Una creencia racional

¿Cómo puede uno creer en la necesidad de seguir una Ley Divina si no cree en lo Divino? 

El primero de los 613 mandamientos en la lista de Rabí Moshé ben Maimón (Maimónides), tanto en su Sefer Hamitzvot como en su Mishné Torá, es el mandamiento de creer en Di-s y conocerlo. También aparece primero en la lista de principios cardinales del judaísmo de Maimónides, así como en las listas de sus sucesores filosóficos, Rabí Hasdai Crescas y Iosef Albo. Es el primero de los Diez Mandamientos, y es llamado por el Zohar “primera de todas las leyes”.

Parecería ser que hay razones suficientes para que sea así.

Si la creencia en Di-s es un fundamento absoluto; ¿cómo puede uno creer en la necesidad de seguir una Ley Divina si no cree en lo Divino?, ¿cómo puede uno aceptar la Torá si no hay quien la entregue?. Hay que “creer que hay una causa que provoca cada existencia”, la Deidad que es la razón y fuente de todo lo que es llamado a ser. Tan básico es este concepto, que algunos Sabios hasta se rehusaron a enumerarlo como un mandamiento, diciendo que no tiene sentido hablar de un mandamiento sin el reconocimiento previo de la existencia de un Comandante.

Es cierto que incluso gente que profesa el ateísmo realiza actos de bondad y generosidad, y podría ejemplificar la rectitud en muchos campos de la vida. Los Sabios reconocieron esto en la antigüedad, enseñando en el Talmud: “Deja que la persona siempre se involucre en la Torá y sus mandamientos aun cuando fuere por razones equivocadas, pues al hacer estas cosas siquiera por razones equivocadas, llegará a hacerlas por las correctas” (Pesajim 50b). 

En otras palabras, hay en una buena acción un valor que es más importante, y eventualmente más poderoso, que el pensamiento consciente detrás de esa acción.

Esta evaluación de la acción, como algo más importante que el pensamiento, parece estar en conflicto con el centralismo y la primordialidad de la creencia en Di-s. Un poco de pensamiento adicional, sin embargo, indica que lo contrario es lo cierto.

Es precisamente porque la creencia en Él está estructurada en cada mandamiento, que los Sabios pueden estar tan seguros de que eventualmente surgirá el pensamiento correcto. La fortaleza de la creencia en Di-s no es que uno no pueda intentar arreglárselas sin ella, sino que aun si uno lo intenta, se revelará a sí misma mientras tanto se aferre a cualquier cosa que sea buena.

La tendencia secular de la civilización occidental ha intentado, bastante y conscientemente, centrar la atención en lo bueno y no en Di-s. En cierta medida, ha funcionado. 

No obstante, la conciencia del Uno detrás de todo busca resurgir constantemente. Di-s y el bien no pueden permanecer separados. La persona pensante, consciente del enorme poder del pensamiento secular, sensible al aún mayor poder de lo Divino que busca manifestarse en su conciencia, e inconsciente de cualquier pensamiento disciplinado que puede dar a cada cual su papel apropiado dentro de su mente, puede sentirse conflictuada y acobardada.

El pensamiento surge: ¿Quizás la creencia en Di-s obstaculice la mejor percepción del mundo?, ¿quizás lo que yo creo, que es conocimiento de Di-s, es sólo una ingenua imaginación?, ¿quizás está contraindicada por las emergentes verdades de la física y la biología, o quizás impida la responsabilidad autónoma que necesitamos asumir a fin de ser seres verdaderamente morales?.

Lawrence Kelemen ha escrito un libro en inglés, Permission To Believe (“Permiso para Creer”), para enfocar la turbación y el malestar ocasionados por dudas tales y para resolverlas de manera intelectualmente creíbles.

Kelemen delimita claramente el problema que enfoca. El libro se centra únicamente en la creencia en Di-s. Es una defensa al fundamento del judaísmo, no a su estructura. Tampoco intenta presentar una demostración estricta de la existencia de Di-s, tomando cuenta de que primero hay que probar como posible aquello que uno demostraría como necesario. Por consiguiente, intenta mostrar cómo la creencia en Di-s es una respuesta creíble –incluso la más creíble- a los desafíos de la ciencia moderna, la historia, y el pensamiento moral.

La habilidad de Kelemen para centrarse sólo en esto brinda a su pensamiento agudeza y claridad, y sus líneas de razonamiento se sienten intuitivas y para nada forzadas. El se siente cómodo en las áreas más eruditas del pensamiento moderno así como también en su propia bien desarrollada fe religiosa. Y la sustancia y tono racional de su obra demuestra tanto en la práctica como también en la teoría el nexo entre la mente pensante y Di-s, permitiendo al lector arribar por sus propios medios a la conclusión de que Di-s es no solamente creíble sino conocible.

Kelemen afirma su principal propósito en su introducción:

“Mucha gente creería en Di-s mañana si sólo su intelecto se lo permitiera. Esta gente sospecha intuitivamente la existencia de un Ser Omnipotente. No obstante, el admirablemente alto valor que nuestra sociedad atribuye a la razón, combinado con la desafortunada equivocación difundida que la creencia en Di-s es necesariamente irracional, sofoca su espiritualidad potencial. Estos individuos deberían permitirse examinar el caso en aras de Di-s. Debería otorgarse el permiso para creer”.

Implícito en las palabras de Kelemen está que la mejor demostración de la existencia de Di-s es una sospecha intuitiva que se rehúsa a ser permanentemente suprimida. Sólo espera nuestra disposición para reconocer que esta intuición no es una aberración, no es algo que no esté relacionado con la verdad, para florecer y crecer en una creencia genuina y en un conocimiento de Di-s.

Esta es una posición poderosa para ser tomada, pues implica una epistemología que regresa a la meta medieval de observar todo conocimiento como conduciendo a, y culminando en, el conocimiento del Ser Supremo. Semejante sistema corre contra la posición secular usualmente sostenida de que la creencia en Di-s es, o irrelevante a, o incompatible con, la ciencia moderna.

Sabiéndolo, Kelemen se propone inspeccionar varias áreas principales que han sido percibidas como impulsoras de conflicto, y muestra cómo una correcta comprensión de la ciencia no solamente la revela como compatible con la creencia en Di-s, sino que incluso indicaría que semejante creencia es la explicación más razonable para los datos a mano.

Su repaso por las implicancias cosmológicas de la física moderna y la astronomía tocan a Einstein, Hubble, Friedmann y Hawkig, la relatividad general, los agujeros negros, el zumbido 3K, el universo en expansión y el Gran Estallido (Big Bang), llevando a una estupenda cita del Dr. Robert Jastrow de la NASA:

“…El científico que ha vivido por su fe en el poder de la razón… ha escalado la montaña de la ignorancia, está por conquistar su más alto pico; mientras se arrastra sobre la roca final, es saludado por una banda de teólogos que han estado sentados allí durante siglos”.

Kelemen es similarmente brillante en su crítica de los intentos de explicar a Di-s a partir del orden natural. El intento más persuasivo en este sentido ha sido la teoría de la evolución, y sus adherentes han sido notablemente exitosos en crear la impresión de que la emergencia de vida en todas sus ricamente interrelaciones puede ser mejor acreditada por un mecanismo simple que por un poder inteligente sobrenatural.

Kelemen inspecciona nuevamente el campo, e informa las cosas que los mejores científicos (no los teólogos) dicen. La posición de que la vida evolucionó enteramente partir de mecanismos no-inteligentes es sometida a análisis matemáticos en base a la concreta complejidad química de los bloques enzimáticos constructores de la vida. Basándose en los resultados de químicos y biólogos contemporáneos de las principales universidades de investigación, y citando todas sus fuentes sin ningún intento de prestidigitación.

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