Realmente grande

Rabi Moshe Feinstein fue uno de los más grandes ‘Poskim’ (legislador de las leyes de la Torá) contemporáneos.
Debido a su habilidad para entender y determinar las preguntas legales más difíciles, le “llovían” preguntas constantemente, día y noche. 

Los más grandes Rabinos de los cuatro puntos del planeta venían a escuchar sus opiniones acerca de los problemas legales más difíciles. Innecesario es decir, pues, que era una persona muy ocupada.
Además de esto, era también el Director de una Academia de Torá (Rosh Ieshivá) y era el mentor espiritual de miles de judíos. Así que dispuso ciertos tiempos para recibir visitantes y el martes era el día abierto a todo público, para que puedan hacer sus preguntas.


Así fue su costumbre por decenas de años hasta, que en el año 1986 a la edad de 91 después de una larga y agotadora enfermedad, falleció. El mundo judío entero lo lamentó y lloró.
Pero parece que no todos se enteraron.


Un martes, después de unas semanas, una señora anciana vino a la casa del gran Rabino y preguntó por qué no había ninguna larga fila de personas aguardando, al igual que todos los martes. ¿Acaso el Rabino cambió su horario de atención?
Claro que cuando la pobre mujer oyó las amargas noticias, empezó a llorar.
Pero cuando se tranquilizó, uno de los jóvenes Rabinos presentes allí, le dijo que si ella tenía una pregunta, él trataría de ayudarla.
Después de todo, razonó, ¿cuán difícil sería la pregunta que semejante simple mujer podría tener?
Probablemente deseaba saber si su pollo era kasher o algo similar.
“¡Oy!” La mujer contestó. “¡¡¡Qué hombre maravilloso!!! No sé si existe otra persona igual. Era de gran ayuda para mí. Pero supongo que tiene razón, quizás pueda ayudarme. ¿Usted entiende ruso?”
“¿Ruso?”, le preguntó el Rabino.
“Sí, el idioma ruso”
“No” contestó el joven Rabino. “No creo que ninguno de nosotros sepa ruso. ¿Pero qué diferencia hace a la pregunta que usted tiene?”
“¡¡¡Ahh!!! Supongo que usted no puede ayudarme”, la anciana respondió tristemente.
“Usted verá, durante los últimos veinte años, cada 2 o 3 semanas, recibo una carta de mi hermana en ruso. Pero no entiendo una palabra de ese idioma, y es por eso que yo venía tan seguido aquí y el Rabino, siempre tan amable la traducía para mí.

¡Semejante hombre maravilloso!”


Aguas de bondad

Un posadero llegó a la corte del famoso rabino Tzvi Elimelej de Dinov, conocido como “Bnei Isajar”, quejándose de que su casero planeaba desalojarlo de su posada.
El Rebe preguntó al judío si vivía en cierta ciudad y si su posada estaba diseñada de cierta manera. Cuando el judío respondió que sí, el Rebe preguntó si todavía había un pozo con agua de buen sabor en el patio.
Cuando el posadero volvió a asentir, el Rebe dijo que no había nada de qué preocuparse y que todo saldría bien.
Como respuesta al desconcierto del hombre, el Rebe le contó la siguiente historia:
Una vez un joven rabino viajó a ver a su Rebe. Después de tres días llegó a una posada. El posadero estaba ocupado con sus clientes y nadie se fijó en él. Esperó un rato y luego se levantó para irse.

Mirando por la ventana, el hijo del posadero notó que el joven se alejaba. Corrió tras él y le dijo que pronto su padre podría atenderlo.
Al joven rabino le dieron comida deliciosa para comer y luego pidió de beber. Esperó bastante tiempo por agua, pero el agua no llegó. El posadero le explicó que aunque tenían un pozo en el patio, su agua era amarga, por lo que había enviado a alguien a traer agua del pozo de la ciudad. El joven dijo que probaría agua del pozo de la posada, porque tenía mucha sed. Probó y dijo que, de hecho, era bastante agradable.

Sorprendidos, los demás clientes también probaron el agua. Era cierto: se había producido una transformación. Pronto se corrió la voz de que el posadero tenía agua deliciosa en su pozo. Vender el agua limpia con una buena ganancia le hizo prosperar.


Después de contar su historia, el Rebe le dijo al aldeano que él había sido el niño de la historia. En ese momento, el aldeano también recordó el episodio, ya que él había sido el joven que le había suplicado al futuro Rebe que regresara a la posada y disfrutara de la hospitalidad de su familia.

El Rebe explicó que cuando escuchó que el pozo todavía estaba suministrando agua sabrosa, entendió que la mitzvá de recibir invitados, que fue la fuente del cambio de fortuna de la familia, todavía se estaba cumpliendo. Por eso pudo asegurarle al hombre
que todo estaría bien.


*¿Qué tan generosos somos con nuestro hospedaje? ¿Buscamos personas que puedan necesitar hospitalidad? 

Si experimentamos bondad en nuestras vidas, ¿reconocemos el comportamiento positivo por el cual estamos siendo recompensados y nos aseguramos de continuar con esas buenas obras?

Salvar a un amigo

Guedalia Moshe Goldman, que después se convirtió en Gran Rebe de Zvhil y Jaim Shaul Bruk, renombrado mentor de Jabad, estuvieron cautivos en la misma época en un campamento de trabajos forzados de la prisión soviética.
¿Su ‘detestable’ crimen? Observar y difundir Judaísmo bajo el régimen comunista.
Un Shabat, el sádico comandante del campamento llamó a Guedalia Moshe a su oficina. “Tengo aquí los papeles para tu descargo” dijo mientras ondeaba algunos papeles en el aire, “y si los firmas ahora, serás un hombre libre”
“¡Pero es Shabat!” contestó Guedalia Moshe. “No puedo y no firmaré en Shabat”

El comandante ‐quién por supuesto sabía de antemano que Guedalia Moshe no transgrediría el Shabat‐ gritó:M “¡Si no firmas los papeles ahora, permanecerás aquí otros ocho años!”
“No obstante, no firmaré y no profanaré el Shabat” respondió Guedalia Moshé.
“Muy bien,” sonrió con desprecio al comandante. “No firmes. Estarás en esta prisión durante ocho años más. Y veremos cómo tu Di‐s te ayuda…”
“Si mi Di‐s quiere ayudarme, Él lo hará sin usted. Y si Él quiere que yo esté en esta prisión ocho años más, estaré aquí otros ocho años aun cuando usted decida permitirme marchar” contestó serenamente Guedalia Moshe.

“No tiene nada que ver con usted.” El comandante ya enfurecido, estaba rojo. ¡Sacó su pistola fuera del estuche, apuntó al corazón de Guedalia Moshe, y gritó: “¡Veamos quién te ayudará ahora!” Jaló el arma…
Y en ese momento, su hija entró en la oficina.
Vio a su padre apuntando con la pistola a Guedalia Moshe y dijo con voz aburrida:
“Padre, es una lástima la pérdida de una bala…”
Despacio, el comandante bajó el arma.
“¡No pienses que ha sido tu Di‐s que te salvó!” gritó a Guedalia Moshe que permanecía de pie serenamente.
“¡Si no hubiera sido por mi hija, serías ahora carne muerta!”

El comandante se volvió a un ayudante y gritó: “Traiga al otro judío escandaloso, Jaim Shaul!”
Pasaron unos momentos, y Jaim Shaul estaba parado en la oficina al lado de Guedalia Moshe.
El comandante le hizo la misma oferta que a Guedalia Moshe: “Firma estos papeles y serás hombre libre”
“Pero no puedo firmar los papeles” contestó Jaim Shaul “Es Shabat, y yo no violo el Shabat”
“¡Entonces permanecerás aquí otros ocho años!”
“¡No escribiré en Shabat!”
De repente, Guedalia Moshe dijo: “Déme los papeles. Yo firmaré por él”
El comandante quedó enmudecido.
“¡¿Qué?! Acabas de decir que no escribirías en Shabat! ¡Vas a estar aquí ocho años más por esa razón! ¿Y ahora firmarás por él?”
“Claro que no firmaría en Shabat para ganar mi libertad,” Guedalia Moshe contestó.
“Pero esto es diferente. Yo soy fuerte, y puedo resistir las condiciones en esta prisión otros ocho años.
Pero Jaim Shaul es más débil, y no puede resistir este lugar.
Sería peligroso para su salud permanecer aquí ocho años más.
Déme los papeles y permítame firmar…”
Ambos hombres fueron liberados de la prisión a los pocos días.
Y después de todo, no fue el comandante quien estaba al mando

La donación de las mujeres

Hay una interesante historia con respecto a la intención de las mujeres de donar sus espejos de cobre pulido para la construcción del mishkán (tabernáculo).

Cuando Moisés anunció que se necesitaban donaciones para construir el Tabernáculo, las mujeres llevaron sus espejos de cobre pulido. Moisés no quiso aceptarlos, diciendo que no era apropiado construir una casa para Di-s con elementos de vanidad. Di-s intervino y le dijo a Moisés que los aceptara, ya que no eran símbolos de vanidad sino de sacrificio personal. De no haber sido por esos espejos, hoy no habría pueblo judío: durante los momentos más difíciles de la esclavitud egipcia, las mujeres utilizaban los espejos para embellecerse, coquetear y animar a sus esposos desalentados, provocando de esta manera la continuidad del pueblo judío.

Moisés recibió entonces los espejos y confeccionó con ellos la pileta que contenía las aguas con las que los cohanim purificaban sus manos y pies antes de entrar a realizar el servicio en el Tabernáculo.

Es este un poderoso ejemplo de cómo a Di-s se puede llegar por medio de lo más mundano siempre y cuando se sepa cómo utilizarlo para tal fin.

Extraído del libro “Una voz sin eco” del Rabino Eliezer Shem Tov

El faraón y el alcoholismo 

¿Cómo es posible, que después de cada plaga el Faraón prometía acceder al pedido de Moisés, pero tan pronto como la presión de la plaga finalizaba, el Faraón se obstinaba y renegaba de su promesa? Cuando Moisés, inmediatamente le advertía respecto de las próximas plagas, el Faraón permanecía sin impresionarse hasta que ocurría el desastre predicho, y luego otra vez prometía, sólo para retractarse nuevamente cuando la presión desaparecía. ¡Esto se repitió diez veces! ¿El Faraón era tan necio, e incapaz de aprender de la experiencia?

El Rabino Twersky escribe:

-Yo no entendía completamente al Faraón hasta que me dediqué al tratamiento de alcohólicos, y presencié un fenómeno similar, ocurriendo con gran regularidad. El alcohólico sufre consecuencias graves como resultado de su beber; y permanece con una gran pena y algunas veces incluso se acerca a la muerte. Su reacción es invariable: “¡Eso es! Yo ya he tenido suficiente con el alcohol. ¡Nunca más beberé, no, nunca!”. Es una experiencia habitual, que en el lapso de algunas semanas, o sólo en pocos días, comienza a beber nuevamente. Las personas le advertirán de cuán peligroso es el alcohol, y le recordarán las amargas consecuencias por él sufridas… pero todo es inútil. Él bebe otra vez. Lo que parece tan ilógico tanto en el caso del Faraón como en el alcohólico no es realmente extraño. Muchas personas fallan en aprender de la experiencia.

Cuando el profeta Isaías usó la metáfora, “Tú estás ebrio, si bien no de vino” (29:9), no estaba usando la expresión vagamente. Nuestra historia bíblica demuestra cuánto una y otra vez nosotros nos hemos desviado de la observancia de Torá y cada vez sufrimos graves consecuencias, no obstante tan rápido olvidamos y regresamos a nuestros caminos descarriados. Lo que es verdad de nuestro pueblo históricamente es a menudo cierto en muchos individuos aún hoy. Simplemente, no aprendemos de la experiencia.

¿Qué es lo que al alcohólico lo vuelve díscolo al aprendizaje de la experiencia?

Es, probablemente, que él no desea cambiar su estilo de vida y no quiere abandonar cualquier sensación que el alcohol provee. ¿Qué es lo que volvió al Faraón incapaz de aceptar el testimonio de sus sentidos? Probablemente el rechazo a admitir que él estaba equivocado. Sentimientos egoístas tales como estos impiden a las personas aprender de experiencias dolorosas y con eso evitar la repetición de equivocaciones.

¿Qué es lo que nos impide aprender de la experiencia? 

Probablemente algún sentimiento o idea egoísta que nos rehusamos a abandonar. Dado que nuestro egoísmo es el que nos vuelve irreflexivos frente a lo obvio, ¿qué podemos hacer para cambiar esta situación? Uno de los modos más efectivos es valernos de un confiable maestro y guía, alguien que al no estar afectado por nuestras distorsiones emocionales, puede ayudarnos a ver la realidad más claramente y aprender de nuestras experiencias.”Hazte tú mismo de un maestro” (ÉTICA DE LOS PADRES 1:16) es un invalorable consejo.

“DE VIVIENDO CADA DÍA”, EDITORIAL BNEI SHOLEM

https://www.bneisholem.com.ar/producto/viviendo-cada-dia/

Un juego de platos

Antes de encontrarnos al Rabino Moshé Feller en 1962, éramos considerados judíos activos e incluso comprometidos. La mayoría de nuestros amigos eran judíos, nuestras familias eran judías, nuestros intereses incluían “cosas” judías, y nuestra perspectiva era judía. Leíamos libros judíos, escuchábamos música judía, poseíamos cuadros de Chagall en nuestra casa, y éramos miembros de una sinagoga Conservadora. Gail era la soprano principal en el coro de la sinagoga y yo era uno de los pocos miembros que asistía en las noches del viernes sin tener que ver con qué Bar Mitzvá se festejaba ese fin de semana. Probablemente éramos Sionistas, también. Contribuíamos regularmente con CUJA, etc.

Antes de que nos encontráramos al Rabino Feller, no me recuerdo haciendo algo deliberadamente, o absteniéndome deliberadamente de algo, porque y sólo porque era un Mandato de la Torá. Tales pensamientos nunca entraron en mi mente. Íbamos a la sinagoga, encendíamos las velas, comíamos gefilte fish y vestía un Talit porque era una tradición muy agradable. No hacerlo hubiera sido una declaración de rechazo, desinterés, o apatía. No me interesaba negar o ser desinteresado. No era parte de mi propia imagen. Por otro lado, no guardábamos el cashrut, ni nos abstuvimos de manejar en Shabat, o ninguna de esas cosas. No eran asuntos pertinentes. No jugaban ningún rol en mi sistema de valores. No protestábamos ni transgredíamos conscientemente, como se oye hablar de los socialistas judíos o los libre pensadores. Éramos, simplemente, “buenos judíos” que no deseaban alardear. Claro, sabíamos que algunos judíos evitaban la comida no casher y no manejaban en Shabat. (Había algunos de ellos en nuestra ciudad, entonces.) Y esas eran sus tradiciones y sus opciones. No pensábamos que estaban equivocados, sólo ligeramente atrasados en la evolución social.

Mirando atrás, pienso que nuestras vidas reflejaban la paradoja característica del judío secular moderno: interesado en las cosas judías pero básicamente ignorante; activo en círculos judíos pero limitado en la opción; comprometido con la comunidad, familia, profesión y el “pueblo judío” pero desconociendo la corporación que indica este compromiso. Y más que nada, bastante desprovisto de aprendizaje y experiencia que le permita discriminar entre lo importante y lo trivial, lo real y el fraude. Debe de haber habido miles como yo. Hay todavía.

El Rabino Feller me buscó porque yo era una estrella potencialmente creciente de la comunidad judía. Estaba intentando organizar su primer banquete y quiso que mi nombre -así como el de otros como yo- figurara en el comité de sus patrocinadores.

La historia de nuestra primera reunión se ha contado bastante a menudo (incluso se mencionó en la revista Time). Un extraño joven, barbado, de sombrero negro, recuerda antes del ocaso que no ha dicho sus oraciones de la tarde. Desatendiendo el hecho de que está en mi oficina y que él había pedido la cita, que estaba pidiendo un favor -se pone de pie, camina a la pared, se coloca un cordón negro alrededor de su cintura y procede a balbucear. Nunca olvidaré mi desconcierto y turbación. No sabía lo que él estaba haciendo o por qué. No sabía que los judíos oraban fuera de una sinagoga. No sabía que los judíos oraban por la tarde. No sabía que oraban en días de semana. ¡Y no sabía cómo alguien podía orar sin que le indicaran la página!

Había muchas cosas que no sabía. Pero desarrollé un interés concreto y afecto especial por este hombre que era tan agradable y tan diferente. Tenía reglas completamente diferentes para guiarse -tan esenciales y tan arcaicas. Ante todo, era comprometido y estable. Me agradaba eso.

En poco tiempo nos hicimos amigos -su familia y la nuestra. Discutimos, debatimos, nos visitamos, socializamos. Gail y yo nos impresionamos con la sinceridad y el calor genuino, pero pensábamos en ellos como anacrónicos – remanentes de un pasado, como fuera de tono con las realidades y necesidades del mundo americano moderno. No cambiamos nuestro estilo de vida por ellos. En cambio, seguíamos esperando que ellos cambien el suyo. Después de todo, casi todos los demás que habían tenido barba y sombrero lo hicieron finalmente.

Si intentó influir en nosotros durante esos primeros meses, debe haber sido un esfuerzo muy sutil. No había presión o demanda. Claro, ellos no comían en nuestra casa. Pero no era un signo de que algo estaba equivocado. Empezamos a estudiar juntos, pero nuestro progreso era imperceptible. Yo hacía demasiadas preguntas, demasiados axiomas desafiantes. No era un estudiante dócil.

Podría haber seguido así por mucho tiempo, si no fuera por nuestro viaje a Varsovia.

En el verano de 1963 fui invitado a participar, como miembro de la comisión americana, a una conferencia internacional en la investigación del espacio, en Polonia. En mi investigación había descubierto microorganismos viables en la estratosfera en un momento en el que el campo de exobiología estaba demasiado colmada de especulación y penosamente falta de datos biológicos. Cualquiera haya sido la razón real para la invitación, era una oportunidad. En 1963, visitar Varsovia y Europa Oriental era muy raro. Algunos de mis colegas profesionales no habían estado en Varsovia desde la guerra. Ninguno de mis amigos judíos tampoco.

Gail y yo dejamos a los tres niños con mis padres en Canadá y volamos a Varsovia. Era una visita triste. Por esos años la ciudad no se había recuperado aún de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. La destrucción física era evidente en los montones de cascote que cubrían grandes secciones de la ciudad. La destrucción emocional era peor. El antisemitismo polaco que se había alimentado generosamente durante la ocupación alemana estaba nutriéndose ahora con el odio a los judíos de los nuevos amos: los rusos. Nos dijeron que había unos mil judíos en Varsovia: un grupo de comunistas judíos, algunos de los que nos encontramos en la oficina del periódico yiddish, más de un manojo de hombres viejos que asistía a los servicios en la única sinagoga que permaneció en pie; varios en las artes; y el resto que había vuelto de los campamentos después de la guerra y no quiso dejar sus muertos o sus recuerdos. Habían sobrevivido a la guerra y ahora estaban sobreviviendo a la paz.

Incluso veinte años después, todavía recuerdo el frío cuando atravesamos el área dónde estaba el ghetto judío. Se habían nivelado las paredes y todos los edificios. Los montones de piedra y maderas quemadas estaban allí. Pero uno podría ver las huellas del tranvía. Y era posible, con la ayuda de mapas que habíamos copiado de la literatura del Holocausto, reconocer las líneas callejeras originales, e incluso sus identidades. Podíamos encontrar nuestro camino al Umschlagge Platz, a la Calle de Mila y al antiguo cementerio judío.

Me recuerdo llorando en la tumba de I.L. Peretz, el gran escritor judío. Recuerdo haber llorado a los montones de tierra que cubrían las tumbas colectivas. Recuerdo haber caminado mucho y llorado mucho. Ésta, después de todo, era la herencia judía que conocía. Allí estaba mi casa o mi tumba. Éste era el fin del Socialismo idishista sionista que el Judaísmo europeo conoció. Me había afectado más Varsovia que Iad Vashem, Museo del Holocausto, en Jerusalén, diez años después. Ese es un museo, una lección de historia, una urna, un despliegue aséptico. Varsovia era muerte y aniquilación cultural.

Sobre todo, me pregunté cómo se sentía Gail. Después de todo, yo era producto de una cultura más tradicionalista de Winnipeg. Ella venía de la cultura estéril de los templos Reformistas de California del sur. Peretz, Sholem Asch y Varsovia eran parte de mi educación.

Lo supe el sábado a la tarde. Tuvimos visitas -un judío polaco y sus dos niños- que habíamos encontrado en el cementerio e invitamos para el té. Habíamos oído que había una escuela judía y queríamos saber más. El niño de siete años no sabía nada. El de once, orgullosamente recitó la suma total de su conocimiento judío: las cuatro preguntas de la Hagadá de Pesaj. Bebimos el té. Les di un regalo y mi tarjeta comercial y se fueron. Nosotros dos lloramos. El fin de siglos de la creatividad judía de Varsovia era un muchacho que apenas podía tartamudear “Ma Nishtaná”.

Gail reaccionó. Sentada en su cama donde había estado llorando, como un rayo pronunció las palabras más firmes que le había oído decir en nuestros siete años de matrimonio:

“No sé lo que piensas y en realidad no me importa, pero yo he tomado una determinación. En cuanto volvamos, voy a pedirle a Moishe que haga casher nuestra casa. Somos los únicos que quedamos. No hay nadie más. Si lo perdemos, si no lo hacemos, si nuestros niños no saben sobre ello, no habrá más judíos. Puedes hacer lo que quieras. Pero nuestra casa va a ser casher.” 

Era una proclamación desafiante. Los cuadros, los libros y la música no eran suficiente. Ella pensó transformar la casa orgánicamente, en su mismo ser. Es más, cumplió con su palabra. Cuando llegamos a Minneapolis, a la primer persona que llamó fue al Rabino Feller, y él estaba dispuesto a cumplirla también.

No recuerdo todo los detalles. Pero recuerdo la mirada asustada en su cara cuando miró por primera vez dentro de nuestro refrigerador. Para este dulce hombre joven, recién salido de la Ieshivá, no casher significaba una cicatriz en la pleura de un animal faenado; o una gota de leche en cincuenta gotas de sopa del pollo. La presencia de carne de cerdo real y mariscos debe haber sido shockeante. Pero poco a poco “puso nuestra casa en orden”. Nos presentó a un carnicero casher; nos enseñó a buscar el sello de cashrut en la comida empaquetada; pasó horas hirviendo los cubiertos de plata y utensilios de metal; supervisó el ‘sopleteo’ de nuestro horno; la señora Feller ayudó a Gail a comprar platos nuevos.

Un solo ítem le dio problemas: un carísimo juego de loza inglesa que habíamos recibido como regalo de boda de mis hermanas de Canadá. Era un juego bonito y sin duda, una de nuestras posesiones más preciosas. Gail estaba deseosa de “casherizar” los platos. Deseaba usarlos para Shabat. Estoy seguro de que el proyecto entero habría fracasado si le hubieran dicho entonces que la única manera de casherizar la loza, incluso la loza inglesa, es rompiéndola. Él no tenía corazón para destruir nuestra loza. O quizá fue un buen psicólogo. Cuando descubrió qué comidas se habían servido en ellos, sugirió que los guardáramos. “No los usen hasta que pregunte por esto en Nueva York. Alguien en Nueva York debe tener más experiencia que yo con cosas así.”

Los platos fueron guardados. Cada vez que él volvía de un viaje de Nueva York, Gail preguntaba si había averiguado. Y cada vez se había “olvidado”. Pero lo recordaría la próxima vez. Entretanto, “Guárdenlos en un lugar seguro. No los usen”

Esto siguió durante meses; durante años. La loza estaba guardada pero nunca fue usada. Seguimos esperando el consejo del experto que nunca vino. De algún modo, la vida siguió adelante sin los platos.

Nos acercamos mucho a los Feller durante esos años. Despacio la transformación que empezó en la cocina pasó a otras áreas de nuestra vida. Rabi Feller nos presentó al Rebe de Lubavitch, y empezamos a crecer en la observancia de las mitzvot. Gail dejó de cantar en el coro de la sinagoga; Yo empecé a ponerme -al principio esporádicamente- los Tefilín, después más regularmente. Dejé de manejar en Shabat. Dejamos de comer en McDonalds. Un Shabat, no encendimos la televisión. Compramos un par de tzitzit para nuestro hijo pequeño. Nos cambiamos a una sinagoga con mejitzá que separa a los hombres de las mujeres. Gail empezó a ir a la mikve ( baño ritual). Unos pasos adelante; un poco recayendo; y más pasos adelante. 

Pero la loza inglesa permanecía en el armario. Hasta que un día, vine a casa de la universidad, y se había ido. Sucedió después de una serie de abortos traumáticos y melancólicos. Antes de observar las leyes de pureza familiar, no teníamos ninguna dificultad para tener niños saludables y normales. Pero cuando comenzamos con la mikve empezamos a tener problemas -tres abortos en cuatro años. Gail estaba triste; Yo estaba triste. Nuestros amigos nos confortaron. El Rebe escribió cartas de estímulo a Gail -cartas privadas que todavía no he leído. Pero cuando vine a casa aquel día singular, ella estaba sonriendo otra vez:

“Tomé la loza y se la vendí a Dorothy (nuestra vecina no judía).Tomé el dinero y compré este sheitel (peluca). ¿Qué piensas?”

Todos esto pasó hace aproximadamente 15 años. En 15 años se compra y desecha muchos sheitlaj. Nuestras dos hijas mayores crecieron y se casaron. Viven con sus maridos y sus propios niños en Jerusalén. Nuestro hijo pequeño completó sus estudios rabínicos recientemente en la Ieshivá de Lubavitch en Montreal. Tuvimos dos niños más desde entonces – y son el deleite de nuestra edad madura. Hemos crecido, ambos, personal y “profesionalmente”.

Y tenemos otro juego de loza inglesa del que comemos cada Shabat.

Por el Profesor Velvl Greene

Artifices de la revolución de nuestra generación

…Recuerdo perfectamente el rostro del Rebe cuando descendió del barco a orillas de los estados unidos de Norteamérica. Sus ojos se destacaban, su mirada penetraba hasta el corazón. Creímos que descansaría unos días luego del viaje, pero al llegar nos aclaró la razón de su llegada aquí: “no he venido a descansar, sino a trabajar, y muy duro, para darle renovada vida al judaísmo de américa”… Así describe el Rabino Tzvi Iehuda Foguelman, hoy enviado del rebe en Worcester – Massachusets- acerca de la llegada de Rabí Iosef Itzjak Schneerson, el sexto Rebe de Jabad a Nueva York, el 19 de marzo (9 de Adar II) de 1940.

En ese entonces el Rabino Foguelman, era un joven alumno de la Ieshivá “Torá Vadaat”, y recuerda la sorpresa con que fueron recibidas las palabras del Rebe entre el público, sobre sus intenciones de convertir a América en un lugar de Torá como lo había sido Europa. “el Rebe nos pidió que no nos avergoncemos de caminar por las calles con barba y peot, pero eso se veía peor que circular con sombreros típicos de Turquía. Gracias al Rebe comenzaron a verse judíos con barba en las afueras de Nueva York, y con el pasar de los años esto se popularizó en todos los círculos en donde se estudiaba la Torá”.

Dos días después de su llegada dijo Rabí Iosef Itzjak: “ya hace 48 hs que llegué aquí y todavía no se fundó la Ieshivá Tomjei Tmimin (de lubavitch)”. Y ciertamente el Rebe instituyó la Ieshivá, y luego decenas de ellas se extendieron a lo largo de todo Estados Unidos.- Rabinos y personalidades judías vinieron a convencerlo de que sus planes eran irrealizables.

El Rebe les contestó “¡América no es diferente!”. 

En medio de esta revolución falleció, el 10 de shvat de 5710 (1950). Su alma se elevó a los cielos, y la tarea quedó en manos de su yerno, Rabí Menajem Mendel Schneerson, séptimo Rebe de la dinastía de jabad, conocido simplemente como “el Rebe”. El Rebe realzó y difundió el estudio y el cumplimiento de la torá de una manera increíble, hasta lograr que la luz del judaísmo brille en cada rincón del planeta.

El Rabino Foguelman recuerda la llegada del Rebe a América: “no lo conocíamos de antes; pero inmediatamente reconocimos su grandeza. Había sobre él un halo de santidad. Desde el primer instante el Rebe Rabí Iosef Itzjak le entregó la dirección de todas las instituciones que convertirían a América en un lugar de Torá”.

A pesar de su extremada modestia, el Rebe Anterior lo obligó a “revelar un poco de su grandeza”.

Una vez dijo el Rebe Iosef Itzjak de su yerno: “mi yerno nunca duerme a las 4 de la mañana; ó que recién se levanta o que todavía no se fue a dormir”.

Y se cumplió lo que está escrito: “se ocultó el sol y salió el sol”. El 10 de shvat de 5711 (1951) comenzó a brillar el sol del Rebe, y en su luz se refugian miles de judíos, en todo el mundo.

Luego de 70 años de liderazgo podemos decir: “dichosa la generación del Rebe”. ¡que pronto Di-s nos permita marchar hacia la redención verdadera y completa!

Un par de Tefilín muy especial

En los años 80, Rabí Aharon Ceitlin de Israel visitó Rusia. Un día, en la sinagoga de Moscú, se encontró con un Shojet (matarife ritual) que cuando oyó el nombre de Rabí Ceitlin preguntó: “¿Es pariente del Ceitlin que fue arrestado hace 50 años en Berditchev?”

“Sí” Rabí Ceitlin contestó. “era mi padre Z’L”

El joven, Moshé Tamarin, le contó la siguiente historia: “Hace unas semanas, recibí una llamada de un hombre anciano, Reb Refoel Brook, pidiéndome que enviara un shojet a su ciudad antes de las fiestas. Me dijo que había 15 familias judías en Saratov que comían kasher.

Fui allí. El viaje duró 17 hs en tren. Cuando terminé la shejitá de los pollos, el hombre me mostró un par de tefilín que tenía. Eran muy viejos y estaban en mal estado. Me preguntó si podía llevarlos a Moscú para verificar y ver si eran kasher”

“¿Por qué usa un tefilín tan viejo?” le pregunté. “Puedo conseguirle otros mejores”

Tengo otro tefilín que uso todos los días. Pero estos tefilín son muy especiales. Los llamo “los Tefilín del Mesirut Nefesh (auto sacrificio)…”  Y me relató: “Hace muchos años, junto a otros cinco muchachos estudiábamos en la Ieshivá clandestina de Lubavitch en Berditchev. Las condiciones de la ‘Ieshivá’ eran casi insufribles. De noche, buscábamos un sótano o un vagón de tren abandonado para dormir. Nos alimentábamos mal, pero estábamos dispuestos a sufrir para estudiar Torá.

Una noche decidimos quedarnos en la sinagoga. Era el Iortzait de Rabí Shneur Zalman de Liadi [fundador de Jabad y autor del Tania]. Después de cubrir todas las ventanas para que nadie vea desde afuera, colocamos un mantel blanco en la mesa y empezó el Farbrenguen.

Escuchamos del maestro historias y conceptos profundos de filosofía jasídica. Las melodías que cantamos nos transportaron a un mundo sin miedo.

De repente, se oyó un golpe fuerte en la puerta. ‘¡Abran!’ gritó una voz en ruso. En unos segundos nos escondimos en diferentes lugares.

Cuando los agentes entraron, nos encontraron rápidamente y nos arrestaron. La excusa que habíamos preparado era que éramos todos huérfanos. Después de unos días nos enviaron a un orfanato estatal en las afueras de la ciudad. Nos advirtieron que si continuábamos estudiando Torá y observando Mitzvot nos castigarían. A pesar de las palizas, no comimos comida no kasher.

Entretanto, los jasidim locales hicieron todo lo que pudieron para liberarnos. Usábamos el paseo diario que se nos permitía, para orar en la tumba del Rabí Levi Itzjak de Berditchev. Una vez, un hombre pasó y tiró un papel. La nota informaba que había un par de tefilín oculto en un cierto árbol del bosque. También recibimos Sidurim y otros textos.

Desde entonces salíamos en parejas al paseo. Pasábamos por el árbol y, con gran mesirut nefesh, nos colocábamos Tefilín.

Un mes después encontramos una nota. Nos teníamos que preparar para escapar en cierta fecha. Según el plan, escapamos al bosque donde alguien nos estaba esperando con boletos de tren a Kiev. En Kiev, nos separamos a diferentes Ieshivot Tomjei Tmimim.

“Estos son los tefilín que nos pusimos en el bosque…”

Moshe Tamarin recordaba que uno de los nombres que Reb Refoel había mencionado era Iehoshua Heshel Ceitlin.

El Rabino Ceitlin se emocionó. Su padre le había contado la historia del Tefilín. Su padre recordaba los nombres de los otros cinco muchachos pero sólo conocía el paradero de cuatro de ellos. Lamentaba no saber lo que había pasado con Reb Refoel. El misterio del paradero del sexto muchacho estaba resuelto ahora – gracias a un especial par de tefilín.

El Rabino Ceitlin no podía compartir las noticias con su padre, pues había fallecido dos años antes. Pero decidió que contactaría a Reb Refoel.

Después de mucho esfuerzo, Rabí Ceitlin pudo localizarlo por teléfono. La emoción de ambos era inmensa. El Rabino Ceitlin instó a Reb Refoel a abandonar Rusia. Pasaría sus últimos años en un ambiente de Torá y con sus “viejos amigos.”

“¿Quién cuidará de las 15 familias judías de aquí si me voy?” Reb Refoel le preguntó a Rabí Ceitlin.

Cuando Rabí Ceitlin avisó a los amigos de su padre que había encontrado a Reb Refoel se entusiasmaron y organizaron su visita. Desgraciadamente, como el propio Reb Refoel había sospechado, la emoción era demasiado grande y falleció días antes de que se realizara la reunión.

(Adaptado del Sijat Hashavua)

Todo tiene sentido

Usted vive en el mismo vecindario que su mejor amigo. Pero lo separan de él cinco largas cuadras, que usted no cruza más que tres veces al año. Entonces por qué, cuando finalmente lo encontró en una boda, o en un evento especial, al día siguiente nuevamente lo encuentra en la calle? Quiero significar, que si en total va a reunirse con él sólo tres veces en el año, ¿los encuentros no podían haber sido un poco más espaciados?

Hace aproximadamente un año atrás, la Dirección de las Ieshivot de Lubavitch, me encomendó llevar a cabo el proyecto del Sefer Torá del Klal Israel. Había renacido un enorme entusiasmo con respecto a ello y ahora trataría de darle al asunto una nueva infusión de vida. Una de las cosas que hice fue llamar al teléfono que figuraba en la guía de dicho proyecto. Me contestó un disco que decía que el teléfono estaba desconectado y había que comunicarse a la central de Jabad. Llamé entonces a la compañía telefónica para solicitarles que cambien el disco. La operadora que me atendió estaba muy emocionada  “¿Sabe usted señor, que ese teléfono fue desconectado hace exactamente dos años a la fecha de hoy?”. ¡Ahí lo tienen, sucedió otra vez!

Cierto día estaba en el negocio de mi amigo, cuando él estaba revisando un Sefer Torá. Estaba demorado en el versículo que cuenta sobre Aharón y Miriam, cuando hablaban sobre Moshé y su esposa que era una mujer de color. Nos detuvimos allí y conversamos sobre el tema. A los pocos minutos ingresó una mujer de color queriendo comprar una Mezuzá. Mi amigo trató de explicarle que no podía venderle un artículo de ese tipo a alguien que no podría apreciar su santidad. Ella se enojó y nos gritó. “Yo quiero comprar una Mezuzá porque mi esposo es judío. Ustedes no quieren venderme la Mezuzá porque yo soy negra… ¡¿Acaso no saben que Moisés estaba casado con una mujer de color?!” Unos minutos antes estábamos hablando del tema y ahora esta mujer lo estaba recordando.

¿No se siente divertido y a la vez extraño cuando suceden estas cosas? A todos nos pasa; y si no, puede traer ese tema de conversación en una reunión de amigos y verá. ¿Qué quiere decir esto? Decidí consultar a unos cuantos pensadores judíos sobre el tema. Permítanme contarles:

Hashgajá Pratit significa que todo lo que sucede, sucede porque Di-s se encuentra en todo. A veces, por un instante tenemos el mérito de que Hashem (Di-s) nos muestre abierta y directamente lo enterado que está de nuestros actos y pensamientos. El nos acompaña y está con nosotros, escucha nuestras palabras, toma parte en nuestras actividades y conoce nuestros pensamientos. La coincidencia con mi llamado a la Compañía de Teléfonos significa que Hashem me dice: “¿Ves? ¡Yo estoy aquí también! ¡Haz un buen trabajo!”.

Otra explicación sería de acuerdo a la opinión del Rambam, que toda persona a través de una simple acción, palabra o pensamiento puede hacer inclinar la balanza hacia el lado bueno y traer así grandes cosas al mundo. Es difícil para un ser humano comprender esto. Por eso Di-s, por medio de la Hashgajá Pratit (Supervisión Divina) nos muestra muy seguido la importancia de cada una de nuestras actitudes. ¿Pensaste en alguien ayer?

Bueno, hoy lo encontraste. Esta es la manera en que Él nos demuestra que no existen acciones separadas. Todo tiene un sentido. Muchas veces ocurre que hablamos de alguien y al instante dicha persona viene allí. Los judíos tenemos una expresión muy común cuando eso sucede: “Hubiera hablado del Mashíaj”. ¿Saben una cosa? ¡Tienen razón! Vivimos esa experiencia para demostrarnos que realmente cada uno puede traer al Mashíaj.

La cara oculta de la luna

El siguiente ensayo está basado en dos comentarios del Rebe en un Encuentro Jasídico (farbrenguen) luego de que la misión Apolo 8 de la NASA marcara un hito en la historia aeroespacial (Dic. de 1968). 

Toda las mitzvot se dieron en Sinaí… sus generalidades y sus detallados pormenores. — Rashi a Levítico 25:1

Ayer tuvo lugar un suceso que no conoce precedentes en la historia humana: una nave espacial tripulada por seres humanos se acercó a la luna, la orbitó varias veces, fotografió tanto su “cara iluminada” como su “cara oscura”, y regresó sana y salva a la Tierra al sitio y tiempo exactos que fue programado.

El Baal Shem Tov enseñó que “de todo lo que la persona ve u oye debe derivar una lección en el servicio a su Creador”.

De hecho, este suceso, y cada uno de sus aspectos y detalles, están colmados de instructivas reflexiones en cuanto a nuestra misión en la vida.

Unas veinticuatro horas antes de la conclusión de la misión espacial, tuvo lugar otro suceso: se presentó una pregunta en una sesión del “Encuentro”, una pregunta que dicha misión espacial puede ayudar a esclarecer.

Un participante en el “Encuentro” desafió a uno de los oradores:

“Según sé, bajo la ley de la Torá, si una persona come alimento no-kasher, la pena es de treinta y nueve azotes. Pienso que lo que la persona come es su problema personal. Las leyes deberían prohibir y penalizar aquellas acciones que resultan nocivas a otros y a la sociedad, pero deberían mantenerse fuera de la vida privada del hombre”.

El Rabino que conducía la sesión se vio bastante aturdido por la pregunta. ¿Cómo explicar a una sala llena de gente joven, criada en la América democrática y libre, el hecho de que para un acto tan “inofensivo” y “personal” como dar un mordisco a cierta comida, la Torá instruye que la persona sea atada y se apliquen con un látigo 39 azotes a su torso descubierto?.

Tras toser y mascullar, ofreció la habitual respuesta de disculpa: a fin de que una trasgresión sea castigable con azotes debe cometerse en presencia dedos testigos; estos dos testigos deben primero advertir al infractor de la criminalidad de su acto y de la pena que conlleva; el infractor debe cometer el acto en el lapso de pocos segundos de la citada advertencia; así, debido a éstas y un sinfín de otras estipulaciones, esta pena era rara vez aplicada realmente, si es que alguna.

Por lo tanto, podría decirse que el castigo de azotes ordenado por la Torá es más un indicador de la severidad de la trasgresión que un procedimiento penal operativo.

Todo esto es muy cierto, pero no responde realmente la pregunta.

Aun si la pena de azotes se aplicara siquiera una vez en cien años, ¿el acto cometido merece semejante castigo? ¿Y por qué legisla la Torá tamaña brutal intrusión a la vida privada del individuo? Pero nuestros Sabios nos dicen que: La persona tiene el deber de decir: “El mundo entero fue creado para mí”. En palabras de Maimónides: “La persona siempre debe verse a sí misma medio meritoria y medio culpable, y al mundo entero medio meritorio y medio culpable — de modo que cuando comete una trasgresión, inclina la balanza para sí, y para el mundo entero, hacia el lado de la culpabilidad, y provoca su destrucción, y cuando realiza una única mitzvá, inclina la balanza para sí, y para el mundo entero, hacia el lado del mérito”.

Ingerir un alimento espiritualmente tóxico no es un acto inofensivo, ni es personal: toda la creación se ve hondamente afectada por cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones, para mejor o, Di-s libre, para peor. ¿Qué crimen mayor puede haber que el que una persona ponga deliberadamente en peligro su propio bienestar, y el de su familia, comunidad y el mundo entero, porque su paladar prefiere una lonja de carne no-kasher a una kasher? Esto es lo que está escrito en los libros. La naturaleza del hombre, sin embargo, es que entiende y acepta más fácilmente las cosas cuando ve un ejemplo tangible de ellas.

Por Providencia Divina, tenemos un ejemplo tal en la misión espacial que concluyó ayer. A tres hombres adultos se les dijo que dejaran de lado toda preferencia personal y acataran un conjunto de instrucciones que dictaban cada una de sus conductas, incluyendo sus hábitos más íntimos. Se les dijo exactamente qué, cuánto y cuándo comer, cuándo y en qué posición dormir, y qué zapatos vestir. Si alguno de ellos hubiera desafiado este régimen “dictatorial”, se le habría recordado que mil millones de dólares fueron invertidos en su tarea.

Ahora bien, mil millones de dólares generan mucho respeto. No importa que no sean sus millones; con todo, cuando a una persona se le dice que mil millones de dólares están en juego, ésta se ajustará a todas las directivas e instrucciones.

Por supuesto, no tiene idea de cómo la mayoría de estas instrucciones se relacionan con el éxito de su misión.

Ello ha sido determinado por científicos canosos luego de muchos años de investigación. Pero creerá en sus palabras, y con gusto aceptará la colosal intromisión en sus asuntos privados.

¿Y qué si en juego no está un proyecto científico de unos miles de millones de dólares, sino el propósito Divino de la Creación?

Basado en una Sijá del 10 de tevet 5729.