tirar al niño.

¿Por que circuncidar?

¡Felicitaciones! ¡Has traído una nueva vida al mundo! Después de las llamadas de teléfono de la familia y amigos, te encontrás sosteniendo a tu hijo por primera vez. Mirás al bebé, y las emociones aumentan sin parar. Podes ver en esta nueva y pequeña vida, potencial, futuro, familia, y continuidad.

El nacimiento es uno de los únicos momentos en la vida donde uno se encuentra cara a cara con la Divinidad. De hecho, el niño recién nacido seguirá la cadena de vida de miles de judíos que comenzó años atrás a través de nuestro patriarca Abraham y matriarca Sara. Esta nueva vida es un eslabón más en la cadena de la historia judía.

La primera persona que fue ordenada a circuncidarse a sí mismo fue Abraham, a la edad de noventa y nueve años. Demostrando su sumisión a Di-s, marcando el cuerpo físico con la señal del pacto, Abraham reveló el vínculo intrínseco que cada Judío tiene con Di-s.

Di-s ordenó al pueblo judío (Vaikrá 12:2), “El octavo día, la carne de su prepucio debe ser circuncidada”.

El acto de la circuncisión es un acto humano. Esto nos enseña que nuestra perfección espiritual, emocional, moral y ética requiere un esfuerzo humano. Di-s no lo puede hacer por nosotros.

El Brit Milá, circuncisión, es un símbolo de nuestra relación con Di-s. Grabado en la carne de nuestros cuerpos físicos, el pacto nunca terminará o será olvidado. Este pacto con Di-s sobrepasa la comprensión humana. Promete devoción incondicional, sin importar lo que pueda ocurrir entre Di-s y el individuo.

Por esta razón, un Judío es circuncidado en su infancia, cuando aún no ha desarrollado su capacidad de razonamiento, debido a que el pacto de la circuncisión no se asocia con lo intelectual o calculado. La circuncisión de un niño demuestra que la conexión entre los Judíos y Di-s está mas allá de la razón.

Di-s eligió el mismo órgano que es la fuente de la vida, que también puede ser utilizado para los actos más viles, como el lugar para ser santificado con la circuncisión. Esto nos da el profundo mensaje que podemos utilizar todo lo físico para fines sagrados.

* Por: Dovid Zaklikowski

Lo que un Judío debe hacer

¿Es un pecado discutir con Di-s? ¿Es sacrílego cuestionar lo Divino? Bueno, Abraham lo hizo. No por él mismo, sino por el bien de la gente de Sdom, la ciudad que Di-s había decidido destruir a causa de la maldad de sus habitantes. Abraham era la personificación de la bondad y de la compasión. Él lidió con el Altísimo, intento negociar un cese a la ejecución de los habitantes de las notorias ciudades de Sdom y Amorá. 

“¿Destruirás a los justos junto con los malvados?”, le preguntó a Di-s. “¿Acaso el Juez de toda la tierra no hará justicia?”. “Si hay 50 hombres justos, ¿no los salvarías? ¿45? ¿40…30…20…10?”. Al final, Abraham no pudo encontrar siquiera un minián (grupo de 10 hombres) en las ciudades y decide rendirse. Como dice el versículo “VeAbraham shav limekomó” (“Y Abraham volvió a su lugar”). Habiendo perdido en la discusión, él reconoce su derrota y vuelve a su rincón. 

Pero hay también una alternativa en la interpretación de estas últimas palabras. Y Abraham volvió a su lugar, puede entenderse también como “y volvió a su forma de ser”, a sus costumbres. ¿Y qué costumbre es esta? La de defender al desvalido, buscar al necesitado y ayudar a aquél que esta en problemas, incluso si no se trata de la persona más justa que hay. Abraham se negó a desilusionarse por la derrota. Volvió en seguida a sus costumbres, a pesar que este intento en particular no tuvo éxito. 

¿Qué sucede cuando perdemos? Nos sentimos heridos, nos ponemos de mal humor, y nos rendimos. No funcionó, no sirve. Es inútil, ¿para qué molestarse? 

Pero no con Abraham. Abraham se adhirió a sus principios. Pudo haber experimentado un contratiempo, pero seguirá abogando por la causa de justicia. Seguirá defendiendo a los débiles. Y seguirá trayendo sus casos a la mayor autoridad del universo; Di-s mismo. 

Abraham nos enseña a no perder la fe, a no desviarnos de nuestro camino elegido o de nuestras convicciones. Si creemos que es lo correcto, entonces está bien incluso si no vemos una recompensa. Si es algo correcto, entonces apeguémonos a ello, sin importar los resultados. 

Uno de mis personajes de historieta favoritos es Charlie Brown de Peanuts. En una tira cómica que todavía tengo en mi memoria, se ve a Charlie Brown determinado en salir a remontar su cometa, cuando afuera cae una lluvia torrencial. Sus amigos le dicen que debe de estar loco por querer remontar la cometa en ese clima, y que se le romperá a causa del viento. Pero al final de la tira, vemos a Charlie, dirigiéndose con seguridad hacia la puerta, con su cometa bien sujeta bajo su brazo, diciendo “Un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer”. 

¿Creemos en nuestros principios de fe por conveniencia? ¿Somos virtuosos porque creemos que es el camino hacia una buena vida? ¿Estamos esperando el gran pago por nuestro comportamiento? ¿Qué sucede cuando no lo vemos? ¿Nos frustramos, desilusionamos y nos enojamos con Di-s? 

Algunas personas se vuelven observantes por motivos incorrectos. Están buscando alguna solución mágica a sus problemas. Y cuando los problemas no desaparecen rápido o tan mágicamente como esperaban, dejan toda la vida religiosa de lado. No funcionó; me voy fuera. 

La virtud es su propia recompensa. Dormir mejor por la noche porque nuestra conciencia está limpia, es también parte del trato. O, en las palabras de nuestros Sabios: “la recompensa de una Mitzvá es la Mitzvá”. 

Nuestro padre fundador nos hace recordar que un judío debe hacer lo que un judío debe hacer, sin importar las consecuencias. Sin importar si vemos los frutos de nuestra labor. Si es la cosa correcta, entonces hagámosla. 

Que seamos verdaderos hijos de Abraham.

Exactamente como Abraham

El motivo por el cual el precepto de la circuncisión se define como “el pacto de Abraham, nuestro patriarca”es que en el resto de las Mitzvot, de alguna manera están vinculadas con la conciencia y el sentimiento de la persona que lo cumple, el haberse practicado el precepto durante generaciones consolida y estimula a la persona cumplidora, y por lo tanto en lo que hace a lo emocional y mental.

No es lo mismo el primero (o los primeros) que asumieron el mandato a los que les siguieron, para quienes es más fácil. Diferente es con el Brit Milá, donde no participan ni la conciencia ni el sentimiento del niño, ya que su sólo objetivo es la marca en el cuerpo, con cada niño (o adulto) judío que se circuncida, tiene el mismo valor y fuerza como que fuera el primero.

Cada uno es exactamente igual que Abraham, que fue “cabecera de circuncidados”.Por eso enfatizamos en la bendición que se trata del ingreso al pacto de Abraham, el patriarca, para señalar que cada niño ingresa al pacto, exactamente de la misma manera que lo hizo Abraham, el primero en ingresar al pacto con el Altísimo

Iortzait de Rajel

Midrash explica que Rajel fue recompensada con la garantía de Di‐s que sus hijos regresarían a Israel después de que fueron exiliados a Babilonia.

Cada uno de los Patriarcas, Matriarcas y Moshé subió a apaciguar Di‐s, tratando de evocar la misericordia Divina en nombre de sus hijos. “Cada uno invocó las diversas obrasgrandes que él o ella había realizado, solicitando que Di‐s corresponder al tener compasión de los Judíos”.

Pero Di‐s no accedió.

Entonces Rajel entró y dijo:” ¡Oh Señor del Universo, ten en cuenta lo que hice por mi hermana Lea. Todo lo que Iaacov trabajó para mi padre fue sólo para mí, sin embargo, cuando iba a entrar en el dosel nupcial, trajeron a mi hermana en mi lugar. No sólo mantuve mi silencio, sino le di la contraseña secreta que Iaacov y yo habíamos preestablecido (para prevenir cualquier engaño en su noche de boda). Tú, también, si Tus hijos han traído un rival a Tu casa, mantén silencio por ellos.

Di‐s le respondió: “Tú has defendido bien. Hay recompensa por tu obra. Reprime tu llanto, y tus ojos de lágrimas, porque hay recompensa por tu trabajo, dice el Eterno, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice el Eterno, y los hijos volverán a su propia tierra”.

¿Por qué fue obra de Rajel mucho más preciosa a los ojos de Di‐s de los logros de todos los otros solicitantes? ¿Por qué más que el acto de disposición de Abraham a sacrificar a su hijo o los cuarenta años de liderazgo de Moshé, desinteresado y sin descanso?

Tal vez esta pregunta sea contestada mediante el examen de la legitimidad del matrimonio de Iaakov con Rajel y Lea.

¿Cómo Iaakov fue capaz de casarse, cuando la Torá prohíbe explícitamente casarse con dos hermanas?

Najmánides explica que, dado que los patriarcas vivieron antes de la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, observaron las leyes de la Torá sólo en la Tierra de Israel. Por lo tanto, Iaakov podía casarse con dos hermanas durante su residencia en Padan Aram.

Siguiendo esta línea de razonamiento, Najmánides explica el motivo de no enterrar a su amada esposa Rajel en la Cueva de Majpelá, optando en su lugar para reservar el lugar de descanso para Lea.

En pocas palabras, Iaakov sintió vergüenza de traer a su segunda esposa, la mujer con quien se casó “ilegalmente” a la parcela familiar. ¿Qué dirían Abraham, Sara, Itzjak y Rivka de su obra? Rajel era profetisa, así como muy erudita y sabia. Cuando accedió a dar la contraseña a Lea, lo que permitiría a su hermana a convertirse en la primera y “legítima” esposa de Iaakov, era consciente de la magnitud de su sacrificio. Se dio cuenta de que incluso si Iaakov la tomara como segunda esposa – ella no viviría con su marido en Israel. Sus hijos se criarían con su sierva Bilha y no vería a sus nietos. Y para colmo, no descansaría al lado de Iaakov y su santa familia.

Miles de años, quedaría sola en la orilla de un camino remoto, en espera de la redención y de la resurrección de los muertos. Renunciar a la vida física palidece en comparación con el sacrificio eterno. Rajel sacrificó todo – tanto su futuro físico y espiritual – por amor a su hermana. Los patriarcas y Moshé eran magníficos. Pero no tenían nada que rivalizara con tal alucinante sacrificio. Rajel lloró por nosotros y Di‐s escuchó sus súplicas. Lo cierto es que pese a la petición de Di‐s que “se abs‐tenga del llanto…”, continúa llorando hasta que vea la realización de la promesa de Di‐s. Pero quizás Di‐s está esperando que sus hijos se comporten como Rajel. Un acto desinteresado más, en nombre de un hermano o hermana judía finalmente hará sonreír a Rajel.

Confianza y Respeto

En el libro de Wendy Shalit, “Un regreso al recato” (“A return to Modesty”), ella remarca la caída de la cortesía masculina. La charla vulgar y el comportamiento egoísta han reemplazado grandiosamente a la caballería. “La necesidad”, escribe, “es para el crecimiento de una buena dosis sexista, cómo relacionarse como hombre con una mujer”. Ella clama una revolución de recato, en donde “jóvenes rebeldes con autoestima”, se sientan lo suficientemente confiadas para reclamar su poder e individualidad femenina.

La Torá habla sobre este mensaje con mucha claridad. En el Libro de Génesis, nuestras heroínas Bíblicas son poderosas de manera modesta y discreta; sus maridos, a la vez, son respetuosos y protectores. Las mujeres son honradas y alabadas. Así ha sido la tradición judía desde los días de nuestros Patriarcas y Matriarcas.

Lo que hace que se resalte una historia en Génesis.

Mirando íntimamente su relación, leemos sobre Abraham y Sara, quienes a la edad de 75 años y 65 años respectivamente, viajan hacia Egipto. Mientras están en el camino, Abraham le dice a Sara lo hermosa que es, y expresa su preocupación sobre el hecho que esta belleza pueda atraer a los Egipcios, y puedan por ello, asesinar a Abraham para hacerla esposa del rey.

Abraham sugiere pues, lo siguiente a su esposa: “Por favor, dí que eres mi hermana, para que me hagan un bien a mí, y mi alma viva por tu causa” (Génesis 12:13)

El plan de Abraham, efectivamente haría que fuera removido de la lista de muertos del Faraón… ¡Y permitiría que Sara sea víctima del abuso hedonista del Faraón! Lo que es más, es Abraham quien menciona que de hecho, el que saldría beneficiándose si la toman a Sara, sería él: “Para que me hagan un bien a mí por tu causa”. Como explican los comentaristas bíblicos, que si creían que Abraham era su hermano, entonces esperaba que lo llenaran de regalos, oro, plata y ganado.

¡Hablando de la falta de caballería! ¿Es acaso este Abraham, el primer esposo judío? ¿El hombre cuya generosidad sin límites dejaba abierta las cuatro puertas de su carpa, para que cualquier transeúnte pueda entrar desde cualquier dirección?

Hace más de dos mil años, el autor del Zohar se preguntó lo mismo (una pregunta formulada por casi todos los comentaristas bíblicos):

Rabí Eliezer preguntó: ¿Pudo Abraham, quien temía a Di-s y era amado de Di-s, decir esto acerca su esposa para su propio beneficio?

Rabí Eliezer explicó: Incluso que Abraham temía a Di-s, no confiaba en su propio mérito. No le pidió a Di-s que salvara a Sara por mérito de él, sino por mérito de ella. También sabía que sería por mérito de Sara que acumularía riquezas de las otras naciones siendo que una persona prospera en mérito de su mujer…Él confiaba, que por el mérito de ella, él no sería castigado y que a ella no la tocarían, y por ello, no tuvo miedo de decir: “Ella es mi hermana”.

Basándonos en el Zohar, el razonamiento de Abraham tenía dos facetas:

a) Abraham no confiaba en que él era meritorio de ser salvado de la muerte, pero tenía confianza absoluta que Di-s nunca dejaría que su santa esposa fuera violada. Ella no se enfrentaba con ningún peligro.

b) Abraham también sabía que la regla Divina es que la riqueza del hombre es ganada por el mérito de su esposa. En este caso, se estaba presentando una oportunidad lucrativa, una que se lograría directamente a través de Sara. Su secuestro les traería riqueza.

Y esto fue de hecho lo que sucedió. Sara fue llevada; pero horas más tarde, fue liberada, sin ser tocada. Y el Faraón bañó a Abraham con abundantes riquezas.

Mientras que la caballerosidad es el sentido del hombre de ser cortés y de defender el honor de su mujer y su seguridad, a veces se le pide al hombre que se pare detrás y que confíe en que ella se podrá proteger por sí misma. De hecho, ella puede incluso ganar más sin que él se involucre. En el famoso poema del Rey Salomón “Una Mujer de Valor”, él describe la estrategia de Abraham, cuando escribe: “El corazón de su marido confía en ella…”

El Zohar compara la unión de Abraham y Sara con la unión del cuerpo y el alma. Esto nos provee de un paralelo fantástico entre la historia del viaje a Egipto de Abraham y Sara y nuestro viaje por la vida.

El alma desciende a la tierra y se une con un cuerpo, mientras el alma busca proteger a su cuerpo de cualquier daño. Pero el cuerpo tiene una misión que cumplir, una tarea que realizar, una que es mucho más riesgosa que la del alma. Como ser material, el cuerpo está muy bien equipado para cultivar al mundo material. Es nuestro trabajo plantar, cultivar, cosechar y cocinar, todo el tiempo tomando conciencia de Di-s en nuestro mundo material.

El instinto del alma puede ser proteger al cuerpo del burdo materialismo, pero es forzado a dejarlo ir. Las ganancias obtenidas por el trabajo del cuerpo serán de increíble beneficio para el alma también.

Abraham, el marido final, y Sara, la judía por antonomasia, exponen un importante paradigma de trabajo. Las mujeres generalmente, están muy involucradas en las actividades materiales. Como el cuerpo, nosotros construimos, creamos, organizamos, planeamos estrategias y las traemos a la práctica. Como Sara, podemos aparentar que estamos secuestrados en el palacio del Faraón, en donde rige el materialismo como supremo y lo que se ve bien, es idolatrado.

Pero un hombre sabio, sabe que su esposa está a salvo. Las mujeres tienen un regalo; la habilidad de ver el materialismo como medio de un gran fin, un fin Divino. Con este enfoque, ella trae la conciencia de un Creador en cada faceta de la existencia.

Basado en una charla del Rebe de Lubavitch, Likutei Sijot, Vol 20.

Por Rojel Holzkenner

Que preguntas debes hacerte antes de criticar a otra persona

El otro día, mi esposo y yo tuvimos una visita. Era ruidoso y bullicioso, haciendo bromas inapropiadas. Hizo sentir su presencia de manera desagradable.

Aunque trataba de no juzgar, mi impresión de este individuo no fue positiva…

¿Por qué habla de manera tan extravagante? ¿Necesita actuar con tanta audacia? ¿No se da cuenta de que sus comentarios son inapropiados?

Pero varios días después, mi esposo me dijo “¿Sabías que tiene un hijo con necesidades especiales que está gravemente discapacitado y al que cuida?”. Por supuesto, no tenía ni idea.

Comprendí que su manera “bulliciosa” era su forma de afrontar su desafío. Sus bromas y comentarios eran su forma de mantenerse por encima de la oscuridad de su realidad manteniendo una mente positiva y alegre.

De repente, mi perspectiva cambió. En la porción de la Torá, leemos sobre la torre, que fue construida en Babel para rebelarse contra Di‐s. Di‐s descendió para ver la ciudad y la torre que los hijos del hombre habían construido (Gén. 11: 5).

Rashi explica: Obviamente, Di‐s no necesitaba “bajar” para ver su crimen; pero deseaba enseñar a todos los futuros jueces a no juzgar a un acusado hasta que vean [el caso] y lo entiendan.

Como padres, educadores, amigos o colegas, hay ocasiones en las que debemos compartir nuestros comentarios negativos. Pero antes de hacerlo, necesitamos “bajar” de nuestras posiciones condescendientes para ver la realidad del individuo.

Y reconocer que, en raras ocasiones, podemos comprender completamente las circunstancias de la otra persona.

Algunas preguntas que podemos hacernos antes de juzgar o criticar:

¿Qué estoy tratando de lograr con mis palabras?

¿Estoy teniendo un mal día y es esta mi manera de desahogarme?

¿Debería volver a tratar este tema una vez que me sienta más positivo?

¿Quiero algo específico cambiado o mejorado?

¿Mis palabras lograrán eso o solo perturbarán?

¿Tengo una relación cercana para abordar este tema? ¿Entiendo y siento empatía por lo que está pasando esta persona? ¿Puedo reformular mi crítica para que sea una retroalimentación en lugar de una condena? ¿Cómo puedo elaborar una estrategia con esta persona no solo parar centrarme en lo que está mal, sino para acentuar los resultados que nos gustaría ver?

Nuestras palabras y nuestros pensamientos llevan una enorme cantidad de energía; si tenemos algo de previsión, pueden ser muy positivos.

La Recompensa

Esta historia ocurrió en Hoshaná Rabá, el séptimo día de Sucot. Sucot es la alegre Festividad que celebramos, en este hemisferio sur, en la primavera. Como seguramente saben, queridos lectores, duran…

Esta historia ocurrió en Hoshaná Rabá, el séptimo día de Sucot. Sucot es la alegre Festividad que celebramos, en este hemisferio sur, en la primavera.

Como seguramente saben, queridos lectores, durante los siete días que dura la Festividad comemos en la Sucá. La Sucá nos recuerda el cuidado y la protección que Di-s dio al pueblo judío en su viaje de Egipto a la Tierra Prometida.

Recordarán también que en Sucot pronunciamos una bendición sobre las cuatro Especies de Plantas: el lulav —una rama de palmera datilera—, el etrog —un tipo de fruta cítrica—, el haddas — tres ramitas de mirto— y la aravá —dos ramitas de sauce—. De este modo agradecemos a Di-s por todas las cosas que crecen en los campos y en los huertos. Porque Sucot es también una importante celebración de la cosecha en Eretz Israel, y se lo conoce como ‘Festival de la Recolección’.

Hace muchos años, antes de que hubiera tiendas como las que tenemos hoy, el mercado bullía de actividad en esa época del año. Los granjeros traían sus frutas y verduras maduras para vender. Los pescadores pasaban largos días trabajando para tener suficiente pescado para llevar al mercado. Los agricultores que tenían granjas lecheras llevaban leche, queso y huevos. Las mujeres recogían bayas. Algunas preparaban frascos de encurtidos de pepinos. Había manteles bordados y cosas tejidas. En un mercado se podía comprar prácticamente de todo. Podían encontrarse cosas para comer y beber, animales de granja vivos, medicamentos, platos, vasijas, tela para ropas y todo lo que a uno se le ocurriera.

A este mercado llegó un hombre un Hoshaná Rabá hace mucho, mucho tiempo. Se llamaba Iaacov. En su bolsillo tenía diez shékels. Camino al mercado, Iaacov pensaba en todas las cosas que podría comprar para sus hijos con ese dinero. Se sentía muy feliz porque sabía qué contentos se pondrían los niños cuando regresara del mercado. No le había resultado nada fácil ahorrar los shékels, y a menudo se ponía la mano en el bolsillo para asegurarse de que el dinero aún estaba allí. No era frecuente que tuviera dinero para comprarle cosas a sus hijos, de manera que se trataba de una ocasión muy especial.

Cuando Iaacov llegó al mercado, miró a su alrededor. De pronto vio que alguien estaba pidiendo a la gente dinero para una pobre muchacha huérfana que se estaba por casar. Se puso la mano en el bolsillo. Pensó en sus hijos que estaban en casa, esperando que él les trajera cosas bonitas del mercado. Pobres niños, no recibían regalos a menudo. Luego pensó en la pobre niña que se estaba por casar. Realmente necesitaba dinero para comprar cosas para su nuevo hogar. Entonces se decidió. Sacó los diez shékels de su bolsillo y los entregó para la colecta para la pobre huérfana.

De regreso a su casa, Iaacov pensaba en sus hijos y estaba muy triste. Se sentirían desilusionados de que hubiera regalado todo su dinero. No le quedaba nada de dinero para comprarles algo.

Estaba oscureciendo, y era hora de rezar Minjá. Decidió detenerse en una sinagoga que quedaba en el camino. Allí vio un grupo de niños jugando con un montón de etroguím, porque ya estaban en Hoshaná Rabá y estos no se necesitaban más.

¿Qué es un etrog? Es una fruta amarilla y arrugada, que se parece al limón. Todos los años, cada padre trata de comprar para Sucot el etrog más hermoso y perfecto posible. En Sucot se toma el lulav (al que se unen tres ramitas de mirto y dos ramitas de sauce) en la mano derecha, se toma el etrog en la izquierda, y se dice una berajá —bendición— especial. Hay que tratar al etrog con cuidado. El padre lo guarda en una caja especial y el etrog se envuelve en una especie de algodón suave. Cuando termina Sucot, el etrog no se necesita más. Es por eso que los niños que estaban en la sinagoga jugaban con los etroguím en Hoshaná Rabá.

Iaacov pensó que a sus hijos les gustaría jugar con los etroguím. Era mejor llevar a casa una bolsa de etroguím que llegar con las manos vacías. De modo que juntó una bolsa entera y continuó su camino a casa.

Iaacov estaba muy cansado y afuera estaba oscuro, de manera que tomó el camino equivocado. Continuó caminando durante largo rato, pero cuando vio que aún no llegaba a casa, decidió detenerse y descansar. Se acostó a un costado del camino y utilizó la bolsa de etroguím como almohada.

Cuando despertó, vio que se encontraba en un lugar extraño. No sabía qué hacer. No sabía cómo encontrar el camino a casa.

De pronto vio unos hombres en uniforme montados sobre hermosos caballos. Eran mensajeros del rey. Iaacov se hallaba en un país nuevo y extraño, cuyo rey estaba muy enfermo. Se le había dicho al rey que sólo podía salvarlo la fruta que usaban los judíos en el festival de Sucot. Los soldados del rey viajaban por todo el país en busca de etroguím para poder curar al rey. Estaban muy tristes porque el rey se ponía más débil cada día y temían que muriera. Buscaban por todas partes y preguntaban a todos, pero nadie sabía cómo ayudar.

Detuvieron sus caballos frente a Iaacov y le preguntaron qué tenía en su bolsa. Quizá les sirviera. El pobre Iaacov se sintió atemorizado. Los hombres de uniforme lo asustaban.

“Nada importante”, les dijo Iaacov. “Nada valioso. Sólo tengo unos etroguím que quedaron de Sucot”.

“¡Etroguím! Es precisamente lo que necesitamos. Ven con nosotros”.

Los soldados tomaron a Iaacov y a su bolsa de etroguím y se dirigieron al palacio del rey lo más rápido que pudieron.

Iaacov no comprendía qué ocurría. Pensaba en su pobre mujer y sus hijos. Quizás no los vería nunca más. ¿Qué sucedía? ¿Qué sería de él ahora?

Cuando llegaron al palacio, los soldados saltaron de los caballos, tomaron la bolsa de etroguím y corrieron al dormitorio privado del rey.

La feliz noticia de que se habían encontrado etroguím corrió rápidamente por el palacio. Los sirvientes interrumpieron sus tareas para comentar la buena noticia.

Todos querían saber si la salud del rey mejoraba.

Afuera, Iaacov estaba sentado en los escalones del palacio, esperando. Quería irse a casa, pero no sabía para qué lado correr. Temía que los soldados del rey vinieran en sus caballos para llevarlo de vuelta al palacio, y eso podía significar nuevos problemas. Pensó en su mujer y en sus hijos amados, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

“¡El rey se ha salvado! ¡El rey está bien! ¡Viva el rey! ¡Hurra, hurra!”, gritaron los soldados y los sirvientes del rey desde las ventanas del palacio. Todos estaban felices y excitados. De pronto, Iaacov vio a los soldados del rey que se acercaban.

“Ven con nosotros”, le dijeron. “El rey quiere conocerte”. Iaacov temblaba de miedo. ¿Por qué querría conocerlo el rey?

Con temor, subió los escalones del palacio. Se abrieron las pesadas y labradas puertas de madera y entró a un gran vestíbulo. Nunca en su vida había estado en una habitación tan grande y hermosa. Lo guiaron a través de largos corredores y pasaron por decenas de habitaciones hasta que finalmente llegaron al dormitorio privado del rey. Este estaba sentado en la gran cama, y su espalda descansaba sobre almohadones muy cómodos. Su colcha color púrpura era de seda suave y brillosa. Lucía un pijama azul, adornado hermosamente. Sobre su cabeza lucía un gorro de noche, también azul, terminado en una suave bola de armiño que hacía juego con el pijama. Era un espectáculo imponente. Pero lo mejor de todo era que el rey se veía contento y sonreía bondadosamente a Iaacov.

“Muchas gracias”, dijo el rey. “Gracias por los etroguím que salvaron mi vida”.

Luego le contó a Iaacov que había creído que moriría porque necesitaba los etroguím para curarse y nadie había podido ayudarle. “Recibirás una recompensa”, dijo el rey. Ordenó a sus sirvientes que llenaran la bolsa de Iaacov con dinares de oro. Luego, ordenó a otro sirviente que preparara los caballos y la carroza real para conducir a Iaacov de vuelta a su hogar con su mujer e hijos.

Ustedes ya podrán imaginar qué ocurrió luego. Todos se alegraron al ver que Iaacov volvía sano y salvo…

Amor, matrimonios y Simjat Torá

No es común que los hombres se sienten en el café para hablar de sus matrimonios. Es por eso que una conversación particular entre tres hombres quedó grabada en mi mente – discutíamos a cerca de las alegrías de la vida conyugal:

– “Amo a mi esposa” – dijo Berl – “es por eso que hago todo lo que me pide. Ella me dice:- Berl, por favor, sacá la basura, entonces yo enseguida la saco”

Todos estuvimos de acuerdo en que Berl realmente ama a su esposa.

Para no ser menos, agregué: – “también yo hago todo lo que mi esposa me pide. Es más, ella ni siquiera tiene que decirme lo que desea. ¡Basta con que diga: “Uf! ¡El olor de ésta basura está apestando la cocina”!’ para que yo comprenda que ella quiere que la saque… y eso es lo que hago, por supuesto!

Todos estuvieron de acuerdo en que mi amor era aun más grande que el de Berl.

Pero finalmente llegamos a la conclusión de que la unión de Shmerl era la más cariñosa de todos. La esposa de Shmerl no tiene que pedir que su marido haga las cosas. Ella incluso no tiene que utilizar indirectas. – “Me despierto por la mañana” – explica Shmerl, “y ya sé que ella quiere que saque la basura. Que seque los platos o guarde la vajilla… O que le compre una joya! Ella ni siquiera tiene que mencionar el anillo que su prima Sara recibió para su cumpleaños… Yo siempre sé lo que ella quiere y siempre lo hago.”

El mes de Tishrei esta repleto de mitzvot – lleno de oportunidades para cumplir con la voluntad de Di-s. Por más de tres semanas, nuestros días se llenan de plegarias, arrepentimientos, ayuno, banquetes y bailes, construimos una sucá, adquirimos las “cuatro especies” o paquete de hoshanot, y decenas de preceptos, costumbres y otras observancias.

Las observancias de Tishrei se pueden clasificar en tres categorías generales.

Estan los “preceptos bíblicos” que se ordenan explícitamente en la Torá, tal como hacer sonar el shofar en Rosh HaShanah, el ayuno en Iom Kipur o comer en la sucá en Sucot. Hay también un número de “mitzvot rabínicas” – preceptos instituidos por los profetas y los sabios con la autoridad concedida a ellos por la Tora. Por ejemplo, los cinco servicios del rezo llevados a cabo en Iom Kippur y el tomar las cuatro especies en todos los días de Sucot, (ya que la ley biblica se refiere solo al primer día).

Finalmente, el mes de Tishrei tiene mucho el minhagim o “costumbres” por ejemplo comer una manzana sumergida en miel la primera noche de Rosh HaShanah o realizar las kaparot en las tempranas horas de la mañana el día anterior a Iom Kippur. Los minhagim no son designados por mandato de la ley bíblica o rabínica, sino por la fuerza de la costumbre: éstas son cosas en las que los judíos nos hemos iniciado como manera de realzar nuestro servicio hacia Nuestro Creador.

Lo más asombroso, el clímax del mes de Tishrei – el punto en el cual la celebración de nuestro enlace con Di-s logra el mismo pináculo de la alegría – es durante las hakafot de Simjat Tora, cuando tomamos los rollos de la Tora en nuestros brazos y danzamos con ellos alrededor de la mesa de la lectura en la sinagoga – una práctica que no es ni un precepto bíblico ni rabínico, es “simplemente” un costumbre.

Con nuestra observancia de los minhaguim expresamos la profundidad de nuestro amor por Di-s. Los mandamientos bíblicos se pueden comparar a los deseos explícitamente expresados entre dos personas casadas. Las mitzvot rabínicas, las cuales Di-s no nos mandó directamente, y sin embargo constituyen la expresión de la Voluntad Divina, se asemejan a las peticiones implicitas entre los esposos. Pero los minhaguim representan esas áreas en las cuales intuitivamente detectamos cómo podemos causarle placer a Di-s. Y en estos se establece nuestra alegría más grande.

Por Yanky Tauber; de acuerdo con las enseñanzas del Lubavitcher Rebbe