El alma fugitiva

Las secciones de la Torá en Tazria (Levítico 12-13), y Metzorá (14-15), tratan sobre las leyes de Tzaraat, una enfermedad espiritual. Su marca identificable es una mancha blanca o manchas que aparecen en la piel de la persona, en las paredes de la casa, o en una vestimenta de tela o cuero.

No todas las manchas blancas indican Tzaraat. Hay varios síntomas secundarios que determinan si la persona (o la casa o la vestimenta) deben ser declarados impuros (tamé). En el cuerpo humano, uno de los signos del Tzaraat es si la mancha blanca subsecuentemente causa (al menos) que dos pelos dentro de esa área se vuelvan blancos.

Con respecto a esta ley, hay un pasaje remarcable en el Talmud que cuenta sobre un debate que se llevó a cabo en la Academia Celestial:

Fue debatido en la Academia Celestial: Si la mancha blanca precede al cabello blanco, es impuro, si el cabello blanco precede a la mancha blanca, es puro; pero ¿qué sucede si hay una duda, sobre cuál apareció primero?

El Santo Bendito Sea dijo: Es puro.

Toda la Academia Celestial dijo: Está impuro

Ellos dijeron: ¿Quién decidirá por nosotros? Raba bar Najmeini. Ya que Raba bar Najmeini declaró: Yo soy singular (conocedor) de las leyes del tzaraat…Ellos enviaron un mensajero (a que lo trajeran al cielo)…Dijo (Raba): ¡Tahor! ¡Tahor! (Puro, puro). (Talmud, Bava Metzia 86a).

Vuelo desde uno mismo:

Para entender el significado de este debate entre el Santo Bendito Sea y la Academia Celestial, y por qué un ser humano mortal fue llamado para decidir entre ellos, debemos entender primero la naturaleza de la enfermedad del Tzaraat en general, y el significado de la mancha blanca y el cabello blanco en particular.

Las enseñanzas Jasídicas explican que el alma humana es manejada por dos fuerzas contrarias: el deseo de correr o escaparse (ratzó), y el deseo de asentarse (shov). Cada vez que nos embarga un sentimiento de alegría, amor, ambición o deseo, estamos corriendo, escapando de nuestro ser para alcanzar algo más grande, más bello y perfecto que él. Cuando experimentamos asombro, humildad, devoción o compromiso, estamos asentándonos, afirmando nuestra conexión con nuestra existencia, nuestro lugar en el mundo y nuestra misión en la vida. Ratzó nos lleva a escalar una montaña, Shov, a construir una casa; Ratzó a rezar, Shov a hacer una Mitzvá.

En un alma sana espiritualmente, el deseo vacila entre ratzó y shov como el alza y la caída de un péndulo bien balanceado, o la contracción y expansión del latido de un corazón. Las limitaciones de nuestro lugar en el mundo, la finitud de nuestra naturaleza y cuerpo, los límites de nuestro propio ser, nos impulsan a escaparnos de ellas, de buscar lo ilimitado y lo infinito. Pero nuestro propio escape nos trae a un lugar en donde podemos apreciar mejor la belleza y la necesidad de nuestra existencia. Por ello, el ratzó provoca una neutralización de Shov, un retorno hacia uno mismo y al lugar de uno en el mundo.

Tzarat es la condición en la que este balance crucial es interrumpido. El péndulo del alma asciende en su arco de ratzó pero falla en descender al shov. El deseo escapa el ser  y falla en volver, dejando detrás un vacío en el que todo tipo de elementos indeseables pueden tomar control como las malezas en un jardín abandonado.

Esto se simboliza con las manchas blancas y los cabellos blancos que son síntomas de Tzarat. Una mancha de piel blanca indica que la vida y la vitalidad se han ido de (aquella parte) del cuerpo. Aún así, una mancha blanca sola no significa que el fracaso del deseo de asentarse es un resultado de cualquier evolución negativa en el carácter y el comportamiento de la persona. Pero cuando vemos cabellos blancos que surgen de la mancha blanca, cuando vemos cosas muertas que se nutren de este lugar muerto, tenemos un caso completo de tzarat.

Por el otro lado, la existencia de cabellos blancos, no indica Tzarat. Esto representa el equipaje de mano ordinario que cargamos durante nuestra vida, la corriente y moliente de las características negativas y experiencias que tienen la función positiva de desafiarnos y de provocar a nuestros mejores talentos y energías más potentes. Es sólo cuando los cabellos blancos son causados por la mancha blanca que significa que algo más serio está en marcha. Tal condición indica que la persona se ha escapado tan lejos con sus impulsos escapistas que ha abandonado completamente sus compromisos de la vida y la productividad, dejando atrás un hueco y un ser inanimado que es suelo reproductor de las peores cosas de la naturaleza humana.

Por lo tanto, la ley que un cabello blanco es un síntoma de tzarat, sólo rige cuando la mancha blanca precede al cabello blanco, indicando que este crecimiento muerto es el resultado de una cierta área de la vida de la persona que ha sido drenada de su vitalidad.

Dos Visiones de Hombre:

¿Cuál es la raíz de la causa del tzarat? Ratzó es escaparse de uno mismo, mientras que shov es el retorno a uno mismo. Parecería por lo tanto que el tzarat (ratzó sin shov), deriva de un exceso de desinterés.

En verdad, sin embargo, es totalmente lo contrario. Ratzó es lo que el alma desea hacer, mientras que shov es lo que el alma está comprometida a hacer. Un comportamiento escapista es la última auto complacencia, mientras que asentarse es la última sumisión. Tzarat, por lo tanto, deriva de una falta de humildad, del fracaso de poder ceder el deseo de uno frente al deseo del Creador.

Esto explica el debate arriba mencionado entre el Santo Bendito Sea y la Academia Celestial. Los Cabalistas hablan sobre dos tipos de energía Divina que nutren nuestra existencia: una luz Divina que “llena los mundos”, que penetra en cada criatura y se relaciona con su carácter individual; y una luz Divina que “abarca los mundos” (que los rodea en cierto sentido), una energía trascendente que sólo podemos relacionarnos con ella como algo místico o espiritual, algo que está por fuera de nosotros.

Por supuesto, la esencia Divina no es ni “llenadora” ni “abarcadora”. En última instancia, la relación de Di-s con nuestra existencia no puede ser definida como interna o externa, no es ninguna de las dos, ya que la realidad Divina va mucho más allá de tales distinciones y caracterizaciones. Pero Di-s deseó relacionarse con nosotros de una manera que sea consistente con nuestra realidad. En nuestra experiencia, hay cosas que son internas, cosas que podemos entender y empatizar, y cosas que son abarcadoras, o sea, que van más allá de los parámetros de nuestro entendimiento. Así Él, también, se relaciona con nosotros a través de estos dos canales, Poniéndose a disposición nuestra a través de la vía racional y medios de comunicación aprehensibles (o sea, las leyes de la naturaleza), así como también a través de vectores místicos y espirituales.

Hay numerosas diferencias entre estos dos modos de energía Divina y sus efectos sobre nosotros, que se discuten extendidamente en los trabajos de la Cabalá y el Jasidismo. Una diferencia básica es que la luz Divina que “llena los mundos” da crédito a nuestro sentido de la realidad y de la individualidad, mientras que desde la perspectiva de la luz “abarcadora”, que trasciende los parámetros de nuestra existencia, nuestra realidad no tiene validez verdadera y nuestro sentido del “yo” es un poco más que una ilusión.

La “Academia Celestial” es una ilusión a la luz llenadora, mientras que “El Santo Bendito” (Kedushá, santidad, que significa trascendencia) connota la luz “abarcadora” de Di-s. Así que con respecto al caso en el que hay una duda de si el cabello blanco creció antes o después que la mancha blanca, la “Academia Celestial” se inclina a declarar que es un caso de Tzarat. Ya que es esa la perspectiva Divina en la que el hombre reconoce el egoísmo del hombre. Si Tzarat es una posibilidad, debemos sospechar que de hecho, ha ocurrido.

“El Santo Bendito”, sin embargo, ve al hombre como un ser esencialmente abnegado. Desde el punto de partida de la luz “abarcadora”, Tzarat es una anomalía. Si hay evidencia clara y concluyente que una persona ha complacido sus deseos escapistas hasta un extremo tal, las leyes de Tzarat se aplican. Pero si hay duda, la perspectiva Divina se inclina a declararlo puro.

El Veredicto:

¿Quién debe decidir entre estas dos visiones Divinas? Solo uno que está en contacto con la primordial visión, con la singular verdad que trasciende tanto los modos “llenador” y “abarcador” de la relación Divina con la realidad.

Raba bar Najmeini era “singular en las leyes de Tzaraat”. Era un ser humano, pero un ser humano que se ha dedicado tanto a la Torá de Di-s que descubrió su núcleo singular, descubrió la visión Divina de la realidad tal cual se relaciona con la misma esencia de Di-s más que con los elementos “llenador” o “abarcador” de Su luz.

Cuando Raba bar Najmeini reflexionó sobre las leyes del egoísmo y altruismo humano, vio al hombre como Di-s mismo lo ve: una creación absolutamente devota al deseo de su Creador. Una creación que, incluso si es tocado por la posibilidad de una deficiencia de shov, es invariablemente declarada: ¡Puro! ¡Puro!.

Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch

Cortesía de Meaningfullife.com

Parashá en Síntesis: Tazria – Metzorá

A partir de la segunda noche de Pesaj y hasta la segunda víspera de Shavuot, todas las noches se cuenta el Omer (ofrenda que se llevaba al Templo de Jerusalén).

Cuando Moisés informó al Pueblo Judío de su liberación de la esclavitud, también le indicó la finalidad de esa redención, que era el recibimiento de la Torá en el Monte Sinaí. Por ello, inmediatamente después de la salida de Egipto, los judíos empezaron a contar los días y las semanas, impacientes, deseosos de recibir la Ley Divina. 

Estas siete semana (cuarenta y nueve días) se consideran un período de crecimiento espiritual. También señalan el gran potencial para el cambio que tiene el Pueblo Judío, ya que en un tiempo muy corto pasó de un nivel máximo de impureza (cuando se encontraba en Egipto) a uno de máxima pureza (al recibir la Torá).

Las dos Parashot (mejubarot, unidas) hacen referencia a las leyes de pureza e impureza de la mujer que concibiere y a aquellas relacionadas con quienes contraían una enfermedad denominada tzorá (especie de lepra) por cometer ciertos pecados. 

Se enfatiza la importancia de la concepción y de la maternidad. En los primeros  cuarenta días de la concepción se decide el futuro de la persona. Di-s determina su sexo, su salud, su grado de inteligencia, su apariencia y sus posibilidades físicas y mentales, así como si será rico o pobre. Lo único que no se decide es si será bueno (tzadik) o malo (rashá). EL grado de su observancia de la Torá depende del esfuerzo que haga la persona. 

Cuando el niño está en el vientre materno se le enseña toda la Torá, se le muestra una visión de Gan Eden (Paraíso) y del Gueinom (infierno) y el ángel encargado de ello le conmina a ser un tzadik y no un rashá. Cuando el niño nace, el ángel toca sus labios (de allí la hendidura que se tiene debajo de la nariz), provocando el olvido de toda la Torá que ha aprendido. Sin embargo, este conocimiento queda registrado en el subconsciente.

El bebé humano es el único de los animales que succiona de la parte superior del cuerpo de su madre cerca de su cabeza, lo cual demuestra la atención que Di-s dispensa a la dignidad y santidad (Kedushá) del género humano. 

Al principio, el nacimiento se producía inmediatamente después de la concepción y sin dolor. La situación actual es producto del pecado de Eva, sin embargo en el futuro volverá a ser como al principio tal como se explica en la profecía de Isaías. 

Generalmente se usa el término tzorá como lepra y metzorá como leproso, pero debe tenerse en cuenta que se trata de un tipo especial de lepra, mandada por Di-s que sólo afectaba a los judíos en tiempos de Beit Hamikdash (Templo).

Existían algunas faltas o pecados (idolatría, blasfemia, inmoralidad, asesinato) por los cuales la persona podía ser atacada con enfermedad de tzorá. Lashon hará (hablar mal, chismorrear) era considerado uno de los pecados más graves y aún lo es en nuestros días. 

De todos los órganos del cuerpo, la lengua es la que se mueve con menos dificultad y a mayor velocidad, por eso el pecado que se comete con mayor frecuencia es el de lashón hará. 

Deberíamos darnos cuenta que las palabras dichas no se evaporan sin antes dejar una marca que no puede ser borrada, ni recogida.

La lengua es un arma muy potente, lo hablado por una persona puede perjudicar a otra que se encuentre a gran distancia, incluso en otro continente, cosa que no puede hacer un revólver o un puñal; además, lashón hará liquida a tres personas simultáneamente; al que habla, al que escucha y aquel sobre el que se habla, cosa que difícilmente podría hacerse con un arma. 

Para salvarse del chisme, diariamente le pedimos a Di-s en nuestras plegarias que impida que hablemos mal de otros. Cada persona debe ocuparse de sus propias fallas y limitaciones para superarlas. Las imperfecciones que uno ve en los demás generalmente son proyección de los defectos propios.

Elevarse por medio del sueño

Y EL FARAÓN SUEÑA..

En la Parshá de la semana anterior leímos sobre los sueños de Iosef y de los ministros de Paró. Esta Parshá nue vamente nos habla de sueños: los del Faraón de Egipto. El hilo conductor entre todos ellos es que son parte de los acontecimientos que trajeron a Iaakov y sus hijos a Egipto, comienzo del exi lio en Mitzraim-Egipto.

En la Torá todo es exacto y tiene sentido. Si la Torá pone tanto énfasis en el tema de los sueños como parte del desencadenamiento del Galut -exilio a Egipto, entendemos que existe una relación conceptual entre ambos temas (exilio y sueños). Más aún, la analogía que coexiste entre sueño y galut ex- presa la verdadera condición del exilio y la receta para poder afrontarlo.

UN ELEFANTE EN EL ORIFICIO DE UNA AGUJA

Está explicado en el libro Tora Or de Rabi Shneur Zalman autor del Tania, que uno de los detalles más sobre- salientes del sueño es que puede unir dos extremos opuestos y que en la realidad son imposibles de ensamblar. Por ejemplo: el Talmud relata que en un sueño se puede ver “que un elefante pasa por el orificio de una aguja”, sin que esto despierte en la persona asombro alguno.

Esta es la esencia conceptual de la diáspora judía: una situación anormal e irreal que se ve como corriente y natu ral, y quienes viven en ella no sienten que se trata de un contexto contradictorio.

UNA VIDA CONTRADICTORIA

Encontramos esta misma condición en el exilio espiritual de cada individuo. Por ejemplo, todos entendemos que el amor egoísta que lleva a la persecución desenfrenada placeres mundanos se enfrenta con el amor puro y desinteresado a Di-s. Sin embargo todos vemos a diario cómo el iehudi cree que ama a Hashem, y está ligado a El, y simultáneamente está inmerso en sus propias necesidades, producto del ego. Y de todas formas no siente contradicción alguna. Durante la Tefilá (plegaria), se despiertan en nosotros sentimientos maravillosos hacia Di-s. Pero al finalizarla, nos olvidamos de todo, retornando a nuestras actividades, centradas en la búsqueda del incremento personal, sea monetario o social.

Así vivimos. Como en un sueño pleno de contradicciones. Este es el exilio espiritual en el cual existimos. De todas formas, esta paradoja no debe llevarnos a menospreciar el valor del rezo o de nuestro cumplimiento de las mitzvot. Cada Mitzvá tiene un efecto sobre nosotros. El apego a Di-s en el momento de la Tefilá, deja su sello, aunque a veces su influencia nos pase inadvertida.

LA VENTAJA DEL SUEÑO

Sin embargo esta etapa de ‘sueño’- exilio- tiene también su ventaja. En condiciones normales existe un orden y los acontecimientos se desarrollan de manera organizada, lo que implica limitaciones para el cambio y el crecimiento espiritual personal. En cambio en la época del galut-sueño- tenemos que “aprovechar la oportunidad”. No debemos teorizar sobre si ya llegamos al nivel apropiado para llevar a cabo nuestra tarea espiritual de Torá y Mitzvot. Cada judío puede y debe hacer. Cada Mitzvá, cada buena acción que esté a su alcance debe hacerse: “aprovechar la oportunidad”. Mientras nos encontramos en el contexto de ‘sueño’-galut- podemos ‘saltar’ a niveles espirituales más allá de nuestra propia experiencia materialista. Este es el objetivo místico del Galut!!!

LIKUTEI SIJOT, TOMO 1 PAG. 85

Parasha en síntesis: Shoftim

En esta Parashá se tratan las leyes relacionadas con el sistema judicial del Pueblo Judío y el establecimiento de tribunales. En todas las ciudades donde residían menos de 120 personas se establecieron Beit Din, tribunales de 3 rabinos, competentes para decidir sobre casos de tipo económico, pero no de vida y muerte. En las ciudades de más de 120 habitantes se estableció un Pequeño Sanhedrín, compuesto de 23 rabinos que tenían el derecho de juzgar todos los casos, hasta de vida y muerte.

 

Cerca del Monte del Templo había tres cortes: un Beit Din de 23 jueces en su entrada; un Tribunal de 23 jueces en su antecorte y el Gran Sanhedrín, de 71 jueces (incluido su presidente) que se reunían a diario en el Templo Sagrado. 

 

Para ser juez se evaluaba el conocimiento de la Torá, la inteligencia y la capacidad de juzgar. Esas y las demás cualidades enumeradas anteriormente en Parashat Devarim, una vez aprobadas constituían la calificación para ser nombrado juez y ordenado como tal por un jajam (sabio).

 

La Torá advierte al juez que no acepte soborno, ni de plata ni de honores, ni cualquier consideración personal que pueda influir – aún en lo más mínimo – en su forma de decidir el caso. 

 

En esta Parashá también se otorga el precepto de coronar a un rey sobre el Pueblo Judío. El rey tenía que ser escogido por un profeta de Di-s y por el Sanhedrín. Su papel como monarca era fortificar y elevar el estudio de la Torá, difundir a los malvados, conquistar las naciones enemigas y emitir juicios para su pueblo.

 

Para que no abusara de sus poderes, el rey tenía tres prohibiciones fundamentales: no tener más caballos de lo necesario; no tener más esposas de lo permitido y no amasar más riquezas que las necesarias para mantener sus fuerzas armadas. 

 

El rey tenía la obligación de escribir un Sefer Torá especial y leer partes específicas en público en momentos de asambleas nacionales en el año de Halel. 

 

La Torá prohíbe la arrogancia y la vanidad, el orgullo se considera igual que la idolatría, ya que no permite la presencia de Di-s en la vida de la persona.

 

Aun el rey de Israel, con todos sus honores y riquezas, tenía leyes que lo protegían de sobrepasarse.

 

La tribu escogida para reinar eternamente fue la de Iehudá, porque Iehudá previno la muerte de Iosef cuando los demás hermanos querían matarlo y él los convenció de venderlo a los filisteos. Por santificar el nombre de Di-s al llegar al Mar Rojo y no temer cruzarlos. 

 

La tribu de Iehudá tiene intrínsecamente la cualidad de humildad.

 

El hombre de Ie-hu-dá contiene las mismas letras del nombre de Di-s, cuyos atributos emula esta tribu. Y la dalet de su nombre representa al rey David escogido entre los reyes. 

 

En esa época de la historia del mundo gentil había muchas formas de idolatría y artes mágicas, tanto para adivinar el futuro como para cambiar los destinos de las personas. Esto le fue prohibido al Pueblo Judío y bajo ninguna circunstancia se le permitió ni se le permite usarlos. 

 

En esta Parashá, la Torá  enumera los siguientes tipos: consultar palos u otros elementos para adivinar el futuro; declarar ciertos momentos de suerte o no para cumplir diferentes misiones; especular sobre el futuro por interpretación de hechos y actuar de acuerdo a los mismos; todo tipo de magia negra; atraer reptiles y otros tipos de animales para usarlos en ritos de magia; la necromancia, llamar a los muertos por mediums o de otras formas.

 

La Torá nos asegura que el Pueblo Judío no tiene necesidad de usar estas formas de hechizos y magia; ya que tiene una protección especial de Di-s al cumplir con las mitzvot (preceptos)  y que pueden cambiar su destino solamente a través de estos.



Una elección de opciones

“Mira, he puesto ante ustedes la bendición y la maldición”. Así comienza la lectura de la Torá de esta semana de Ree (Deuteronomio 11:26-16:17), cuando Moisés reitera nuevamente la doctrina de Libre Elección.

Libertad de elección. Sin la cual, como nos recuerda Maimónides, la religión no tiene significado, no existe el concepto de moralidad, y la Torá es superflua.

 

En efecto, no sólo se nos ha dado libre elección entre bien y mal, sino también la opción de a qué nivel hacer esa elección. Una elección de opciones:

  1. a) Hay bien y hay mal. Bendición y maldición, luz y oscuridad. Di-s creó ambas, elegimos cuál de las dos, o qué combinación, definirá nuestra existencia.

 

  1. b) En verdad sólo hay bien. Di-s es la fuente de toda realidad, y debido a que Di-s es la esencia del bien, sólo el bien es real. Así como no hay algo como la oscuridad, sino sólo luz o su ausencia (a la que llamamos “oscuridad”), así también, sólo hay bien o su ausencia. Por lo tanto, la elección entre el bien y el mal no es una elección entre dos realidades, sino una elección entre ser o no ser, entre realidad e ilusión.

 

  1. c) Dado que “elección” por definición, es la libre afirmación de la voluntad, y debido a que la voluntad del alma humana es vivir y el bienestar, la única elección verdadera que puede haber, es la elección del bien. Pero se nos ha dado libertad de elección, lo que significa que podemos elegir no elegir. Lo que llamamos “libertad de elección” es en realidad la elección de ejercer la elección o negarla. Cuando afirmamos nuestra verdadera voluntad, cuando elegimos, invariablemente elegimos el bien.

 

¿Cuál es? ¿a, b ó c? Eso depende de vos. Ese es el verdadero significado de “libre elección”: no simplemente elegir entre dos o más opciones presentadas por una autoridad más alta, sino que sos vos quien determina el nivel de realidad sobre el que se desarrolla tu vida consciente. Sos vos quien  determina la distancia entre tu vida y tu Fuente.

 

Elegí tu opción.

 

Por: Yanki Tauber




Parasha en sintesis: Bamdibar

Comienza la lectura del cuarto libro del jumash, que lleva el mismo nombre que la Parashá: “En el desierto”. En la traducción al español se le suele nombrar como “Números”, por cuanto el Talmud lo denomina Sefer Hapikudim, “Libro de las cuentas” (Números) por el censo del Pueblo Judío. 

Esta Parashá se lee siempre antes de Shavuot, que conmemora la entrega de la Torá por Di-s a Israel, evento que para nuestros Sabios equivale al matrimonio de Di-s con el Pueblo Judío.

Así como el novio es llamado a la Torá en el Shabat anterior a su boda, del mismo modo se lee Bamidbar para anticipar esa unión tan especial que se produjo con la entrega de la Torá.

El nombre del libro deriva del lugar en que Di-s entregó sus leyes: el desierto, zona inhóspita y deshabitada, para enseñarnos que la Torá no se encuentra supeditada a las limitaciones impuestas por el espacio o por el tiempo; que tenemos la responsabilidad de cumplir sus preceptos en toda situación, en cualquier lugar y circunstancia ya sea en Israel o fuera de ella, y aún en el desierto, tierra desolada. 

El nacimiento del Pueblo Judío en el desierto lo singulariza entre las demás naciones, lo hace emerger bajo la dirección única de Di-s, libre de estructuras preestablecidas y de la influencia de otras naciones, siendo una experiencia única que rompe con las tradiciones previas. 

La humildad, entendida en términos judíos como el reconocimiento de la existencia de un Ser Superior del cual depende el hombre, es enfatizada con la entrega de la Torá en el desierto, porque así como el desierto – que no tiene nada mas que arena-  se transformó en un punto santo por la aparición de la Divinidad, el cuerpo humano – que solo está formado de polvo – accede a la grandeza si permite que la espiritualidad domine sus acciones.

El ser humano por sí solo no tiene ningún poder supremo, sólo puede desarrollar al máximo su potencial si cumple la voluntad Divina que le proporciona una perspectiva apropiada de la vida. 

El cuarto censo del Pueblo Judío fue realizado el primer día del segundo mes (Iyar) del año de su recorrido por el desierto, 20 días antes de la supuesta entrada a Israel, que luego de episodio de los espías se demoró 38 años más. Según el Midrash, sólo se han realizado nueve censos hasta el día de hoy, y el décimo y último tendrá lugar con la llegada del Mashiaj. 

El censo de los judíos no constituye una mera cuenta destinada a conocer su número: tiene como finalidad revelar la esencia del alma judía, produciendo su elevación. Es un gesto de equiparación e igualdad, que no depende del estatus social, intelectual o económico, sino que está referido a la esencia del alma judía. Por eso, para ordenar el censo, se usa la expresión: “elevad las cabezas de toda la congregación de los Hijos de Israel”.

Después del censo y la clasificación por tribus, Moshé instruye al pueblo sobre el modo de acampar y viajar. La ubicación de las tribus en relación con el Santuario es la misma establecida por el Patriarca Iaacov.

El Santuario (Majané Shejiná) estaba en el centro de la Nación, rodeado por los Levitas (Majané Leviya), que a su vez estaban rodeados por el resto de las tribus, tres en cada dirección, formando el Majané B`nei Israel. Todos se hallaban envueltos en las Nubes de Gloria, menos el eirev rav, aquellos que salieron de Egipto con los judíos. 

Di-s ordenó la ubicación de los tribus en las cuatro direcciones para indicar que los judíos protegen al mundo entero. Cada punto cardinal es fuente de determinadas fuerzas: la luz emana del este; del oeste, la nieve y las tormentas; del sur, las lluvias y el rocío, y del norte, la oscuridad y las influencias malévolas. La ubicación dispuesta por Di-s hizo que cada grupo con su particular mérito espiritual combatiera los agentes dañinos derivados de las distintas direcciones.

Las banderas usadas en la actualidad tienen sus antecedentes más remotos en los estandartes (degalim), con la particularidad de que aquellos fueron diseñados por Di-s según el mérito de cada tribu.

Parashá en síntesis: Shminí

La inauguración del Tabernáculo duró siete días. El octavo día primero de Nisan del año 2449 después de la Creación se reveló la Presencia Divina y Aharón asumió, por primera vez, su función como Sumo Sacerdote (Cohén Gadol).

El número siete está relacionado con la naturaleza del mundo, con la parte exterior y limitada de la Creación; el número ocho, en cambio, expresa lo que está más allá del orden natural, muestra la revelación espiritual, la Divinidad que está por encima de la naturaleza. Por eso, sólo después de los siete días de consagración tuvieron los judíos el privilegio de presenciar la Gloria de Di-s.

Aharón es considerado la personificación de la paz: la amaba y hacía todo lo que estuviera a su alcance para conseguirla. 

La primera palabra de la Parashá es Vayehi (y pasó). Para algunos de nuestros Sabios, cuando se usa este término se alude a algún acontecimiento trágico, cómo lo fue en este caso la muerte de dos de los hijos de Aharón, Nadav y Avihú, quienes eran físicamente bellos y además poseían un alto nivel espiritual.

Su muerte se produjo por exceso, porque procuraron una cercanía a Di-s mucho mayor que la permitida y, por lo tanto, fueron castigados con severidad, aún cuando sus intenciones eran puras. 

En Yom Kipur, en la lectura de la Torá (Ajarei Mot, Vaikrá 16:7) se menciona también el fallecimiento de los hijos de Aharón, haciendo un paralelo entre un Tzadik y Iom Kipur. Así como el día de Iom Kipur expía nuestros errores y pecados, trayendo perdón, también el fallecimiento de un tzadik trae perdón a su comunidad. 

Di-s instruye a Aharón sobre algunas de las leyes que deben ser cumplidas por los Cohanim, entre las cuales se destaca la prohibición de estar en contacto con un cadáver, salvo que se trate de sus familiares más cercanos (padre, madre, hermano, hermana, hijo, hija y esposa).

El Cohén tampoco podía hacer el Servicio en el Templo después de haber tomado alguna bebida alcohólica, ya que la intoxicación produce sueño, orgullo y disminución de la claridad mental. En la actualidad, esta regla sigue vigente para aquellos que deben juzgar una decisión según la Halajá. 

El carácter de una persona puede ser evaluado según tres criterios: Bekosó (“en su copa”), observando sus hábitos en la bebida, Bekisó (“en su bolsillo”), al observar su forma de trabajar, negociar y dar Tzedaká; Bekaasó (“al enojarse”) según cómo maneje su enojo y temperamento.

En esta Parashá se establecen las señales que diferencian a los animales que son kasher de aquellos que no lo son. Para que un animal sea considerado Kasher debe presentar dos características: tener la pezuña completamente hendida y ser rumiante. 

Existen sólo cinco animales que tienen una de estas características y, por lo tanto, no pueden ser ingeridos. El camello, el conejo, la liebre y otro animal llamado Sh´sua son rumiantes, pero no tienen la pezuña hendida; y el cerdo, que tiene la pezuña hendida, no es rumiante. 

Los animales kasher (aptos para ser comidos) son: gacela, corzo, antílope, búfalo, cabra, montés gamuza, bisonte, toro, oveja, cabra, carnero, ciervo. 

Para que los peces se consideren kasher deben tener aletas y escamas. 

La Torá lista 24 aves que no son kasher, entre ellas se pueden mencionar: águila, buitre, cisne, alcatraz, cigüeña, cuervo, halcón, búho y gaviota. Las demás – a excepción de las listadas en la Torá – pueden ser consumidas, entre ellas encontramos: pollo, gallina, gallo, pato, ganso y pavo. 

Todas las especies animales están mencionadas en la Torá. No hay ninguna especie que se haya descubierto posteriormente. 

Detener la corrupción

Transparencia y Rendición de cuentas son las nuevas palabras de moda para el gobierno corporativo del siglo XXI. Sin duda, gente honorable acepta cualquier esfuerzo genuino para detener la corrupción y la deshonestidad en cualquier esfera de la sociedad tanto sea corporativa, gubernamental o personal. Pero, ¿es un fenómeno nuevo? ¿Es la nuestra, la primera generación en la historia que se preocupa por estos temas?

En lectura de la Torá de esta semana, Pekudei (Shemot 38‐40), aprendemos de los días de Moshé, una contabilidad transparente y detallada que se llevó a cabo sobre las donaciones realizadas por los israelitas para la campaña de construcción del Santuario y sus recipientes sagrados. Las contribuciones de oro, plata y cobre, fueron pesados para que nadie pudiera lanzar ningún entredicho acerca de la integridad de Moshé y su equipo. De hecho, los comentarios derivan de este episodio que aquellos responsables de los fondos de la caridad deben asumir la responsabilidad. Todos tenemos que ser “inocentes a los ojos de Di‐s y el hombre”

“Pirkei Avot” nos recuerda que debemos considerar que algún día, todos se enfrentarán a la rendición de cuentas final. Cada uno de nosotros compareceremos ante el tribunal celestial para dar un “Din vejeshvon”, “una justificación completa y un contable” por la forma en la que hemos vivido nuestras vidas.

Es fascinante observar que de alguna manera el Talmud (Shabat, 31a) nos dice las preguntas reales que serán formuladas por ese Tribunal Supremo. La primera pregunta no va a ser: “¿Usted creyó en Di‐s?”, o “¿Ayunaste en Iom Kipur?” Lo creas o no, la primera pregunta en este final de los exámenes va a ser la siguiente: “¿Fuiste leal en los negocios?”. No qué tan religiosos fuimos con Di‐s, sino cómo fueron llevados a cabo los asuntos de negocios. “¿Fuiste honesto y leal con la gente?”. La segunda pregunta, sin embargo, va al corazón de nuestro judaísmo: “¿Reservaste un horario fijo para el estudio de la Torá?”. Parecería que familiarizarse con la Torá y convertirse en un judío con conocimiento, es la llave que abre las puertas a todo lo demás en la vida judía.

¿No es una anomalía de nuestro tiempo que muchas de nuestras mentes legales más brillantes, abogados, defensores y jueces, nunca hayan abierto una página del Talmud, la enciclopedia clásica de la ley Judía? ¿O que algunos de nuestros mejores médicos no conozcan los escritos médicos de Maimónides, el gran médico y erudito del siglo XII? ¿O que nuestros magnates de los negocios más brillantes siguen siendo judaicamente iletrados? Cuando se trata de cruzar un semáforo en rojo, la ignorancia de la ley no es excusa. Ninguno de los policías de tráfico va a aceptar la historia de que el conductor no sabía que era ilegal. En nuestra época, con tantas nuevas oportunidades disponibles para el estudio de la Torá, la ignorancia Judía no se puede concebir. Si antes el Talmud era un libro de difícil acceso, en la actualidad se puede encontrar disponible en español, inglés y otros idiomas. Las oportunidades de estudios judaicos abundan en todas las comunidades. Y si uno se encuentra geográficamente impedido, el Internet puede hacer maravillas. Asegurémonos que cuando la Policía en el Cielo nos empuje para “hacernos unas cuantas preguntas” todos seamos capaces de responder afirmativamente.

Cuidar la cara

“Y lavarán de él, Aarón y sus hijos, a sus manos y a sus pies” (Shemot 30:19)

En nuestra Parshá, el Altísimo ordena a Moshé a construir una fuente de cobre para lavarse, y colocarla frente al Ohel Moed, la “carpa” del Santuario. Esta fuente era utilizada por los sacerdotes, los cohanim, previo a su servicio en el Santua-rio, como está escrito1: “Y lavarán de él Aarón y sus hijos a sus manos y a sus hijos cuando vengan al Ohel Moed”. Este lavado tenía dos objetivos: 1) Limpieza y purificación: Se requiere del Cohen una limpieza y purificación adicional previo a su inicio del servicio a Di-s en el Santuario. 2) Santidad: a través del lavado, el cohen alcanzaba un mayor nivel de santidad, y por eso, este lavado también se lla-maba- “la santificación de las manos y los pies”2  

TODOS SOMOS COHANIM

Es verdad que el Sagrado Templo está destruido, pero el sentido conceptual de sus servicios y su estructura permanece vigente también en la actualidad. En ese sentido, todo judío es una suerte de “cohen”, siendo que la totalidad del pueblo de Israel es llamada en el texto bíblico como “un reino de sacerdotes y una nación santa”3. Y efectivamente el concepto del lavado previo al servicio al Creador se cumple también en nuestra vida. El Rambam escribe en las Leyes de la Plegaria4: “Por la mañana- lava su cara, sus manos y sus pies, y luego habrá de rezar”. Es sabido5, que las Plegarias están en lugar de las ofrendas que eran traídas en el Sagrado Templo, y el lavado previo a la Plegaria es similar a la purificación y santificación de los cohanim previo al servicio en el Santuario.  

LAVAR LA CARA

El Rambam agrega un detalle que no aparece entre las instrucciones de la Torá para los cohanim: a ellos se les ordenó lavarse sólo sus manos y pies, mientras que el Rambam agregó también el lavado de la cara. Hay en ello también un sentido especial relacionado a la época posterior a la destrucción del Sagrado Templo. Las manos y los pies simbolizan la fuerza para hacer que posee el hombre, mientras que la cara simboliza las fuerzas más internas- el intelecto, la vista, el oído, la palabra y similares.

Los temas mundanos deben realizarse por medio de las manos y los pies- es decir, en ello debe invertirse sólo las capacidades y las fuerzas más externas que hay en nosotros, como está dicho6: “con el esfuerzo de las palmas de tus manos comerás” debe invertirse las ‘palmas’ en la vida mundana, mientras que las fuerzas y capacidades más elevadas hay que guardarlas para lo que es la esencia de la vida- el servir al Altísimo.  

EL INTERIOR SIEMPRE ESTÁ PURO

Y aquí aparece la diferencia entre la época del Templo a nuestros días: en la época del Sagrado Templo ‘la cara’ estaba de por sí separada de lo mundano, y por ende no había necesidad de una purificación y santificación especial previo al servicio en el Templo. Pero en el exilio, cuando la tranquilidad se ve perturbada por el Galut, y puede ocurrir que también las fuerzas internas del hombre estén sumergidas en la vida cotidiana- entonces se requiere de una purificación adicional, para purificar también a ‘la cara’.

Este es el sentido conceptual de lo que el Rambam agrega la necesidad de lavarse también la cara antes de la Plegaria. Sin embargo, hay legisladores halájicos7 que no marcan como obligación el lavado de la cara antes de rezar. De acuerdo a su opinión la misma declaración del judío de inmediato al levantarse de su sueño “Agradezco yo frente a Ti”- enfatiza que la esfera interior del ser siempre permanece ligada al Altísimo, y por eso no hay necesidad de una acción especial de purificación de ‘la cara’ y lo interno.

Puesto que el interior del judío está siempre preparado para servir a Hashem y no hay impureza alguna que pueda dañarlo. Y como el conocido dictamen del Rambam8 que todo judío siempre quiere cumplir la voluntad de su Creador.

(Likutei Sijot Tomo 31, Pág. 184)  

NOTAS: 1.Shemot 30:19 2.Mishná Iomá 28,a 30,a 31,b Ramban Hiljot Tefilá Cáp.5 Halajá 1 3.Shemot 19:6 4.Cáp. 4 Halajá 3 5.Brajot 26,b 6.Tehilim 128:2 7.Shulján Aruj Admur Hazaken, Siman 1, inciso 5 8.Final Cáp. 2 de Hiljot Guirushín 

Parashá en sintesis: Mishpatim

Los Diez Mandamientos y las leyes civiles y personales a las cuales se refiere esta Parashá, así como todas las 613 mitzvot, fueron dadas por Di-s en el Monte Sinaí y tienen carácter de permanencia y eternidad propias de las Leyes Divinas. 

Después de dar la Torá al pueblo judío, Di-s le dijo a Moshé que ascendiera de nuevo al Monte Sinaí por 40 días, con el fin de enseñarle los detalles de las leyes de la Torá. Parashat Mishpatim es principalmente la selección de las leyes que Di-s le enseñó a Moshé mientras estuvo en el Monte Sinaí. 

Antes de explicar las leyes, Di-s decretó que el pueblo judío estaba obligado a establecer un sistema de tribunales con el fin de tratar todos los casos de derecho penal, civil y ritual. Di-s le explicó las leyes relativas a los sirvientes, obligaciones maritales, el asesinato, el honor a los padres, el secuestro y la indemnización por lesiones.

El mandamiento de prestar dinero se aplica incluso si el prestatario posee bienes que se pueden vender. Así que a diferencia del mandamiento de dar caridad, está destinado a beneficiar no sólo a los pobres sin también a los ricos. Si somos reacios a prestar dinero a alguien que no es pobre debemos considerar la posibilidad de que en una vida anterior los papeles pueden haber sido invertidos: es posible que hayamos sido el beneficiario de un préstamo o algún otro tipo de ayuda de la persona que no está solicitando el préstamo actualmente. Esta es nuestra oportunidad de devolver su buena acción. 

Una de las leyes era de no mezclar la leche y la carne – no se debe comer un animal joven cocinado en leche de su madre. Ya que se considera un acto de crueldad consumada. La Torá también nos prohíbe cocinar cualquier animal en cualquier otra leche de animal, comer una mezcla de este tipo, o incluso obtener cualquier otro beneficio de ella. 

Las precauciones que la Torá toma para alejarnos de causar sufrimiento a un animal demuestran cuánto cuidado debemos tener para evitar causar sufrimiento a un ser humano. 

Las leyes contenidas en la Torá, indicativas del modo de vida judío, no tienen la pretensión de ser originales, pero si tienen una particularidad que no poseen otras leyes: derivan de una autoridad sobrehumana, del Creador del universo y de todo lo que hay en Él, conocedor a plenitud de la naturaleza humana. 

En el Judaísmo, el bien y el mal no son determinados por el hombre, sino por Di-s. Está claramente establecido lo que se debe hacer (248 mitzvot de “hacer”) y lo que no se debe hacer (365 mitzvot de “no hacer”); esa determinación no queda a juicio de los humanos. No es el hombre quien define según su opinión el bien o el mal, éste está definido previamente; lo que la persona puede hacer  es elegir entre ambos, una vez que los conoce. 

La observancia o no de las leyes o preceptos no determina la condición del judío, quien lo es por esencia y no deja de serlo: eso no depende de su elección.

Las leyes en el judaísmo no sólo cumplen con las necesidades sociales de organización y orden, sino que tienden a perfeccionar al hombre en su crecimiento y desarrollo. No sólo procuran la protección de la persona frente a los demás, sino que también frente a sí mismo; fijan un sistema de justicia, pero a la vez forjan la base moral y ética del individuo. No permiten que el hombre sea esclavo de sí mismo, de sus limitaciones. 

Las leyes judías, a diferencia de las elaboradas por los humanos, tiene el carácter de ser inflables; además, no están sujetas a consideraciones subjetivas ni intelectuales, a épocas, modas o lugares determinados. Sólo se puede asegurar una moral apropiada si está basada en la Torá. 

La evidencia histórica del nazismo y otros episodios de la historia judía demuestran que no son los hombres los calificados para determinar el bien y el mal, porque pueden llegar a la justificación de las acciones más abominables. 

La acción, la mitzvá en el judaísmo, tiene un lugar central. El pueblo Judío es el pueblo que en el Sinaí dijo: “Naasé Ve´Nishmá”, “Haremos y luego entenderemos” (estudiaremos). La acción produce sus efectos, aún cuando no la comprendemos racionalmente, ni sean inmediatamente visibles sus resultados. Está dirigida no sólo al perfeccionamiento individual, sino al mejoramiento y elevación de este mundo en general.

No es suficiente “sentirse judío”, no basta la intención. Sentirse judío sin actuar en consecuencia es como sentirse una persona decente, pero sin actuar decentemente. 

Los preceptos, tanto los de “hacer” como los de “no hacer”, se dividen en tres grandes categorías:

  • Edut (testimonios), preceptos que rememoran eventos pasados, por ejemplo, el Shabat, que es testimonio de la Creación del Mundo y de la salida de Egipto; Pésaj, Sucot, etc. 
  • Mishpatim o leyes, los que tienden a mantener el mundo civilizado y son propios de la naturaleza humana, por ejemplo, no matar, no robar. 
  • Juquim o decretos, aquellos ordenados por Di-s sin que tengan explicación desde el punto de vista lógico o racional, por ejemplo, Kashrut (leyes dietéticas) o Shatnez (prohibición de mezclar lino y lana en la vestimenta).

Los diferentes tipos de preceptos deben ser cumplidos por igual, no porque nos parezcan más o menos lógicos, sino porque nos son ordenados por Di-s para nuestro bien, aún cuando a veces no tengamos la capacidad de entenderlos. 

Para realizar una acción no es necesario que previamente la comprendamos a la perfección. Hacerlo sería ponerse en la situación de la persona que, hasta tanto no entienda a cabalidad todos los complicados mecanismos de digestión y descomposición de los alimentos, decide no comer. Si lo hiciera así, se debilitaría y le sería imposible entender el mecanismo. Si en cambio come, el mismo acto de comer le ayuda a la comprensión de la totalidad. La acción tiene una dimensión insustituible, lo mismo sucede con el ejercicio de la Torá y las mitzvot. 

La revelación de la Torá en el Monte Sinaí configura el puente de unión entre Di-s y el hombre y permite que la persona, mediante su acción, puede convertirse en socio de Di-s en la Creación. 

Haremos y entenderemos

Al decir “haremos” antes de “estudiaremos”, los judíos declararon que estaban preparados para cumplir en forma incondicional la voluntad de Di-s, aceptando sus mandamientos aún antes de saber cuáles eran. Es por este comportamiento que Di-s continúa dándonos la Torá, aún hoy – al revelar su voluntad en la medida en que estudiamos Su Torá y cumplimos sus preceptos. 

Pudiera parecer irracional para el pensamiento convencional comprometerse con un contrato, antes de conocer sus términos. Está conexión sería posible en la medida en que Él estuviera presente en la naturaleza, sin que ello significara el compromiso de que hiciéramos su voluntad, pero la única manera de conectarse con Di-s, tal como Él es, más allá de la Creación y la racionalidad, es elevándonos sobre los límites de la racionalidad. Por lo tanto, en nuestros días, tal como aconteció en la entrega de la Torá, nos unimos a Di-s dedicándonos a la Torá en forma incondicional