Esa noche estaba de muy mal humor.
Las cosas no salían bien últimamente…
Algunos de mis familiares no se comportaban bien; mi estado de salud no era de lo mejor; dos de nuestros parientes estaban internados en el hospital y nos sentíamos preocupados por ello. Acerca de todo esto hablaba con a mi marido durante el viaje. Llegamos al lugar buscado, de muy mala gana, por los inconvenientes que nos acosaban.
Era un enorme edificio con rampas para discapacitados por todas partes. Tocamos el timbre y esperamos ser atendidos.
La mujer que nos recibió estaba sentada en su silla de ruedas. Su cuerpo era tan enorme que apenas cabía en ella. Llevaba puesto un pañuelo sobre su cabeza y evidentemente era una persona observante.
Hacía mucho calor a pesar del ventilador que estaba funcionando. Mientras nos hablaba no nos miraba a la cara. Mientras mi esposo se dedicaba a retirar las Mezuzot de los marcos de las puertas, me senté a charlar con la mujer. Comenzó a contarme sobre su vida:
Tenía graves problemas en sus huesos y una infección espinal; un simpático rabino le había ayudado a obtener una dama de compañia las 24 horas del día, a cargo del gobierno; esta mujer dormía en el living porque el único dormitorio que había lo ocupaba la dueña de casa. Ella, en realidad, no salía mucho, casi nada, ya que en las sinagogas no hay rampas y la dama de compañía no tenía fuerzas para empujar la silla de una persona tan pesada.
En medio de la conversación mi esposo se acercó a nosotras para mostrarnos como la letra “shin” debe ir en el frente de la Mezuzá. Comenzó a decir “esta letra debe ir…” cuando la mujer lo interrumpió: “Lo siento, soy ciega, así que sólo descríbalo con sus palabras”. ¡Por eso que no nos miraba al hablar! Luego nos señaló una de las paredes, sobre la que había muchos diplomas y certificados colgados. Nos dijo: “Soy estudiante graduada en sociología y ciencias políticas; aunque el gobierno no entrega empleo a los discapacitados!”.
En ese instante pensé: “¿Qué otra cosa le puede suceder a esta mujer en la vida?
No puede leer libros, no puede salir, no tiene familia; aunque su departamento fuera hermoso, no puede verlo, pero de todas formas es pequeño y caluroso”.
Pero lo más admirable de toda la situación fue que ella era optimista.
Cree en Di-s y siente que Él la ayuda; siempre ve el lado positivo de las cosas. “¡Después de todo estoy viva!” Y agregó “¡Muchos de los héroes y protagonistas de la Torá fueron discapacitados! Itzjak era ciego, Moshé tartamudeaba, Iaakov quedó rengo, y miren cuántas cosas importantes lograron.
Nunca fueron menos por su discapacidad”. Al finalizar la visita me di cuenta de que no podía siquiera invitarla a pasar un Shabat con nosotros. Ni bien abandonamos el edificio, mi marido me miró y me dijo: “¿Shoin arop ale problemen?” (¿Ya pasaron todos los problemas?).
Entonces, vi mis inconvenientes desde una perspectiva correcta. Ellos estaban allí, pero además tenía mi vista, mi cuerpo funcionando, mi familia, amigos, mi cómoda casa; podía ir a la sinagoga o donde deseara; podía trabajar… no había límites para todas las Brajot (bendiciones) que tenía. El viaje de regreso esa noche, fue diferente a todos. En lugar de estar sólo conforme, le agradecí a Di-s por todo… también por mis problemas…
Por Yanki Tauber