La Torá relata cómo cuando los Hijos de Israel levantaban el campamento para embarcarse en sus viajes por el desierto, Moshé proclamaba: “Levántate, oh Di‐s, dispersa a Tus oponentes y haz que Tus enemigos huyan de delante de Ti…”
El emperador romano Adriano era un odiador de judíos incurable.
Una vez, mientras paseaba con gran pompa, visitando a sus súbditos, observó a un judío entre la multitud de simpatizantes; “¿Qué, un maldito judío insulta a mi Majestad saludándome en público? ¡Llévenselo y crucifíquenlo!”
Rápidamente corrió la voz de la acción despótica de Adriano, y la próxima vez que Adriano salió de gira, un judío que tuvo la mala suerte de estar en las inmediaciones se aseguró de mantenerse alejado de la multitud, no pronunciar palabras de saludo y permanecer agazapado al borde del camino. Una actitud de sumisión total.
“¿Qué, un maldito judío insulta a mi Majestad ignorándome en público? ¡Crucifíquenlo!” gritó el emperador.
Cuando los consejeros del emperador preguntaron sobre la flagrante inconsistencia de sus acciones, Adriano respondió: “No me enseñen cómo tratar con mis enemigos”.
Pero, ¿realmente los judíos eran sus enemigos? ¿Podría un simple pueblo haber suscitado tal odio sin fundamento?
Es significativo que, en el versículo citado anteriormente, Moshé no llama a Di‐s para que nos defienda de aquellos que nos son hostiles, sino para “dispersar a Tus oponentes… Tus enemigos”
La antigua lucha entre los judíos y los que odian a los judíos es un nombre inapropiado.
Recuerdo, cuando visité el campo de exterminio nazi de Dachau, lo irritante que fue ver en el crematorio el gran cartel que dedicaba el lugar “a los que murieron en la lucha contra el nazismo”.
El memorial puede ser algo apropiado para los opositores políticos del régimen que sufrieron y murieron allí, pero el tío de mi abuelo, los primos y miles de otros mártires no murieron luchando contra nada.
En lo que a ellos respecta, estaban felices de llevar una vida privada antes de que Hitler y sus secuaces los buscaran.
Calificarlo como una “lucha” entre la víctima inocente y el verdugo es tan inapropiado como describir el esfuerzo de la sociedad moderna para protegerse de los terroristas suicidas como un “ciclo de violencia”.
La lucha no es entre nuestros enemigos y nosotros.
Más bien, los antagonistas de Di‐s nos atacan como peones en su batalla contra la rectitud y la Divinidad.
El odio a los judíos está tan arraigado y generalizado que no se puede atribuir ninguna explicación lógica o racional al fenómeno, aparte de definirlo como la eterna lucha del hombre malvado contra la Divinidad.
Si no están luchando contra nosotros sino contra Di‐s, nuestra única respuesta viable es vivir y actuar como judíos sin importar la provocación.
Cuando es evidente que su odio hacia nosotros se basa en nuestra relación especial con Di‐s, se convierte en la responsabilidad de Di‐s defenderse de Sus enemigos y acudir a nuestro rescate, liberándonos para reanudar nuestra misión histórica de representar Divinidad
para el mundo.