Hace 31 años, concurrí a un Farbrenguen (reunión jasídica) en Crown Heights, Brooklyn y vi los ojos del Rebe por primera vez. El año que le siguió fue realmente pleno de milagros, incluso con una visita de Elihau Hanaví (el profeta).
La primer noche de Pesaj, mi familia y yo disfrutamos lo maravilloso de nuestro novedoso descubrimiento: el Jasidut (filosofía jasídica) y con fervorosa inspiración, estuvimos sentados alrededor de la mesa del Seder. Nunca hasta ese momento había experimentado un gozo espiritual y una añoranza por la redención.
Cuando terminamos la cena, y la copa de Eliahu se llenó, envié a mi hijo de seis años, con una vela en su mano, a la puerta de calle. Nuestra puerta era de las pesadas y antiguas de madera, cerrada con un macizo cerrojo de bronce. Era posible ver la puerta desde mi asiento. Cuando mi hijo se aproximaba a la entrada, la puerta se abrió de un golpe. Nadie estaba allí (al menos de manera visible). Mi hijo tiró la vela y corrió al lado de su madre. Me asomé y noté que era una noche clara, casi sin viento.
En casa se hallaba el ama de llave de mis padres, una mujer simple y católica devota. Estaba ayudándonos unos días con los niños. Durante la ceremonia del Seder permaneció en su habitación, que se hallaba en el segundo piso. A la mañana siguiente nos contó que oyó que a la noche la puerta se abrió de un golpe e instantáneamente la invadió un inexplicable sentimiento de temor.
Mi segundo encuentro con Elihau tuvo lugar al año siguiente, en Pesaj. En el interín nos habíamos mudado a Montreal. Cuando se acercaba la festividad de Pesaj, basándonos en la experiencia vivida, esperábamos también esta vez, recibir la visita de Eliahu en persona.
La noche de Pesaj llegó y el Seder se llevó a cabo con alegría y expectación. Y cuando llenamos la copa de Eliahu, mi hijo de (ahora) 7 años, se dirigió a la puerta con su hermano de 4. Vivíamos en un duplex, por lo tanto la puerta estaba escaleras abajo. Oí que los niños abrían la puerta y luego gritos de espanto y el ruido de sus pasos corriendo por la escalera. Entraron aterrorizados, pálidos y era imposible entender lo que balbuceaban. Creí que ahora vería a Eliahu. El año pasado no era merecedor. Pero este año, después de haber estudiado Tania, y colocando además de los Tefilín de Rashi, los Tefilín de Rabeinu Tam (como es la costumbre jasídica), habiendo visitado al Rebe más de media docena de veces- quizás ya había adquirido la altura espiritual y perfección suficiente como para que Eliahu se me revele.
Bajé las escaleras para recibir al profeta. Sin embargo encontré otra cosa. Allí, en la puerta no se hallaba la figura angelical de Eliahu, sino dos enormes perros sentados en el frente. Entendí entonces el delirio de mis niños. Ellos eran capaces de cruzar de acera si avistaban a un pequeño perrito con su dueño a dos cuadras de distancia. Y estos dos perros eran realmente grandes. Estaban plácidamente ubicados y me observaban. Cerré la puerta, disgustado. ¿Cómo le explicaría a mi familia que luego de 6 viajes al Rebe, un año de estudio de Tania, etc, sólo era merecedor de la visita de dos perros? A la mañana siguiente en el Templo, el Rabino se me acercó y me preguntó si podía tener un invitado en casa para el almuerzo de Pesaj. Se trataba del hijo de uno de los donantes de la Ieshivá, que se sentía atraído por el estudio de la Torá, y estudiaba abogacía. Había venido a visitar a sus padres en Pesaj, y el Rabino creía que era una buena idea que charlara conmigo.
Nos presentaron, y luego de la Plegaria, mis hijos, mi invitado y yo emprendimos el regreso. Cuando llegamos a la puerta de casa, el invitado se emocionó y exclamó: “¡No puedo creerlo!¡No puede ser verdad!” Luego nos explicó que llegó a Montreal el día anterior a Pesaj junto a sus mascotas, dos perros enormes. Antes del comienzo del Seder en la casa de sus padres, los perros escaparon. Luego del Seder, al notar su ausencia, el muchacho comenzó a buscarlos por las calles de la ciudad. Horas después los halló en un vecindario lejano, sentados en el porch de una casa. Mi casa. La Divina Providencia había guiado a estos monstruos hacia mi hogar. Eliahu no vino en persona, pero me había enviado sus perros. Mi invitado se convirtió con el tiempo en un gran amigo, asumió la observancia absoluta de las mitzvot (preceptos) y ha formado una hermosa familia jasídica.
Mi tercer encuentro con Eliahu, que ocurrió al año siguiente y sucedió a lo largo de todos los años desde entonces es, de alguna forma, menos inquietante. Luego de llenar la copa de Eliahu, mis nietos se acercan a la puerta del frente, con velas en sus manos. La puerta se abre, se recitan los versículos apropiados y nada más. Digamos que es una visita de bajo perfil.
En realidad, la tercera visita es la más trascendente, sólo que debemos saber apreciarla. El último Pesaj, lo pasé junto a mi hijo mayor (el que antes tenía 6 y 7 años) y él me relató una historia.
“Un año, el Kotzker Rebe prometió a sus jasidim que serían testigos de la revelación de Eliahu . En la noche del Seder, el salón estaba colmado de discípulos. El aire estaba electrizado. Cuando llegó el momento de llenar la copa de Eliahu, la puerta fue abierta. Lo que sucedió luego, dejó a todos sin habla: Nada. Nadie entró. Los jasidim estaban destruidos. El Rebe había prometido revelación. El Kotzker, con su rostro radiante de sagrada felicidad, percibió lo que sentían y dijo: “¡Tontos! ¡¿Ustedes creen que Eliahu entra por la puerta?!¡Eliahu entra por el corazón!”
La verdadera luz de la redención viene de nuestro interior. Los milagros provocan inspiración y nos ayudan a prestar atención a verdades espirituales. Pero el auténtico milagro no es el de cambiar la naturaleza, sino el de transformar lo natural en Divinidad. Cada avance personal en lo espiritual, es un paso hacia la Redención. Estudiar Torá, las buenas acciones, y el refinamiento del carácter, abren la puerta de nuestros corazones a Eliahu Hanaví. Cuando este Pesaj se llene la copa de Eliahu y se abra la puerta, no te concentres en la puerta de entrada. Si miras tu corazón, será una buena oportunidad para ver que el santo profeta te sonríe.
Adaptado de un escrito del Profesor Iaakov Brawer.