Un accidente beneficioso

Es viernes por la tarde en París. 

Se acerca Shabat, así que tomo mi motocicleta y me dirijo a casa. 

Vivo en Francia, y soy el emisario de Jabad en S. Maur-des-Fossés, una pequeña ciudad al sur de París. 

Está lloviendo a cántaros, y las calles están resbaladizas. Aminoro la velocidad, ajustando mi casco. 

De pronto, noto un auto deportivo que entra en la intersección. El conductor no me ve y está acercándose a toda velocidad. 

La situación es peligrosa, y mi corazón comienza a latir muy fuerte. ¿Qué hago? Frenar en el pavimento mojado a 80 km/h es bastante arriesgado. Estoy en peligro de volcar. ¿Continúo? El choque es inevitable. 

Freno rápidamente. La motocicleta se patina y yo me caigo al suelo. Espero a que se acerque el auto. ¿Son estos mis últimos momentos? 

Silencio. Un auto frena y bloquea la calle. Me busco heridas. Gracias a Di-s, estoy bien. Intento salir de la calle. 

Una mujer corre hacia mí. “¿Está bien?”, me pregunta en francés. “¿Puedo ayudarlo?” 

“Creo que estoy bien”, respondo, quitándome el casco. Ella parece sorprendida..Quizá no esperaba ver un hombre barbudo. No hay muchos en París. 

“¿Está todo bien?” pregunta nuevamente, esta vez en Hebreo. Ahora yo me sorprendo. 

Ella se presenta como Madam Katia Dahan. “Vivo aquí cerca y justo estaba pasando por aquí”, dice. “No esperaba ver a un judío, mucho menos a un rabino”. 

“¿Y el hebreo?”, pregunto. 

“Ah, eso es por los viajes a Israel hace años”, dice. 

Katia quiere hablar, pero yo me disculpo y le explico, “Es casi Shabat, y debo llegar a casa”. 

Katia está sorprendida de escuchar que el Shabat se acerca. Su reacción me sorprende. Casi 400.000 judíos viven en ese barrio; es difícil no saber que hoy es la víspera de Shabat. 

“¿Prendes velas de Shabat?”, pregunto. 

Katia otra vez más me ve con aquella mirada extraña en sus ojos. Murmura, “No”. 

“¿Puedo invitarte a nuestra casa para Shabat?”, le ofrezco. 

“¿Cuál Shabat?”, pregunta con sorpresa 

“Esta noche”, respondo. 

Una sonrisa se asoma “No creo que pueda ir hoy de noche, pero estaré feliz de ir otro Shabat”, dice. Intercambiamos números de teléfono, y nos despedimos. 

Katia no vino aquella noche, ni el otro Shabat. Y yo no podía encontrar su número, a pesar que había intentado localizarla. 

Pasaron cuatro meses. 

Una mañana, recibí un mensaje de texto de un número desconocido. 

Momentos más tarde, mi teléfono comenzó a sonar. 

“¿Rabino? Es Katia Dahan. ¿Se acuerda de mí?” 

“¡Por supuesto! Todavía te estamos esperando para Shabat” 

“¿Cuándo puedo ir?” “Por favor, ven este Shabat” 

Aquél viernes de noche, Katia fue uno de nuestros invitados. Estuvo muy emocionada durante toda la comida. 

Muchos me preguntaron quién era ella. Les conté la historia del accidente. Dije: “Pueden decir que ella era un mensajero de Arriba que vino a ayudarme durante aquellos momentos tan tenebrosos” 

Katia nos miró con una sonrisa y dijo, “Pienso que es hora que ustedes escuchen mi versión…” 

“Tengo 45 años y vivo sola. Tengo una hermana y una madre, con quienes no hablo desde hace veinte años. 

“Es difícil estar soltera, especialmente para una mujer judía. Mis padres eran tradicionalistas; hacíamos Kidush, celebrábamos las festividades, y ayunábamos en Iom Kipur. Pero desde que vivo sola, he dejado de ser observante. 

“Cuando vives solo, es difícil hacer Kidush porque no tienes familia con quien compartir las comidas. Es difícil ir solo a la sinagoga. Ni siquiera tenía amigas judías. 

“Hace unos dos años, luego de haberme desconectado del judaísmo, quise retornar mi religión. Decidí encontrar un empleo en un ambiente judío. De esa manera, me haría de amigos nuevos, y quizá me invitaran a pasar Shabat y las festividades. 

“Encontré un empleo en una zapatería en Pilatzel. Todos los trabajadores eran judíos, y yo me hice amiga de ellos. 

“Pero había un problema…Shabat. Los viernes, solían desearse uno al otro “Un Buen Shabat”, y los lunes se preguntaban cómo había ido el Shabat. Pero nadie me prestaba atención. Cada semana, esperaba ser invitada, pero cada semana me traía más y más desilusión. 

“Ha pasado casi un año… ¿Puede ser que los judíos no te acepten más?”, me preguntaba. “¿Cómo pueden ser tan desconsiderados?” 

La voz de Katia se ahogó de emoción, “Me enojé mucho con los judíos y con el judaísmo. Decidí que no era para mí. Dejé el empleo de la zapatería y encontré otro. 

“Pero aún había un problema…Shabat. Cada viernes de noche, recordaba el Shabat de mi infancia…las velas, el Kidush….pensé, “¿Cómo puedo frenar estos recuerdos?” 

“Decidí encontrarme algo para hacer los viernes de noche. Encontré un anuncio del coro de la iglesia, buscando cantantes para los viernes por la noche” 

El silencio prevaleció en la mesa. “Me aceptaron en el coro, y ya ha pasado un año desde que comencé a cantar en la iglesia los viernes de noche. Con una triste sonrisa, agregó, “Llego a mi casa tan cansada, que no tengo tiempo de pensar en el Shabat. 

“Todo estaba tranquilo, hasta aquél viernes”, continuó Katia, “cuando vi a la motocicleta rodando por la acera. Corrí a ayudar al conductor y me impacté cuando me recordó que era la noche del Shabat ¡y que me invitaba a su casa! ¡Y ni siquiera me conocía! 

“¿Piensa que me mandaron para usted?”, concluyó Katia. “Yo creo que fue a usted a quien mandaron, para traer de vuelta a mi alma”. 

Katia ya no canta más en la iglesia. Ella pasa todas las noches de los viernes con nosotros o con alguna otra familia de Jabad. 

Así que no fue un accidente de motocicleta cualquiera después de todo.

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