¿Cómo ser un padre?

Debemos saber lo que dice el primer diálogo entre un padre y su hijo que aparece en la Torá:
Y entonces, Itzjak le dijo a su padre: “¿Padre mío?”.
Y Abraham dijo: “Heme aquí, hijo mío”.
Abraham le responde a su hijo con las mismas palabras que uso para responderle a Di‐s:
…Di‐s puso a prueba a Abraham, y Él le dijo: “¡Abraham!”, y Abraham respondió: “Aquí estoy”.
Di‐s le pide a Abraham que haga algo que va en contra de cada una de las células de su cuerpo y de su alma: que endurezca su corazón, que apague la mente, que tome a su hijo y “lo eleves como sacrificio en una de las montañas que te mostraré”.
Los hombres conocen la modalidad. Tengo que hacer lo que tengo que hacer. Lo hacemos cuando vamos a la guerra y cuando vamos al trabajo y cuando disciplinamos a un hijo.

Adentro una voz grita: ¿Cómo soy capaz de hacer algo así?
Le decimos a esa voz que se calle para que podamos terminar con el trabajo.
Las horas pico en el tránsito, que te hacen estallar los nervios.
Las 7:30 de la mañana, y no quieres ir al trabajo, pero tienes que ir. Tú eres un hombre de familia con prioridades familiares.
Pero para alimentar a la familia, uno tiene que hacer sacrificios.
El papá que hay dentro de ti se apaga.
“¿Papá?”. “En este momento estoy ocupado”.
“¿Papá?” “Perdón hijo, estoy ocupado. Habla con mamá”.

Eso es lo que este mundo es capaz de hacerle a un hombre: mientras provee a su familia, la sacrifica en su propio altar.
Y aquí está Abraham, en medio de su prueba más grande. Solamente puede centrarse en una sola cosa: hacer
lo que se le mandó.
Trata de escuchar la voz de Di‐s y mientras, lo llama Itzjak, que no está seguro de que su padre está con él.
“¿Papá?”. “Aquí estoy hijo mío. Todo mi ser, para todo el tuyo ¿Qué pasa?”.
Tal vez, esa haya sido toda la prueba y con eso Abraham demostró que era digno de ser el Padre de la Nación que traería al mundo la compasión de Di‐s.
Con esas palabras, Abraham le pasó la antorcha a la siguiente generación, porque cuando Itzjak vio que su padre estaba junto a él de la misma manera que estuvo junto a Di‐s cuando le habló, estuvo dispuesto a estar junto a su padre y al Di‐s de su padre.
Esas palabras son lo único que tienes que saber para ser un verdadero papá judío. El resto ya va a venir solo.
“Aquí estoy hijo mío. Todo para ti”.

La raíz del Mesirut Nefesh

El fundador del movimiento Jasídico Jabad, Rabí Shneur Zalman de Liadi, relató una vez:
En Mezeritch era sumamente difícil ser aceptado como discípulo de nuestro maestro, Rabi DovBer (sucesor de Rabí Israel Baal Shem Tov, conocido también como el Maguid‐predicador‐ de Mezritch).
Había un grupo de Jasidim que, no habiendo aplicado para estudiar directamente de nuestro maestro, insistían en servir a sus alumnos: traerles agua para lavar sus manos al despertarse, barrer el suelo del vestíbulo del estudio, encender las estufas durante los meses invernales, etc.
Eran conocidos como “los fogoneros de las estufas”. Una noche de invierno, cuando me acostaba en un banco en el vestíbulo del estudio, oí por casualidad una conversación entre tres de los “fogoneros”.
Uno preguntó: “¿Qué hay de especial en la prueba del Akeidá? “¿Si Di‐s se me hubiera revelado a mí y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, no hubiese obedecido?”
Contestando su propia pregunta, él dijo: “Si Di‐s me dijera que sacrificara a mi único hijo, me demoraría algún tiempo, para tenerlo conmigo durante unos días más. La grandeza de Abraham consistió en que él se levantó temprano por la mañana para cumplir con la orden Divina de inmediato”

El segundo dijo: “Si Di‐s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tampoco dejaría pasar ni un momento para llevar a cabo Su orden. Pero lo haría con el corazón abatido.
La grandeza de Abraham fue que él fue a la Akeidá con el corazón lleno de alegría por la oportunidad de cumplir la Voluntad de Di‐s”

El tercero agregó: “Yo, también llevaría a cabo el mandato de Di‐s con alegría. Pero pienso que la singularidad de Abraham reside en su reacción al saber que se trataba de una prueba.

Cuando Di‐s le ordenó: “no toques al niño, y no le hagas nada” Abraham estaba alborozado ‐no porque su único hijo no moriría, sino porque estaba dándosele la oportunidad de llevar a cabo otra orden de Di‐s”.
Rabí Shneur Zalman concluyó: “¿Piensan que se trataba de una mera charla?
Cada uno de ellos estaba describiendo el grado de auto‐sacrificio (mesirut nefesh) que había alcanzado en su servicio al Omnipotente”.

Crimenes de Lesa Humanidad

Las ciudades de Sdom, Amorá, Admá y Tzevaim pecaron a tal extremo que el Todopoderoso las destruyó a todas (una quinta ciudad, más pequeña, Tzohar, se salvó por poco).

Leemos:
Hashem hizo llover sobre Sdom y Amorá azufre y fuego del cielo…. Y requisó estas ciudades y toda la llanura, y a todos los habitantes de las ciudades, y la vegetación de la tierra. Según Rashi, “estas ciudades y toda la llanura” se refiere a las 4 ciudades. ¿Por qué sólo se
quemaron dos ciudades?

El Rebe sugiere que debe haber una diferencia que ya conocemos, razón por la cual Rashi no siente la necesidad de hacer comentarios.
En el momento en que Di‐s decidió el destino de esos lugares pecaminosos, el versículo dice:
Hashem dijo: “El clamor de Sdom y Amorá se ha hecho grande, y su pecado se ha vuelto muy grave”.
¿Qué los destacó? Las 4 ciudades fueron destruidas, porque todas habían pecado tan atrozmente que no había esperanza de arrepentimiento.
Algunos sugieren que Sdom y Amorá eran las ciudades principales y, por lo tanto, tenían la mayor culpa.

Pero, según este razonamiento, Sdom era la ciudad principal, ¿por qué mencionar también a Amorá?
Después de todo, cuando Abraham le suplicó a Di‐s que perdonara a las ciudades condenadas, argumentó que debía haber algunas personas
justas en Sdom (para evitar su destrucción), aunque estaba argumentando en defensa de todas las ciudades.

Los reyes de Sdom y Amorá son retratados como culpables de pecados contra el Cielo, así como de males contra las personas.
Los reyes de Adma y Tzevaim son presenta‐ dos como que sólo odiaban o se rebelaban contra Di‐s, pero no eran crueles con los humanos.

Esta es la clave para comprender los diferentes destinos. Los habitantes de Sdom y Amorá eran culpables de volverse contra el Todopode‐
roso y también de crímenes contra sus semejantes.
Sabemos de los comentarios anteriores de Rashi que el castigo por la crueldad humana es mucho más severo que el impuesto por la rebelión contra Di‐s.
Rashi destaca cómo el pueblo que creó la Torre de Babel para desafiar a Di‐s se dispersó, mientras que en tiempos de Noaj todo fue des‐
truido: Los primeros no extendieron sus manos contra Di‐s, y los segundos sí, para hacer la guerra contra Él.
Los primeros se ahogaron, y los segundos no desaparecieron del mundo. La Generación del Di‐s luvio robaba y peleaba y, por lo tanto, fue destruida.

Cuando las personas se comportan con crueldad entre sí, se socava el núcleo mismo de la civilización.
Está en conflicto con todo el propósito de la creación de Di‐s.
Por eso Sdom y Amorá recibieron 2 castigos: ser quemados hasta los cimientos y ser derribados, reflejando los males de los que
eran culpables.
Su conducta dañina para la civilización llevó a la destrucción de la tierra por medio del fuego.
La tierra misma fue destruida, lo que significó una desaprobación radical de las relaciones interpersonales de la gente.
Las 4 ciudades cometieron pecados insoportables y fueron derribadas, sólo Sdom y
Amorá fueron quemadas, lo que hizo que fueran imposibles de reconstruir.
Ése es el destino de los lugares en los que la gente se trata con insensibilidad y venganza.
Sdom se convirtió en sinónimo de maldad, no por la forma en que su pueblo se comportaba hacia Di‐s, sino por el trato que daban a
otras personas.
La lección es clara: ningún pecado es bueno, pero los pecados contra el prójimo son los peores.
El Todopoderoso será mucho más amable con aquellos que Le faltan el respeto, siempre y cuando respeten a sus semejantes.

Basado en Likutei Sijot, vol. 35, Vaierá II.

No seas justo

“Los hombres de Sodoma estaban corrompidos por la riqueza que Di-s había despilfarrado en ellos…”

El libro del Génesis (en los capítulos 13-14 y 18-19) nos cuenta sobre la perversa ciudad de Sodoma.

Primero leímos cómo Lot, sobrino de Abraham, se estableció en Sodoma a pesar del hecho de que sus habitantes eran “perversos y pecadores a Di-s”; Sodoma es arrasada por los ejércitos de Jerdolaomer, y Abraham viene al rescate de su sobrino prisionero; luego encontramos a Abraham que le suplica a Di-s que se apiade de la ciudad pecadora en mérito de los habitantes virtuosos que pudieran encontrarse, pero resulta que ni siquiera se pudo encontrar diez de esas personas; dos ángeles, enmascarados como los hombres, visitaron la ciudad, pero sólo Lot les ofrecerá hospitalidad; Él los salva de las hordas de Sodoma, y ellos, a su vez, lo rescatan a él y a sus dos hijas antes de destruir la ciudad.

¿Cuáles fueron los pecados de Sodoma? En nuestro idioma, el nombre de la ciudad es sinónimo de perversión sexual. Esto se deriva de lo que cuenta la Torá de cómo las hordas sodomitas que merodeaban la casa de Lot, le exigían que les entregue sus dos invitados “para que nosotros podamos violarlos”. Pero las fuentes judías tradicionales–el Talmud, los Midrashim y los Comentarios–tienen una visión diferente de la historia de Sodoma. Allí, el énfasis no está en sus pecados sexuales, sino en su falta de hospitalidad y en su agresión a cualquiera que se atreviera a compartir la riqueza de la ciudad con cualquier extraño.

En las palabras del Talmud: “Los hombres de Sodoma sólo estaban corrompidos a causa de la riqueza que Di-s había despilfarrado en ellos… Dijeron: “Si en nuestra tierra crece el pan, y tiene el polvo de oro, por qué debemos recibir forasteros que sólo vienen a llevarse nuestra riqueza? ¡Vamos!, hay que abolir la práctica de alojar a los viajeros en nuestra tierra…”

Inclusive hallaron una manera de ser caritativos asegurándose de que ningún extraño se beneficiara de su caridad: “Si algún pobre pasara por aquí, cada habitante le daría un dinar en el cual escribiría su nombre, pero no se le vendería nada de pan. Cuando él muriese, cada uno vendrá y tomará de vuelta su dinar”. Llegaron al extremo de decretar: “Cualquiera que dé un pedazo de pan a un pobre o a un extraño se lo quemará en la estaca”.

La historia de Sodoma aparece en la Torá en contraposición a la vida de Abraham. De hecho, Sodoma es la antítesis de Abraham que está retratado en la Torá como la personificación misma de jesed (benevolencia). Abraham da de él, materialmente (proporcionando comida y alojamiento a los forasteros) y espiritualmente (compartiendo las verdades que descubrió, rezando Sodoma); la intención del Sodomita es guardar para él lo que es suyo.

Lo que es notable sobre la gente de Sodoma es que no son ladrones (como era la generación del Diluvio). Incluso cuando niegan a un extraño sus posesiones, tienen el cuidado de hacerlo de una forma “legal”. De hecho, la base de su filosofía parece bastante benigna. En las palabras de la Ética de los Padres:

Uno que dice, “lo que es mío es mío y lo que es tuyo es tuyo”–éste es el rasgo de Sodoma.

¿Qué puede ser más justo? La gente de Sodoma tomaron esto al pie de la letra. Pero, cada persona que declara “lo que es mío, es mío y lo que es tuyo es tuyo”, todo lo que está diciendo es: “yo no tocaré lo que es tuyo, pero no esperes que te dé nada.”

Para el judío, tal justicia es la esencia misma del mal.

Yanki Tauber

El contraste entre Itzjak e Ishmael

Leemos en Génesis (17:7-27), cómo Di-s se presenta ante Abraham y le da instrucciones para circuncidarse él mismo y todos los hombres. Di-s luego ordena que cada varón nacido sea circuncidado en el octavo día de vida, como señal del “pacto eterno” entre Di-s y Abraham.

Luego Di-s le informa a Abraham que en un año, él y Sara tendrían un hijo, Itzjak. Abraham estaba llegando a los cien años en ese momento, y Sara a los noventa. Ambos habían estado casado por 75 años sin tener hijos, y Sara estaba físicamente incapacitada para tenerlos. Abraham ya tenía un hijo, Ishmael, que había nacido trece años atrás, luego de que Sara haya discutido con él para que se casara con su sirvienta Hagar, y que pudiera ser padre de un niño a través de ella.

La reacción de Abraham a la promesa Divina fue: “Si solo Ishmael viviera ante Ti”. Parecería que Abraham estaba diciendo que estaría perfectamente contento de ver a Ishmael como su heredero, aquel quien continuará su trabajo de vida y perpetuado su relación especial con Di-s.

Di-s rechaza la propuesta de Abraham. Le asegura que Ishmael se convertirá en un gran pueblo, “pero mi pacto lo debo establecer con Itzjak”. Sólo Itzjak, el hijo que tendrás con Sara, puede ser tu verdadero heredero”.

Esto es más que una elección técnica. La insistencia de Di-s para que Itzjak sea el progenitor de Su pueblo elegido nos muestra algo fundamental en la naturaleza de nuestra relación con El.

Ishmael e Itzjak diferían en dos aspectos significativos:

Ishamel vino al mundo en forma natural, mientras que el nacimiento de Itzjak fue algo sobrenatural.

Ishmael fue circuncidado a los trece años, el año del “daat” (conciencia), mientras que Itzjak lo hizo a los ocho días de vida, una edad en la que la persona no tiene conciencia de lo que está ocurriendo.

En otras palabras, Ishmael representa una relación racional con Di-s, basada en el entendimiento humano. Itzjak representa un enlace sobrenatural.

Abraham discernió varias cualidades positivas en Ishamel, y estaba preparado en verlo como su heredero. Sin embargo, Di-s insistió que su pacto con Abraham sería perpetuo específicamente a través de Itzjak y sus descendientes, un pueblo cuyo compromiso con Di-s trascendería lo natural y racional.

Basado en las enseñanzas del Rebe de Lubavitch

Las tres señales del pueblo judío

“Pues ordena a sus hijos y a su casa que le sigue, que cuiden el camino de Hashem, de hacer Tzedaká (caridad) y justicia”. (Bereshit 18:19)

Abraham el Patriarca, se destacó notoriamente con la cualidad de la benevolencia. Esta cualidad no se limitó solo a su persona, sino que a través suyo se transmitió como herencia a su descendencia. Así lo dice el texto en nuestra Parshá: “Puesto que lo reconocí con un amor especial pues ordena a sus hijos y a su casa que le sigue, que cuiden el camino de Hashem de hacer Tzedaká y justicia”(1).

Vemos que Abraham dio en herencia a sus descendientes la cualidad de la benevolencia.

La benevolencia es una de las tres señales identificatorias del pueblo judío. La Guemará(2) dice: “Esta nación posee tres señales – son compasivos, recatados y benevolentes… y todo aquel que posee estas tres características es apto de ser parte de esta nación”.

SEÑALES ¿DE QUE?

El término ‘señal’ significa que las cualidades en cuestión sirven como señal de otra cosa, es decir del carácter principal y esencial del pueblo de Israel. ¿Cuál es esa característica de la cual estas son sus señales?. Es la cualidad de la anulación personal. El judío, en su esencia, siente anulación frente al Altísimo, tal cual dijo Abraham el Patriarca: “Yo soy polvo y ceniza”(3).

A partir de esta anulación surgen las características indicativas –señales- de la misma: el judío es vergonzoso, compasivo y benevolente. Esta es la secuencia(4) del funcionamiento del judío: el pudor – es una naturaleza del alma, la compasión – es un sentimiento del corazón, y la benevolencia – es la acción concreta de practicar la bondad. El pudor es la expresión abierta de la anulación interior, por eso es la primer señal. Es la que causa que el judío sea compasivo, y esta compasión, a su vez, le mueve a actuar con bondad.

LA BONDAD HUMANA

En este punto radica la singularidad del pueblo judío. Los humanos como humanos practicamos la bondad, pero esta no proviene necesariamente de la anulación personal, sino lo contrario, como consecuencia del ego.

El orgullo incluso puede a veces despertar sentimientos de compasión. Siendo que uno se concibe como importante ve al prójimo como alguien inferior que despierta compasión. Incluso uno puede disfrutar, a título personal, el sentir grandeza como consecuencia de su compasión y bondad con el sufriente.

COMPASIÓN Y PUDOR 

La bondad que se espera del judío, en su carácter de nación santa, es la que surge del sentimiento de autoanulación, como se dijo antes. Esta anulación personal es consecuencia de la conciencia de la presencia Divina, y la subordinación total al Altísimo. Cuando se deja de estar concentrado en sí mismo – por la subordinación de Hashem – entonces se  siente al otro y se compadece de él, haciéndolo con humildad total.

Generalmente esta es la secuencia. A partir del pudor se llega a la compasión y de la compasión a la conducta benevolente.

Pero también está el caso opuesto(5), cuando la compasión específicamente es la que permite que el judío logre el pudor.

El judío es consciente que el hecho mismo de que su compañero sea el pobre y él el rico es para privilegiarlo con la mitzvá de la caridad Tzedaká -. Si no fuera así, ¿por qué el Altísimo, quien alimenta y sostiene a todo, causó una situación donde él sea el rico y su semejante el pobre?

Es sólo debido a que Hashem quiso que la manutención de su compañero llegue específicamente a través suyo, por medio de la Tzedaká y la benevolencia que practicará  con él.

Pero esta conciencia genera gran vergüenza, puesto que ¡para que él sea meritorio de practicar caridad, su compañero debe sufrir pobreza y privación!. Resulta entonces que justamente como consecuencia de su compasión por su compañero pobre, se despierte en él una gran vergüenza interior y una profunda autoanulación.

(Likutei Sijot Tomo 30 Pág.61)

Notas: 1.Nuestra Parasha 18,19 2.Iebamot 79,a 3.Nuestra Parshá 18,27 4.En el orden que el Rambam cita estas tres cualidades (leyes de relaciones prohibidas Cáp.19 ley 17). 5.En el orden citado en el Talmud (de la nota 2)

El sacrificio de Itzjak, todo por nada

¿Si Di-s se me hubiera revelado y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, lo obedecería?

El fundador del movimiento Jasídico Jabad, Rabi Schneur Zalman de Liadi, relató una vez:

En Mezeritch, era sumamente difícil ser aceptado como un discípulo de nuestro maestro, Rabi DovBer. Había un grupo de Jasidim que, no habiendo merecido aprender directamente de nuestro maestro, querían servir a sus alumnos: traerles agua para lavar sus manos al despertarse, barrer el suelo del vestíbulo del estudio, encender las estufas durante los meses invernales, etc. Eran conocidos como “los fogoneros de las estufas.”

Una noche invernal, cuando me acostaba en un banco en el vestíbulo del estudio, oí por casualidad una conversación entre tres de los “fogoneros”. “¿Qué hay de especial en la prueba del Akeida?, uno preguntó. “¿Si Di-s se me hubiera revelado a mí y me habría ordenado que sacrificara a mi único hijo, no obedecería?”

Contestando su propia pregunta, él dijo: “Si Di-s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tardaría algún tiempo, para tenerlo conmigo durante unos días más. La grandeza de Abraham consistió en que él se levantó temprano por la mañana para cumplir la orden Divina inmediatamente.” 

El segundo dijo: “Si Di-s me dijera que sacrificara a mi único hijo, yo tampoco dejaría pasar ni un momento para llevar a cabo Su orden. Pero lo haría con un corazón pesado. La grandeza de Abraham fue que él fue a la Akeida con el corazón lleno de alegría por la oportunidad de cumplir la Voluntad de Di-s.” 

El tercero agregó: “Yo, también llevaría a cabo el mandato de Di-s con alegría. Pero pienso que la singularidad de Abraham reside en su reacción al saber que se trataba de una prueba. Cuando Di-s le ordenó, “no toques al niño, y no le hagas nada” Abraham estaba alborozado –no porque su único hijo no moriría, sino porque estaba dándosele la oportunidad de llevar a cabo otra orden de Di-s 

Rabi Schneur Zalman concluyó: “¿Piensan que esto se trataba de una mera charla?.Cada uno de ellos estaba describiendo el grado de autosacrificio que había logrado en su servicio al Omnipotente.” 

Esta pregunta ( que es la que la separa la Akeida de los otros innumerables casos de martirio humano y autosacrificio) es tratada por casi todos los comentarios y expositores de la Torá.

Pues la “Akedat Itzjak” ha venido a representar el punto máximo en la devoción del judío a Di-s. Todas las mañanas, comenzamos nuestras oraciones leyendo la historia de la Torá de la Akeida y decimos: “¡Amo del Universo! Así como Abraham nuestro padre suprimió su compasión por su único hijo para hacer Tu mandato con un corazón pleno, de la misma forma que pueda Tu compasión suprimir Tu ira contra nosotros, y pueda Tu misericordia prevalecer encima de Tus atributos de justicia estricta.”

Y en Rosh Hashaná, cuando el mundo tiembla en el juicio ante Di-s, evocamos la Akedat Itzjak haciendo sonar el cuerno de un carnero (recordativo del carnero que reemplazó a Itzjak como ofrenda) como para decir: Si no tenemos otro mérito, recuerda cómo el primer judío incluyó a las generaciones subsiguientes de judíos en un convenio de autosacrificio a Ti.

Obviamente, la prueba suprema de fe de una persona es sacrificar su propia existencia por su causa. ¿Pero por qué es tan único el sacrificio de Abraham? ¿Millones de judíos no han dado sus vidas en lugar de renunciar a su Pacto con el Omnipotente?

Se podría explicar que la buena disposición para sacrificar a su hijo es una demostración mucho mayor de fe que entregar la propia vida. Pero en esto, también, Abraham no fue único. A través de las generaciones, los judíos han animado a sus hijos a marchar a la muerte en lugar de violar su fe. Típica es la historia de “Jana y sus siete hijos” quién, viendo a sus siete niños torturados hasta la muerte en lugar de inclinarse ante un ídolo griego, proclamó: “¡Hijos míos! Vayan a Abraham su padre y díganle: Tu sólo ofreciste un hijo en el altar, y yo he entregado siete…” 

Además, mientras que Abraham estuvo preparado para sacrificar a su hijo, en las miles de Akeidot a lo largo de la historia, los judíos dejaron sus vidas y las vidas de familias enteras. Y, a diferencia de Abraham, Di-s no les había hablado directamente y había pedido su sacrificio; sus hechos estaban basados en sus propias convicciones y en la fuerza de su compromiso a un invisible, y a menudo, huidizo Di-s. Y muchos dieron sus vidas en lugar de violar un principio relativamente menor de su fe, incluso en casos en que la Torá no le exige al judío que lo haga.

No obstante, cuando el Abravanel (vivió fines de siglo XV)escribe en su comentario al Génesis, que la Akedat Itzjak “está por siempre en nuestros labios, en nuestras oraciones… Pues en ella reside la fuerza de Israel y su mérito queda ante su Padre Celestial…” ¿Por qué? ¿Qué hay sobre los miles que hicieron el máximo sacrificio reiterando nuestra lealtad a Di-s?

La misma pregunta puede hacerse con respecto al propio Abraham. La Akeida fue la décima y última “prueba” en la vida de Abraham. En su primera prueba de fe, Abraham fue lanzado a un horno ardiente por su negativa de reconocer al ídolo de su nativo Ur Casdim, el emperador Nimrod, y continuó con su compromiso de enseñar la verdad al mundo, de un Di-s no- corpóreo y omnipotente. Todo esto antes de que Di-s se le revelara y lo escogiera a él y a sus descendientes para servir como una “una luz hacia las naciones” y ser los proveedores de Su palabra a la humanidad.

Este temprano acto de autosacrificio parece, en un cierto aspecto, ser aún mayor que el último. Un hombre solo viene a reconocer la verdad y se consagra a su diseminación- a la magnitud que incluso sacrificará su propia vida con este fin. Todos esto sin una orden o señal de Arriba.

Y sin embargo, Akedat Itzjak es considerada la prueba más importante de la fe de Abraham. 

El Talmud pregunta: ¿Por qué Di-s, al ordenarle a Abraham la Akeida, le dice: “Por favor, toma a tu hijo”? La Respuesta del Talmud: “Di-s Le dijo a Abraham: ” Yo te He examinado con muchas pruebas y has sobrellevado todas. Ahora, te pido, por favor, resiste esta prueba para Mí, para que ellos no digan que las anteriores no poseían sustancia ”” (Talmud, Sanhedrin 89b).

De nuevo nos preguntamos: Concediendo que la Akeida fue la prueba más exigente de todas, ¿por qué las otras carecen “de sustancia” sin ella?

Los Maestros Jasídicos explican la importancia de la Akeida con una metáfora:

Había una vez un desierto indomado. Ningún sendero penetraba su maleza espesa, no había un mapa trazando su terreno prohibitivo. Pero un día vino un hombre que logró lo imposible: abrió un camino a través de esta tierra inexpugnable.

Muchos siguieron sus pasos. Continuaba siendo un viaje difícil, pero tenían sus mapas para consultar. Durante años, hubo algunos que hicieron el viaje bajo condiciones de prueba más difíciles que las que había desafiado al primer pionero: mientras que él había hecho su trabajo en pleno día, ellos lo hicieron de  noche; mientras que él tenía sólo su determinación como compañía, ellos hicieron el viaje bajo cargas pesadas. Pero todos estaban en deuda con él. De hecho, podría decirse que todos sus logros son extensiones de su propio gran hecho.

Abraham fue el pionero del autosacrificio. Antes de Abraham, el ego era el territorio inviolable. El hombre podría iluminar las prioridades del ego, incluso podía ensancharlo y sublimarlo, pero no podía reemplazarlo. De hecho, ¿cómo podría? Como una criatura de libre albedrío, cada acto del hombre proviene de su interior: cada hecho tiene un motivo (consciente o no), y cada motivo tiene una razón- una razón de por qué es beneficiosa para su propia existencia. ¿Cómo podía motivarse para aniquilar su propio ego? El instinto de conservar y reforzar el propio ego es la fuente y objetivo de cada paso y deseo de la criatura -el hombre no podría trascender más que alzándose, tirando del pelo de su propia cabeza.

Abraham hizo lo imposible. Sacrificó su ego por causa de algo que va más allá del alcance de la más trascendente de las identidades. Si él no lo hubiera hecho, ningún otro acto de autosacrificio– anterior o subsiguiente, propio o de sus descendientes- podría presumirse de ser nada más que un producto del ego. Pero cuando Abraham ató a Itzjak en el altar, la voz celestial proclamó: “Ahora Yo sé que eres temeroso de Di-s. Ahora sé que el mandato de Di-s reemplaza tus más básicos instintos. Ahora sé que todos tus actos, incluso aquellos que podrían explicarse como auto-motivados, son, en esencia, manejados por el deseo de servir a tu Creador. Ahora sé que tu vida entera fue de verdad”.

Cuando hablamos de la Akeida, también hablamos de aquellos que siguieron el camino de este gran hecho. De los miles y miles que murieron por el credo de Abraham, de los millones que vivieron por su causa. Sus sacrificios, grandes y pequeños, 

cataclismos y cotidianos, pueden, en la superficie parecer consecuencia de sus creencias y aspiraciones personales: loable y extraordinario, pero sólo la realización de la identidad de una alma individual. Pero la Akeida les reveló ser mucho más que eso.

Pues Abraham dejó a sus descendientes la esencia del judaísmo: que en el centro de su esencia reside el compromiso de uno con el Creador. Y que, finalmente, cada elección y el acto personal es una expresión de esa “chispa de Divinidad” que hay dentro de él.

¿Cómo logró Rajel salvar a sus hijos?

El 11 de Mar Jeshvan (26 de octubre de 2023) es el aniversario de fallecimiento de nuestra Matriarca Rajel.

El Midrash explica que Rajel fue recompensada con la garantía de Di-s que sus hijos regresarían a la Tierra de Israel después de que fueron exiliados a Babilonia. Cada uno de los Patriarcas, Matriarcas y Moisés subió a apaciguar a Di-s, tratando de evocar la misericordia Divina en nombre de sus hijos. “Cada uno invocó las diversas obras grandes que él o ella había realizado, solicitando que Di-s los corresponda al tener compasión de los Judíos”. Pero Di-s no accedió. Entonces Rajel entró y dijo: ” ¡Oh Señor del Universo, ten en cuenta lo que hice por mi hermana Lea. Todo lo que Iaakov trabajó para mi padre fue sólo para mí, sin embargo, cuando iba a entrar en el dosel nupcial, trajeron a mi hermana en mi lugar. No sólo mantuve mi silencio, sino que le di la clave secreta que Iaakov y yo habíamos preestablecido (para prevenir cualquier engaño en su noche de boda). Tu, también, si Tus hijos han traído un rival a Tu casa, mantén silencio por ellos. Di-s le respondió:

“Tú has defendido bien. Hay recompensa por tu obra. Reprime tu llanto, y tus ojos de lágrimas, porque hay recompensa por tu trabajo, dice el Eterno, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice el Eterno, y los hijos volverán a su propia tierra”

¿Por qué la obra de Rajel  fue mucho más preciosa a los ojos de Di-s, que los logros de todos los otros solicitantes? ¿Por qué más que el acto de disposición de Abraham a sacrificar a su hijo o los cuarenta años de Moisés de liderazgo desinteresado sin descanso?

Tal vez esta pregunta sea contestada mediante el examen de la legitimidad del matrimonio de Iaakov con Rajel y Lea. ¿Cómo Iaakov fue capaz de casarse, cuando la Torá prohíbe explícitamente casarse con dos hermanas? Najmánides explica que, dado que los patriarcas vivieron antes de la entrega de la Torá en el Monte Sinaí, observaron las leyes de la Torá sólo en la Tierra de Israel.

Por lo tanto, Iaakov podía casarse con dos hermanas durante su residencia en Padan Aram. Siguiendo esta línea de razonamiento, Najmánides explica el motivo de no enterrar a su amada esposa Rajel en la Cueva de Majpelá, optando en su lugar para reservar el lugar de descanso para Lea. En pocas palabras, Iaakov sintió vergüenza de traer a su segunda esposa, la mujer con quien se casó “ilegalmente” a la parcela familiar. ¿Qué dirían Abraham, Sara, Itzjak y Rivka de su obra?

Rajel era profetisa, así como muy erudita y sabia. Cuando accedió a dar la 

 clave a Lea, lo que permitiría a su hermana a convertirse en la primera y “legítima” esposa de Iaakov, era consciente de la magnitud de su sacrificio. Se dio cuenta de que incluso si Iaakov la tomara como segunda esposa – ella no viviría con su marido en Israel. Sus hijos se criarían con su sierva Bilha y no vería a sus nietos. Y 

, no descansaría al lado de Iaakov y su santa familia política.

En cambio, desde hace miles de años se quedaría sola en la orilla de un camino remoto, en espera de la redención y de la resurrección de los muertos. Renunciar a la vida física de uno palidece en comparación con el sacrificio de adormecer la mente. Rajel sacrificó todo – tanto su futuro físico y espiritual – por amor de su hermana.

Los patriarcas y Moisés eran magníficos. Pero no tenían nada que rivalizara con tal alucinante sacrificio.

Rajel lloró por nosotros y Di-s escuchó sus súplicas. Lo cierto es que pese a la petición de Di-s que “se abstenga del llanto…”, Rajel continúa llorando hasta que vea la realización de la promesa de Di-s. 

Pero quizás Di-s está esperando que sus hijos se comporten como Rajel. Un acto desinteresado más, en nombre de un hermano o hermana judía finalmente hará que Rajel sonría. .

* Naftali Silberberg

El lado positivo del stress

La porción de la Torá de esta semana describe el diluvio que inundó la Tierra en el año 2105 A.E.C (1656 de la Creación),
ahogando a todos sus habitantes.
Noaj, su familia y dos miembros de todas las especies animales sobrevivían el diluvio por medio de un arca maciza que
Noaj construyó para escudarlos de la destrucción. ¿Qué relevancia posee esta historia en nuestras vidas?

UN DILUVIO DE TENSIÓN
Rabi Shneur Zalman de Liadi (fundador de Jasidut Jabad), explica el simbolismo de las poderosas aguas del
diluvio. Estas aguas representan las corrientes de ansiedad que constituyen nuestro esfuerzo diario para ganar el sustento y pagar
las cuentas. Así como el diluvio abruma todo en su camino, también la carga de tensión financiera y las vicisitudes del mundo comercial pueden consumir nuestras mentes y ahogar nuestros espíritus. Y a medida que progresamos en la vida y nuestros
horizontes de éxito se extienden, las presiones de la vida van en aumento. Las montañas dentro de nosotros, que representan lo alto que se hallaba nuestro espíritu del que estábamos orgullosos, se eclipsa por la ansiedad que proviene de nuestro enredo
inevitable con el crudo mundo del materialismo. Y nos preguntamos, ¿qué pasó con mi alma? ¿Dónde desapareció mi montaña?

LA ISLA VERBAL
Para sobrevivir el diluvio en nuestras vidas construimos un “arca” en el que podemos encontrar refugio. La palabra hebrea
para arca es, teivá, que también significa “palabra” Cuando Di-s le dice a Noaj “Entra en el Arca,” está diciéndole: “Entra
en la palabra.”
Cada palabra de la Tefilá- Plegaria- es una mini arca. Si uno “entra” lo escudará de las tremendas presiones de sus horarios.
La Plegaria es una isla verbal, que da la bienvenida al hombre en el mundo sereno del espíritu, aunque sea por 15 minutos.

¿POR QUÉ LA VIDA DEBE SER “ESTRESANTE”?
Momentos después de que concluimos nuestras oraciones somos expulsamos del arca a las aguas rabiosas del diluvio.
¿Cómo reconciliar las dos realidades – la del espíritu con la batalla necesaria para la supervivencia en nuestra vida? ¿Por qué la
jornada de la vida debe tener lugar en un diluvio, en lugar de un flujo liso y pacífico de agua?
La respuesta se encapsula en las palabras bíblicas: “Las aguas aumentaron y levantaron el arca para que se alzara sobre la tierra”
En el último esquema de cosas, no sólo que las aguas rabiosas del diluvio no ahogan el arca, sino que lo levantan a niveles inusitados de alturas espirituales.
La tensión creada en nuestras vidas genera un anhelo hacia la espiritualidad y Divinidad más poderoso que el que
podríamos experimentar en una vida de tranquilidad emocional.
El arca de la Tefilá nunca podría ser una experiencia elevada y profunda sin los rabiosos diluvios que la propulsan a tales alturas.
Cuando un ser humano -hundido por una miríada de presiones, frustrado por lo nulo de espiritualidad en su vida, atormentado por las vicisitudes de su condición diaria, entra en el arca de la plegaria y dice, “¡Di-s, libérame de mi interminable tensión!” cumple el propósito para lo que este estresante mundo fue creado: para generar un anhelo más profundo hacia Di-s y más verídico que el que se haya experimentado en el paraíso.

  • Rabi Yossi Jacobson

Noaj era un hombre virtuoso en su generación

Entre nuestros Sabios, algunos interpretan este versículo como alabanza: [si fue virtuoso en una generación de malvados,] cuánto más habría sido si hubiese vivido en una generación de virtuosos. Y otros lo interpretan como una reprobación: comparado con las personas de su generación él era virtuoso; pero si hubiera estado en la generación de Abraham, se lo consideraría como nada.
(Rashi, sobre el versículo)

Noaj construyó el famoso bote salvavidas que lo protegió junto a otros siete humanos (su esposa, sus tres hijos y sus esposas) del Gran Diluvio. Así que uno puede agradecerle por salvar a la humanidad, o puede criticarlo (como el Zohar lo hace) por no salvar al resto de su generación.
La Torá nos dice que Noaj no entró en el arca hasta el último minuto, cuando las lluvias ya estaban cayendo. Se puede loar su optimismo, o se puede señalar (como Rashi lo hace) que era de los “pequeños creyentes” en las palabras de Di‐s.
La Torá también relata que incluso después de que las aguas del Diluvio habían retrocedido y la tierra se había secado, Noaj no abandonó expresamente el arca hasta que Di‐s se lo ordenó.

Se lo puede llamar tímido, o puede admirarse (como lo hacen nuestros Sabios) su obediencia: Di‐s le había ordenado que entrara en el arca, y por eso permanecería en el arca hasta que Di‐s le dijera que saliera.
La primera cosa que hizo Noaj para desarrollar la tierra recientemente yerma que encontró al salir del arca, fue plantar un viñedo, hacer vino y emborracharse.
Uno puede desanimarse por su inconstancia, o aplaudir su determinación para infundir un poco de alegría y regocijo en un mundo desolado.
Noaj vivió 950 años—bastante tiempo para hacer todo mal y todo lo correcto.


Somos todos descendientes de Noaj. 

Noaj es descendente de Adám, por lo que todos somos hijos de Adám, también.
Pero el término usado por el Talmud y la Halajá (la ley de Torá) para la humanidad en conjunto es B’nei Noaj (“los hijos de Noaj”).
Las siete leyes universales de moralidad que están ligadas a cada ser humano (y que prohíben idolatría, blasfemia, asesinato, robo, el adulterio e incesto, y crueldad a los animales, y ordenan asignar el establecimiento de cortes de justicia) se llaman “Las Siete Leyes Noájicas”— aunque seis de ellas ya se ordenaron a Adám.

Adám fue el primer hombre. Noaj fue el primer ser humano.