Demolición constructiva

En la Torá, reflejamos en la tierra lo que Di-s realiza en cada plano de la realidad.

Si es así, dado que la Torá prohíbe mover incluso una sola piedra del Sagrado Templo de Jerusalem, ¿cómo pudo ser que Di-s trajera toda la estructura a ruinas?

Porque ciertamente sería absurdo imaginar que los asirios o los romanos tuvieran el poder de prender fuego a la casa de Di-s.

Debe ser que no se trató de un acto de destrucción, sino más bien de la fase inicial de una construcción mucho mayor, que sería eternamente indestructible.

Y para que eso ocurriera, el Templo tuvo que ser arrasado temporalmente hasta sus cimientos y el pueblo de Di-s tuvo que ser dispersado hasta los lugares más lejanos de la habitación humana.

¿Por qué? Porque mientras exista algún lugar en este mundo que se considere fuera del ámbito de la santidad, seguirá existiendo un lugar para la destrucción del Templo de Di-s.

Pero en nuestro exilio nos encontramos cara a cara con todo aquello que se considera ajeno a lo divino. Agarramos sus riendas, extraemos su veneno y canalizamos su poder.

Este tercer y último Templo, pues, será construido del exterior vuelto hacia el interior, de la oscuridad enseñada a brillar, del otro convertido en el Uno, del enemigo más siniestro transformado en fiel aliado.

No quedará oposición en el universo, y así durará para siempre.

Entonces veremos que en verdad nunca hubo destrucción, solo reconstrucción, crecimiento y amor eterno y profundo.

 

Tzvi Freeman

Instagram
Facebook
Email

Notas recomendadas