La reina que perdió todo

Estaba de pie junto a la ventana del palacio, mirando hacia la ciudad iluminada. Los sonidos de la celebración y la diversión desde el barrio judío, se oían a lo lejos.

Tenían razón para celebrar; Para ellos acababa de comenzar una vida de libertad. Para ella acababa de terminar.

Por cada lágrima que limpió, otras dos aparecieron. Su corazón se partió al medio. Una mitad se regocijó con el des-tino de su gente, la otra mitad se lamentó por la suya.

Ella dejó de luchar contra sus lágrimas al recordar el principio del fin. La vida había sido perfecta. Estaba felizmente casada con Mordejai, uno de los mejores hombres de la tierra, y alimentó sueños inocentes de tener una familia. Sueños de los que fue despertada bruscamente. Era un día que nunca olvidaría. Habían venido por ella, los guardias del rey. De alguna manera se habían enterado. La gente habla.

Entonces se convirtió en reina, y triste. Su cara sonreía pero su corazón lloraba. Ella encantó a todos, pero no pudo ser encantada. Estaba lejos de casa, y solo ella sabía cuán lejos. Pero todo esto fue por una buena razón, había dicho Mordejai. Cuál era esa buena razón, ella no lo sabía, ni cuándo lo haría.

Su sacrificio fue enorme. El palacio se había convertido en su prisión. Sus habitantes valoraban todo lo que ella no hacía. Lo que les complacía le causaba in-comodidad. Además, mantener su fe era desafiante, mucho más que su práctica.

Su único rayo de sol brillaba por la noche, cuando en ocasiones lograba esca-par del lujoso complejo del rey a la mo-rada de Mordejai, para estar con él. El tiempo que pasaba con Mordejai era el aire fresco que le permitía regresar al agua y esperar hasta el día en que Haman tuvo algo que decir. Se decretó que los judíos estarían fuera de su camino.

De repente, la razón para que ella se convirtiera en reina, la que Mordejai no había revelado, se volvió rotundamente clara. Era como llevar gafas por primera vez.

“¿Y quién sabe si no es por el este momento que alcanzaste esta posición real?”.

Había orden en el caos. La luz al principio del túnel estaba encendida. Daría todo para que su gente sobre-viviera. Su vida ahora tenía un propósito diferente al suyo. Di-s había puesto sus esperanzas en ella, y ella lo enorgullecería.

“..Iré al rey, aunque sea impropio, y si pe-rezco,   perezco”.   Sí. Todo.

“Aunque  es  impropio” tiene un doble significado de acuerdo con los Sabios.

Además de ser ilegal y castigable con la muerte, ir a Ajashverosh, por su propia voluntad, disolvería su matrimo-nio con Mordejai para siempre.

Como si alguno de los dos fuera un mal menor. Ambos caminos llevaron a un callejón sin salida. Su sueño de sol brillante al final de su túnel se volvió nublado. Fue enton-ces cuando comenzó el final de su historia.

Su nombre era Ester. La reina Ester Esta historia explica por qué el Rollo de Purim se llama Ester, por su heroína, quien arriesgó y sacrificó todo por su pueblo. También explica por qué Ester solicitó que su pergamino se convirtiera en parte de las Escrituras.

No para conmemorarse, sino para inmortalizar su mensaje.

Un dia especial: 10 de Shevat

…Recuerdo perfectamente el rostro del Rebe cuando descendió del barco a orillas de los estados unidos de Norteamérica. Sus ojos se destacaban, su mirada penetraba hasta el corazón. Creímos que descansaría unos días luego del viaje, pero al llegar nos aclaró la razón de su llegada aquí: “no he venido a descansar, sino a trabajar, y muy duro, para darle renovada vida al judaísmo de américa”… Así describe el Rabino Tzvi Iehuda Foguelman, hoy enviado del rebe en Worcester – Massachusets- acerca de la llegada de Rabí Iosef Itzjak Schneerson, el sexto Rebe de Jabad a Nueva York, el 19 de marzo (9 de Adar II) de 1940.

En ese entonces el Rabino Foguelman, era un joven alumno de la Ieshivá “Torá Vadaat”, y recuerda la sorpresa con que fueron recibidas las palabras del Rebe entre el público, sobre sus intenciones de convertir a América en un lugar de Torá como lo había sido Europa. “el Rebe nos pidió que no nos avergoncemos de caminar por las calles con barba y peot, pero eso se veía peor que circular con sombreros típicos de Turquía. Gracias al Rebe comenzaron a verse judíos con barba en las afueras de Nueva York, y con el pasar de los años esto se popularizó en todos los círculos en donde se estudiaba la Torá”.

Dos días después de su llegada dijo Rabí Iosef Itzjak: “ya hace 48 hs que llegué aquí y todavía no se fundó la Ieshivá Tomjei Tmimin (de lubavitch)”. Y ciertamente el Rebe instituyó la Ieshivá, y luego decenas de ellas se extendieron a lo largo de todo Estados Unidos.- Rabinos y personalidades judías vinieron a convencerlo de que sus planes eran irrealizables.

El Rebe les contestó “¡América no es diferente!”. 

En medio de esta revolución falleció, el 10 de shvat de 5710 (1950). Su alma se elevó a los cielos, y la tarea quedó en manos de su yerno, Rabí Menajem Mendel Schneerson, séptimo Rebe de la dinastía de jabad, conocido simplemente como “el Rebe”. El Rebe realzó y difundió el estudio y el cumplimiento de la torá de una manera increíble, hasta lograr que la luz del judaísmo brille en cada rincón del planeta.

El Rabino Foguelman recuerda la llegada del Rebe a América: “no lo conocíamos de antes; pero inmediatamente reconocimos su grandeza. Había sobre él un halo de santidad. Desde el primer instante el Rebe Rabí Iosef Itzjak le entregó la dirección de todas las instituciones que convertirían a América en un lugar de Torá”.

A pesar de su extremada modestia, el Rebe Anterior lo obligó a “revelar un poco de su grandeza”.

Una vez dijo el Rebe Iosef Itzjak de su yerno: “mi yerno nunca duerme a las 4 de la mañana; ó que recién se levanta o que todavía no se fue a dormir”.

Y se cumplió lo que está escrito: “se ocultó el sol y salió el sol”. El 10 de shvat de 5711 (1951) comenzó a brillar el sol del Rebe, y en su luz se refugian miles de judíos, en todo el mundo.

Luego de 70 años de liderazgo podemos decir: “dichosa la generación del Rebe”. ¡que pronto Di-s nos permita marchar hacia la redención verdadera y completa!

Cuando llegue el consuelo

¿Cuál es el consuelo que necesitamos en este momento?

¿Cómo es posible sentir realmente – en la práctica – el significado de la enseñanza de nuestros sabios, que la persona debe bendecir por lo malo, así como bendice por lo bueno?

El Rebe de Lubavitch analiza el episodio de Rabí Akiva y sus amigos en el espíritu de esta enseñanza.

Los amigos de Rabí Akiva, al ver salir un lobo del Santuario del Templo en ruinas, lloraron mientras Rabí Akiva reía. Entonces mantuvieron el siguiente diálogo :

Preguntaron: – ¿Cuál es el motivo de tu risa?

Les respondió: – ¿Cuál es el motivo de vuestro llanto?

Respondieron: – Los zorros deambulan por el lugar sobre el que está escrito “el ajeno que se acercare morirá” y no hemos de llorar?

Les dijo: – Por eso me río. Y les explicó que él ve en este episodio, que se cumple la profecía de Oria respecto de la destrucción, por lo tanto está seguro que se cumplirá también la profecía de Zejaría, respecto de la redención. Entonces respondieron: -¡Akiva, nos has consolado! ¡Akiva, nos has consolado!

 

Cantidad y calidad

La repetición de la expresión: Akiva, nos has consolado, corresponde al anuncio de consuelo por el exilio y la destrucción, ya que también aparece con una doble expresión: ¡consuélate, consuélate mi pueblo! (del libro de Isaías que corresponde a la lectura de la Haftará que se lee este Shabat, posterior al 9 de Av y que lleva su nombre: Shabat Najamu).

El Midrash explica respecto de este versículo: “fueron doblemente golpeados y son doblemente consolados”, ahora debemos comprender cuál es el sentido de un doble consuelo y en qué sentido será doble.

Hay un doble consuelo en el sentido de cantidad. Por ejemplo: una persona que perdió su casa en un incendio, se sentirá consolada cuando le den otra casa donde vivir, mas si el nuevo hogar es más grande y confortable que el anterior, su consuelo será doble, doble en cantidad.

Mientras que una simple retribución deja aún en la persona el sufrimiento y la amargura, representando únicamente una compensación material, si esta es doble, no solamente quita la tristeza, sino que le da la pauta y la certeza de que aquello que le pareció malo y le produjo dolor, era algo esencialmente bueno.

Ejemplo de esto es el relato que encontramos en el Talmud acerca de Najum – “Ish gam zu” quien llevaba un presente al Emperador, en el camino se detuvo a pernoctar y los dueños del hospedaje, le cambiaron el contenido de la caja por tierra. Al llegar, el Emperador quiso matarlo, pero como era su característica, Najum (como lo indica su apodo, “ish gam zu”- “el hombre que pensaba siempre positivamente de las cosas”), confió en que también esto era bueno. Finalmente sucedió el milagro y aquel polvo se convirtió en armas, con las cuales el César venció a sus enemigos y retribuyó positivamente a Najum. 

Así se aclaró que el cambio de los presentes que se produjera en la posada, no fue desde un principio algo malo, sino un bien maravilloso, que no estaba revelado. Este es un doble consuelo – un consuelo que descubre, que nunca hubo nada malo, sino algo bueno refinado.

Superior a nuestro entendimiento

Esta clase de consuelo no es posible entenderlo en el período de exilio. El motivo de esto es que si estuviésemos capacitados para ver lo bueno del destierro, no sufriríamos por él y no le pediríamos a Di-s por nuestra redención. 

Por eso Di-s creó una situación en la que el exilio se ve como un mal absoluto para que nuestra relación hacia el mismo, sea como hacia algo absolutamente negativo.

Cuando llegue la Redención, tendremos un doble consuelo, en el que podremos ver y sentir con un enfoque superior al de nuestro propio entendimiento, el bien que estaba oculto en el exilio.

De pronto se abrirán nuestros ojos y veremos que aun aquellos sucesos más oscuros de la diáspora, no fueron más que un recipiente oculto, para el bien que se revelará en el momento de la redención. Entonces agradeceremos y tendremos el “doble consuelo”, aquel que convierte el mal en bien.

Sara

Sara

Para mí un nombre hermoso.

El nombre de mi madre. Siempre escuché cómo la llamaban. Claro, nunca la llamé por su nombre. Sara, mezcla dulzura con personalidad segura. Sara es el nombre de cuatro de mis nietas. Lo llevan en honor a mi madre. ¡Y qué bien que les queda! Cada una de ellas es diferente, incluso físicamente, pero todas son, gracias a Di-s, brillantes, como lo era su bisabuela. El nombre, la esencia, las une. Mi madre, mis nietas y todas las Sara de todas las épocas, que conocimos y conoceremos se llaman así en honor a la primera Sará, nuestra matriarca. Mucho se habla de su esposo, Abraham Avinu, quién forjó el pueblo de Israel y difundió el monoteísmo en el mundo.

Pero que algo quede claro: No hubiese podido lograr su cometido sin la ayuda, apoyo y asistencia absoluta y fiel de Sara. Qué mejor entonces, que conocer un poco más de cerca la vida y personalidad de la mujer más famosa e influyente de nuestra historia. 

Llamada en un principio Sarai, Di-s le cambia el nombre reemplazando la letra Iud por la Hei. A partir de ese momento es llamada Sará. En hebreo significa “Princesa” “Ilustre” y en arameo “Princesa” “Guardián” “Ángel” y “Genio”. Todas estas características son aplicables a nuestra matriarca. Nieta de Teraj, sobrina de Abraham queda huérfana a muy temprana edad y su abuelo la adopta. Años más tarde contrae matrimonio con Abraham. Era una mujer alegre. Todos sus días fueron felices. Sará se encuentra entre las cuatro mujeres que la Biblia menciona como hermosas. También la llamaban Iská- pues todos se sentían acariciados por su hermosura.

Otros atribuyen este nombre a su poder de profecía. Todos los maltratos del camino desde Jarán a Israel no estropearon  su belleza. Su hermosura opacaba a las demás a punto de decirse que cualquier otra mujer frente a Sará era como un mono frente al ser humano. Fue codiciada por reyes y faraones. Su inmensa modestia y fidelidad a su esposo ayudaron a que fuera reconocida además como una mujer santa. Su atractivo físico era insignificante frente a su profundidad espiritual. Fue una de las siete profetizas que nombra la Biblia. De todas formas, sólo con ella Di-s habló en forma directa y no a través de algún ángel.

Cuando tenía cien años estaba tan limpia de pecados como una joven de veinte. Era muy recatada y el cántico compuesto por el rey Salomón “Eshet Jail”- Mujer Virtuosa- define a Sará desde el comienzo hasta el final. Ella apoyó y secundó a Abraham en la difusión del monoteísmo en el mundo, llevando el mensaje entre las mujeres de su generación. Sará era estéril y Di-s la recordó el día de Rosh Hashaná. Cuando logró concebir, también lo lograron muchas otras mujeres en mérito a ella y muchos enfermos se curaron. Al dar a luz a su hijo Itzjak a los 90 años, numerosas mujeres de la nobleza vinieron a visitarla con sus propios bebés. Todos sospechaban que el nacimiento de su hijo era un fraude y en realidad Itzjak era un niño adoptado. Pero Sará amamantó a todos esos infantes demostrando que era la madre legítima de Itzjak.

Explican nuestros Sabios que todos los hombres temerosos del Cielo y todos los prosélitos descienden de aquellos bebés que Sará amamantó. Durante todos los días de su vida una nube de honor posaba sobre su tienda, sus puertas abiertas a los cuatro vientos para recibir a quien lo necesitase, la bendición coronaba su masa y su vela estaba encendida desde la víspera del Shabat hasta la víspera del siguiente. Cuando ella falleció, todo esto desapareció. Pero la misma bendición regresó con la llegada de Rivka, su nuera. 

Sará falleció a los 127 años, plena de belleza espiritual y física, dejando el más importante legado a cada una de las mujeres judías. Que su mérito y enseñanzas iluminen nuestros hogares para lograr completar su misión y la nuestra de hacer de este mundo una morada para Di-s.

Por: Miriam Kapeluschnik

Dedicado a mi madre, Sara Ester Gordon, fallecida en la semana de Jaie Sara 5753

Una historia de Jai Elul

El jasid Rabi Nejemia de Dubrovna (1788-1852) recordó una vez haber visto a un soldado ruso siendo reprendido por su comandante. ¿Cuál había sido el crimen del soldado?
Mientras estaba parado en una noche de invierno, sus pies se congelaron en sus botas. ”Recuerdas el juramento que hiciste de servir a nuestro Zar”, su comandante le recriminó, “el recuerdo te habría mantenido con calor”.

“Desde hace 25 años”, dijo Reb Nejemia, “este incidente inspiró mi Servicio al Todopoderoso.”
“La vida” puede ser extremadamente difícil de definir, pero es reconocible al instante. Algo que está vivo es cálido, vibrante y entusiasta. Frialdad, apatía y letargo son los síntomas de la falta de vida, incluso si la persona o comunidad afectada está técnicamente vivo. La vida sólo puede venir desde adentro: cuando sabemos por qué estamos haciendo algo y estamos entusiasmados con lo que se logrará, pero cuando no hay conocimiento y emoción, nuestras acciones estarán muertas y lentas.

Hace tres siglos, la vida judía se encontraba en una depresión letárgica. Las masacres y persecuciones habían devastado la comunidad judía en el cuerpo y espíritu. Las duras condiciones, que dictaban que todos, excepto unos pocos privilegiados, se vieran obligados a abandonar sus estudios a temprana edad para ayudar a soportar la carga de ganarse la vida, habían apartado a las masas de la Torá, el alma de la conciencia judía y autoconocimiento. La élite académica se mantuvo al margen de sus hermanos analfabetos y los miraban con desprecio.
Técnicamente, el judaísmo estaba vivo, pero la chispa de la vida se estaba enfriando.

Luego, el día 18 del mes hebreo de Elul del año 5458 desde la creación (1698), un niño llamado Yisrael (Israel) nació. Rabí Israel Baal Shem Tov no agregó nada nuevo al judaísmo, al igual que un alma no aporta nada “nuevo” al cuerpo. Pero sopló vida en él, conciencia, calor y alegría. 

El 18 de Elul de 1734, su cumpleaños número 36, el Baal Shem Tov comenzó a difundir públicamente su mensaje. Habló del inmenso amor que Di-s tiene por cada Judío, del significado de cada mitzvá que realiza el Judío, de lo Divino que hay en cada caso, y en cada pensamiento en el universo. Se dirigió a las masas oprimidas y a los estudiosos distantes.

Él daba sentido a la existencia, y por lo tanto alegría y vida.

 

El 18 de Elul es también el cumpleaños de Rabí Shneur Zalman, fundador de “Jabad”. Rabí Shneur Zalman fue el discípulo del discípulo del Baal Shem Tov, Rabí DovBer de Mezritch, y era considerado como nieto espiritual del Baal Shem Tov. Nació exactamente 47 años después que su “abuelo”, el 18 de Elul, 5505 (1745), y sus enseñanzas y obras realizadas llevaban la vitalización del Baal Shem Tov del judaísmo a mayores alturas místicas.


Jai Elul, “el día 18 de Elul” en hebreo, también significa “la vida de Elul”. Y así los Rebes de Jabad enseñan: “Jai Elul infunde vida en el mes de Elul, y a través de Elul, el mes de la compasión Divina y nuestro propio mes de introspección y balance, hacia todo el año y toda
la vida del Judío.

El nacimiento del Freideker Rebe

El 12 de Tamuz, es el aniversario del nacimiento del Rebe Anterior de Lubavitch, Rabí Iosef Itzjak Schneerson, conocido como el Frierdiker Rebe. A continuación, transcribimos los interesantes detalles que tienen que ver con su nacimiento.

(Esta historia fue contada por la Rabanit Shterna Sara, madre del Rebe Anterior, Rabí Iosef Itzjak Schneerson, a Reb Zalke Parsitz, durante el verano de 1918, y fue escrita por Rabí Rafael Kahan, en su libro Shmuot Besipurim, Vol, 1)
“Ya habían transcurrido varios años desde su boda, y aún la Rabanit Shterna Sara no había sido bendecida con el nacimiento de un niño. Esto pesaba mucho sobre su corazón. Además era muy joven y estaba lejos de su familia.

En Simjat Torá del año 1879, la Rabanit concurrió junto a toda la familia de su esposo a la casa de su suegro, el Rebe Maharash, para participar del Kidush(refrigerio festivo). En el transcurso del mismo se decidió que se daría una bendición a cada uno de los presentes (Misheberaj). Los hombres se acercaron a la habitación donde se encontraban las mujeres reunidas y comenzaron a recitar la bendición para cada una. Inadvertidamente, omitieron el nombre de la Rabanit Shterna Sara, quien se sintió muy mal por esto. Inmediatamente después de ser descubierto el error, retornaron a la habitación y pronunciaron un Misheberaj especialmente para ella, pero de todas formas la Rabanit no se sintió del todo reconfortada.
Al concluir el Kidush, el Rebe Maharash se retiró a su habitación y el resto de los Jasidim, incluido el marido de la Rabanit, Rabí Shalom Dover, se dirigieron a un Farbrenguen(reunión Jasídica).

La Rabanit Shterna Sara se retiró a su hogar, encerrándose en su dormitorio, y no pudiendo controlar su dolor, acentuado ahora por el olvido de su nombre, comenzó a llorar desconsoladamente, quedándose dormida empapada en lágrimas. En ese momento tuvo un increíble sueño. En él un hombre entraba a la habitación y le preguntaba: “Hija mía, ¿por qué lloras?”, Ella volcó su corazón contándole de su sufrimiento. El le contestó: “No llores, yo te prometo que este año serás bendecida con un hijo. Pero hay dos condiciones: La primera, que inmediatamente después de Iom Tov deberás distribuir 18 Rublos en Tzedaká de tu propio dinero. Y segundo, mantén todo este asunto en secreto”. Cuando terminó de hablar, abandonó la habitación, más retornó enseguida, junto a otras dos personas. Frente a ellos repitió la promesa con las dos condiciones, y ambos dieron su consentimiento. Entonces, los tres la bendijeron y salieron. Ese fue el final del sueño.

El Rebe Rashab, su marido, volvió a casa un instante después con un exultante humor. Después de todo, era Simjat Torá. Estaba tan alegre, que saltó el umbral! La Rebetzn Shterna Sara le contó inmediatamente sobre el sueño.

El Rebe Rashab quedó profundamente afectado y se dirigió directamente a lo de su padre, el Rebe Maharash, y le pidió que escuchara de la Rebetzn Shterna Sara el relato del sueño. Ni bien la Rebetzn concluyó, el Rebe Maharash le hizo preguntas puntuales sobre la apariencia de las tres personas que aparecían en el mismo. Cuando la Rebetzn terminó la descripción del sueño con grandes detalles, el Rebe Maharash le dijo, “La primer persona que vino a ti fue mi padre el Tzemaj Tzedek (Rabí Menajem Mendl). Las otras dos fueron mi abuelo, el Miteler Rebe (Rabí Dovber), y mi bisabuelo, el Alter Rebe (Rabí Shneur Zalman de Liadí)”.
Iom tov terminó y la Rebetzn Shterna Sara estaba lista para cumplir con las condiciones del sueño. Mas ¿de dónde conseguiría los 18 Rublos de su “propio” dinero? Finalmente, se le ocurrió una idea. Ella tenía un vestido de antes del casamiento que era extremadamente moderno. La Rebetzn Shterna Sara no lo usaba, sabiendo que su suegro, el Rebe, no lo aprobaría. Se encontraba colgado en su placard, sin haber sido siquiera estrenado. Ahora, decidió venderlo.

La Rebetzn Shterna Sara se comunicó con una señora que era muy activa en la comunidad de Lubavitch. Privadamente, le pidió que tenga la amabilidad de vender este vestido por ella, pero que se cerciorara de que nadie se enterase a quién pertenecía. Como motivo del secreto, ella le dijo que no era apropiado para la nuera del Rebe, que venda su vestido.
Esto se hizo, mas los 18 Rublos aún no estaban allí. La Rebetzn Shterna Sara se apuró en juntar el resto del dinero (no se sabe exactamente como lo hizo). Cuando reunió toda la suma, la distribuyó en Tzedaká. En el verano, el 12 de Tamuz, la Rebetzn Shterna Sara dio a luz al Frierdiker Rebe, Rabí Iosef Itzjak (También conocido como el Rebe Raiatz).
Durante el Brit Milá, el niño lloró, tal como suelen hacer los bebes en esa ocasión. El Rebe Maharash, el Zeide (abuelo) del niño, le dijo, “Por qué lloras, si dirás Jasidut con lenguaje claro”. El bebé se calmó inmediatamente.
Que siempre tengamos alegrías en el Pueblo de Israel!!!

Una historia real, un protagonista conocido


Reb Iosef vivía en Nikopol, al norte de Bulgaria. Su principal interés en la vida era el estudio de la Torá, pero mantenía a su familia con su trabajo. Poseía una tienda con un conocido. Pero la división de la labor era problemática.

Reb Iosef despertaba temprano en la mañana para orar, iba a la casa de estudio durante varias horas, y llegaba a su tienda antes del mediodía. Su compañero, que ya había tratado con los clientes durante varias horas, comenzó a resentirse. Respetaba la diligencia de su socio en el estudio de la Torá, pero necesitaba ayuda en la gestión de la empresa.

Una mañana Reb Iosef estaba estudiando cuando alguien planteó una cuestión compleja en la ley de la Torá. La acalorada discusión que siguió se prolongó durante horas, mientras todos los estudiosos intentaban responder.

Cuando Reb Iosef levantó la vista del volumen de Talmud ya era bien entrada la tarde. Al llegar a la tienda, su socio estaba furioso. “¡Deseo romper la sociedad!” Reb Iosef le pidió que esperara un día más antes de la disolución, pues deseaba consultar con su esposa. Esa noche le pidió su opinion.

Su esposa, una mujer justa, le aconsejó seguir estudiando, y no reducir las horas dedicadas a la Torá. “Si tu socio cierra una puerta, tengo plena fe en que Di‐s abrirá otros canales y enviará su bendición”.

Animado por esas palabras, al otro día Reb Iosef anunció que estaba dispuesto a poner fin a la sociedad. Recibió la mitad del valor de la comercio y quedó sin empleo.

“No dejes el dinero durmiendo en casa”, su mujer le aconsejó. “Ve al mercado y busca un negocio” Reb Iosef estaba tan involucrado en sus pensamientos de Torá que por la costumbre sus pies lo llevaron a la sala de estudio, donde permaneció hasta la noche.

Cuando su esposa le preguntó esa noche, se acordó de lo que había propuesto hacer. “No te preocupes”, le dijo, “Di‐s seguramente enviará algo en mi camino mañana.”

Al día siguiente, apenas había entrado en el mercado, un hombre muy alto se le acercó con un enorme mortero para la venta. Reb Iosef le entregó todo su dinero y lo compró. “¿Qué vamos a hacer con este viejo mortero?” su esposa preguntó ya en casa. Pero Reb Iosef no estaba preocupado y se fue a estudiar Torá. Dos días más tarde tuvo un sueño curioso en el que el hombre alto que le había vendido el mortero le dijo un secreto. “Debes saber”, reveló, “que la buena suerte te ha estado esperando, porque no estaba destinada a ser compartida con tu ex socio.

Pero ahora que estás solo, la hora ha llegado. “El mortero y la maja que te vendí”, continuó, “están hechas de oro puro. Debes conocer su valor real, para recibir una compensación justa.

Entonces, debes ir a la tierra de Israel, y vivir en la ciudad de Tzfat”. A la mañana siguiente Reb Iosef contó su sueño a su esposa, quien inmediatamente llamó a un orfebre para una evaluación. El orfebre frotó el polvo y la suciedad acumulada y se sorprendió por lo que vio. “¡Este mortero es de oro puro!”, les dijo, y determinó que valía una fortuna.

La pieza se vendió rápidamente, y el matrimonio se mudó a la tierra de Israel y se estableció en Tzfat. De hecho, el dinero que recibieron, fue suficiente para mantenerse por el resto de sus vidas. Pero lo que más contento puso a Reb Iosef fue que finalmente pudo publicar sus dos grandes obras, el Beit Iosef y el Shulján Aruj. Ya que Reb Iosef no era otro que el gran Rabi Iosef Karo, el famoso codificador medieval de la ley judía.

Un enigma en el camino

Un viernes, Rabi Iaakov Itzjak Horowitz (el “Jozé‐ Vidente‐ de Lublín”) viajaba con sus discípulos cuando llegaron a un cruce de caminos. El chofer preguntó qué dirección tomar. El “Jozé” encogiéndose de hombros dijo: “Suelte las riendas. Deje que los caballos tomen la direc‐ ción que deseen”

Llegaron a un pueblo. Comprendieron que no era el camino correcto.

“Es tarde. Nos quedaremos aquí para Shabat” anunció el Jozé. Y agregó: “No revelaremos mi identidad a nadie, ni diremos que soy un Rebe.”

Sus seguidores no tenían dinero porque el Vidente no permitía que guardaran siquiera una moneda de noche. Todo lo que poseían se distribuía a los pobres antes del anoche‐ cer. ¿Cómo se arreglarían para Shabat?

El Rebe contestó: “Como los viajeros ju‐ díos. Iremos esta noche a la Sinagoga, y nos invitarán cuando vean que no tenemos donde ir.”

Rezaron en el Templo, y después, los alumnos del Rebe fueron invitados individualmente. El Vidente, sin embargo, se quedó en el Templo. Siempre las Plegarias le tomaban mucho tiempo. Cuando terminó, todos se habían ido.

Un hombre anciano se le acercó.

“¿Dónde va estar para la comida de Shabat?” preguntó.

“No sé” dijo el Rebe.
“¿Por qué no come en la posada dónde se está hospedando?” preguntó, interesado. “Vi que no encendieron las velas de Shabat, por lo que presumo que no puedo confiar en el kashrut de la comida” dijo el Jozé. “Lo siento,” murmuró el anciano “en mi casa, mi esposa y yo sólo tenemos pan y vino”
“No soy glotón ni bebedor.”
“Venga” dijo el hombre. El Vidente lo siguió dócilmente.
Después del Kidush y la bendición del pan, sentados serenamente a la mesa, el hombre preguntó de dónde era. Al oír su respuesta, le preguntó si conocía al Rebe de Lublín.

“Siempre estoy con él” contestó el Jozé. “¡Por favor, cuénteme algo sobre él!” “¿Por qué quiere saber de él?” preguntó el Rebe.
“Porque fui su maestro en el jeder (escuela tradicional) cuando era joven. Ahora oigo que es un gran Rebe y hace milagros”.

“¿Notó algo especial en él cuándo era un niño?” preguntó el Rebe.

“Sólo una cosa” el maestro contestó. “Cada mañana, cuando lo llamaba para leer del Sidur, no podía encontrarlo.

¡Desaparecía! Lo castigaba por su ausencia desautorizada. Un día, decidí: ¡Debo averiguar a dónde va!” Lo observé. Cuando salió del cuarto, lo seguí. Entró en el bosque. Me asomé a través de los árboles y allí estaba, sentado al lado de una colmena, clamando: Shemá Israel Hashem Elokeinu Hashem Ejad (Oye Israel, Hashem nuestro Di‐s, Hashem es Uno).

“Nunca más lo castigué. Todos estos años quise verlo. Soy muy pobre y débil, no puedo viajar a Lublín. Mi deseo es tan fuerte que ayuno un día por semana para tener el mérito de verlo”

El Jozé entendió por qué había llegado a este pueblo. Mirando a su anfitrión tierna‐ mente, dijo: “Yo soy el Rebe de Lublín.”

El hombre se desmayó. Su esposa y el invitado especial pudieron reavivarlo.

El sábado de noche, el Jozé y sus alumnos partieron. El hombre los escoltó y volvió a casa. Se detuvieron ‐por pedido del Vidente – cerca, para la comida de Melavé Malká. Des‐ pués, el Rebe dijo: “Volvamos a ese pueblo para asistir al entierro de mi maestro de la niñez y pronunciar un elogio apropiado”.

Impacto oculto

Los tres primeros años de mi carrera los pasé en una escuela médica bien conocida en Boston.

Además de proporcionar un medio de vida, veía mi posición como una oportunidad para llegar a los estudiantes judíos asimilados, y tratar de enseñarles algo acerca de quiénes eran realmente. Con este fin, un colega y yo comenzamos una mañana de un domingo con desayuno para los estudiantes judíos.

Todos los domingos, después de satisfacer a nuestros amigos con Bagels de salmón ahumado etc, teníamos una charla dictada por una de las muchas personalidades sobresalientes de Boston sobre la Torá. Además del “club del desayuno”, invitaba regularmente a los estudiantes a mi casa para Shabat. En la primavera de mi segundo año, sin embargo, empecé a darme cuenta de que estos esfuerzos no producían muchos resultados.

En el semestre de otoño de mi tercer año, yo había aceptado un puesto en la Universidad de McGill para el siguiente mes de septiembre. Me imaginé que tenía lo suficiente para preocuparme con el traslado de mi laboratorio y la solicitud de nuevas subvenciones, además de mantener mi investigación actual y las responsabilidades de enseñanza. Mi interacción con la clase de primer año, se mantenía puramente formal y profesional. Después de que había enseñado mi curso en primavera, me dediqué a terminar mis asuntos en Boston y la organización de mí mismo para el viaje al norte.

Un día de junio, después de que el año escolar acababa de terminar, una niña, a quien reconocí como una estudiante de primer año, entró a mi oficina, se presentó como Raquel, y me preguntó si podría tener unos minutos de mi tiempo. En primer lugar, quería saber lo que era. Ella sabía que yo era un Judío ortodoxo de algún tipo, pero la barba y tzitzit indicaron que pertenecía a alguna subespecie exótica que no podía identificar. Le dije que era un jasid del Rebe de Lubavitch. Ella asintió con la cabeza, y me preguntó si yo era consciente de los notables acontecimientos que se habían producido en su clase el año pasado. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, así que ella empezó a explicar.

La unidad entre los estudiantes en primer año de medicina es legendaria. Ellos se ven como verdaderos compañeros en el sufrimiento. Sólo un estudiante de medicina de primer año puede apreciar la ansiedad, la presión y el tedio que oprimen a todos los estudiantes.

La clase tiene un gran sentido de la cohesión e incluso se desarrolla una especie de personalidad colectiva. La clase de Raquel comenzó el año de manera diferente. Durante el primer semestre, los estudiantes fueron sometidos a una gran variedad de profesores, algunos de los cuales eran bastante desagradables, y, por desgracia, judíos también.

Con el tiempo, sin embargo, las imitaciones y parodias comenzaron a adquirir un cierto tono anti-judío y los estudiantes judíos (alrededor de 40 en una clase de 160) comenzaron a sentirse incómodos. A medida que avanzaba el semestre, los chistes se volvían más pronunciados y la clase se convirtió sensiblemente polarizada. Alrededor de la primavera, la clase de primer año se había dividido en dos campos divididos a lo largo de líneas religiosas. Los estudiantes judíos se habían deprimido, estaban inseguros de sí mismos desmoralizados. Los profesores judíos que estaban siendo burlados (con agresividad, arrogancia, grosería). 

Por otra parte, los estudiantes judíos eran todos muy asimilados. No tenían ninguna base para un fuerte orgullo judío o incluso identidad. Sus sentimientos de status y autoestima se había centrado siempre en sus logros académicos, y ahora se encontraban con que sus colegas no los veían como hermanos profesionales, sino más bien como judíos extranjeros.

Sin saberlo, yo era lo peor que les podría haber ocurrido a ellos. ¿Qué clase de trabajo iban a hacer de mí, con el traje negro, kipá, la barba y tzitzit? Los estudiantes judíos se preparaban para lo peor.

Dos semanas después de que empecé a enseñar, una delegación de estudiantes se acercó a algunos de los líderes estudiantiles judíos para disculparse. Se entendía ahora que el problema con los otros profesores no era que ellos eran judíos, sino que no eran lo suficientemente judíos! Yo era el “verdadero” judío y no usaba un lenguaje grosero, ni contaba chistes.

Estaban fascinados por el hecho que tenía el orgullo y amor propio de comportarme de acuerdo a mis creencias. Ellos estaban impresionados porque me iba temprano el viernes por respeto al Shabat, y que no iba a dar una conferencia en conjunto en Pesaj. Sabían lo competitiva que era una carrera académica y se asombraban porque yo me pondría en desventaja, dando prioridad a las obligaciones religiosas durante la carrera.

Los estudiantes dijeron que ahora se daban cuenta que la conducta inaceptable de los profesores era debida a una triste ignorancia. La disculpa fue aceptada, los estudiantes judíos se llenaron de orgullo y de muchas resoluciones adoptadas para fomentar su propio compromiso con la educación judía.

Raquel se había detenido antes de salir de la escuela para contarme la historia y darme las gracias. ¿Por qué? Yo no desempeñé ningún papel activo en este drama. Ni siquiera sabía que todo esto estaba pasando. Yo estaba simplemente allí, haciendo lo que tenía que hacer. El judío tiene un potencial ilimitado para influir en el mundo para bien, sin que él o ella lo sepa.

Historia: el idioma de Pesaj

“¿Pero cómo vamos a hablar con ellos?”, preguntó mi hija Rivka cuando le dije a ella y a mis otros hijos que tendríamos de invitados para el Seder de Pesaj a una pareja mayor de Rusia con su hermana. “¡No hablamos Ruso, y ellos no saben ni Hebreo ni Inglés!”. 

En 1990, cuando la Unión Soviética colapsó, y Mikhail Gorbachev finalmente abrió las puertas de hierro, un millón de judíos de Rusia viajó a Israel. Muchos estaban interesados en descubrir más sobre la religión que el gobierno Socialista había prohibido, y casi todos querían ser parte de un Seder tradicional. Por lo tanto, se hicieron llamadas a la comunidad para recibir a familias Rusas para el Seder. 

Muchas familias judías de Rusia son multi generacionales, y por lo general padres solteros, así que el promedio de las familias consiste en un abuelo (generalmente abuela), una madre y un hijo. Los rusos son conocidos por confiar en que la educación es la llave del éxito y una vida con sentido. 

Me di cuenta cuán fuerte era esta creencia, cuando una mañana una amiga mía se apareció en mi puerta con una mujer de mediana edad, forzándome a que le diera la bienvenida. 

“Ann, ella es la Dra. Ilena Baronovky. Quería que te conociera. Se acaba de mudar a Israel desde Rusia, y durante su entrenamiento médico le enseñaron que tener más de dos hijos causa que la mujer colapse física y mentalmente”. 

Me reí. Quizás la víspera de Pesaj no era el momento ideal para convencer a alguien de que yo me encontraba sana y lejos de colapsar. Mi casa no presentaba una impresión “normal”, pero sin embargo las invité a que pasaran y le mostré fotos de mis siete hijos, de los cuales ninguno se encontraba en casa en ese momento. Ella había visto las plazas llenas de niños, pero estaba convencida de que cada niño le pertenecía a una familia diferente. 

Nuestros hijos hubieran estado contentos de tener niños como invitados, pero ofrecimos recibir a cualquier familia que necesitara un Seder de Pesaj. Después de todo, en nuestra área la mayoría de las familias tienen varios hijos pequeños, y aparentemente no todos podrían recibir una familia joven. 

Recordando mi encuentro con la Dra. Baronovky, fui más consciente de que nuestros invitados Rusos se sintieran abrumados ante la presencia de tantos niños. Pero Rivka también tenía un punto. La comunicación sería difícil. Luego recordé que mi cuñado, David, que estaría con nosotros junto con mi hermana, sabía un poco de Idish. Esperaba que eso rompiera el hielo. 

Los chicos ayudaron a preparar los elementos especiales del Seder de Pesaj. Pusieron el Jaroset y el Maror. El Karpás, el agua con sal y los huevos. Cuidadosamente abrieron la caja con las Matzot y prepararon el plato del Seder para cada hombre adulto que estaría con nosotros. 

Nuestros invitados llegaron, y se los veía claramente contentos. Con gestos de manos, sonrisas y nombres, se presentaron: Olga, su hermana Lena, y el esposo de Lena, Boris. Nosotros hicimos lo mismo. Le dimos a cada uno una Hagadá, con traducción al ruso, y los ubicamos al lado de David, quien inmediatamente comenzó a explicarles el significado de los elementos del Seder. 

Nos sentamos alrededor de la larga mesa vestida de blanco, llena de símbolos de Zman Jeruteinu, el tiempo de nuestra liberación. 

De pronto, me di cuenta que este año realmente habíamos sido privilegiados de tener a personas que experimentaban su primer Pesaj de Liberación, la liberación de celebrar como Judíos nuevamente. 

Habíamos decidido apresurar la primera parte de la Hagadá, ya que eran personas adultas y no estaban acostumbradas a largos Sedarim de Pesaj. Seguramente tendrían hambre e incluso sueño. 

Mi marido, hablando a través de David, les dijo que si querían preguntar algo que lo detuvieran para hacerlo. Luego, sosteniendo la copa de plata de Kidush, comenzó. Lo ojos de los invitados no dejaban de observarlo. 

Luego era el turno de los niños para que digan el “Ma Nishtaná”, las cuatro preguntas. Comenzaron con la conocida melodía, y pude notar que los ojos de Boris se llenaban de lágrimas. Comenzó a hablar rápido, y David, mientras escuchaba, tampoco pudo contener su emoción. “Hace setenta y cinco años, yo le dije esto a mi abuelo en la mesa de Pesaj. Pero desde aquel momento, no lo he vuelto a escuchar hasta ahora. Estoy tan contento. Muchas gracias”. 

Boris se unió al cántico de los niños y todos juntos cantamos el Ma Nishtaná varias veces. Incluso los chicos sintieron que este momento, este año, había algo especial. 

No me había dado cuenta lo correcto que había sido lo que le dije a mis hijos: Pesaj tiene su propio idioma.