Hijos: ¿muchos o pocos?

ESTIMADO RABINO: 

¿Ha notado ud. que casi cada segundo vehículo que pasa por Golders Green Road en estos días parece ser un minibús? Sólo la mitad son taxis. La otra mitad pertenece a esas familias religiosas que apiñan en su interior a sus propios hijos. 

¿Hemos regresado a la Edad Media? Después de toda nuestra educación, ¿volveremos ahora a las grandes miserias maternales de nuestras abuelas empollando crías de ocho, nueve y todavía más niños? ¿En qué siglo vive esta gente?

Firmado: “Confundido” Hampstead.

Estimado Confundido:

Esta no es una columna de Respuestas Halájicas, motivo por el cual dejaré el tema de Anticoncepción y Halajá (Ley Judía) para otros. Hablemos de actitudes y algunas nociones predominantes.

Cierto, cuanto más educados, sofisticados y modernos nos volvemos, menos hijos parecemos tener. Las cifras demográficas comprueban que a medida que aumenta el ingreso familiar, la tasa de fertilidad declina. Sin embargo, la pregunta es, ¿es eso bueno? ¿Y por qué está teniendo la gente menos hijos?

Algunos afirman estar motivados por el problema del mundo sobrepoblándose y dicen que hacen su contribución para aliviar el hambre y la pobreza. Si hay un problema de superpoblación, no obstante, éste es claramente un problema del Tercer Mundo. Que haya 1,8 niños en Hendon no hace nada por un niño hambriento en Biafra.

¿No es irónico que quienes pueden afrontar el gasto de tener más niños son precisamente los que no los tienen? (De paso, si la gente calculara cuánto le cuestan los perros y los gatos —para no mencionar mascotas como conejos, peces de tanque y hamsters— bien podría decidir tener otro niño a cambio).

Honestamente, no estoy de acuerdo con la historia de la superpoblación. Primero, los teóricos sociales ya discuten que los países occidentales deberían producir más bebés para impedir una toma del poder por parte del Tercer Mundo y un deterioro en la prosperidad del mundo libre. Segundo, me temo que el padre promedio no daría ni dos suspiros por el Crecimiento Demográfico Cero, sino que es simplemente cuestión de satisfacción personal y por eso decide tener menos hijos para que haya una tajada más del pastel para él mismo.

Además, esta actitud es el resultado del bombardeo de los medios que parecen habernos convencido de que menos hijos es igual a una familia más feliz con más tiempo, dinero y oportunidades para todos. ¿Pero, vuelcan los padres de apenas dos hijos todo su tiempo libre sobre David y Sharon? Más veces no que sí, menos hijos significan más tiempo para los naipes, el tenis, las compras, gimnasia y peluquerías, y no más tiempo para los niños.

Incluso antes de instalarse la vejez, las familias más grandes son con mucha frecuencia las familias más felices; con amigos internos y compinches (para no mencionar a compañeros de cuarto). Sin duda, los hijos de familias tales son menos mimados y menos egoístas, habiendo sido educados a compartir cuartos, juguetes, tareas del hogar y ayudar a sus hermanos menores desde una edad relativamente temprana. Tienden a dejar la casa mejor equipada para enfrentar la vida del dormitorio, la vida del trabajo y la vida comunitaria en general.

En lo que concierne al tan malignamente declarado estado de “maternidad perpetua” que aguarda a estas pobres idishe mames, he sido informado de fuente confiable, mi propia dama, que las mujeres comúnmente tienen de a un bebé por vez. No hay cuatro infantes gritones clamando la atención de la madre simultáneamente. También, dice ella, se hace más fácil a medida que avanzas. Llegas a ser una suerte de “veterana”, más experimentada, relajada, y mejor capacitada para encarar las cosas. Hablando de ello, pienso que la mayoría de la gente se las arregla, o no. Quienes lo encuentran difícil, lo encontrarían difícil también con dos hijos.

Donde realmente me pongo vehemente en este tema es cuando se trata del nivel nacional judío. No le debemos al mundo ninguna disculpa. Todo lo contrario. El mundo nos dejó con un catastrófico déficit de población hace apenas cincuenta y pico de años. Como supervivientes —y cada uno de nosotros en nuestra generación es un superviviente— tenemos un deber moral de recuperar esa devastadora pérdida y no, Di-s libre, lograr por nuestras propias manos lo que Hitler no pudo.

Un padre de ocho hijos fue recientemente desafiado por un cínico: “¿Cuando parará de una buena vez?” ¿Su respuesta? “¡Cuando llegue a seis millones!”

Desde 1948, más de un millón de mujeres israelíes ha experimentado un aborto. Piense en las cifras de la incrementada población judía en Israel si esos niños hubieran nacido. ¿No estarían mejor gastados los millones (¿miles de millones?) empleados en promocionar y fomentar la Aliá, si se utilizaran para un crecimiento interno relativamente indoloro?

 

A fin de cuentas todos somos creyentes. Como tales, creemos firmemente que con cada niño con que Di-s nos bendice, Él envía también al mismo tiempo Su bendición Divina de Parnasá (sustento). 

Aquel que nos dijo “Sed fructíferos y multiplicáos” es muy fácilmente capaz de multiplicar también nuestras ganancias. 

 Ya sea si trabajamos un poco más duro, o más tiempo, o somos más afortunados, finalmente son nuestros hijos quienes nos harán inmortales. Es a través de ellos que dejaremos cualquier impronta que sea en el mundo

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