El silencio lo dice todo

Sucedió hace más de 100 años atrás. El santo Vizhnitzer Rebe, Rabí Israel Haguer, salió como todas las tardes a dar un paseo, acompañado de su secretario. 

Sin embargo, en lugar de dirigirse al parque, se detuvo frente a la casa de unos de los judíos acaudalados de la ciudad, que dirigía el Banco local. El secretario desconocía la razón de la visita. Este iehudí no era un Jasid. En realidad era uno de los que se oponían al judaísmo tradicional. De todas formas, al ver al Rebe en la puerta de su mansión, lo hizo pasar, saludándolo con calidez. Hizo sentar a la inesperada visita y se ubicó a su lado esperando que el Rebe le cuente la razón de su venida. Pasaron unos minutos, y el Rebe permanecía en silencio. Pero el hombre, que era muy delicado, no se animaba a interrogarlo. Perplejo, el director del Banco permaneció sentado, miraba al Rebe. El Rebe lo miraba a él. Más silencio. ¿Qué sucedía aquí?

Luego de unos instantes, Rabí Israel se puso de pie, sin pronunciar palabra y caminó hacia la puerta. El dueño de casa lo acompañó cortésmente hasta la vereda, y así caminaron juntos hasta la casa del Rebe. Al arribar allí, el hombre dijo: “¡Vizhnitzer Rebe! Mientras estaba en mi casa no correspondía hacerlo, pero ahora que estamos en la suya le preguntó: ¿Por qué me ha visitado?”.

El rebe respondió: “Fui a cumplir una Mitzvá”

“¿Cuál?” preguntó intrigado el hombre.

“Nuestros Sabios nos indican que es una mitzvá callar cuando sabemos que no seremos escuchados. Por eso visité a la persona a la que no debía decir lo que no podría escucharme”.

“¿Qué es lo que me debía decir?” preguntó el judío. “No te lo diré- dijo el rebe- pues perderé mi mitzvá”.

“¿Cómo sabe usted que no lo escucharé? ¡Por favor, debe decírmelo!”

Después de mucha insistencia el Rebe le contó: “ayer me visitó una mujer viuda. Ela recibió la comunicación del Banco, avisándole que embargarán su casa pues no ha pagado la deuda que tiene con dicha institución. Eso significa que, junto a sus pequeños hijos, quedará en la calle. Me pidió que hablara contigo porque sabe que eres judío y quizás podría convencerte para que la ayudes”.

“Pero Rebe, yo no soy el dueño del Banco, ni soy yo quién pone las reglas. ¡Sólo lo dirijo!”.

“Así es. Por eso sabía que no sería escuchado. Buenas noches”.

El Rebe ingresó a su casa, seguido por su secretario. El banquero permaneció inmóvil, petrificado. Finalmente, caminó despacio hacia su hogar, meditabundo. El tema lo había impactado. Antes del fin de semana, él pagó la deuda de la viuda, con su propio dinero.

* Extraído del sipurei Jasidim

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