¡Felicitaciones! ¡Has traído una nueva vida al mundo! Después de las llamadas de teléfono de la familia y amigos, te encontrás sosteniendo a tu hijo por primera vez. Mirás al bebé, y las emociones aumentan sin parar. Podes ver en esta nueva y pequeña vida, potencial, futuro, familia, y continuidad.
El nacimiento es uno de los únicos momentos en la vida donde uno se encuentra cara a cara con la Divinidad. De hecho, el niño recién nacido seguirá la cadena de vida de miles de judíos que comenzó años atrás a través de nuestro patriarca Abraham y matriarca Sara. Esta nueva vida es un eslabón más en la cadena de la historia judía.
La primera persona que fue ordenada a circuncidarse a sí mismo fue Abraham, a la edad de noventa y nueve años. Demostrando su sumisión a Di-s, marcando el cuerpo físico con la señal del pacto, Abraham reveló el vínculo intrínseco que cada Judío tiene con Di-s.
Di-s ordenó al pueblo judío (Vaikrá 12:2), “El octavo día, la carne de su prepucio debe ser circuncidada”.
El acto de la circuncisión es un acto humano. Esto nos enseña que nuestra perfección espiritual, emocional, moral y ética requiere un esfuerzo humano. Di-s no lo puede hacer por nosotros.
El Brit Milá, circuncisión, es un símbolo de nuestra relación con Di-s. Grabado en la carne de nuestros cuerpos físicos, el pacto nunca terminará o será olvidado. Este pacto con Di-s sobrepasa la comprensión humana. Promete devoción incondicional, sin importar lo que pueda ocurrir entre Di-s y el individuo.
Por esta razón, un Judío es circuncidado en su infancia, cuando aún no ha desarrollado su capacidad de razonamiento, debido a que el pacto de la circuncisión no se asocia con lo intelectual o calculado. La circuncisión de un niño demuestra que la conexión entre los Judíos y Di-s está mas allá de la razón.
Di-s eligió el mismo órgano que es la fuente de la vida, que también puede ser utilizado para los actos más viles, como el lugar para ser santificado con la circuncisión. Esto nos da el profundo mensaje que podemos utilizar todo lo físico para fines sagrados.
* Por: Dovid Zaklikowski