En Vaigash, Iaakov y sus hijos y nietos, en total 70 personas, que vivían en la Tierra de Israel, se mudaban a Egipto debido a la dura
hambruna. Iosef los invitaba Iaakov tenía buenas razones para estar preocupado. ¿Su familia podría mantener su identidad? ¿O desaparecería, inundada por la cultura sofisticada de una gran potencia?
¿Cómo se relacionarían los egipcios con los hebreos, adoradores de un Di‐s al que no podían ver? Como sabemos, el gobernante
egipcio esclavizó posteriormente a los judíos e hizo todo lo posible por destruirlos.
Durante el viaje a Egipto, Di‐s se apareció a Iaakov en una visión. “No tengas miedo de bajar a Egipto”, dijo Di‐s; “Bajaré contigo”.
Junto con esto vino la promesa de que el pueblo judío regresaría a Tierra Santa.
Esta promesa de Di‐s le dio a la familia de Iaakov un sentido de dirección. No olvidaron quiénes eran y hacia dónde iban.
Después de 200 años de esclavitud, cuando Di‐s les envió a Moshé para liberarlos, lo reconocieron como un hombre de Di‐s y respondieron a su liderazgo.
La promesa se cumplió: abandonaron Egipto, regresaron a Tierra Santa, tomaron posesión de ella y construyeron el Templo.
Nosotros, miles de años después, nos encontramos en una situación en la que es muy fácil perder el rumbo.
Pero también hemos recibido una promesa de Di‐s: siguiendo el camino de la Torá, haremos una morada para Di‐s en nuestros
corazones, nuestros hogares y nuestras vidas.
Esto afectará no sólo a todo el pueblo judío, sino a toda la humanidad.
La promesa de la enseñanza judía es que, de la manera más positiva imaginable, transformaremos el mundo.
Esta es la promesa Divina. ¡El resto depende de nosotros!