Enseñanza semanal, Naso

Para pensar, compartir con amigos y llevar a la práctica.

HACER FLORECER EL DESIERTO

A primera vista, el comienzo de la lectura
de la Torá de Nasó parece referirse a
algo que sólo era relevante en el pasado
antiguo.
Describe las tareas de los levitas durante el
período de viaje por el desierto. Antes de cada viaje, los levitas desmantelaban el Santuario y luego transportaban sus distintas secciones: las cortinas, las vigas de madera de cedro, etc., hasta llegar a la siguiente parada.


Luego volvían a montar el Santuario, mientras
el resto del pueblo judío montaba su campamento alrededor de él.
Es interesante pensar que durante miles de
años hemos estado leyendo una y otra vez el
relato de este viaje por el desierto.
Esto nos ayuda a comprender nuestra propia
tarea en la vida.


Los Sabios nos dicen que el propósito de la
creación es que Di‐s se revele y “habite” en
este mundo físico. Pero esta idea contiene una dificultad.


La idea de que Di‐s se revela en un mundo
espiritual superior, en el Cielo, no es difícil. Un
reino espiritual es, por definición, transparente a la Divinidad.
Brilla con el resplandor sagrado de Dios.
Pero la afirmación de que Di‐s debería revelarse en el mundo físico en el que vivimos es bastante extraña.
Para empezar, nuestro mundo parece se opaco a la Divinidad.
Mucha gente vive en el mundo y no piensa
en Di‐s en absoluto. A veces ocurren cosas desafortunadas o trágicas, y una persona podría preguntarse: ¿por qué Di‐s permitió que esto sucediera?

Todo esto significa que en nuestro mundo, Di‐s suele estar oculto.

El propósito de la Creación es que, en lugar de estar oculto, Di‐s se revele: aquí en este mundo físico, un mundo no de ángeles sino de seres humanos, automóviles, tiendas y computadoras.
Ahora, vayamos un paso más allá. Para que Di‐s se revele en nuestro mundo, algo tiene que suceder primero.
El mundo debe ser cambiado de alguna manera sutil, para que en lugar de ocultar a Di‐s, lo revele.
¿Quién tiene que lograr este cambio en la existencia? Sí, has adivinado bien.


Nosotros, el pueblo judío, tenemos que cambiar el mundo.
Tenemos que prepararlo para que sea una “morada” para El.
Los Sabios nos dicen que ésta es la historia interna de la Torá, de principio a fin.
La Torá describe cómo nos metemos en situaciones muy difíciles y luego, al vivir esas situaciones de una manera judía, realmente tenemos un efecto en la existencia como un todo. esclavitud en Egipto; también es el significado del largo viaje a través del desierto.
Viajar a través del desierto vacío y establecer el Santuario en cada lugar donde nos deteníamos, era una forma de preparar al mundo como un todo para recibir el Santuario definitivo, el Templo en Jerusalém.
Ahora, miles de años después, nuestro viaje a través del mundo durante nuestro largo exilio, estableciendo hogares judíos en Israel, Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia y Hong Kong y en todos los demás lugares donde los judíos pudieran estar, está preparando al mundo para que no sólo Jerusalém
sino el mundo entero se llene de la Gloria de Di‐s.
¿Cómo preparamos al mundo? Manteniendo las Mitzvot, incluyendo el estudio de la Torá y la oración, dondequiera que estemos.
¡Esto incluye un pequeño pueblo español donde pronto podamos ir de vacaciones! Dondequiera que estemos, y en cada momento, logramos la transformación del mundo para que la Divinidad pueda revelarse en cada aspecto de la vida para todos, cumpliendo el propósito de la creación. 1


1. Basado en el Likutei Torá de Rabí Shneur
Zalman de Liadi, comienzo de la Parashá Nasó

LA PARSHÁ EN PROFUNDIDAD, de las Palabras del Rebe de Lubavitch

En Nasó, leemos sobre el censo de la tribu de Leví que se llevó a cabo en el desierto por los hijos de Gershón y Merari. Este recuento se hizo solo una vez, en el segundo año después del Éxodo.
En el sentido espiritual, el concepto detrás de calcular el número de levitas tiene un significado eterno para cada judío, en todos los tiempos y lugares. Porque, si un evento tuvo lugar solo una vez en la historia, o la Torá habla de algo que ya no existe en el sentido físico, sigue siendo relevante para nosotros ahora. Tras el pecado de los 12 espías, Di‐s decretó que el pueblo judío tendría que esperar 40 años antes de entrar a Israel. El pecado de los espías fue que no querían entrar en Israel; su castigo no les estaba
permitido entrar. El pueblo judío podría haber esperado su castigo en cualquier lugar fuera de las fronteras de Israel. Pero resultó que los 40 años los pasamos vagando por el desierto.
Es de gran importancia que el pueblo judío haya vagado por el desierto. Un desierto es un lugar deshabitado. Está desolado y sin cultivar. La presencia del pueblo judío transformó el desierto en “hogar” para una multitud. Su cruda desolación también se vio aliviada por la hierba y los árboles que brotaban por donde pasaban, gracias al pozo que los acompañaba en el mérito de Miriam. El desierto, un lugar incompatible con la vida humana, se transformó en un lugar que podía sostenerlo.
Aunque esto sucedió hace miles de años, hoy tiene un significado práctico. Porque todo judío está obligado a transformar su entorno desértico en “tierra cultivada”.
A veces sucede que un judío mira a su alrededor y descubre que se encuentra en un “desierto”. Puede sentirse solo en el mundo, abrumado por una sensación de ser diferente. Pero, no se nos permite huir y buscar un lugar mejor para vivir. Como nuestros antepasados, debemos convertir nuestro entorno en tierra habitable. Esto se logra estudiando y compartiendo la Torá, y poniendo a todos los que conocemos bajo su influencia. Otro “desierto” puede ser personal y espiritual. Porque, si no hemos sembrado adecuadamente nuestro medio ambiente con buenas obras, nuestro jardín interior está sin cultivar. Sin embargo, ¡siempre tenemos el poder de cambiar! Como leemos en Naso, fue solo al cumplir los 30 años que un levita estaba habilitado para llevar los componentes del Santuario. De manera similar, si algún judío decide sinceramente servir a Di‐s correctamente, independientemente de su edad o conducta pasada, se le dará la fuerza de Arriba para purificarse y enmendar sus caminos.
De esta manera, tanto el “desierto” personal de uno como el mundo en general se transformarán en una “tierra cultivada” floreciente.


Adaptado de Likutei Sijot, Volumen 13

UN MOMENTO

Una persona que dice: “Me convertiré en un nazir el día que venga el Mashiaj”, debe observar los ritos del
nazir para siempre.


“Porque cada día bien podría ser el día en que “el hijo de David venga”.


Esto implica que la revelación de “la nueva [dimensión de la] Torá que surgirá de Mí”, no debe ser considerada como un evento del futuro, sino más bien como un asunto presente e inmediato.

(El Rebe, 13 Sivan, 5751‐1991)

JUDAÍSMO PRÁCTICO
LA KIPÁ (YARMULKE)

Kipá (literalmente: cúpula) (es la palabra hebrea para solideo, también se la conoce en idish como yarmulke.
La ley judía requiere que los hombres se cubran la cabeza como señal de respeto y reverencia hacia Di‐s cuando rezan, estudian la Torá, dicen una bendición o
entran a una sinagoga. Esta práctica tiene sus raíces en los tiempos bíblicos, cuando se instruía a los
sacerdotes del Templo que se cubrieran la cabeza.
Tradicionalmente, los hombres y los niños judíos usan la kipá en todo momento, un símbolo de su conciencia y sumisión a una entidad “Superior”.
Aunque no es un requisito explícito por ley, la práctica está mencionada en el Talmud y, a través de los siglos, se convirtió en una costumbre judía aceptada hasta el punto de que, según la mayoría de las autoridades halájicas, es obligatoria.


Por lo tanto, no se permite caminar ni sentarse con la cabeza descubierta. A los niños pequeños también se les debe enseñar a cubrirse la cabeza.
Cuanto más consciente sea uno de su responsabilidad intelectual, mayor debe ser su sentido de vergüenza por no cumplirla. El intelecto y el conocimiento, lejos de darle al judío un sentido de orgullo, le dan un sentido de humildad, porque le han sido dados por Di‐s para propósitos más elevados y sagrados.


En la medida en que no viva a la altura de estos propósitos, el hombre promedio siempre debe estar lleno de un sentido de vergüenza.
Ni siquiera el hombre justo puede librarse de la sensación de vergüenza, pues, al estar más plenamente consciente de la presencia de Di‐s, cada paso intelectual que da lo acerca a la comprensión de lo infinitamente insignificante que es su intelecto en presencia del Infinito.
Porque “el punto culminante del conocimiento (en el conocimiento de Di‐s) es darse cuenta de que no sabemos”.


Por lo tanto, el hecho de cubrirnos siempre la cabeza es una demostración de que somos conscientes de que hay algo que está infinitamente por encima de nuestro intelecto, y simboliza nuestra humildad y nuestro sentido de vergüenza en presencia de Di‐s (Irath Shamaim).

LO QUE SIEMPRE QUISE PREGUNTAR
¿CÓMO SE VERIFICA A LOS PROFETAS?  Mendy Hecht

Debe ser conocido como alguien que posee atributos superiores. Si una persona de tal calibre anuncia que recibió una profecía, se asume que está diciendo la verdad.

Pero la última prueba es la veracidad de sus profecías; si lo que dijo que sucedería sucedió, sabemos que es un profeta; de lo contrario, no lo es.
(Esto, sin embargo, se aplica solamente a la predicción de un evento positivo, siendo que una vez que una promesa Divina sobre un bien es comunicada a través de un profeta, ésta nunca es retractada; pero, si un profeta advierte, en nombre de Di‐s que una calamidad está destinada a suceder, y no ocurre, esto no desaprueba su profecía, siendo que un mal decreto
puede ser anulado a través de la plegaria y el arrepentimiento.

Predecir el futuro sin poseer los caracteres de un profeta, no lo hace a uno profeta.
Al igual que una señal de transmisión de un alto nivel de watts en un instrumento de bajo nivel de watts, la profecía generalmente sobrecarga el equipo mental del receptor.


La profecía frecuentemente causa desmayos, demencia temporaria, convulsiones o espasmos musculares involuntarios.
Algunos profetas podían recibir la señal durmiendo, teniendo sueños súper enigmáticos, en forma de acertijos que debían decodificar al despertarse.

Los profetas no tenían conversaciones verbales o mentales con Di‐s. La única excepción fue Moshé, quien hablaba con Di‐s “como un hombre habla con su amigo” (Éxodo 33:11).


De los 613 mandamientos de la Torá, algunos pertenecen a las profecías. Éstos incluyen:
1. Obedecer las instrucciones del profeta
2. No dudar ni probar las promesas de Di‐s o advertencias transmitidas por el profeta


Y para el profeta:
3. Transmitir personalmente las instrucciones de Di‐s.
4. No suprimir una profecía recibida (como intentó hacerlo Ioná).
5. No profetizar en nombre de otros dioses (incluso si el contenido es cierto)


¿Quiénes eran los profetas?
Hubo miles de profetas en la historia Judía. La gran mayoría transmitió mensajes que eran específicos al tiempo y circunstancias en las que se encontraban. Sus profecías, por ende, no fueron grabadas para más adelante, y sus nombres nos son desconocidos.


Muchos de estos profetas eran ciudadanos comunes (estudiantes, campesinos, artesanos), quienes por virtud de su justicia y sensibilidad por lo espiritualidad, fueron seleccionados para recibir una profecía Divina.
A menudo no sabían qué les ocurría, y sólo luego se daban cuenta que habían recibido una profecía.

MENSAJE PARA LA VIDA
¿QUIÉN ES QUIÉN?  (Sefer Reshimat Debarim, parte I)

En cierta oportunidad, el Tzemaj Tzedek‐ 3er Rebe de Jabad‐ vio dos judíos que caminaban juntos por la calle. Uno de ellos era anciano y el otro bastante más joven. Para su sorpresa, notó que el hombre joven estaba increpando a la persona mayor e incluso la golpeaba. El Tzemaj Tzedek no pudo contenerse, se acercó al iehudí más joven y lo reprendió: “¿Cómo te atreves a pegarle a un anciano?”
Éste le respondió: “¡Pero si se trata de mi propio hijo!”
Ante el asombro del Rebe, que no comprendía cómo era eso posible, el hombre le relató: “Cuando era joven, trabajaba como ayudante en la casa del santo Rabí Israel Baal Shem Tov. Cierta vez, me encontraba barriendo la habitación mientras el Baal Shem Tov dormía. Al lado de su cama se hallaban sus pantuflas. Al barrer, tomé el recaudo de no tocarlas ni moverlas del lugar donde el Rebe las había colocado. Cuando el Baal Shem Tov se despertó y comprobó que las pantuflas permanecían en el mismo lugar, me bendijo para que viviera hasta los ciento veinte años. Le dije al Baal Shem Tov: “¿Cuál es el beneficio de esa bendición? Seré en un anciano longevo pero me convertiré en una carga y necesitaré de los demás. No serviré para nada y seré visto como un objeto sin utilidad” El Baal Shem Tov me respondió: “Entonces, te bendigo para que vivas hasta los 120 años y permanezcas joven como en este momento” “Y así fue, la bendición del Baal Shem Tov se cumplió y este hombre mayor que está a mi lado es mi hijo”
Al oír la historia, los Jasidim que se hallaban presentes le pidieron que les describiera el rostro y la apariencia de Rabi Israel Baal Shem Tov. El hombre contó que tenía el cabello claro y su barba era de color claro también.

Durante un Farbrenguen‐ reunión jasídica‐ el Alter Rebe solicitó a sus Jasidim que relataran alguna historia del Baal Shem Tov.Uno de ellos comenzó:
En varias oportunidades, luego de recitar el Tikún Jatzot (Plegaria que se recita después de la medianoche por la destrucción del Templo) decía en voz alta: “Amo del Universo, estoy sano y puedo servirte” Su ayudante ya sabía que al oír estas palabras debía encender una lámpara, tomar un hacha para romper el hielo, para que el Baal Shem Tov pudiera sumergirse en el río como preparación para sus rezos. Cierta vez, el Baal Shem Tov tardó más de lo acostumbrado en su inmersión y se acabó la vela de la lámpara. El ayudante se desesperó. Sabía que su Rebe deseaba que la vela estuviese encendida. Le preguntó al Baal Shem Tov qué hacer y como respuesta Rabi Israel le alcanzó un pedazo de hielo. El ayudante lo encendió y alumbró cual una vela…


(Migdal Oz)

“RABI ISRAEL BAAL SHEM TOV ENSEÑÓ QUE DE CADA COSA QUE UNO VE O ESCUCHA
DEBE TOMAR UNA ENSEÑANZA PARA SU SERVICIO A DI-S”

LA ENSEÑANZA SEMANAL
Director General: Rabino Tzví Grunblatt Editora Responsable: Prof. Miriam Kapeluschnik
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