Una demanda

Un viernes de tarde, un hombre golpeó la puerta de Rabí Itzjak Aizik, rabino de Vitebsk.
“Rebe, tengo un Din Torá (demanda, pleito)” dijo. “Pido que oiga mi caso y tome una decisión.”
“En verdad,” dijo el rabino, “ahora estoy muy ocupado con los preparativos para Shabat. Quizás usted y su litigante puedan venir
después de Shabat, y oiré a ambos.”
“Soy un melamed (maestro),” dijo el hombre, “y enseño a mis alumnos desde mañana hasta la noche. Mi único tiempo libre es el
viernes de tarde”
“Muy bien,” dijo Rabi Itzjak Aizik, “oiré su caso ahora. Pero debemos convocar a su litigante. Se me prohíbe oír sus argumentos sin que su litigante esté presente.”
“Él está presente,” dijo el hombre. “Mi Din Torá es con Di‐s.”
“De acuerdo,” dijo Rabi Itzjak Aizik, des‐ pués de una larga pausa. “Entre a mi estudio y oiré su caso”. Dijo el melamed: “Di‐s me ha
bendecido con una hija que ya ha alcanzado la edad de casarse. Pero no tengo un kopeck en mi bolsillo—ningún dinero para la ropa,
gastos del casamiento, y mucho menos para una dote. Mi demanda es que Di‐s está legalmente obligado a ayudarme a casar a mi
hija.”
“¿En qué se basa para semejante demanda?” preguntó Rabí Itzjak Aizik.
“En la Torá está escrito que ‘hay tres socios en el nacimiento de una persona: su padre, su madre y Di‐s” Dos de los socios son
pobres, pero el tercer socio es, por Su propia declaración, bastante adinerado: Él así lo declara: ‘Mía es la plata, Mío es el oro” (Jagai
2:8). Es, por consiguiente, deber del socio rico asumir los gastos en esta empresa.”

El Rabino se retiró a su estudio para verificar las fuentes pertinentes y legitimar el caso. Después de un rato, salió con su veredicto.
“El melamed está en su derecho,” declaró. “El Omnipotente está obligado, por la ley de la Torá, de proveer lo necesario para
el matrimonio de la joven.”
Cuando el melamed se llegó a su casa, vio que un coche lujoso partía velozmente de su ruinosa casa. “No creerás lo que pasó,” dijo
su esposa, desde la puerta. “Un noble estuvo aquí con su esposa. La señora estaba convencida que alguien le dio un mal de ojo, y
oyó que la esposa del melamed sabe los secretos adecuados para protegerse de eso.
Hice lo que me pidió, y cuando el noble me preguntó cuánto debía pagarme, pronuncié la suma que necesitamos para la dote y los
gastos del casamiento. Sin decir una palabra, el hombre puso el dinero en la mesa y salió.”

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