La maravilla que es la mujer

Pasa 250 veces por minuto, casi 15,000 veces cada hora. Pasa luego de años de esfuerzo y preparación, o por “accidente”. Ocurre en cada nivel socio-económico en cada país y pueblo del mundo. Pero no importa con qué frecuencia ocurra, no importa el lugar común de este evento, siempre nos quedamos absortos y exclamamos: ¡Milagro!.

Y Di-s le habló a Moshé, diciéndole: “Cuando una mujer conciba y dé a luz…” (Vaikrá 12:1-2).

Ese ser humano debe dar a luz y debe crear otro. Si hay algún área en que una criatura emula a su Creador, si hay un acto por el cual expresamos la chispa de Divinidad en nuestro interior es el del milagro del nacimiento.

Es en este acto, el mayor de nuestros logros espirituales, que también se revelan la mayoría de las limitaciones de nuestra individualidad. Alimentarnos, dormir, pensar, producir una obra de arte o construir una casa virtualmente todo lo que hacemos, podemos hacerlo solos. Pero dar a luz es algo que sólo lo podemos hacer junto con otra persona. Para dar a luz, debemos dejar de ser una entidad nosotros mismos y volvernos una parte, un componente de una comunidad de dos.

Porque si sólo somos lo que somos, somos categóricamente “no tan Divinos”. Como seres hacia nosotros mismos, somos cosas finitas y ensimismadas, fabricantes en lugar de creadores. Para crear, debemos ponernos por encima de nuestra individualidad; para hacer real nuestro ser divino, debemos trascender los límites de nuestro ser.

Es la mujer, tanto más que el hombre que “da a luz”. Es la mujer la que está más comprometida con la paternidad, y quién más agudamente siente la falta de ella cuando se la niegan. 

Porque es la mujer la que en mayor medida entrega su ser para crear vida. Ella es el elemento pasivo y receptivo en el proceso de procreación. Durante nueve meses, su cuerpo deja de ser sólo suyo, a la vez que carga y nutre otra vida. así que es la mujer, tanto más que el hombre que “siembra y da a luz” y para quien la maternidad es un estado de ser, no sólo un “logro” o una “experiencia”.

Sin embargo todos podemos volvernos una “madre”. Lo que viene naturalmente de la creación puede aprenderse y asimilarse por todos, y no sólo dando a luz, sino en cada uno de las tareas de la vida. Todos nosotros tenemos el poder para reconocer que hay algo más allá de nuestra existencia confinada a la estrecha identidad individual.

Todos tenemos el poder de volvernos mucho de lo que somos y hacer más que lo que podemos, siendo receptivos a la Divinidad que hay en nuestro ser y que permea nuestra existencia.

* Yanki Tauber

¿La Tora menosprecia la belleza femenina?


De ninguna manera. El hecho de que esté resaltada la belleza de varias mujeres bíblicas, como ser Sara, Rivka, Rajel y Ester, es para demostrar que la Torá atribuye valor a la belleza, también física. De hecho, la pasión de la mujer en la belleza, es un reflejo de su propia esencia y propósito: traer belleza a todas las áreas de la vida, desde lo más espiritual hasta lo más cotidiano.

Pero esto es sólo cuando la belleza física es vista como una parte de la ecuación. Al centrarse exclusivamente en la belleza física de la mujer, todas sus otras cualidades quedan disimuladas. “Al igual que un anillo de oro en el hocico de un cerdo”, dice el proverbio, “es una mujer hermosa que carece de buen sentido”.

En el famoso himno de la Mujer de Valor, el Rey Shlomó escribe: “la gracia es falsa y la belleza es vana, una mujer temerosa de Di‐s, ella debe ser alabada”.

Parecería ser que hay una palabra extra en el versículo: “ella”. Podría haber dicho: “…una mujer temerosa de Di‐s debe ser alabada”.

Aquí una explicación que he escuchado: la gracia es falsa y la belleza es vana, sólo cuando es el único punto de enfoque. Pero si una mujer es temerosa de Di‐s, entonces “ella”, es decir, la belleza y gracia, ¡también debe ser alabada!

Mujer extrovertida

Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch Cortesía de meaningfullife.com 

“Y Dina, la hija de Lea, con quien tuvo con Iaakov, salió a ver a las hijas de la tierra. Y Shjem, hijo de Jamor el Jivita, príncipe de la tierra, la vio; y abusó de ella…” (Génesis 34:1-2) 

En el capítulo treinta y cuatro de Génesis leemos sobre el abuso a Dina, el astuto plan de sus hermanos para mutilar a la gente de Shjem, su rescate, y la destrucción de la ciudad. 

Nuestros Sabios notan que en el primer versículo de todo este suceso, la Torá introduce a Dina como la hija de Lea. Y no es referida como “la hija de Iaakov” o la “hija de Iaakov y Lea”, o incluso como “la hija de Lea y Iaakov”, sino como “la hija de Lea, que tuvo con Iaakov”. Rashi explica: Por su salida, ella es llamada “la hija de Lea”, porque Lea, también, era una “salidora”, como está escrito: “Y Lea salió a recibirlo (Génesis 30:16). En relación a ella está dicho: “Como es la madre, es la hija”. 

A primera vista, parece ser una acusación del comportamiento de Lea y Dina. 

El sello de la mujer Judía es su tzniut, el recato en su vestir y el porte expresado en el versículo (Salmos 45:14), “La gloria entera de la hija del rey está dentro”. 

Una chica judía, parece decir Rashi, no tiene nada que hacer yendo a visitar a las hijas de una tierra pagana; y cuando lo hace, no está actuando como una hija de Iaakov, sino como su madre, que se sabe que en ocasiones embarcó sus propias salidas. Para la hija del rey, que salga de su santuario interno es exponerse a todo tipo de encuentros negativos, como el trágico caso de Dina lo demuestra. 

Esta, sin embargo, no puede ser la intención de Rashi, ya que contradice a su comentario de un versículo previo. Unos pocos capítulos atrás, en donde Iaakov se prepara para el encuentro con su malvado hermano Esav, leemos (Génesis 32:23): “Y Iaakov tomó a sus dos esposas, sus dos sirvientas, y sus once hijos, y cruzó el vado de Yabok”. 

Pregunta Rashi: “¿Qué hay de su hija?” 

¿Dónde estaba Dina? Iaakov la había puesto en un baúl grande y la encerró ahí, para que Esav no la viera. Por esto, Iaakov fue castigado, porque si no la hubiera escondido de su hermano, quizá ella hubiera traído a Esav de vuelta al buen camino. El castigo fue, que ella cayó en las manos de Shjem. 

En otras palabras, fue la aislamiento a Dina, no las salidas de Dina y Lea, la causa de la mala suerte de Dina. Dina no tendría que haber sido escondida de Esav. Su encuentro con el gran mundo perverso no debería haber sido evitado; Iaakov temió que pueda ser dañada por su malvado tío; tendría que haberse dado cuenta, que con la sólida base moral y la integridad incuestionable de ella, podría haber influenciado a Esav para bien. 

Es muy interesante, que también aquí, hay una conexión madre-hija. La Torá (en Génesis 29:17) nos cuenta que los “ojos de Lea eran débiles”. Rashi explica que estaban débiles de llorar: 

“Ella lloraba por la idea de que iba a caer en la suerte de Esav. Porque todos decían: Rivka tiene dos hijos y Laban tiene dos hijas; el hijo mayor (Esav) está destinado para la hija mayor (Lea), y el hijo menor (Iaakov) está destinado para la hija menor (Rajel)” 

Ésta era más que una común especulación; de acuerdo al Midrash, estas parejas fueron ordenadas en el Cielo. Pero las llorosas plegarias cambiaron el decreto celestial, y ambas hermanas se casaron con el justo hermano menor. Pero era Lea el alma gemela potencial de Esav. Si ella misma se sentía inadecuada al desafío de lidiar con la debilidad de él, su hija y heredera espiritual, Dina, podría haber servido como instrumento de la redención de Esav. 

Este es el profundo significado del adagio: “Como es la madre es la hija”, citado por Rashi. Nuestros hijos heredan no sólo nuestros rasgos actuales sino también nuestros potenciales no realizados. Físicamente, una madre de ojos marrones puede transmitir a su hijo el potencial para ojos celestes heredados por su madre pero inactivo en sus genes. Espiritualmente, un padre puede impartirle a su hijo la habilidad de lograr lo que, para el padre, no es más que un potencial sutil enterrado en lo más hondo de su alma. 

Así que la salida de Dina para “hacer sociales” con las hijas de la tierra, estaba totalmente de acuerdo a ella y su madre. Su exposición a un ambiente extraño no la habría afectado adversamente a su feminidad Judía, su gloria interna de una hija del Rey. Al contrario: ella nació con el rol de ser una mujer judía “salidora” que sirve como fuente de iluminación a su alrededor sin comprometer su modestia y recato. Mejor dicho, era el intento de Iaakov de encerrarla que trajo al desastre. Al salir hacia “las hijas de la tierra”, Dina era verdaderamente la hija de Lea, en el sentido positivo. No era la hija de Iaakov, ya que Iaakov insistió en poner su naturaleza extrovertida de lado. 

DENTRO Y FUERA 

En esto se encuentra un mensaje para las mujeres de todas las generaciones: 

La Torá ve a los hombres y a las mujeres como si hubieran sido impartidos por su Creador con distintas características y funciones. El hombre es un conquistador, encargado de enfrentar y de transformar a un resistente y muy frecuentemente hostil mundo. Para este fin, él ha sido suministrado con una naturaleza extrovertida y agresiva, una naturaleza que la aplica constructivamente en la guerra de la vida, la guerra para combatir lo negativo y de redimir los elementos positivos y oportunidades que se encuentran cautivadas en los rincones desolados de la creación de Di-s. 

La mujer es diametralmente opuesta. Su intrínseca naturaleza es no-conflictiva, introvertida, modesta. Mientras los hombres pelean las perversidades de afuera, la mujer cultiva la puridad dentro. Ella es el pilar de la casa, cuidadora y educadora de la familia, guardián de todo lo sagrado que hay en mundo de Di-s. La gloria entera de la hija del Rey está dentro. 

Pero “dentro” no necesariamente significa “dentro de la casa”. La mujer, también, tiene un rol que va más allá de la casa, se extiende a las hijas más extrañas de las tierras más paganas. Una mujer que ha sido bendecida con la aptitud y talento para influenciar a sus hermanas, puede y debe ser una “salidora”, dejando periódicamente su refugio de santidad para alcanzar a aquellos que han perdido la dirección de sus vidas. 

Y cuando lo hace, no necesita y no debe asumir el porte guerrero del hombre. El enfrentamiento no es el único camino de lidiar con el mundo, también hay una forma femenina, un camino gentil, modesto y compasivo, de extraer la bondad de lo malvado que emerge afuera. El enfrentamiento es frecuentemente necesario, pero es también inefectivo y a veces perjudicial. Incluso las batallas más feroces precisan el toque femenino de la mujer extrovertida.