¿Por que nos lamentamos?

El ayuno de Tisha BeAv, la fecha más triste del calendario Judío, es el día en el que vimos la destrucción de los dos Templos Sagrados, así como muchos eventos trágicos sucedidos en el correr del exilio de nuestra nación.

Se va creando cuidadosamente un estado de ánimo triste. Leemos el Libro de Lamentaciones de Jeremías y una gran colección de elegías que describen todas las tragedias, y durante el día, seguimos varias prácticas de lamentación.

Tisha BeAv es nuestro día nacional de lamentación cuando nos ponemos a reflexionar sobre todos los pogroms, las cruzadas, inquisiciones y holocaustos que han perseguido a nuestra nación durante los últimos 2000 años.

Sin embargo, son específicamente observados en la fecha en la que los Templos fueron destruidos, y los Templos son el principal enfoque de la lamentación del día. Está claro que nuestro sufrimiento está íntimamente asociado con la ausencia de los Templos. ¿Cuál es la conexión? ¿Y por qué tanta obsesión sobre una estructura antigua de Jerusalem? ¿Acaso la falta del Templo Sagrado nos deja sintiendo un agujero en nuestras vidas? El Talmud declara (BrAJoT 3a): Cuando los Judíos entran a las casas de estudio y a las plegarias y proclaman: “Que Su gran nombre sea bendecido”, el Santo Bendito Sea asiste y dice, “Afortunado es el rey que es alabado en su casa. ¿Qué le queda a un padre cuando tiene un hijo exiliado? ¡Y Ay de los hijos que han sido exiliados de la mesa de su padre!” Esta corta frase captura la propia esencia del Galut- exilio.

La relación entre padre e hijo comparte muchas cualidades que simbolizan todas las relaciones, aunque quizá en un nivel más grande: respeto, amor, cuidado, etc. No obstante, existe una diferencia esencial.

Las otras relaciones se basan en estos sentimientos arriba mencionados: porque Te quiero, te cuido, por eso, somos amigos.

En una relación de padre-hijo, lo contrario es cierto; estos sentimientos se basan en la relación: siendo que Yo soy tu padre/hijo, te quiero. Por eso, la relación padre-hijo posee dos aspectos; su esencia y sus manifestaciones.

Su centro es la relación esencial que es inmutable y no sujeta a cambios. No importa qué suceda, un padre siempre es un padre, y un hijo siempre es un hijo. En una relación padre-hijo normal y sana, este conexión del alma se expresa en la forma de amor, cuidado y respeto mutuo.

Di-s es nuestro padre, y nosotros somos Sus hijos. Y durante el Galut (exilio), constituimos una familia disfuncional. Nos han echado de la casa de nuestro Padre. Todos los rasgos perceptivos de la relación, han desaparecido. No vemos ni sentimos el amor de Di-s hacia nosotros, y no sentimos que somos Sus hijos.

Estudiamos Su Torá, y cumplimos con Sus mandamientos, y se nos dice que al hacerlo nos estamos conectando en Él, pero no sentimos que tenemos una relación. Ésta, ciertamente, no es la manera en la que debería ser la relación, y no siempre fue así el caso. Hubo un tiempo en el que estábamos mimados por el abrazo de nuestro Padre. Su amor por nosotros se manifestaba en varias formas: a través de milagros, profetas, abundantes bendiciones y una tierra que manaba leche y miel. Y en el centro de nuestra relación estaba el Templo Sagrado, la casa de Di-s en donde Él, literalmente moraba entre Su pueblo, en donde Su presencia era tangible.

Tres veces anuales, los judíos visitaban la casa de Di-s y sentían Su presencia, sentían su relación. Luego volvían a su casa vigorizados por la experiencia, con sus corazones y almas ardiendo de amor por Di-s.

Todo el sufrimiento que ha sido nuestro lote desde el día en el que el Templo fue destruido, es un resultado de nuestro estado de exilio. Cuando el hijo del rey vive en el palacio, cuando el amor del rey por el príncipe es evidente al público, el hijo entonces queda aislado frente a los designios de sus enemigos.

Pero cuando el hijo es echado, los enemigos atacan súbitamente. Es por eso que nos lamentamos por la destrucción de los Templos.

Y creemos con fe completa que el día en el que volveremos a la casa de nuestro Padre está cerca, y que una vez más nos embriagaremos con Su amor.

* Por Naftali Silberberg

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