A partir de la segunda noche de Pesaj y hasta la segunda víspera de Shavuot, todas las noches se cuenta el Omer (ofrenda que se llevaba al Templo de Jerusalén).
Cuando Moisés informó al Pueblo Judío de su liberación de la esclavitud, también le indicó la finalidad de esa redención, que era el recibimiento de la Torá en el Monte Sinaí. Por ello, inmediatamente después de la salida de Egipto, los judíos empezaron a contar los días y las semanas, impacientes, deseosos de recibir la Ley Divina.
Estas siete semana (cuarenta y nueve días) se consideran un período de crecimiento espiritual. También señalan el gran potencial para el cambio que tiene el Pueblo Judío, ya que en un tiempo muy corto pasó de un nivel máximo de impureza (cuando se encontraba en Egipto) a uno de máxima pureza (al recibir la Torá).
Las dos Parashot (mejubarot, unidas) hacen referencia a las leyes de pureza e impureza de la mujer que concibiere y a aquellas relacionadas con quienes contraían una enfermedad denominada tzorá (especie de lepra) por cometer ciertos pecados.
Se enfatiza la importancia de la concepción y de la maternidad. En los primeros cuarenta días de la concepción se decide el futuro de la persona. Di-s determina su sexo, su salud, su grado de inteligencia, su apariencia y sus posibilidades físicas y mentales, así como si será rico o pobre. Lo único que no se decide es si será bueno (tzadik) o malo (rashá). EL grado de su observancia de la Torá depende del esfuerzo que haga la persona.
Cuando el niño está en el vientre materno se le enseña toda la Torá, se le muestra una visión de Gan Eden (Paraíso) y del Gueinom (infierno) y el ángel encargado de ello le conmina a ser un tzadik y no un rashá. Cuando el niño nace, el ángel toca sus labios (de allí la hendidura que se tiene debajo de la nariz), provocando el olvido de toda la Torá que ha aprendido. Sin embargo, este conocimiento queda registrado en el subconsciente.
El bebé humano es el único de los animales que succiona de la parte superior del cuerpo de su madre cerca de su cabeza, lo cual demuestra la atención que Di-s dispensa a la dignidad y santidad (Kedushá) del género humano.
Al principio, el nacimiento se producía inmediatamente después de la concepción y sin dolor. La situación actual es producto del pecado de Eva, sin embargo en el futuro volverá a ser como al principio tal como se explica en la profecía de Isaías.
Generalmente se usa el término tzorá como lepra y metzorá como leproso, pero debe tenerse en cuenta que se trata de un tipo especial de lepra, mandada por Di-s que sólo afectaba a los judíos en tiempos de Beit Hamikdash (Templo).
Existían algunas faltas o pecados (idolatría, blasfemia, inmoralidad, asesinato) por los cuales la persona podía ser atacada con enfermedad de tzorá. Lashon hará (hablar mal, chismorrear) era considerado uno de los pecados más graves y aún lo es en nuestros días.
De todos los órganos del cuerpo, la lengua es la que se mueve con menos dificultad y a mayor velocidad, por eso el pecado que se comete con mayor frecuencia es el de lashón hará.
Deberíamos darnos cuenta que las palabras dichas no se evaporan sin antes dejar una marca que no puede ser borrada, ni recogida.
La lengua es un arma muy potente, lo hablado por una persona puede perjudicar a otra que se encuentre a gran distancia, incluso en otro continente, cosa que no puede hacer un revólver o un puñal; además, lashón hará liquida a tres personas simultáneamente; al que habla, al que escucha y aquel sobre el que se habla, cosa que difícilmente podría hacerse con un arma.
Para salvarse del chisme, diariamente le pedimos a Di-s en nuestras plegarias que impida que hablemos mal de otros. Cada persona debe ocuparse de sus propias fallas y limitaciones para superarlas. Las imperfecciones que uno ve en los demás generalmente son proyección de los defectos propios.