Luego de la décima plaga, el Faraón accedió a enviar al pueblo de Israel fuera de Egipto, aun cuando poco después, tras oír los consejos de sus asistentes, se arrepintió y comenzó a perseguirlos, al ver que no volvían al cabo de los tres días.
Los hijos de Israel (Bnei Israel) salieron de Egipto guiados por Moshé, Aharon y Miriam, quien dirigía a las mujeres. La ruta que los hizo seguir Di-s fue la más larga, para que evitaran atravesar la tierra de los filisteos, ubicada en el lugar que hoy se conoce con el nombre de Franja de Gaza.
Una de las características del Pueblo Judío que se demuestra en la salida de Egipto es la fe (creyentes hijos de creyentes), herencia que explica la salida apresurada hacia el desierto sin alimentos y en total incertidumbre. Esto no puede explicar por la lógica o el raciocinio, sino en un nivel que lo trasciende, el nivel de la fe, que en hebreo recibe el nombre de emuná, término que deriva de emete, que significa “verdad”.
Kriat Yam Suf – la partición del Mar Rojo, en la cual perecen los egipcios y se salvan los judíos – es un evento milagroso, no sólo por el hecho de la separación de las aguas, sino porque éstas volvieron a su estado natural una vez que los judíos pasaron.
Son diez los milagros que se produjeron en el Mar Rojo: las aguas se separaron formando un techo de protección encima de las cabezas de Bnei Israel; fueron doce los pasillos que se abrieron, uno por cada tribu; las aguas se solidificaron creando murallas transparentes con mosaicos decorativos, la transparencia de las paredes servía para que se vieran y se sintieran acompañados; el piso sobre el cual caminaban estaba totalmente seco y el agua volvía a su estado líquido cuando un judío tenía sed y necesitaba tomarla.
Cada uno de estos milagros tiene su explicación mística en la Cábala.
Una vez que los judíos atravesaron el mar y se encontraron al otro lado siguiendo a Moshé, entonaron una canción o shirá de alabanza a Di-s por haberlos salvado, pero también de exaltación de un tiempo futuro, en el que se producirá la Redención Final con la llegada del Mashiaj.
El sábado que recibe el nombre de Shabat Shirá se entona ese cántico en las sinagogas, además de Shirat Devora, que es parte de la Haftará, canción de alabanza de la profetisa y conductora del pueblo de Israel, después de Samuel.
Frente a la queja de que perecerían de hambre por falta de comida, Di-s anunció que alimentaría a todo el pueblo en el desierto con el maná, pan celestial, redondo, blanco y de olor exquisito.
Dos cubiertas de rocío protegían el maná; en recuerdo de ello cubrimos de igual modo la jalá cada Shabat.
El maná adquiría el sabor que la persona deseaba; cada padre de familia recibía determinada cantidad (un omer, 5 libras) por persona, con la particularidad de que fuera cual fuera la cantidad que recogiera, mayor o menor, la llegar a su casa, tenía el equivalente a un omer.
Además de maná, comían codornices y bebían de la “fuente de Miriam”. Con eso se alimentaron durante los cuarenta años de su travesía por el desierto.
Una nube de Gloria indicaba la ruta durante el día y una columna de fuego durante la noche. Además, seis Nubes protegían a los judíos, una en cada uno de los cuatro puntos cardinales, una por encima para protegerlos de las inclemencias del sol desértico y otra por debajo de sus pies para aliviarles el camino.
Este viernes se recibía una doble porción de maná para Shabat; por eso, hoy en día al hacer el Kidush de Shabat decimos la Berajá de Hamotzi (Bendició del pan) sobre dos jalot, panes de Shabat. De esta manera, vemos como el Shabat no sólo testimonia la Creación del mundo por Di-s sino también la salida de Egipto.
La doble ración de Shabat nos enseñan que es Di-s quien provee nuestras necesidades.
Las personas a veces tienen la sensación que son ellas las que ganan su sustento, cuando realmente lo que ocurre es que recogen lo que ha sido decretado para ellos en el Rosh Hashaná (Año Nuevo) anterior, cuando se decidió el ingreso de todo el año.
Para el descanso de Shabat se recibe el doble, por la parte que se deja de percibir al no trabajar ese día.
Nuestros Sabios nos enseñan que el maná era alimento natural, pero a la vez espiritual: sirvió para grabar la fe en Di-s en el alma del pueblo y señalarles que “no sólo de pan vive el nombre”. También sirvió para que alcanzaras un grado extremo de conocimiento, lo que les valió el título de “generación del conocimiento”.
El primer enfrentamiento de Bnei Israel fue contra el ataque de la nación de Amalek, descendientes de Esav y antecesores de Hamán. En cada generación hay un Amalek cuya acción malévola sólo se puede impedir al cumplir Torá y Mitzvot en todas las generaciones.
El ataque físico de la nación de Amalek fue la manifestación exterior del estado espiritual de duda que sentía el pueblo en cuanto a la participación directa de Di-s en sus vidas.
Este Amalek interno nos sigue afectando hoy en el sentido que siempre dudas y enfría nuestro fervor religioso.
Reconoce que Di-s existe, pero trata de convencernos de que Di-s es demasiado grande para preocuparse por los detalles de nuestra observancia judía.
La duda conduce a la duda, y, finalmente, nuestra Amalek interior nos convence de que Di-s no está involucrado en la vida human en el conjunto. Eso, a su vez, nos lleva a abandonar la búsqueda de la Divinidad y la espiritualidad.
Por lo tanto, al igual que el Éxodo de Egipto vuelve a aparecer en todas las generaciones, todos los días, también lo hace la guerra con Amalek. Diariamente tenemos que callar la voz de la duda que pretende frenar nuestro progreso espiritual. Una vez que salimos con éxito de nuestro Egipto interior y superamos nuestro Amalek, estamos listos para recibir la Torá de nuevo y entrar a la Tierra Prometida.
La implementación exitosa de este proceso de crecimiento espiritual de manera individual acelerará el objetivo colectivo de llevar al mundo a la Redención Mesiánica.