Luego que Biniamín fuera acusado de robar la copa de plata de Iosef, Iehudá se aproximó a éste y le
formuló una elocuente apelación.
Iosef no pudo continuar reprimiendo su fuerte emoción y ordenó que salieran todos los que estaban en la
habitación, con excepción de sus hermanos. Una vez que estuvieron solos,
comenzó a llorar mientras exclamaba:
Soy Iosef’, y enseguida preguntó:
“¿Está mi padre realmente vivo, aún?” Sus hermanos no pudieron responderle, pues estaban avergonzados
de lo que le habían hecho. Les indicó que regresaran enseguida a Canaán y le dijeran a su padre que fuera a
Egipto con sus hijos y nietos, y todos sus bienes. Iosef llevó a su padre ante el faraón y Iaakov le confirió a éste su
bendición.
La hambruna había alcanzado una etapa crítica. Iosef recaudó mucho dinero en las tierras de Egipto y
Canaán gracias a la venta de alimentos, y lo llevó al tesoro del faraón. En pago por los alimentos Iosef exigía a los egipcios, en primer lugar, su ganado, y luego su tierra. Los israelitas vivieron en Goshen, donde adquirieron propiedades y crecieron en número.