El trasfondo
En la Torá, abundan las historias de rivalidad entre hermanos, que abarcan un espectro bien amplio, desde el odio latente hasta el asesinato. Y entonces, en Vaietzé, tenemos un descanso refrescante cuando leemos acerca del amor fraternal entre Rajel y Lea.
Aprendemos del acto de auto-sacrificio de Rajel en favor de su hermana mayor, Lea, cuando cambiaron sus identidades bajo la jupá (y la cama matrimonial) para salvar a Lea de la humillación de tener que casarse con el hermano mayor de Iaacov, el inmoral y depravado Esav.
Menos conocida es la historia en la que Lea, embarazada de su séptimo hijo, rezó para dar a luz a una niña y no darle a Iaacov otro hijo varón. Lea sabía que iban a haber doce tribus. Cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, Iaacov ya tenía diez hijos (seis de Lea y dos de cada una de las criadas, Bilá y Zilpá). Preocupada por el hecho de que, si daba a luz a otro varón, sería el número 11 y Rajel, en el mejor de los casos, sólo tendría un hijo para completar los 12 que Iaacov estaba destinado a tener.
Para ahorrarle a Rajel la humillación de ser considerada “inferior a las criadas”, ya que cada una había tenido dos hijos, Lea rezó para no dar a luz otro varón.
¿Cómo reunieron estas dos hermanas la fuerza para sobreponerse a sus deseos más profundos?
Al engañar a Iaacov, Rajel no podía asegurarse de que alguna vez lograría casarse con el amor de su vida. En el mejor de los casos, iba a tener que compartirlo. Y, para evitarle un desequilibrio y devastación emocional a Rajel, Lea renunció a la posibilidad de ser la madre de otra de las tribus y de tratar de ganarse algún favor adicional de Iaacov.
Al refrenarse de una manera tan fuerte la una por la otra, las hermanas nos enseñaron una lección de altruismo.
La amabilidad de los extraños: altruismo puro
Todos los días, al parecer, las noticias nos traen historias de horror, actos de violencia y maldad que los hombres despliegan unos contra otros. A veces, sin embargo, en medio de estas historias aparecen héroes, y no solamente personas tratando de salvar a sus seres queridos, sino transeúntes que se juegan la vida por completos extraños ¿Por qué?
Para quien cree en “la supervivencia del más fuerte”, el altruismo debe ser una vergüenza. Por esta razón, la ciencia trata de explicarlo como un vestigio de una táctica de supervivencia de cuando vivíamos en pequeños grupos y tribus de personas muy cercanas. O, como dicen los especialistas, el altruismo está realmente basado en el ego y el interés propio; por lo tanto, realizamos actos de bondad con la esperanza de la reciprocidad, para ganar la admiración de los demás o para ganarnos algunos puntos en el cielo.
Cuando nos movemos más allá de este mundo transaccional en el que vivimos, cuando no hay ningún beneficio personal ni social de nuestras acciones, estamos actuando por un sentimiento de empatía que reconoce nuestro sentido de conexión más profundo. Así como nuestro cuerpo siente dolor cuando cualquier parte está sufriendo, la persona empática no solamente tolera y respeta a los demás, sino que se siente alineada con ellos al punto de identificarse con sus sufrimientos y necesidades.
Cuanto más inclusivos del “otro” seamos, más amplio será nuestro sentido de empatía, lo que tiene un impacto en nuestro comportamiento.
El altruismo puro está “enfocado en el otro”, surge del sentimiento interno de familiaridad y deseo de aliviar el dolor. La empatía es la razón por la cual miles de “extraños” aparecen en los funerales de las víctimas del terrorismo en Israel. O cuando leemos informes sobre cosas desagradables o impactantes, la empatía es lo que nos hace sentir que perdemos otro pedacito de nuestro corazón colectivo.
El primer agradecimiento
En el Talmud, los rabinos notaron que desde el día en que Di-s creó el mundo, nadie se había molestado en agradecerle hasta que apareció Lea que, cuando dio a luz a su cuarto hijo, lo llamó Iehudá, de la palabra hodaá que significa “agradecer”.
Como los nombres expresan la esencia espiritual de la persona, los judíos (iehudim) deberían darse cuenta de que la gratitud es parte del componente esencial de su existencia. Además, la propia existencia y constitución de las doce tribus surgieron del altruismo de dos hermanas, cada una motivada por la empatía y el deseo de aliviar el dolor de la otra.
En Vaietzé, también leemos la historia de la escalera de Iaacov, que llegaba de la tierra al cielo. Construyamos nuestras propias escaleras: que de un lado esté “la gratitud” y del otro “la empatía”, que los escalones del medio sean peldaños de compasión, conexión y bondad. Que apoyemos nuestras escaleras sobre la pared adecuada, subamos por la escalera del éxito espiritual y bajemos el cielo aquí a la tierra.
Por Hanna Perlberger extraído de Chabad.org. Traducido por Rivka Baron